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25 de mayo del 2025: sexto domingo de Pascua- ciclo C

 

“La casa de Dios”

Jesús prepara a los discípulos para su partida. Pronto, desaparecerá de su vista, pero su presencia habitará para siempre en sus corazones. El final del tiempo pascual está marcado por la Ascensión y Pentecostés. La paz y la alegría serán sus signos. Nuestra paz viene de Aquel que atravesó el sufrimiento y la muerte para alcanzarnos allí donde estamos. Proviene del Espíritu Santo que camina a nuestro lado. Nuestra alegría será ver al Hijo regresar al Padre. En Jesús, nuestro hermano, cada uno podrá compartir la intimidad del Padre.

«Si alguien me ama, guardará mi palabra; mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.»

El Éxodo ha terminado. Dios ya no está en la Tienda, caminando en medio del pueblo hacia la Tierra Prometida. Ya no está confinado en el Templo de Jerusalén, en el Santo de los santos, donde solo unos pocos podían entrar. Ahora el Señor habita en cada uno de nosotros. Pero para ello, debemos seguir la enseñanza de Jesús y atrevernos a amar.

Los discípulos de Jesús tuvieron esa audacia de comunicar la vida de Dios. Recibieron la fuerza de creer que nuestras vidas y nuestras comunidades se habían convertido en su santuario.
«El que ama no se cansa. Y si siente cansancio, ama incluso su cansancio», escribió san Agustín. Amar es entregarse a Dios y descansar en su verdad.

¿Cuáles son los encuentros y acontecimientos donde percibo la presencia de Dios en mi vida?

La paz y la alegría no siempre reinan en nuestras relaciones humanas. ¿Cómo dejar que Dios se convierta en nuestra paz y nos enseñe a amar?

Vincent Leclercq, prêtre assomptionniste

 


Primera lectura

Hch 15,1-2.22-29
Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables.

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles


EN aquellos días, unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban conforme al uso de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más de entre ellos subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre esta controversia.
Entonces los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir a algunos de ellos para mandarlos a Antioquía
con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas llamado Barsabás y a Silas, miembros eminentes entre los hermanos, y enviaron por medio de ellos esta carta: 
«Los apóstoles y los presbíteros hermanos saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia provenientes de la gentilidad. Habiéndonos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, los han alborotado con sus palabras, desconcertando
sus ánimos, hemos decidido, por unanimidad, elegir a algunos y enviárselos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, hombres que han entregado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Les mandamos, pues, a Silas y a Judas, que les referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables: que se abstengan de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Harán bien en apartarse de todo esto. Saludos».


Palabra de Dios



Salmo

Sal 67(66),2-3.5. 6 y 8 

R. Oh, Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

O bien:

 

Aleluya.

V. Que Dios tenga piedad y nos bendiga,
ilumine su rostro sobre nosotros;
conozca la tierra tus caminos,
todos los pueblos tu salvación. 
R.

V. Que canten de alegría las naciones,
porque riges el mundo con justicia
y gobiernas las naciones de la tierra. 
R.

V. Oh, Dios, que te alaben los pueblos,
que todos los pueblos te alaben.
Que Dios nos bendiga; que le teman
todos los confines de la tierra.
 R.



Segunda lectura

Ap 21,10-14.22-23

Me mostró la ciudad santa que descendía del cielo

Lectura del libro del Apocalipsis.

EL ángel me llevó en espíritu a un monte grande y elevado, y me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, y tenía la gloria de Dios; su resplandor era semejante a una piedra muy preciosa, como piedra de jaspe cristalino.
Tenía una muralla grande y elevada, tenía doce puertas y sobre las puertas doce ángeles y nombres grabados que son las doce tribus de Israel.
Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, al poniente tres puertas, y la muralla de la ciudad tenía doce cimientos y sobre ellos los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y en ella no vi santuario, pues el Señor, Dios todopoderoso, es su santuario, y también el Cordero.
Y la ciudad no necesita del sol ni de la luna que la alumbre, pues la gloria del Señor la ilumina, y su lámpara es el Cordero.

Palabra de Dios.



Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. El que me ama guardará mi palabra -dice el Señor-, y mi Padre lo amará, y vendremos a él. R.



Evangelio

Jn 14,23-29

El Espíritu Santo les irá recordando todo lo que les he dicho

Lectura del santo Evangelio según san Juan.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Les he hablado de esto ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien se lo enseñe todo y les vaya recordando todo lo que les he dicho.
La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe su corazón ni se acobarde. Me han oído decir: “Me voy y vuelvo al lado de ustedes”. Si me amaran, se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Se lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean».


Palabra del Señor.

 


A guisa de introducción:

La Energía Espiritual: Fuerza del Espíritu Santo en el corazón del creyente


1. Las energías del mundo material

Vivimos en un mundo movido por diversas formas de energía. La ciencia ha identificado y clasificado al menos cuatro grandes tipos:

  • Energía natural: Es la que brota de la creación. La vemos en el viento que mueve las hojas, en el agua que corre por los ríos, en el fuego que da calor y transforma. Incluye también las energías presentes en los vegetales, los animales y en el ser humano, quien, a través de su cuerpo, corazón y espíritu, puede expresar y transformar el mundo.
  • Energía mecánica: Generada por la reacción de elementos físicos como el vapor, el agua a presión, la gasolina o el gas. Esta energía mueve máquinas, vehículos, industrias.
  • Energía eléctrica y electrónica: Hoy esencial en la vida moderna. Ilumina nuestras casas, alimenta nuestros dispositivos, conecta continentes a través de las redes.
  • Energía atómica: Potente y peligrosa si se mal utiliza. Esta energía, contenida en los átomos, es capaz de generar grandes beneficios o grandes desastres.

2. La energía espiritual: un don de lo alto

Pero hay una energía que no es visible ni mensurable con instrumentos humanos: la energía espiritual.

No es material, pero es real. No la vemos, pero la sentimos. No la fabricamos, pero la recibimos. Es una fuerza que mueve el corazón, eleva la voluntad, fortalece el espíritu y transforma el mundo desde dentro.

La energía espiritual:

  • Nos impulsa a amar incluso cuando hay razones para odiar.
  • Nos mueve a perdonar cuando todo clama por venganza.
  • Nos da fuerzas cuando las fuerzas físicas fallan.
  • Nos hace capaces de esperar aún en medio del dolor.

Es la fuerza del Espíritu Santo, derramada en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), que actúa por medio de la fe de los creyentes.

3. Frutos de la energía espiritual

Cuando oramos al Espíritu Santo, algo nuevo sucede en nosotros. Recibimos una energía divina, que:

  • Ilumina la inteligencia, haciéndonos recordar y comprender la Palabra de Dios.
  • Fortalece la voluntad, para que podamos vivir esa Palabra en lo concreto de nuestra vida.
  • Transforma nuestro corazón, haciéndonos morada del mismo Dios.
  • Colma nuestro ser de paz, no como la da el mundo, sino como la da Cristo (cf. Jn 14,27).
  • Nos llena de alegría y amor, frutos del Espíritu (cf. Gál 5,22).

Cuando vivimos animados por esta energía espiritual, nos convertimos en testigos luminosos del Evangelio, canales de gracia, sembradores de esperanza en medio de un mundo fatigado y muchas veces sin rumbo.


Conclusión

Así como el mundo necesita energías materiales para funcionar, el alma necesita la energía del Espíritu para vivir plenamente. Que el Espíritu Santo nos conceda esta fuerza espiritual cada día, para que podamos avanzar por los caminos del Evangelio con esperanza, fidelidad y amor.

Ven, Espíritu Santo, y enciende en nosotros el fuego de tu amor.

 

***********


Aproximación psicológica-pastoral al evangelio

EVANGELIO Y PSICOLOGÍA DEL CAMINO INTERIOR: UN PROGRAMA DE CRECIMIENTO

“La paz les dejo, mi paz les doy… No se turbe su corazón ni sea cobarde” (cf. Jn 14, 27)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos deja algo más que palabras: nos ofrece un programa integral de maduración espiritual. Nos habla de paz, fe, amor, fidelidad y libertad. Pero no como metas ya logradas, sino como procesos en construcción, como realidades que deben madurarse con el tiempo, en la historia concreta de cada creyente.

Como afirma San Pablo:

“Cristo nos ha liberado para que vivamos en libertad. No se sometan otra vez al yugo de esclavitud” (Gál 5,1).

1. La fe: un camino más que una certeza

Jesús nos deja su Palabra, pero nos recuerda que esta necesita ser escuchada, entendida y creída a lo largo del tiempo. Él mismo dice: “cuando esto suceda, creerán”. La fe no es simplemente un acto puntual, sino una experiencia en evolución, un encuentro progresivo con la verdad de Dios en los eventos de la vida. En lenguaje psicológico, podríamos decir que la fe madura a medida que se integra emocional y racionalmente, cuando el creyente relee su vida a la luz del Espíritu y descubre el sentido que antes le resultaba oculto.

2. La fidelidad: del afecto al compromiso

Jesús insiste: “El que me ama guardará mi palabra”. La fidelidad, como la fe, no es automática. Requiere un esfuerzo consciente de comprensión, recuerdo, y finalmente, de práctica. Aquí se muestra un paso decisivo en el crecimiento humano: pasar del afecto inicial a la acción sostenida. En términos de madurez psicológica, esto implica integrar la palabra en el comportamiento, es decir, vivir lo que se cree, y ser coherente en todas las dimensiones del ser.

3. La paz: más que ausencia de conflicto

Cristo promete su paz, pero la ofrece en medio del miedo, de la inquietud, del desconcierto. Esta paz no es evasiva ni frágil, sino que brota de un proceso interior profundo: es el fruto de una vida en orden, armonizada por dentro, en relación consigo mismo, con los demás y con Dios.
Es la paz que experimentan quienes han aprendido a distinguir entre lo esencial y lo pasajero, y han unificado sus deseos con los de Dios.

Psicológicamente, esta paz representa una autorregulación emocional sana, nacida de una confianza profunda en el amor divino. No niega los conflictos, pero los abraza desde la esperanza.

4. El amor: el gran dinamismo transformador

El amor que Jesús propone no es espontaneísmo afectivo. Es una fuerza de comunión, un proceso de apertura a Dios y al otro, una opción radical que implica darse por entero. “Vendremos a él y haremos morada en él”, dice el Señor. Es un amor que construye vínculos duraderos, que transforma al creyente en morada de la Trinidad.

Aquí el amor deja de ser emoción para convertirse en relación transformadora: unión libre, comprometida y progresiva, como lo sería en una psicología del apego saludable, donde el amor madura y fortalece sin dominar ni desaparecer.

5. La libertad: una conquista diaria

Así como la fe y la fidelidad se construyen, también la libertad cristiana es un proceso de crecimiento, no una condición estática. Ser verdaderamente libres implica liberarse de los automatismos, del miedo, de la esclavitud del ego. Y esto se da poco a poco, bajo la guía del Espíritu, que nos hace recordar lo que Jesús dijo y vivirlo en nuestra historia concreta.

La libertad cristiana, psicológicamente hablando, es madurez: capacidad de elegir lo bueno incluso cuando cuesta, de amar con libertad y no por necesidad o compulsión.


Conclusión: una sola realidad, cinco rostros

Todo esto nos conduce a una convicción: cuando el creyente madura en su proceso interior, cuando se deja trabajar por el Espíritu y reconfigura su existencia desde la Palabra, llega un momento en que FE, AMOR, FIDELIDAD, PAZ Y LIBERTAD dejan de ser dimensiones separadas y se convierten en una sola experiencia vital:

la comunión con Dios.

Entonces sí, como dice Jesús, la Trinidad habita en nosotros:

  • El Padre nos sostiene,
  • El Hijo nos enseña,
  • El Espíritu nos transforma desde adentro.

Y el alma, unificada, ya no se dispersa entre emociones superficiales, dudas vacilantes o compromisos inconsistentes, sino que late al ritmo del Evangelio.


Propuesta de contemplación para esta semana:

¿En qué momento de tu vida espiritual sientes que estás?
¿Estás comenzando a descubrir la fe?
¿Necesitas madurar en la fidelidad?
¿Anhelas una paz interior más profunda?
¿Quieres amar mejor?
¿Buscas vivir con libertad?

Pide al Espíritu Santo que te enseñe a leer tu historia, y deja que la Palabra de Cristo te ilumine desde dentro.

(Reflexión basada en las disertaciones del evangelio, por Jean-Luc-Hétu, psicólogo canadiense)


Homilía 1


“Haremos morada en él”



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Seguimos caminando en este tiempo pascual como Peregrinos de la Esperanza, iluminados por el Resucitado que nos abre el camino hacia la verdadera vida. Hoy la Palabra de Dios nos habla de una presencia nueva y transformadora, de una paz verdadera, de un Dios que ya no habita en lugares lejanos o inaccesibles, sino en lo más íntimo del corazón humano.

1. La morada de Dios está en nosotros

El Evangelio de san Juan nos ofrece hoy una de las promesas más íntimas y bellas de Jesús:

“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14, 23)

Este versículo nos revela que Dios no desea sólo ser adorado en templos de piedra, sino en el templo vivo del corazón humano. Ya no es necesario peregrinar al antiguo Santuario de Jerusalén ni levantar tiendas en el desierto. Ahora, por la acción del Espíritu Santo, el corazón del creyente se convierte en casa, en morada de la Trinidad.

Esto nos habla de una Iglesia viva y sinodal, como lo comprendieron los apóstoles en el Concilio de Jerusalén (Hech 15), al decidir no imponer cargas innecesarias a los gentiles. Es el Espíritu Santo quien los guía y abre nuevas moradas para el Evangelio. También en nuestro Vicariato, Dios desea morar en nuestras comunidades afrodescendientes, raizales, migrantes, isleñas y continentales, donde el amor sea la norma, y no la ley por la ley.

2. Una paz que no es del mundo

Jesús también nos deja su paz, esa paz que “no es como la del mundo” (Jn 14, 27). No es evasión ni ausencia de conflictos, sino una paz que nace del amor profundo y confiado, incluso en medio de las tormentas.

En este Año Jubilar, cuando muchos buscan sentido y dirección, el Señor nos recuerda que la verdadera paz no se encuentra en el tener, sino en el ser habitados por Él. Él es el que atraviesa con nosotros el dolor, la enfermedad, el abandono. También aquí, en nuestras islas, donde la pobreza, la migración, la falta de oportunidades y los conflictos sociales pueden sembrar desesperanza, el Espíritu nos susurra: “No se turbe su corazón.”

3. La alegría de ver al Hijo con el Padre

Jesús anuncia su partida con una serena alegría. Regresa al Padre, pero no nos deja huérfanos. El Espíritu Santo, el Paráclito, viene a enseñarnos, a recordarnos todo lo que Él nos dijo.

Así como María guardaba en su corazón todo lo que vivía junto a su Hijo, también nosotros estamos llamados a cultivar la interioridad, a reconocer las huellas de Dios en nuestra vida. ¿Cuándo fue la última vez que sentiste su presencia en un gesto sencillo, en un rostro amigo, en una Palabra, leída con fe?

La Virgen María, estrella del mar, patrona de los caminantes, nos enseña a vivir con un corazón en escucha, disponible para el amor y abierto al Espíritu. Ella, primera morada de Cristo, nos acompaña en este mes de mayo a abrir nuestra casa a Dios.

4. Comunidades como santuarios vivos

La segunda lectura, del Apocalipsis, nos habla de la Jerusalén celestial, donde ya no hay templo porque el Cordero mismo es su santuario. Esto es lo que estamos llamados a construir: comunidades que ya no necesitan adornos exteriores, sino corazones inflamados de amor.

San Agustín decía: “El que ama no se cansa. Y si se cansa, ama incluso su cansancio.” En nuestras parroquias, en la emisora comunitaria, en las pequeñas comunidades eclesiales de base, en los grupos juveniles o de mujeres, en las visitas a los enfermos o en el servicio pastoral, Dios está haciendo su morada.


🙏 Invitación final

Querida comunidad del Vicariato Apostólico, en este Año Jubilar de la Esperanza, seamos casa para Dios. No temamos amar, aunque duela. No temamos servir, aunque canse. La paz y la alegría que Él nos da superan toda fatiga.

Pidamos a María, Nuestra Señora del Rosario y de los Caminos, que nos ayude a ser fieles a la Palabra de su Hijo, para que Dios Padre y su Espíritu puedan habitar en nosotros.

Que el Resucitado, que vive en cada rincón de nuestra isla, nos transforme en morada suya, en faro de esperanza y en casa de reconciliación para todos. Amén.

 

2


"La paz os dejo, las paz os doy"


Queridos hermanos y hermanas:

Nos acercamos al final del tiempo pascual y la liturgia de este VI Domingo de Pascua nos conduce a contemplar el rostro de la Iglesia naciente, su camino de discernimiento, la promesa del Espíritu Santo y la paz como don pascual.

En el centro del Evangelio de hoy, Jesús pronuncia estas palabras tan necesarias para nuestro tiempo:

“La paz les dejo, mi paz les doy; no se la doy como la da el mundo. Que no se turbe su corazón ni sea cobarde.” (Jn 14,27)

Paz, fidelidad a la Palabra, presencia del Espíritu, discernimiento comunitario y la esperanza de la Jerusalén celestial se entrelazan hoy en las lecturas para enseñarnos cómo construir la morada de Dios en el corazón humano y en la comunidad eclesial.


🧭 1. Discernimiento: el Espíritu guía a la Iglesia (Hechos 15,1-2.22-29)

La primera lectura nos lleva al Concilio de Jerusalén, un momento decisivo en la historia de la Iglesia primitiva. Se había generado una gran tensión: ¿los cristianos de origen pagano debían cumplir la Ley de Moisés para ser salvos?

La solución no vino de una votación democrática ni de la imposición de un grupo sobre otro, sino de un proceso espiritual y sinodal, guiado por el Espíritu Santo. Por eso pueden decir con profunda fe:

“Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros…” (Hch 15,28)

¡Qué expresión tan poderosa y actual! También hoy, en medio de las tensiones del mundo y de la Iglesia, estamos llamados a discernir juntos, no con ideologías, sino con docilidad al Espíritu Santo, que guía, consuela y fortalece.


📖 2. Fidelidad y presencia: guardar la Palabra (Juan 14,23-29)

Jesús no pide simplemente obediencia exterior, sino una relación íntima:

“Si alguien me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.” (Jn 14,23)

Guardar su Palabra es más que memorizarla: es abrazarla, vivirla, dejar que transforme nuestros pensamientos y acciones. Como la abuela que tejía escuchando el Evangelio, y decía: “Cada vez, la Palabra se teje distinto en mi corazón.”

Y el Señor promete entonces hacer su morada en nosotros. ¿No es eso lo que anhelamos? Ser morada viva de Dios. Que nuestro corazón, nuestras familias y comunidades sean casa de Dios, tierra de paz, lugar de encuentro y reconciliación.


🕊3. La paz de Cristo: distinta a la del mundo

Jesús aclara: “No les doy la paz como la da el mundo.”
¿Cuál es esa paz del mundo? Muchas veces es solo ausencia de conflicto superficial, basada en el silencio del miedo o en el control social. Pero la paz de Cristo es ardiente, como el fuego de Pentecostés: transforma, libera, consuela, no destruye.

La paz que da Cristo no se basa en que todo esté bien afuera, sino en que Dios esté presente dentro.

Como decía un sabio campesino: “La paz de Dios es como una lámpara encendida en medio de la tormenta. Puede que haya viento, pero la luz no se apaga.”


🏠 4. La familia: escuela de paz verdadera

El Espíritu Santo no solo habla en los concilios, sino también en las cocinas humildes, en los patios donde los niños aprenden a compartir, en los gestos de perdón entre esposos, padres e hijos.

La paz comienza en la familia cuando allí se vive la verdad, el respeto, la responsabilidad, la fe, cuando aprendemos no solo a reclamar derechos, sino a asumir deberes, a resolver conflictos sin violencia.

Una familia que ora unida, que escucha la Palabra, que se reconcilia… es un taller de Evangelio.


🌅 5. Una ciudad sin templo: la visión de Apocalipsis (Ap 21,10-14.22-23)

La segunda lectura nos presenta la Jerusalén celestial, figura de la Iglesia gloriosa. Lo más llamativo es que no hay templo, porque el Señor mismo es su templo, y el Cordero su luz.

¡Qué hermoso! Donde Dios habita plenamente, ya no se necesita mediación, porque Él lo es todo: templo, luz, presencia.

Esto nos habla de nuestra meta final, pero también del camino de la fe: mientras caminamos en la historia, construyamos comunidades que reflejen esta luz, donde Dios sea el centro, y donde ya no haya oscuridad de odio, de mentira ni de muerte.


🌹 6. María, Reina de la Paz

Y no podemos concluir sin recordar que este mes de mayo lo vivimos de la mano de María. Ella es la mujer que guardó la Palabra, que vivió en paz aún bajo la cruz, y que acompañó a la Iglesia naciente en el Cenáculo.

San Pablo VI dijo de ella:

“María ofrece al hombre contemporáneo la victoria de la comunión sobre la soledad, de la paz sobre la turbación, de la vida sobre la muerte.”

A ella encomendamos nuestras familias, nuestras comunidades, nuestro país y al mundo entero, tantas veces confundido entre paz aparente y guerra solapada.


🙏 Conclusión

Queridos hermanos:

Hoy el Señor nos invita a ser:

·        Morada de su presencia, guardando su Palabra con amor.

·        Constructores de paz verdadera, con la luz del Espíritu Santo.

·        Familias firmes y reconciliadas, que testimonien el Evangelio en lo cotidiano.

·        Comunidades discernientes, donde se escuche al Espíritu más que a las pasiones.

·        Iglesia luminosa, reflejo de la Jerusalén celestial, donde Dios lo sea todo.

Y que en este caminar pascual, María, Reina de la Paz, camine con nosotros como Madre, modelo y compañera.

Amén.




REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS:


prionseneglise.ca

1.  HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.




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