17 de junio del 2023: El Inmaculado Corazón de Santa María Virgen
Desde el siglo XVII, bajo la influencia de San Juan Eudes,
se veneran los corazones de Jesús y María en un solo acto de piedad. En la
medalla acuñada sobre las indicaciones de la Virgen dirigiéndose a Catalina
Labouré, dos corazones, el del Hijo rodeado de una corona de espinas, el de la
Madre, atravesado por una espada. Un solo pulso los anima: laten al ritmo
del amor. Escuchemos este poderoso eco de la misericordia del Padre. ■
Benito de la Cruz, Cisterciense
Entonces el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías, hijo del sacerdote Joadá, que, erguido ante el pueblo, les dijo:
«Así dice Dios: “¿Por qué quebrantáis los mandamientos del Señor? ¡No tendréis éxito! Por haber abandonado al Señor, él os abandonará”».
Pero conspiraron contra él y, por mandato del rey, lo apedrearon en el atrio del templo del Señor. El rey Joás, olvidándose del amor que le profesaba Joadá, mató al hijo de este, que murió diciendo:
«¡Que lo vea el Señor y lo demande!».
Al cabo de un año, un ejército de Siria se dirigió contra Joás, invadió Judá y Jerusalén, mató a todos los jefes del pueblo y envió todo el botín al rey de Damasco. El ejército de Siria contaba con poca gente, el Señor le entregó un ejército enorme, por haber abandonado al Señor, Dios de sus padres. Así se hizo justicia con Joás.
Al marcharse los sirios, dejándolo con múltiples dolencias, sus servidores conspiraron contra él para vengar al hijo del sacerdote Joadá.
Hirieron a Joás en la cama y murió.
Fue sepultado en la Ciudad de David, pero no en el panteón real.
jurando a David, mi siervo:
Te fundaré un linaje perpetuo,
edificaré tu trono para todas las edades. R/.
y mi alianza con él será estable.
Le daré una posteridad perpetua
y un trono duradero como el cielo. R/.
y no siguen mis mandamientos,
si profanan mis preceptos
y no guardan mis mandatos. R/.
y a latigazos sus culpas.
Pero no les retiraré mi favor
ni desmentiré mi fidelidad. R/.
Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?»
Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón.
Palabra del Señor
La carne se hizo verbo
Como a la sombra de la solemnidad del Corazón de Jesús, la Iglesia coloca el recuerdo (la memoria obligatoria) del Corazón inmaculado de María. Sí, realmente, es obligado recordar y contemplar el Corazón de María tras haber considerado el significado del Corazón de Jesús. Porque, si el Verbo se hizo carne, y recibió así un corazón de carne, María es la carne del Verbo, aquella de la que el Verbo del Eterno Padre tomó su carne mortal.
Dice el Evangelio de Juan, y lo repetimos al
rezar el Ángelus, “el Verbo se hizo carne”. Pero es que esa carne humana y
mortal en la que se encarnó el Verbo eterno de Dios es una carne concreta,
personal, con rostro y con nombre: la carne de María. De ahí que, en ella,
podemos también decir que “la carne se hizo Verbo”.
Por eso, también del Corazón de María tenemos los cristianos mucho que aprender.
Del Corazón manso y humilde de Jesús recibimos la revelación de la sabiduría del amor. Del Corazón de María aprendemos a aceptar y asimilar esa sabiduría. Porque ese aprendizaje no es cosa fácil. No todo está claro desde el principio. No nos creamos tan listos: no todo lo entendemos de una vez y a la primera. La sabiduría del amor va al centro de nuestro ser, a sus estratos más profundos, y esto exige un proceso que no está exento de dificultades, de incertezas y de angustias.
En nuestro caso, porque, además, existen determinadas resistencias y cerrazones. Somos con frecuencia como el hijo aquél que decía “Sí, voy”, pero después no iba (cf. Mt 21, 2-32): profesamos la fe con ortodoxia, pero no siempre nos lo creemos del todo, y, desde luego, muchas veces no actuamos en consecuencia. Para llegar a entender de verdad, de corazón y no sólo teóricamente, se requiere paciencia y perseverancia. Y en esto María es para nosotros maestra de vida cristiana.
En ella no había resistencia alguna, su “fiat” es completo e incondicional. Pero también ella tiene que hacer ese proceso de fe en el que no todo está claro de entrada. También ella pierde de vista a Jesús, siente la angustia de una búsqueda que no da fruto inmediato (los tres días de búsqueda nos hablan, de hecho, de los tres días que van de la muerte a la resurrección), también ella escucha de Jesús cosas que no le resultan claras… Pero, en vez de hacer lo que solemos hacer nosotros, “interpretar” según nuestro leal saber y entender, tratando de domar la Palabra, María “conservaba todo en su corazón”, dejando con paciencia y confianza, con fe verdadera, que la Palabra madurara, que penetrara hasta esas profundidades del alma en las que sólo es posible una comprensión a su tiempo y completa.
Así es el corazón humilde, el corazón
abierto, el corazón que ama, el corazón de madre, el Corazón Inmaculado de
María. Si hemos de imitar a Jesús, el manso y humilde de corazón, ¿no habremos
de imitar también a aquella de la que ese corazón tomó su carne?
José M. Vegas cmf
Reflexión del Evangelio de hoy
Ayer conmemorábamos el Sagrado Corazón de Jesús. Hoy recordamos y conmemoramos el Corazón de su Madre. Siempre que se habla del corazón surge en todos, la realidad compleja y rica de los sentimientos. Hoy recordamos ese Corazón maternal donde están los mejores sentimientos de María hacia nosotros, sus hijos.
La muerte de Cristo nos ha reconciliado a todos con Dios
El texto de Pablo que nos presenta hoy la liturgia, es una invitación a caer en la cuenta de que la muerte de Cristo, - “uno por todos”-, nos ha reconciliado con Dios y ha traído a nuestra vida un perfil propio de personas rescatadas para Dios con la sangre de su Hijo.
Para todo creyente este texto nos invita sacar consecuencias de este hecho. El primero es la necesidad de seguir el ejemplo de quien dio la vida por nosotros. Su modo de obrar nos ha de incitar a seguir sus “mismos pasos, no viviendo ya para nosotros, sino para Aquel que dio la vida por nosotros”. Somos criaturas nuevas que hemos de reflejar un nuevo modo de estar sobre esta tierra, un estilo de vida, que remite al ejemplo de Cristo.
Dios nos ha reconciliado en Cristo y en esta reconciliación no tuvo en cuenta nuestro pecado. La Iglesia es la comunidad donde se realiza la manifestación de la reconciliación a través de Cristo y, al mismo tiempo, de servicio en esa reconciliación.
De todo ello surge un nuevo modo de mirar a los demás, “no con criterios humanos”, propios de las categorías del mundo. Para el creyente toda persona es beneficiaria de la Sangre derramada por Cristo y en ella se ha de percibir a esa criatura nueva que subyace más allá de las apariencias.
La frase que define toda esta nueva realidad es que: “lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo”. Ese mundo nuevo nos sitúa en la reconciliación alcanzado por Cristo. De ahí surge nuestro compromiso de anunciarlo con nuestra vida. Al ser reconciliados con Dios, nos corresponde animar a otros para vivir conscientemente esa reconciliación. Somos nuevas criaturas. Nos convertimos así en embajadores de Cristo en esa responsabilidad de hacer partícipes a todos de nuestra condición.
¿Por qué me buscabais?
Sorprendente pregunta de Jesús. Sus padres “angustiados” y, al encontrarlo, le escuchan esa pregunta, hecha desde la serenidad y la seguridad de haber realizado lo que era su deber. Para Jesús está claro su cometido: “ocuparse de las cosas de su Padre”. Sus padres tendrían que ir asimilando entre sorpresas y desconciertos que ese Hijo, no seguía la pauta de los demás; tenía su propia pauta. Tenía muy claro su objetivo y cumpliría con su misión desde su adolescencia. El evangelio, pese a lo que todos desearíamos saber, no nos cuenta casi nada de sus años “ocultos”. Lo llena su vida “pública”, con sus parábolas, sus milagros, su predicación por Palestina. A todos nos hubiera gustado saber cuál era el tema que discutían Jesús y los doctores de la ley. No lo sabemos, pero el evangelio deja una nota muy significativa: “Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas”.
Volviendo a la pregunta de Jesús, podemos cuestionarnos cómo irían asimilando sus padres ese ir descubriendo la realidad profunda de su Hijo. Debió ser un proceso lento, desde el cual ellos irían descubriendo la presencia de Dios hecho hombre y entrarían en una nueva dinámica. Era un joven como los demás y, sin embargo, iba orientando su vida por caminos sorprendentes, sinuosos quizá para sus padres, que tenían que ver muy poco como lo que era común a los otros muchachos.
Su Madre guardaba todas estas cosas en su corazón
Toda la historia de María puede resumirse en estas pocas palabras. Lo que estaba viviendo no era contemplado pasivamente, no resbalaba por su vida. La iba marcando, a veces con dolor, otras con alegría, otras con incertidumbre. Por eso todo lo iba guardando con mimo dentro de sí misma. La riqueza de ese Corazón procedía de su condición de Madre de Dios experimentando el poder de la gracia en ella misma.
Es bueno recordar que el corazón, como lugar al que asociamos sentimientos, nos indica que vivir en cristiano no se puede reducir a un mero sometimiento a una ley o asentir a una doctrina o cumplir un ritual con el que deseamos honrar a Dios. Seguir a Jesús es mantener con Él una relación de amistad, de confianza, de fidelidad que marca la vida, impregnada de ese Jesús, Dios hecho hombre. Y eso tiene una relación muy directa con nuestros sentimientos.
El mejor modelo para todos es, sin duda, su Madre. Para el cristiano saber que esa Madre de Jesús es también Madre nuestra, es vivir desde la seguridad de que ese Corazón nos acompaña y, si somos fieles, nos ayudará a modelar el nuestro con sus mismos sentimientos que, al final, serán los que nos unan más a Jesús.
Tengamos hoy un recuerdo para los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Claretianos) que hoy celebran con especial relevancia a María bajo esta advocación.
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