6 de noviembre del 2023: lunes de la trigésima primera semana del tiempo ordinario

 (Lucas 14, 12-14) Al decirnos a quién invitar a nuestra mesa, Jesús cambia nuestros hábitos: “Invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos.» La razón es simple: “Porque no tienen nada que darte a cambio.» Esta prescripción es lo opuesto a las prácticas sociales en las que esperamos que otros devuelvan nuestras invitaciones. Traduce la actitud de Dios hacia nosotros: “Lo habéis recibido gratuitamente; dadlo gratuitamente” (Mt 10,8). 

Benedicta de la Cruz, cisterciense


(Romanos 11, 29-36) Dios nos ha querido libres, capaces de obedecer y desobedecer. Él sabe que el tiempo de la desobediencia es aquel donde tenemos más necesidad de su amor liberador. Dios no nos priva jamás de su cuidado y afecto.



Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11,29-36):

Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 68,30-31.33-34.36-37

R/.
 Que me escuche, Señor, tu gran bondad

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R/.

Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella.
 R/.



 Lectura del santo evangelio según san Lucas (14,12-14):

En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»

Palabra del Señor


1

El pago diferido

Las relaciones sociales se atienen con frecuencia al criterio de la reciprocidad: si yo te hago ahora un favor, espero que en su momento tú me lo retribuyas. El trueque y el intercambio se convierten con frecuencia en una regla que obstaculiza el camino de la gratuidad y la donación. Probablemente, los humanos procedemos de esa manera porque estamos moldeados por la idea de la justicia conmutativa que regula las relaciones entre individuos, intercambiando bienes de igual valor. Dios escapa a esa mentalidad, porque se conmueve profundamente al conocer el sufrimiento de sus hijos. Dios favorece generosamente a quienes más los necesitan; procediendo de esa manera, nos está estimulando a hacer otro tanto. Ayudar a los necesitados es una "buena inversión", porque ellos no pueden recompensarnos; sin embargo, ellos como predilectos de Dios serán nuestros anfitriones en la casa del Padre.

Evangelio:

Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
 Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.  ¡Feliz eres tú, porque ellos no tienen cómo retribuirtey así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".

Esto es todo un despropósito en nuestros días. Es seguro que muy pocos o casi nadie cumple al pie de la letra esta sugerencia de Jesús. Mismo en las culturas y los medios más pobres que la clase media occidental esto es una utopía (hablo por ejemplo en etnias africanas), pues siempre en las fiestas convocamos a la familia, los amigos, vecinos cercanos, de buena reputación o que tienen algo para darnos a cambio. Seguramente que ustedes como yo, cuando hemos sido anfitriones o nos han invitado a una prestigiosa fiesta hemos recordado este pasaje y nos  hemos sentido interpelados, cuestionados y bastante incómodos…pero la ventaja es que la preocupación pasa rápido en cuanto se pega la primera mordida al suculento pernil de pollo puesto sobre nuestro plato.

Lo que quiere decir en el fondo Jesús es que así seamos invitados a comer en un ambiente de ricos, de aristócratas y bien acomodados, no podemos dejarnos influir por las ideas injustas, egoístas (y con las cuales se asocia por tradición bíblica a los ricos. Por ejemplo el mensaje del profeta Oseas de cara a los ricos y a la riqueza es que toda riqueza es injusta, y que esta es amasada muchas veces a costa del sufrimiento y explotación de los pobres).

Jesús que estuvo sentado en la misma mesa con Nicodemo, Zaqueo, Simón el fariseo, y con el “patrón o anfitrión” al cual se alude en este pasaje…no se dejó influenciar ni moldear por ellos…Jesús asume su contacto con los ricos (encuentros, comidas, discusiones) sin dejarse contaminar por su visión de las cosas, sino al contrario permaneciendo en situación de ruptura ética con ellos.

El presente pasaje aparece como una magnifica ilustración de este fenómeno. Jesús está presto, listo a dejarse invitar, pero no a dejarse “embaucar” o comprometer” e ir en contra de sus principios. Si entra en cualquier parte, por más impresionantes que sean los lugares en cuanto al lujo y la brillantez y el prestigio de quienes lo acogen, Él no deja sus convicciones en la puerta. De una manera que aparece, con todo, civilizada, Jesús llega cuestionar  en el antro del establishment (grupo dominante, élite visible  que ostenta la autoridad)  como aquí (Él está acá  “En casa de uno de los jefes de los fariseos”!- v.1

Ciertas promociones, y  es triste reconocerlo!, son al mismo tiempo llamados a apoyar el pedal suave en las convicciones personales y las solidaridades sociales. Para avanzar, muy a menudo, es necesario consentir que se vuelva  simple la sal de mis convicciones, y poner bajo el celemín algunos de mis valores. Pero Jesús, por el contrario, no recula ni un ápice en eso que Él evalúa como sus solidaridades esenciales: los pobres, los estropeados, los cojos, los ciegos. Es como si Él dijera a su anfitrión: si tú me invitas, prepárate a invitarlos a ellos: yo no avanzo sin ellos!

Hay entonces aquí algo más que una exhortación moral al compartir. Tenemos el testimonio de un hombre que permanece siendo fiel a Él mismo en medio de personas que no piensan como Él, y que critica (se opone) claramente a ciertas prácticas de compartir egoísta en nombre de sus solidaridades primeras.


El cristiano no es aquel que privilegia vagamente ciertos valores teóricos, sino que es Aquel que permanece de pie-   muy a menudo, solo – en medio de personas que no ven las cosas como Él.


2

La recompensa de la gloria eterna




“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte…”

 

 Lucas 14:12–14

 

 

¿Nos está diciendo Jesús que es pecado invitar a amigos y familiares a una cena? Ciertamente no. 

Él nos está enseñando algo mucho más profundo. Organizar una cena para otros es bueno cuando nuestro motivo es el amor. Pero si el objetivo de la cena, o de cualquier otro acto de caridad, es la vanagloria, entonces la vanidad que conseguimos con tal acto es el pago que recibiremos. Lamentablemente, muchos buscan y obtienen el “pago” de la vanagloria de diversas maneras. La lección de Jesús nos enseña que nuestro único motivo para el bien que hacemos debe ser el motivo humilde y oculto del servicio amoroso.

Como resultado de la tentación del orgullo, fácilmente podemos encontrarnos excesivamente preocupados por lo que los demás piensan de nosotros. Organizar un almuerzo o una cena para amigos, familiares y vecinos ricos es simplemente una ilustración del pecado del orgullo en el trabajo. En este contexto, Jesús habla de una persona que realiza algún acto con el único propósito de construir su propia imagen y obtener elogios y halagos de los demás. Esta forma de “gloria” es verdaderamente vana en el sentido de que no sólo es inútil para el bien del alma, sino que también es dañina.

¿Por qué haces lo que haces? ¿Haces tus buenas acciones para que otros las vean y las elogien? ¿Haces todo lo posible para mostrarle a la gente lo bueno que eres? ¿Estás demasiado preocupado por las opiniones de los demás? Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es “sí”, entonces es posible que estés luchando contra el orgullo más de lo que crees.

Por el contrario, ¿estás contento con hacer alguna buena acción que está oculta a los ojos de los demás? ¿Puedes deleitarte únicamente en ayudar a los demás, incluso si nadie lo sabe? ¿Estás motivado a servir y dar de ti mismo por la exclusiva razón de que quieres marcar una diferencia en la vida de los demás? Esto es lo que Jesús quiere decir cuando dice que debéis ofrecer un banquete para los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos y todos los que no pueden pagaros. En otras palabras, cuando no puedes recibir la “recompensa” de la vanagloria, eso es bueno. Ese debe ser tu objetivo.

Reflexiona hoy sobre cuán fuerte es tu deseo de notoriedad. Considera algún escenario en el que trabajaste duro día y noche durante algún tiempo para hacer un buen trabajo. Imagínate que el buen trabajo lograra grandes beneficios para los demás. Luego imagina que nadie sabía que estabas detrás de ese buen trabajo y, por tanto, no recibiste gratitud ni reconocimiento. ¿Cómo te sentirías? Lo ideal sería que te alegraras por dos motivos. En primer lugar, te alegrarías de haber podido servir y marcar la diferencia. En segundo lugar, te alegrarías de que Dios, y sólo Dios, fuera consciente de tu acto de caridad. Cuando Dios ve nuestra bondad y servicio desinteresado, se pone en deuda con nosotros en cierto sentido. La “deuda” que Dios asume es Su gratitud y amor que nos expresa a través de las recompensas eternas que Él creó. Busca obtener estas recompensas eternas esforzándote por servir de la manera más oculta y humilde posible. Esas recompensas superan infinitamente las recompensas fugaces de la vanagloria.

Dios gloriosísimo, Tú viniste a la tierra para sufrir y morir. En ese acto de amor perfecto lograste el mayor bien jamás conocido. Ofreciste este santo servicio de amor de la manera más oculta y humilde. Como resultado, ahora eres glorificado para siempre. Ayúdame a compartir Tus actos de servicio humilde y oculto para que yo también pueda algún día compartir la gloria del Cielo. Jesús, en Ti confío.

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