El Tiempo de amar
“Amaos los unos a los
otros”.
Estas palabras nos resultan
tan familiares que ya no las cuestionamos. ¿Pero estamos tan seguros de ser
capaces de amar como Jesús nos invita a hacerlo?
En el texto de hoy, la llamada
al amor llega justo después del anuncio de la traición de Judas; La conexión
entre la historia de la traición y las palabras de Jesús deshace nuestras
certezas.
Consideremos el caso de Judas:
su trágica colaboración en la historia de Jesús demuestra que no fue capaz de
amar lo suficiente para superar lo que finalmente lo llevó a traicionar a su
amigo. El amor que recibió del mismo Jesús no fue suficiente para despertar en
él este sentimiento. Ese día, para Judas, el amor se volvió imposible.
Si después de la marcha de
Judas, Jesús comienza a hablar de amor a sus amigos, ¿no es porque percibe en
ellos tantos defectos y debilidades como en Judas? ¿No se da cuenta entonces de
lo difícil que es para nosotros amar?
Descubriendo que en cualquier
momento un amigo puede volverse contra otro amigo y entregarlo a la muerte,
Jesús deja este sencillo mensaje: sólo por el amor que demostremos seremos
reconocidos como sus discípulos. No por nuestros discursos ni por nuestros
valores, sino simplemente por nuestro amor hacia los demás sin prejuzgar su
identidad. Todo “otro” merece ser amado, incluso un Judas.
¿Qué temores dentro de mí podrían llevarme a rechazar el mensaje de Cristo,
a “traicionarlo”?
¿A quién me gustaría amar más en este momento, en mi comunidad, familia,
trabajo o en cualquier otro lugar?
Marie-Caroline Bustarret,
teóloga, profesora en las facultades de Loyola París
En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.
Palabra de Dios
R/. Bendeciré tu nombre por siempre jamás, Dios mío, mi rey.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pasado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: acamparé entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»
Y el que estaba sentado en el trono dijo: «Todo lo hago nuevo.»
Palabra de Dios
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.»
Palabra de Señor
✨ Homilía
– V Domingo de Pascua, Ciclo C
Lecturas:
- Primera lectura: Hechos de
los Apóstoles 14,21-27
- Segunda lectura: Apocalipsis
21,1-5a
- Evangelio: Juan
13,31-33a.34-35
Tema: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado»
📖
Introducción: “¿Es usted Jesús?”
Queridos hermanos y hermanas:
Una historia sencilla, pero profundamente
significativa, nos puede ayudar a entrar en la Palabra de hoy.
Se cuenta que un grupo de vendedores regresaba de
una convención. A toda prisa cruzaban el aeropuerto, cuando uno de ellos
accidentalmente volcó un puesto de manzanas atendido por una niña ciega.
Mientras todos corrían para no perder el vuelo, uno se detuvo. Regresó, recogió
las manzanas, separó las dañadas, ayudó a reorganizar el puesto y le dio a la
niña 40 dólares por los daños.
Cuando se alejaba, la niña, aún confundida por lo
ocurrido, lo llamó y le preguntó:
—Señor… ¿es usted Jesús?
Esa pregunta —¿eres tú Jesús?— nos interpela
profundamente hoy, cuando escuchamos a Cristo decirnos:
«Ámense los unos a los otros como yo los he amado» (Jn 13,34).
🕊️ 1. La
vocación al amor como centro de la vida cristiana
Hace poco celebramos el Domingo del Buen Pastor, y
reflexionamos sobre la vocación de entregar la vida como Jesús. Hoy, el
Evangelio nos lleva al corazón mismo de esa entrega: amar como Él ama.
Este es el mandamiento nuevo, no por ser desconocido, sino por la
profundidad con la que Jesús lo ha vivido y ahora nos lo propone como modelo.
Jesús no dice simplemente “ámanse”. Eso ya estaba
en la Ley. Él eleva el amor a una nueva dimensión: «como yo los he amado».
Es decir: con un amor sin condiciones, sin medida, sin reservas. Un amor que
perdona a los que lo traicionan, que lava los pies a los que lo van a negar,
que se entrega por quienes no lo merecen.
Este amor no es sentimentalismo. Es fuerza transformadora.
Por eso, la primera comunidad cristiana lo tomó tan en serio que, como decía
Tertuliano, los paganos exclamaban admirados: «¡Miren cómo se aman y cómo
están dispuestos a morir unos por otros!»
Y el historiador Harnack lo resumió así: «El
nuevo lenguaje de los cristianos era el del amor; pero no un lenguaje de
palabras, sino de acción y de poder».
🌿 2. El
amor que edifica y renueva todas las cosas
La segunda lectura, del Apocalipsis, nos habla de
la “nueva Jerusalén”, del cielo nuevo y la tierra nueva. ¿Cómo comienza ese
mundo nuevo? No con milagros visibles, sino con el testimonio cotidiano de un
amor fiel. Dice el texto: «He aquí que hago nuevas todas las cosas» (Ap
21,5a).
El amor que viene de Dios no solo consuela: crea
y recrea. Renueva familias, comunidades, sociedades enteras. Es un amor
que, como decía san Agustín, tiene manos, pies, ojos y oídos. Es
concreto, servicial, atento.
En la primera lectura, vemos a Pablo y Bernabé animando
a los discípulos a perseverar en la fe, recordándoles que “es necesario pasar
por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios” (Hch 14,22).
Ellos no anuncian un amor cómodo, sino uno que se prueba en la dificultad y el
sufrimiento.
✨ 3.
Historia intermedia: la cena de despedida
Hace años, en una entrevista después del 11 de
septiembre, se recopilaron los últimos mensajes que muchas personas dejaron a
sus seres queridos desde las torres. Ninguno hablaba de dinero, títulos o
poder. Todos decían: “Te amo”, “Gracias”, “Perdóname”, “Cuida
a los niños”.
Eso mismo ocurre en el Evangelio de hoy. Jesús, en
su última cena, no nos deja una doctrina compleja, sino un gesto de amor y
una palabra de despedida que es su testamento: “Ámense como yo los he
amado”. Porque cuando sentimos que se acaba el tiempo, solo el amor queda.
Y ese amor es lo que hace visible a Cristo en el
mundo. Cuando un cristiano ama de esta manera, es inevitable que alguien, como
aquella niña ciega, pregunte: ¿Eres tú Jesús?
🌟 4. Un
amor sin jerarquías ni exclusiones
En un mundo que suele clasificar a quién se debe
amar más o primero, como si el amor fuera una lista de prioridades, la Iglesia,
como madre y maestra, nos recuerda hoy —como lo dijo el cardenal Robert
Prevost, ahora Papa León XIV— que el amor cristiano no se clasifica, se
entrega.
Jesús no amó más a Pedro que a Juan, ni a su madre
más que a la viuda de Naín. Su amor era total. Y ese es el modelo al que
aspiramos. Un amor que no se rinde, que no se cansa, que “todo lo espera, todo
lo soporta, todo lo perdona”, como dice san Pablo (1 Cor 13,4-7).
🕯️
Conclusión: El amor como ofrenda
Amar así nos cuesta. Nos saca de la comodidad, nos
exige tiempo, entrega, paciencia. Pero es en ese amor donde encontramos sentido
y plenitud. Como decía san Pablo: «Estoy a punto de ser derramado como una
ofrenda» (2 Tim 4,6). Esa es la vocación fundamental de cada cristiano: ser
libación de amor sobre el altar del mundo.
🙏 Oración
conclusiva con intercesión mariana
Queridos hermanos y hermanas:
Pidamos hoy al Señor que nos conceda la gracia
de amar como Él: sin medida, sin condición, sin temor. Que nuestro
testimonio en este mundo sea tan auténtico, que quienes nos vean, puedan decir:
“Ahí está Jesús, amando en ese rostro humano.”
Y para ello, invoquemos también la intercesión de
María, Madre del Amor Hermoso.
Ella supo amar hasta el pie de la cruz. Ella guardó todas las palabras de Jesús
en su corazón. Que ella nos enseñe a vivir este mandamiento nuevo con fidelidad
y ternura.
Virgen
María, Madre del Amor Verdadero,
enséñanos a amar como tu Hijo nos ha amado.
Danos un corazón dispuesto a servir,
a perdonar, a entregarse sin medida.
Haznos instrumentos del amor del Padre
en medio de un mundo herido.
Acompáñanos en cada paso,
para que nuestras manos sean como las tuyas,
nuestras palabras como las tuyas,
y nuestra vida como la de Jesús.
Amén.
Ver
la muerte con los ojos de Dios
📖 Evangelio:
Juan 13,31-35
Queridos
hermanos y hermanas:
Si
esta vida —con sus alegrías, dolores, trabajos y sueños— fuera todo lo que
existe, entonces sí, la
muerte sería nuestro peor enemigo. El final más temido, la
sombra que se cierne sobre todo lo que amamos.
Pero nosotros, los creyentes, sabemos
que no es así.
Sabemos —por la fe— que la
vida aquí es solo el comienzo, apenas un soplo, una chispa, una
gota en el océano infinito de la eternidad.
Nuestra existencia no termina con la muerte: la atraviesa. Y más aún, se transfigura.
Sí,
es cierto, la muerte de un ser querido nos duele. Y cuando nos toca mirar de
frente nuestra propia muerte, nos asaltan el miedo, las dudas, las preguntas.
Eso es humano, y no está mal.
Pero si creemos de verdad que el
Hijo de Dios aceptó morir, no por necesidad, sino por amor…
entonces también nosotros estamos llamados a mirar la muerte de otra manera.
✝️ 1. La hora de la glorificación
El
Evangelio de hoy nos muestra a Jesús hablando de su muerte como el momento de su glorificación:
«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es
glorificado en él»
(Jn 13,31).
Esas palabras no las dice en medio de una victoria, ni en la Resurrección.
¡No! ¡Las pronuncia justo después de que Judas se ha levantado para
traicionarlo!
Desde
la lógica humana, esto es incomprensible.
¿Traición, sufrimiento, injusticia… como momento de gloria?
Pero desde la lógica de Dios, la
cruz no es derrota, sino ofrenda.
No es vergüenza, sino amor
en su forma más pura.
No es el final, sino el
comienzo glorioso.
La
muerte de Jesús, desde los ojos del mundo, fue una tragedia.
Pero desde los ojos del Padre, fue el acto supremo de amor que reconcilia al
mundo.
Jesús glorificó al Padre porque
lo amó hasta el extremo.
Y por eso, el Padre glorificó al Hijo con la Resurrección.
🌅 2. La vida después de la muerte… y la
vida antes de ella
Hoy seguimos
celebrando la Pascua. Y al hacerlo, miramos
más allá del dolor de la cruz para contemplar su fruto:
Cristo vive.
Cristo ha resucitado.
Cristo lleva en su cuerpo glorificado las heridas del amor… y esas heridas
glorifican al Padre.
La
Resurrección de Jesús lo
ha cambiado todo, incluso la forma en que vemos la muerte.
Ya no es un abismo, sino un
puente.
Ya no es derrota, sino transformación.
Y
si eso es verdad… entonces vale
la pena preguntarnos con sinceridad:
¿Para qué vivimos? ¿Cuáles son nuestras verdaderas metas?
¿Vivimos solo para obtener cosas, escalar puestos, acumular, aparentar?
¿O vivimos para amar,
servir, perdonar, construir, glorificar a Dios con nuestra vida?
🌿 3. Tu cruz es tu camino
Hermanos,
cada uno de nosotros lleva una cruz. Nadie está exento.
Pero no toda cruz es sufrimiento vacío. Tu
cruz es el modo concreto en que Dios te invita a amar.
Y no hay dos cruces iguales.
Para
uno será cuidar a un familiar enfermo.
Para otro, perdonar una herida que ha costado años.
Para otra persona, resistir la tentación del egoísmo, o cargar con una
enfermedad.
Para algunos, renunciar a algo legítimo por amor a alguien más.
Sea
cual sea tu cruz, no la
mires con resignación amarga. Mírala como Jesús miró la suya: con amor, con
obediencia, con esperanza.
La
cruz es el altar del amor.
Y en ella se revela la gloria de Dios.
Por eso san Pablo decía: “Estoy
a punto de ser derramado como una ofrenda…” (2 Tim 4,6).
¡Así debe ser nuestra vida también! No un simple sobrevivir, sino un vivir como don, como entrega,
como sacrificio de amor.
💡 4. La muerte como entrega… no como
final
Reflexiona
hoy sobre la muerte, sí. Pero no para asustarte.
Hazlo para prepararte
desde ahora para una muerte gloriosa… viviendo hoy con el
corazón lleno de amor.
Porque la mejor manera de
tener una buena muerte es vivir bien, vivir con sentido, vivir glorificando a Dios en
lo pequeño, en lo cotidiano, en lo concreto.
¿Quieres estar
listo para el día en que tu vida terrena termine?
Empieza hoy:
— con un gesto de perdón,
— con un acto de servicio silencioso,
— con una palabra de aliento a alguien solo,
— con una oración dicha con todo el corazón.
🙏 Conclusión: Oración confiada
Señor
Jesús,
tú transformaste la muerte en el camino hacia la gloria.
Tú hiciste de la cruz un trono de amor.
Enséñanos a ver la vida como tú la ves,
a descubrir en nuestras cruces el lugar donde podemos glorificar al Padre.
Ayúdanos a vivir amando, perdonando, sirviendo…
para que un día, cuando llegue nuestra hora,
podamos pasar de esta vida a la vida plena,
revestidos de tu luz,
sellados por tu amor.
Jesús,
en ti confiamos.
María, Madre de la
Esperanza,
acompáñanos en nuestro
caminar.
Enséñanos a vivir con el
corazón en el cielo,
y los pies firmes en el
servicio aquí en la tierra.
Amén.
“En esto conocerán todos que son discípulos míos: si se aman los unos a los
otros”
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy Jesús nos entrega un mensaje claro, profundo y
desafiante: el amor mutuo es la señal auténtica del discípulo cristiano.
No bastan las apariencias externas, ni los ritos, ni siquiera la buena voluntad
ocasional. Lo que realmente nos identifica como seguidores del Señor es el amor
concreto, visible, comprometido con los demás, especialmente con los que más lo
necesitan. Por eso, hoy quiero proponerles tres mensajes de vida, tres caminos
prácticos para vivir este amor cristiano.
1. Aprendamos a amarnos a nosotros mismos para
poder amar a los demás
El mandamiento antiguo ya lo decía: “Amarás a tu
prójimo como a ti mismo” (Lev 19,18). Pero ¿cómo podremos amar
verdaderamente a los demás si no hemos aprendido a valorarnos, a cuidarnos, a
respetarnos? Vivimos en una cultura que con frecuencia devalúa la vida humana y
glorifica el individualismo, el rendimiento, la apariencia. En ella, muchas
personas se sienten descartables, inútiles, no amadas ni amables. Vemos jóvenes
atrapados en adicciones, mujeres y niñas que se someten a estándares de belleza
inalcanzables, hombres y familias enteras destruidas por la sobre exigencia, la
competitividad o el vacío afectivo.
¿Cómo vamos a amar al prójimo si ni siquiera
creemos que nosotros merecemos amor? ¿Cómo mirar al otro con ternura si en
nuestro interior hay heridas, rechazo, desprecio o abandono? Aquí surge la gran
verdad del Evangelio: somos amados por Dios desde siempre y para siempre.
Él nos ha creado con amor, habita en nosotros por su Espíritu y nunca dejará de
llamarnos por nuestro nombre.
Cuando reconocemos que somos templos vivos del
Espíritu Santo, que nuestra dignidad es infinita porque fuimos redimidos
por Cristo, comenzamos a sanar. Aprendemos entonces que amarse sanamente no
es egoísmo, sino condición para abrirse al amor verdadero. Solo cuando nos
descubrimos amados por Dios, podemos salir al encuentro del otro sin exigir
nada a cambio, incluso cuando ese otro no puede devolvernos más que dolor,
heridas o rechazo. Solo el amor de Dios en nosotros hace posible un amor que
perdona, que reconstruye, que vence el mal con el bien.
Así, desde esta comunión con Dios, comienza a
nacer una nueva tierra y un nuevo cielo: relaciones restauradas, corazones
reconciliados, comunidades que sanan, una sociedad donde la vida vale más que
la apariencia, el poder o el dinero.
2. Amemos a los demás en la vida diaria, como Jesús
lo hizo
Jesús no amó solo con palabras o promesas: amó
con gestos concretos, con compasión profunda, con entrega total. Nos invita
a amar como Él, en lo cotidiano, en lo sencillo, en lo real. Amar al estilo de
Jesús es:
- Escuchar
con atención,
especialmente a quienes nadie escucha.
- Compartir
lo que tenemos,
aunque parezca poco.
- Consolar
al que llora,
proteger al débil, defender al vulnerable.
- Servir
con generosidad,
incluso en los detalles más pequeños y escondidos.
- Perdonar
en vez de condenar, corregir con amor en lugar de juzgar con dureza.
- Responder
al llamado de Dios, siguiendo el camino de Jesús, aunque implique sacrificios.
Amar como Jesús no es un sentimiento romántico,
es una decisión valiente. Es amar incluso cuando no hay agradecimiento, incluso
cuando implica cargar cruces, soportar ofensas o romper el círculo del rencor.
Pero es así como el mundo sabrá que pertenecemos a Cristo, no por lo que
decimos, sino por cómo vivimos.
3. Demostremos nuestro amor fraterno con gestos
visibles
A veces, la única “Biblia” que muchas personas
leerán es nuestra conducta. Nuestras reuniones, nuestras asambleas, nuestras
celebraciones deben ser espacios donde el amor fraterno se vea, se respire,
se encarne. Cuando alguien entra en nuestra comunidad, debería poder decir: “Aquí
hay personas que se alegran de verse, que se tratan con respeto, que se conocen
por su nombre, que se acogen como familia”.
Nuestros invitados —y nosotros mismos— necesitamos
experimentar una Iglesia que escucha, perdona, celebra, acompaña. No
somos perfectos, y muchas veces nos fallamos mutuamente. Pero que nunca falte
en nosotros la prontitud para reconciliarnos, la humildad para pedir
perdón, la valentía para empezar de nuevo.
Solo así nuestras parroquias serán comunidades vivas, atractivas, donde el testimonio del amor sea más elocuente que mil palabras.
Un poco de humor para terminar...
Y como decía el sacerdote de aquella historia: “Coloquen
esta cruz en la habitación donde más discuten y recordarán el mandamiento del
amor… así discutirán menos”.
A lo que una mujer respondió sonriente: “Padre,
mejor déme cinco cruces”.
Sí, todos necesitamos varias cruces… pero sobre
todo necesitamos volver a mirar a Cristo crucificado, que nos amó hasta
el extremo, y nos enseñó que el amor verdadero siempre implica entrega,
perdón, paciencia y esperanza.
Con María, Madre del Amor, caminemos en comunión
Y no
podemos concluir sin mirar a la Virgen María, que supo amar como nadie.
Ella, que guardaba todo en su corazón, que acogió la vida con fe y se entregó
sin reservas, es para nosotros modelo de amor fiel y generoso. Ella supo
estar junto a su Hijo hasta la cruz, y permanece hoy junto a nosotros, enseñándonos
a amar como Jesús.
Pidámosle
hoy, en este domingo pascual, que nos enseñe a amar con el corazón de Cristo,
a perdonar como Él perdonó, a servir como ella sirvió.
Santa
María, Madre del Amor Hermoso, acompáñanos, intercede por nosotros. Que
nuestras comunidades sean verdaderas escuelas de amor, y que todos, al vernos,
puedan decir: “¡Miren cómo se aman!”
Amén.
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