6 de noviembre del 2023: lunes de la trigésima primera semana del tiempo ordinario
(Lucas 14, 12-14) Al decirnos a quién invitar a nuestra mesa, Jesús cambia nuestros hábitos: “Invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos.» La razón es simple: “Porque no tienen nada que darte a cambio.» Esta prescripción es lo opuesto a las prácticas sociales en las que esperamos que otros devuelvan nuestras invitaciones. Traduce la actitud de Dios hacia nosotros: “Lo habéis recibido gratuitamente; dadlo gratuitamente” (Mt 10,8).
Benedicta de la Cruz, cisterciense
Los dones y la llamada de Dios son irrevocables. Vosotros, en otro tiempo, erais rebeldes a Dios; pero ahora, al rebelarse ellos, habéis obtenido misericordia. Así también ellos, que ahora son rebeldes, con ocasión de la misericordia obtenida por vosotros, alcanzarán misericordia. Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. ¡Qué abismo de generosidad, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le ha dado primero, para que él le devuelva? Él es el origen, guía y meta del universo. A él la gloria por los siglos. Amén.
Palabra de Dios
R/. Que me escuche, Señor, tu gran bondad
Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R/.
Miradlo, los humildes, y alegraos,
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.
El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá,
y las habitarán en posesión.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella. R/.
En aquel tiempo, dijo Jesús a uno de los principales fariseos que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos.»
Palabra del Señor
Las relaciones sociales se atienen con frecuencia al criterio de la reciprocidad: si yo te hago ahora un favor, espero que en su momento tú me lo retribuyas. El trueque y el intercambio se convierten con frecuencia en una regla que obstaculiza el camino de la gratuidad y la donación. Probablemente, los humanos procedemos de esa manera porque estamos moldeados por la idea de la justicia conmutativa que regula las relaciones entre individuos, intercambiando bienes de igual valor. Dios escapa a esa mentalidad, porque se conmueve profundamente al conocer el sufrimiento de sus hijos. Dios favorece generosamente a quienes más los necesitan; procediendo de esa manera, nos está estimulando a hacer otro tanto. Ayudar a los necesitados es una "buena inversión", porque ellos no pueden recompensarnos; sin embargo, ellos como predilectos de Dios serán nuestros anfitriones en la casa del Padre.
Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz eres tú, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".
La recompensa de la gloria eterna
“Cuando des
una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte…”
¿Nos está diciendo Jesús que es pecado invitar a amigos y
familiares a una cena? Ciertamente no.
Él nos está enseñando algo
mucho más profundo. Organizar una cena para otros es bueno cuando nuestro
motivo es el amor. Pero si el objetivo de la cena, o de cualquier otro
acto de caridad, es la vanagloria, entonces la vanidad que conseguimos con tal
acto es el pago que recibiremos. Lamentablemente, muchos buscan y obtienen
el “pago” de la vanagloria de diversas maneras. La lección de Jesús nos
enseña que nuestro único motivo para el bien que hacemos debe ser el motivo
humilde y oculto del servicio amoroso.
Como resultado de la tentación
del orgullo, fácilmente podemos encontrarnos excesivamente preocupados por lo
que los demás piensan de nosotros. Organizar un almuerzo o una cena para
amigos, familiares y vecinos ricos es simplemente una ilustración del pecado
del orgullo en el trabajo. En este contexto, Jesús habla de una persona
que realiza algún acto con el único propósito de construir su propia imagen y
obtener elogios y halagos de los demás. Esta forma de “gloria” es
verdaderamente vana en el sentido de que no sólo es inútil para el bien del
alma, sino que también es dañina.
¿Por qué haces lo que
haces? ¿Haces tus buenas acciones para que otros las vean y las
elogien? ¿Haces todo lo posible para mostrarle a la gente lo bueno que
eres? ¿Estás demasiado preocupado por las opiniones de los demás? Si
la respuesta a cualquiera de estas preguntas es “sí”, entonces es posible que
estés luchando contra el orgullo más de lo que crees.
Por el contrario, ¿estás
contento con hacer alguna buena acción que está oculta a los ojos de los
demás? ¿Puedes deleitarte únicamente en ayudar a los demás, incluso si
nadie lo sabe? ¿Estás motivado a servir y dar de ti mismo por la exclusiva
razón de que quieres marcar una diferencia en la vida de los demás? Esto
es lo que Jesús quiere decir cuando dice que debéis ofrecer un banquete para
los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos y todos los que no pueden
pagaros. En otras palabras, cuando no puedes recibir la “recompensa” de la
vanagloria, eso es bueno. Ese debe ser tu objetivo.
Reflexiona hoy sobre cuán
fuerte es tu deseo de notoriedad. Considera algún escenario en el que
trabajaste duro día y noche durante algún tiempo para hacer un buen
trabajo. Imagínate que el buen trabajo lograra grandes beneficios para los
demás. Luego imagina que nadie sabía que estabas detrás de ese buen
trabajo y, por tanto, no recibiste gratitud ni reconocimiento. ¿Cómo te
sentirías? Lo ideal sería que te alegraras por dos motivos. En primer
lugar, te alegrarías de haber podido servir y marcar la diferencia. En
segundo lugar, te alegrarías de que Dios, y sólo Dios, fuera consciente de tu
acto de caridad. Cuando Dios ve nuestra bondad y servicio desinteresado,
se pone en deuda con nosotros en cierto sentido. La “deuda” que Dios asume
es Su gratitud y amor que nos expresa a través de las recompensas eternas que
Él creó. Busca obtener estas recompensas eternas esforzándote por servir
de la manera más oculta y humilde posible. Esas recompensas superan
infinitamente las recompensas fugaces de la vanagloria.
Dios gloriosísimo, Tú viniste a la tierra para sufrir y morir. En ese acto de amor perfecto lograste el mayor bien jamás conocido. Ofreciste este santo servicio de amor de la manera más oculta y humilde. Como resultado, ahora eres glorificado para siempre. Ayúdame a compartir Tus actos de servicio humilde y oculto para que yo también pueda algún día compartir la gloria del Cielo. Jesús, en Ti confío.
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