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18 de mayo del 2025: Quinto Domingo de Pascua

 

El Tiempo de amar

Amaos los unos a los otros”.

Estas palabras nos resultan tan familiares que ya no las cuestionamos. ¿Pero estamos tan seguros de ser capaces de amar como Jesús nos invita a hacerlo?

En el texto de hoy, la llamada al amor llega justo después del anuncio de la traición de Judas; La conexión entre la historia de la traición y las palabras de Jesús deshace nuestras certezas.

Consideremos el caso de Judas: su trágica colaboración en la historia de Jesús demuestra que no fue capaz de amar lo suficiente para superar lo que finalmente lo llevó a traicionar a su amigo. El amor que recibió del mismo Jesús no fue suficiente para despertar en él este sentimiento. Ese día, para Judas, el amor se volvió imposible.

Si después de la marcha de Judas, Jesús comienza a hablar de amor a sus amigos, ¿no es porque percibe en ellos tantos defectos y debilidades como en Judas? ¿No se da cuenta entonces de lo difícil que es para nosotros amar?

Descubriendo que en cualquier momento un amigo puede volverse contra otro amigo y entregarlo a la muerte, Jesús deja este sencillo mensaje: sólo por el amor que demostremos seremos reconocidos como sus discípulos. No por nuestros discursos ni por nuestros valores, sino simplemente por nuestro amor hacia los demás sin prejuzgar su identidad. Todo “otro” merece ser amado, incluso un Judas.

¿Qué temores dentro de mí podrían llevarme a rechazar el mensaje de Cristo, a “traicionarlo”?


¿A quién me gustaría amar más en este momento, en mi comunidad, familia, trabajo o en cualquier otro lugar?
 

 

Marie-Caroline Bustarret, teóloga, profesora en las facultades de Loyola París





 L  E  C  T  U  R  A  S


Primera lectura
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (14,21b-27):

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

Palabra de Dios



Salmo
Sal 144,8-9.10-11.12-13ab

R/. Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.

Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.




Segunda lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (21,1-5a):

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo.»

Palabra de Dios




Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (13,31-33a.34-35):


Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»

Palabra de Señor


1

Homilía – V Domingo de Pascua, Ciclo C

Lecturas:

  • Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 14,21-27
  • Segunda lectura: Apocalipsis 21,1-5a
  • Evangelio: Juan 13,31-33a.34-35
    Tema: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado»

📖 Introducción: “¿Es usted Jesús?”

Queridos hermanos y hermanas:

Una historia sencilla, pero profundamente significativa, nos puede ayudar a entrar en la Palabra de hoy.

Se cuenta que un grupo de vendedores regresaba de una convención. A toda prisa cruzaban el aeropuerto, cuando uno de ellos accidentalmente volcó un puesto de manzanas atendido por una niña ciega. Mientras todos corrían para no perder el vuelo, uno se detuvo. Regresó, recogió las manzanas, separó las dañadas, ayudó a reorganizar el puesto y le dio a la niña 40 dólares por los daños.

Cuando se alejaba, la niña, aún confundida por lo ocurrido, lo llamó y le preguntó:
—Señor… ¿es usted Jesús?

Esa pregunta —¿eres tú Jesús?— nos interpela profundamente hoy, cuando escuchamos a Cristo decirnos:
«Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34).


🕊️ 1. La vocación al amor como centro de la vida cristiana

Hace poco celebramos el Domingo del Buen Pastor, y reflexionamos sobre la vocación de entregar la vida como Jesús. Hoy, el Evangelio nos lleva al corazón mismo de esa entrega: amar como Él ama. Este es el mandamiento nuevo, no por ser desconocido, sino por la profundidad con la que Jesús lo ha vivido y ahora nos lo propone como modelo.

Jesús no dice simplemente “ámanse”. Eso ya estaba en la Ley. Él eleva el amor a una nueva dimensión: «como yo los he amado». Es decir: con un amor sin condiciones, sin medida, sin reservas. Un amor que perdona a los que lo traicionan, que lava los pies a los que lo van a negar, que se entrega por quienes no lo merecen.

Este amor no es sentimentalismo. Es fuerza transformadora. Por eso, la primera comunidad cristiana lo tomó tan en serio que, como decía Tertuliano, los paganos exclamaban admirados: «¡Miren cómo se aman y cómo están dispuestos a morir unos por otros!»

Y el historiador Harnack lo resumió así: «El nuevo lenguaje de los cristianos era el del amor; pero no un lenguaje de palabras, sino de acción y de poder».


🌿 2. El amor que edifica y renueva todas las cosas

La segunda lectura, del Apocalipsis, nos habla de la “nueva Jerusalén”, del cielo nuevo y la tierra nueva. ¿Cómo comienza ese mundo nuevo? No con milagros visibles, sino con el testimonio cotidiano de un amor fiel. Dice el texto: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5a).

El amor que viene de Dios no solo consuela: crea y recrea. Renueva familias, comunidades, sociedades enteras. Es un amor que, como decía san Agustín, tiene manos, pies, ojos y oídos. Es concreto, servicial, atento.

En la primera lectura, vemos a Pablo y Bernabé animando a los discípulos a perseverar en la fe, recordándoles que “es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22). Ellos no anuncian un amor cómodo, sino uno que se prueba en la dificultad y el sufrimiento.


3. Historia intermedia: la cena de despedida

Hace años, en una entrevista después del 11 de septiembre, se recopilaron los últimos mensajes que muchas personas dejaron a sus seres queridos desde las torres. Ninguno hablaba de dinero, títulos o poder. Todos decían: “Te amo”, “Gracias”, “Perdóname”, “Cuida a los niños”.

Eso mismo ocurre en el Evangelio de hoy. Jesús, en su última cena, no nos deja una doctrina compleja, sino un gesto de amor y una palabra de despedida que es su testamento: “Ámense como yo los he amado”. Porque cuando sentimos que se acaba el tiempo, solo el amor queda.

Y ese amor es lo que hace visible a Cristo en el mundo. Cuando un cristiano ama de esta manera, es inevitable que alguien, como aquella niña ciega, pregunte: ¿Eres tú Jesús?


🌟 4. Un amor sin jerarquías ni exclusiones

En un mundo que suele clasificar a quién se debe amar más o primero, como si el amor fuera una lista de prioridades, la Iglesia, como madre y maestra, nos recuerda hoy —como lo dijo el cardenal Robert Prevost, ahora Papa León XIV— que el amor cristiano no se clasifica, se entrega.

Jesús no amó más a Pedro que a Juan, ni a su madre más que a la viuda de Naín. Su amor era total. Y ese es el modelo al que aspiramos. Un amor que no se rinde, que no se cansa, que “todo lo espera, todo lo soporta, todo lo perdona”, como dice san Pablo (1 Cor 13,4-7).


🕯️ Conclusión: El amor como ofrenda

Amar así nos cuesta. Nos saca de la comodidad, nos exige tiempo, entrega, paciencia. Pero es en ese amor donde encontramos sentido y plenitud. Como decía san Pablo: «Estoy a punto de ser derramado como una ofrenda» (2 Tim 4,6). Esa es la vocación fundamental de cada cristiano: ser libación de amor sobre el altar del mundo.


🙏 Oración conclusiva con intercesión mariana

Queridos hermanos y hermanas:

Pidamos hoy al Señor que nos conceda la gracia de amar como Él: sin medida, sin condición, sin temor. Que nuestro testimonio en este mundo sea tan auténtico, que quienes nos vean, puedan decir:
“Ahí está Jesús, amando en ese rostro humano.”

Y para ello, invoquemos también la intercesión de María, Madre del Amor Hermoso.
Ella supo amar hasta el pie de la cruz. Ella guardó todas las palabras de Jesús en su corazón. Que ella nos enseñe a vivir este mandamiento nuevo con fidelidad y ternura.

Virgen María, Madre del Amor Verdadero,
enséñanos a amar como tu Hijo nos ha amado.
Danos un corazón dispuesto a servir,
a perdonar, a entregarse sin medida.
Haznos instrumentos del amor del Padre
en medio de un mundo herido.
Acompáñanos en cada paso,
para que nuestras manos sean como las tuyas,
nuestras palabras como las tuyas,
y nuestra vida como la de Jesús.

Amén.

 

 2

Ver la muerte con los ojos de Dios

📖 Evangelio: Juan 13,31-35

Queridos hermanos y hermanas:

Si esta vida —con sus alegrías, dolores, trabajos y sueños— fuera todo lo que existe, entonces sí, la muerte sería nuestro peor enemigo. El final más temido, la sombra que se cierne sobre todo lo que amamos.
Pero nosotros, los creyentes, sabemos que no es así.
Sabemos —por la fe— que la vida aquí es solo el comienzo, apenas un soplo, una chispa, una gota en el océano infinito de la eternidad.
Nuestra existencia no termina con la muerte: la atraviesa. Y más aún, se transfigura.

Sí, es cierto, la muerte de un ser querido nos duele. Y cuando nos toca mirar de frente nuestra propia muerte, nos asaltan el miedo, las dudas, las preguntas. Eso es humano, y no está mal.
Pero si creemos de verdad que el Hijo de Dios aceptó morir, no por necesidad, sino por amor… entonces también nosotros estamos llamados a mirar la muerte de otra manera.


✝️ 1. La hora de la glorificación

El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús hablando de su muerte como el momento de su glorificación:

«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él» (Jn 13,31).
Esas palabras no las dice en medio de una victoria, ni en la Resurrección.
¡No! ¡Las pronuncia justo después de que Judas se ha levantado para traicionarlo!

Desde la lógica humana, esto es incomprensible.
¿Traición, sufrimiento, injusticia… como momento de gloria?
Pero desde la lógica de Dios, la cruz no es derrota, sino ofrenda.
No es vergüenza, sino amor en su forma más pura.
No es el final, sino el comienzo glorioso.

La muerte de Jesús, desde los ojos del mundo, fue una tragedia.
Pero desde los ojos del Padre, fue el acto supremo de amor que reconcilia al mundo.
Jesús glorificó al Padre porque lo amó hasta el extremo.
Y por eso, el Padre glorificó al Hijo con la Resurrección.


🌅 2. La vida después de la muerte… y la vida antes de ella

Hoy seguimos celebrando la Pascua. Y al hacerlo, miramos más allá del dolor de la cruz para contemplar su fruto:
Cristo vive.
Cristo ha resucitado.
Cristo lleva en su cuerpo glorificado las heridas del amor… y esas heridas glorifican al Padre.

La Resurrección de Jesús lo ha cambiado todo, incluso la forma en que vemos la muerte.
Ya no es un abismo, sino un puente.
Ya no es derrota, sino transformación.

Y si eso es verdad… entonces vale la pena preguntarnos con sinceridad:
¿Para qué vivimos? ¿Cuáles son nuestras verdaderas metas?
¿Vivimos solo para obtener cosas, escalar puestos, acumular, aparentar?
¿O vivimos para amar, servir, perdonar, construir, glorificar a Dios con nuestra vida?


🌿 3. Tu cruz es tu camino

Hermanos, cada uno de nosotros lleva una cruz. Nadie está exento.
Pero no toda cruz es sufrimiento vacío. Tu cruz es el modo concreto en que Dios te invita a amar.
Y no hay dos cruces iguales.

Para uno será cuidar a un familiar enfermo.
Para otro, perdonar una herida que ha costado años.
Para otra persona, resistir la tentación del egoísmo, o cargar con una enfermedad.
Para algunos, renunciar a algo legítimo por amor a alguien más.

Sea cual sea tu cruz, no la mires con resignación amarga. Mírala como Jesús miró la suya: con amor, con obediencia, con esperanza.

La cruz es el altar del amor.
Y en ella se revela la gloria de Dios.
Por eso san Pablo decía: “Estoy a punto de ser derramado como una ofrenda…” (2 Tim 4,6).
¡Así debe ser nuestra vida también! No un simple sobrevivir, sino un vivir como don, como entrega, como sacrificio de amor.


💡 4. La muerte como entrega… no como final

Reflexiona hoy sobre la muerte, sí. Pero no para asustarte.
Hazlo para prepararte desde ahora para una muerte gloriosa… viviendo hoy con el corazón lleno de amor.
Porque la mejor manera de tener una buena muerte es vivir bien, vivir con sentido, vivir glorificando a Dios en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo concreto.

¿Quieres estar listo para el día en que tu vida terrena termine?
Empieza hoy:
— con un gesto de perdón,
— con un acto de servicio silencioso,
— con una palabra de aliento a alguien solo,
— con una oración dicha con todo el corazón.


🙏 Conclusión: Oración confiada

Señor Jesús,
tú transformaste la muerte en el camino hacia la gloria.
Tú hiciste de la cruz un trono de amor.
Enséñanos a ver la vida como tú la ves,
a descubrir en nuestras cruces el lugar donde podemos glorificar al Padre.
Ayúdanos a vivir amando, perdonando, sirviendo…
para que un día, cuando llegue nuestra hora,
podamos pasar de esta vida a la vida plena,
revestidos de tu luz, sellados por tu amor.

Jesús, en ti confiamos.
María, Madre de la Esperanza,
acompáñanos en nuestro caminar.
Enséñanos a vivir con el corazón en el cielo,
y los pies firmes en el servicio aquí en la tierra.
Amén.

 


 3

“En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se aman los unos a los otros”

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy Jesús nos entrega un mensaje claro, profundo y desafiante: el amor mutuo es la señal auténtica del discípulo cristiano. No bastan las apariencias externas, ni los ritos, ni siquiera la buena voluntad ocasional. Lo que realmente nos identifica como seguidores del Señor es el amor concreto, visible, comprometido con los demás, especialmente con los que más lo necesitan. Por eso, hoy quiero proponerles tres mensajes de vida, tres caminos prácticos para vivir este amor cristiano.


1. Aprendamos a amarnos a nosotros mismos para poder amar a los demás

El mandamiento antiguo ya lo decía: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). Pero ¿cómo podremos amar verdaderamente a los demás si no hemos aprendido a valorarnos, a cuidarnos, a respetarnos? Vivimos en una cultura que con frecuencia devalúa la vida humana y glorifica el individualismo, el rendimiento, la apariencia. En ella, muchas personas se sienten descartables, inútiles, no amadas ni amables. Vemos jóvenes atrapados en adicciones, mujeres y niñas que se someten a estándares de belleza inalcanzables, hombres y familias enteras destruidas por la sobre exigencia, la competitividad o el vacío afectivo.

¿Cómo vamos a amar al prójimo si ni siquiera creemos que nosotros merecemos amor? ¿Cómo mirar al otro con ternura si en nuestro interior hay heridas, rechazo, desprecio o abandono? Aquí surge la gran verdad del Evangelio: somos amados por Dios desde siempre y para siempre. Él nos ha creado con amor, habita en nosotros por su Espíritu y nunca dejará de llamarnos por nuestro nombre.

Cuando reconocemos que somos templos vivos del Espíritu Santo, que nuestra dignidad es infinita porque fuimos redimidos por Cristo, comenzamos a sanar. Aprendemos entonces que amarse sanamente no es egoísmo, sino condición para abrirse al amor verdadero. Solo cuando nos descubrimos amados por Dios, podemos salir al encuentro del otro sin exigir nada a cambio, incluso cuando ese otro no puede devolvernos más que dolor, heridas o rechazo. Solo el amor de Dios en nosotros hace posible un amor que perdona, que reconstruye, que vence el mal con el bien.

Así, desde esta comunión con Dios, comienza a nacer una nueva tierra y un nuevo cielo: relaciones restauradas, corazones reconciliados, comunidades que sanan, una sociedad donde la vida vale más que la apariencia, el poder o el dinero.


2. Amemos a los demás en la vida diaria, como Jesús lo hizo

Jesús no amó solo con palabras o promesas: amó con gestos concretos, con compasión profunda, con entrega total. Nos invita a amar como Él, en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo real. Amar al estilo de Jesús es:

  • Escuchar con atención, especialmente a quienes nadie escucha.
  • Compartir lo que tenemos, aunque parezca poco.
  • Consolar al que llora, proteger al débil, defender al vulnerable.
  • Servir con generosidad, incluso en los detalles más pequeños y escondidos.
  • Perdonar en vez de condenar, corregir con amor en lugar de juzgar con dureza.
  • Responder al llamado de Dios, siguiendo el camino de Jesús, aunque implique sacrificios.

Amar como Jesús no es un sentimiento romántico, es una decisión valiente. Es amar incluso cuando no hay agradecimiento, incluso cuando implica cargar cruces, soportar ofensas o romper el círculo del rencor. Pero es así como el mundo sabrá que pertenecemos a Cristo, no por lo que decimos, sino por cómo vivimos.

3. Demostremos nuestro amor fraterno con gestos visibles

A veces, la única “Biblia” que muchas personas leerán es nuestra conducta. Nuestras reuniones, nuestras asambleas, nuestras celebraciones deben ser espacios donde el amor fraterno se vea, se respire, se encarne. Cuando alguien entra en nuestra comunidad, debería poder decir: “Aquí hay personas que se alegran de verse, que se tratan con respeto, que se conocen por su nombre, que se acogen como familia”.

Nuestros invitados —y nosotros mismos— necesitamos experimentar una Iglesia que escucha, perdona, celebra, acompaña. No somos perfectos, y muchas veces nos fallamos mutuamente. Pero que nunca falte en nosotros la prontitud para reconciliarnos, la humildad para pedir perdón, la valentía para empezar de nuevo.

Solo así nuestras parroquias serán comunidades vivas, atractivas, donde el testimonio del amor sea más elocuente que mil palabras.

Un poco de humor para terminar...

Y como decía el sacerdote de aquella historia: “Coloquen esta cruz en la habitación donde más discuten y recordarán el mandamiento del amor… así discutirán menos”.

A lo que una mujer respondió sonriente: “Padre, mejor déme cinco cruces”.

Sí, todos necesitamos varias cruces… pero sobre todo necesitamos volver a mirar a Cristo crucificado, que nos amó hasta el extremo, y nos enseñó que el amor verdadero siempre implica entrega, perdón, paciencia y esperanza.

Con María, Madre del Amor, caminemos en comunión

Y no podemos concluir sin mirar a la Virgen María, que supo amar como nadie. Ella, que guardaba todo en su corazón, que acogió la vida con fe y se entregó sin reservas, es para nosotros modelo de amor fiel y generoso. Ella supo estar junto a su Hijo hasta la cruz, y permanece hoy junto a nosotros, enseñándonos a amar como Jesús.

Pidámosle hoy, en este domingo pascual, que nos enseñe a amar con el corazón de Cristo, a perdonar como Él perdonó, a servir como ella sirvió.

Santa María, Madre del Amor Hermoso, acompáñanos, intercede por nosotros. Que nuestras comunidades sean verdaderas escuelas de amor, y que todos, al vernos, puedan decir: “¡Miren cómo se aman!”

Amén.


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