Una
vida entregada a la Palabra
¡Los
escribas y fariseos no están en la fiesta! No es su función ni su título,
sino su actitud, su hipocresía permanente lo que Jesús pone en duda. Todas
las lecturas de este domingo parecen resonar de la misma manera contra quienes
dicen y no hacen. Su hipocresía desacredita su cargo. Dicen que la
ley de Moisés es esencial pero su acción dista cien millas de lo que
anuncian. La Ley es para todos, pero saben burlarla hasta el punto de
hacerse notar y ocupar lugares y títulos de honor, fascinados por la imagen que
quieren dar de sí mismos y por la que los demás les devuelven. ¡Dicen y no
hacen! En esto están lejos de la verdad. En este pasaje del
Evangelio, podríamos sentirnos tentados a centrar la atención en los escribas y
fariseos, aunque estos versículos nos lleven a la contemplación de Cristo
mismo. El siervo de siervos revela perfecta coherencia entre lo que dice y
lo que hace. Él es el Camino y la Verdad, y en esto Cristo es nuestro
único maestro. Palabra de Dios, Palabra hecha carne, él nos enseña el
camino de su Padre. Él nos revela su rostro para que poco a poco seamos
testigos vivos de lo que Dios está haciendo en el mundo, en nosotros y a
nuestro alrededor. Ser testigos de Cristo resucitado es acoger su palabra
y adecuar constantemente nuestras acciones a esta Palabra.
Leo, escucho la palabra de Dios, de vez en cuando o todos los días. Pero
¿qué transformación ofrece a mi vida? ¿A qué conversiones estoy llamado?
¿Cuál es la palabra de Dios a la que me gusta volver y que da a mi vida una
dirección decisiva?
Benoît
Gschwind, sacerdote asuncionista
Decirlo y hacerlo
El verdadero discípulo no se contenta sólo con conocer la enseñanza de su maestro, de amarlo y hablar bien; también se dedica a poner en práctica esas enseñanzas cada día.
La Palabra de Dios que escuchamos con frecuencia en la Eucaristía del domingo es exigente. Ella nos lleva a preguntarnos si somos discípulos que viven en la libertad. Que el Espíritu Santo nos ayude a acogerla con un corazón abierto y sincero.
Primera lectura
Lectura de la profecía de Malaquías (1,14–2,2b.8-10):
«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones –dice el Señor de los ejércitos–. Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre –dice el Señor de los ejércitos–, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví –dice el Señor de los ejércitos–. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 130,1.2.3
R/. Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad. R/.
Sino que acallo
y modero mis deseos,
como un niño
en brazos de su madre. R/.
Espere Israel en el Señor
ahora y por siempre. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (29,7b-9.13):
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Mateo (23,1-12):
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
A guisa de introducción:
Por una sencillez y claridad en las relaciones humanas
Observemos los niños en su sencillez; ellos son auténticos en su contacto mutuo. Dentro de una familia donde el ambiente es bueno, ellos no tratan de aparentar ser mejor de lo que son; ellos confían naturalmente, como los cachorros, ellos no tienen ninguna razón para mostrarse desconfiados.
Es la vida, con los obstáculos, las oposiciones, las separaciones, las pruebas, que hace que seamos llevados a ponernos máscaras, a levantar muros para protegernos de los invasores, de los opositores.
Una doble personalidad se desarrolla en sí: la propia y aquella que aparece ante los demás. Uno llega a no reconocerse a sí mismo, a no ser más sí mismo.
Y esto obliga una voluntad personal fuerte para tomar la decisión de "desmaquillarse". Cuando tomamos esta decisión, nos sorprendemos al ver que a los otros se les dificulta reconocernos y aceptarnos de nuevo: ellos están habituados, acostumbrados a otro personaje.
Uno se sorprende al sentirse mejor en su piel, ya que la nueva persona corresponde muy bien con lo que uno es.
Uno se vuelve a encontrar en la sencillez, dentro de una relación transparente consigo mismo y con los demás.
No hay que sorprenderse pues al ver que Jesús ame los niños y aquellos que se les parecen; Él ama la verdad, la sencillez, la claridad de las relaciones humanas.
Aproximación psicológica y política al texto del Evangelio:
Que nadie aparte de Dios tenga poder sobre ustedes
En el cristianismo primitivo hay una inspiración de igualdad que tiene sus raíces en las mismas enseñanzas de Jesús.
Jesús sin menospreciar su familia, la relativiza, no dejando que ocupe todo su espacio vital y le recorte sus alas de universalidad. Jesús relativiza las tradiciones de su tiempo para recuperar para sí un terreno personal que sería su espacio vital.
Sobre este terreno, Jesús vivió su vida y su búsqueda de Dios, y nadie vino a dictarle o decirle cómo tomarlo.
Ahora, aquí, Jesús recomienda de modo parecido a sus discípulos de vigilar también ellos sobre su espacio vital y no dejar a ninguna autoridad religiosa venir a regir sus vidas. “No llamen a nadie Padre sobre la tierra” (v.9) ; en otras palabras, no dejen a nadie tomar el poder sobre su vida.
Este compromiso radical con la libertad, encontrará algunos años más tarde eco en San Pablo quien preguntará: “es que acaso mi libertad va a ser juzgada por la conciencia de otro?” (1 Cor 10,29).
No tengan entre ustedes ni “Padre”, “ni doctores”, “ni maestro”, porque ustedes todos son “hermanos” (v.8), dice Jesús. De cara a los otros, ustedes son fundamentalmente iguales y libres. Habiten totalmente su libertad y guárdense (eviten) de toda tentativa por domesticar la libertad de otro, por reinar sobre su conciencia.
Pablo comprenderá con buen derecho que la salvación, la liberación en Cristo son simultáneamente una tarea y un don, al igual que la vocación de toda una vida es al mismo tiempo un evento misterioso realizado en la muerte y resurrección de Jesús.
“Hemos sido liberados para la libertad”, escribirá Paul a los Gálatas (en otras palabras: “es para que seamos verdaderamente libres que Cristo nos ha liberado”- Gal 5,1). “Sean fuertes y perseverantes y no se dejen dominar bajo el yugo de la esclavitud” (v.2). No dejen nada, ni posesiones, ni ideologías, ni a nadie tomar el poder sobre sus vidas…
Notemos finalmente la convergencia entre el pensamiento de Jesús y el de Pablo. Pablo no quiere que esta libertad caiga en el vacío, ni se obnubile o pierda en el egoísmo: “por amor, pónganse al servicio los unos de los otros” (v.13). Esto se relaciona con lo dicho por Jesús: “el más grande entre ustedes será su servidor” (v.11).
Mejor que ser esclavos y no pensar más que en nosotros, estamos llamados a ser libres y a pensar en los otros!
Reflexión Central:
Dios ante todo
En la primera lectura y en el Evangelio de este día, cada uno toma para sí lo que le corresponde: los sacerdotes, el pueblo, los escribas y los fariseos.
El profeta Malaquías reprocha a los sacerdotes de su tiempo de "pervertir la alianza". Ellos tienen por función consagrarse a Dios y buscar su Gloria. Ellos deben enseñar la Ley que les ha sido confiada por Moisés y ahora en lugar de pensar en la Gloria de Dios no hacen más que buscar su propio interés. Pero al mostrarles el pecado, el profeta los llama a la conversión, recordándoles que Dios es un Padre que ama a cada uno de sus hijos.
Este llamado al orden también se dirige a todos nosotros, sacerdotes y laicos. Hoy, Dios nos habla través de estas palabras del profeta. Él nos invita a acoger su amor y a dejarnos transformar por Él. Lo primordial, es precisamente este amor de Dios por cada uno de nosotros. Cuando nos hemos alejado de su amor, el Señor no deja de llamarnos para que volvamos a Él. Su amor va hasta el perdón. No importan nuestros errores, nuestros pecados, Él no cesa de amarnos. Él sólo quiere nuestra felicidad. Somos entonces invitados a volver a centrar nuestra vida en Dios y encontrar su amor.
En el Evangelio, Jesús nos muestra las trampas de la autoridad. Dirigiéndose a sus discípulos y la multitud, denuncia los comportamientos de los escribas y fariseos. Y lo que les dice a ellos, vale también hoy para nosotros. Ya se trate de autoridades religiosas, políticas o de familia, estas trampas son las mismas.
Primera trampa: "Ellos dicen y no hacen". Todos somos conscientes de la incoherencia que hay entre nuestras bellas palabras y nuestra vida de todos los días. Es importante que cada uno ponga en práctica lo que enseña, lo que aconseja. Un día Jesús había dicho: "No basta con decir Señor, Señor para entrar en el Reino de los Cielos, es necesario hacer la voluntad de mi Padre". Nosotros somos enviados para anunciar el Evangelio de Cristo, pero es muy importante que toda nuestra vida esté ajustada a esta Palabra.
Segunda trampa: practicar la autoridad como una dominación y no como un servicio. Jesús les reprocha a los escribas y fariseos de echar cargas pesadas sobre las espaldas de la gente, pero ellos mismos no quieren mover ni un solo dedo". Ellos tienen el haber, el saber y el poder. Y podrían entonces usar todo eso para servir a los otros. En lugar de eso, ellos no piensan sino en dominar.
Tercera trampa: Querer aparecer. "Ellos actúan siempre para ser remarcados por los hombres". Nosotros conocemos esta tentación de querer aparecer, querer buscar la consideración y el interés. En el Sermón de la Montaña, Jesús nos recomienda actuar nada más que por amor a Dios y a nuestros hermanos sin buscar la alabanza de los hombres.
Cuarta trampa: Creerse importante, tener gusto por los honores. "A ellos les gusta los primeros lugares en los banquetes, los primeros puestos en las sinagogas, les gusta que los llamen Rabí (Maestros)". El orgullo los hace darle la espalda a Dios y a los demás. Jesús viene para recordarles el valor de la humildad. Los títulos y los honores no son malos en sí mismos. Pero el hecho de llevarlos, implica una responsabilidad, un testimonio a dar, una misión a cumplir. Uno solo se hace grande, poniéndose al servicio de los demás. Este humilde servicio nos hace grandes ante los ojos Dios y la mirada de nuestros hermanos.
En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos da un maravilloso ejemplo de una actitud auténticamente cristiana y auténticamente apostólica. Antes de presentarse como discípulo de Cristo e insistir sobre su autoridad que le viene de Dios, él dirige a los cristianos un mensaje pleno de mansedumbre y humildad. Pablo manifiesta hacia todos un amor pleno de afecto. Su generosidad es tan grande que llegará hasta ofrecer su vida por los cristianos. La actitud de Pablo corresponde a lo que nos recomienda el Evangelio de este día. Ella se inspira en el amor que viene de Dios.
En este domingo, los textos bíblicos nos llevan a un verdadero cuestionamiento. El Señor nos llama para que volvamos a Él y nos ajustemos a su amor. Él es nuestro compañero de camino y marcha con nosotros.
Al celebrar esta Eucaristía, le agradecemos por poner al derecho lo que estaba al revés en nuestras vidas.
2
Ellos actúan siempre para ser vistos…
Cuan delicada es la misión del discípulo de Jesús. Bien puede él estar actuando con toda sinceridad y buena intención y puede ser que alguien le esté juzgando e interpretando mal su celo, su compromiso y trabajo, considerando que lo que hace, lo hace con el fin de ser visto, de ganar celebridad y que digan los demás: cómo trabaja! Míralo qué tan lindo cómo se ocupa de los demás, cómo se preocupa por la Iglesia…
Los textos de este 31o domingo nos hablan de malos ejemplos, de falsas imágenes, de la búsqueda de promoción, de corrupción, del abuso del poder : temas que conocemos muy bien. No tenemos sino que leer los periódicos y mirar la televisión para darnos cuenta que la Palabra de Dios se aplica también a nuestro mundo de hoy.
La corrupción de los dirigentes a todos los niveles del gobierno, el abuso del poder de los ricos y de los poderosos que imponen su ley y que no buscan más que su propio interés, la irresponsabilidad de ciertos grupos religiosos de cara a las víctimas de pedofilia, la avaricia y la avidez de los bancos y de los sistemas financieros que provocan crisis económicas de manera continua, los numerosos escándalos de ciertos representantes políticos…todo ello ha creado una crisis de confianza sin precedentes en la historia de nuestras instituciones.
Cómo podemos llevar a los jóvenes a resolver sus diferencias de manera pacífica, cuando ellos ven cómo los adultos se valen de tácticas violentas para arreglar los conflictos, cuando ellos constatan la degradación sistemática y las campañas de suciedad en tiempo de elecciones para los puestos públicos, cuando ellos se dan cuenta de la ambición y avidez sin límites que reina en los gobiernos y en las empresas?
Cómo podemos convencer a los jóvenes que ejerzan su responsabilidad social y de que tengan compasión hacia los demás cuando una cantidad considerable de adultos abusan regularmente de su poder para llenarse los bolsillos y cuando la corrupción parece ser la única manera de llegar al primer puesto en los deportes, la política o en los negocios?
La búsqueda de poder y de riqueza, la carrera por los honores y los privilegios, no son solamente abusos de la época de Jesús. Hoy, ya no es más cuestión de “filacterias o de franjas muy largas” (como en los fariseos), sino que es cuestión de marca de auto, de estilo de vida extravagante, de aviones privados, de barcos de diversión (o placer), de residencias de un lujo como de fantasía. Esta riqueza excesiva, expuesta en el gran día, aparece como un insulto para los miles de millones de pobres del planeta. El deseo de aparentar, se convierte entonces en el objetivo de la vida. Al seguir estos abusos, uno comprende un poco la revuelta (revolución, protesta) de los “indignados” contra Wall Street y contra el sistema financiero actual.
Jesús llama a aquellos que actúan para ser vistos : “hipócritas”, “actores”. Él invita a quitarnos las máscaras y a dejar de interpretar (o jugar) la comedia. La vida no es un Halloween permanente! La autoridad de Jesús es exclusivamente una autoridad de servicio y de liberación.
Monseñor Tonfino Bello, un obispo italiano, decía a los sacerdotes de su Diócesis: “En cada parroquia, debería haber a la vista un gran delantal como símbolo del servicio que los cristianos deben prestar a los demás. El delantal es el único vestido litúrgico mencionado por Jesús. San Juan nos dice que la tarde del jueves santo, durante la primera eucaristía, el señor se vistió de una especie de delantal (amarró su túnica a la cintura) y comenzó a lavar los pies de sus apóstoles!”
En la segunda lectura de hoy, se nos da el ejemplo de San Pablo que ama y sirve a su comunidad de Tesalónica. Este hermoso texto nos brinda un remarcable retrato (perfil) del verdadero pastor: Él es “pleno de delicadeza, de dulzura, como una madre con sus bebes”. Él se muestra lleno de afecto para con ellos, queriendo darles no solamente el evangelio sino todo lo que él mismo es. Él pena y se fatiga noche y día para no ser una carga para los otros.
También Jesús nos dice en el evangelio de este domingo: “cesen ya de darse títulos infladores: “No se dejen dar títulos, no busquen privilegios ni primeros puestos, ni actúen para conseguir ventajas personales”. Estos títulos amenazan con crear una apariencia engañosa, detrás la cual se esconde muy a menudo un vacío infinito.
La autoridad de Jesús es exclusivamente una autoridad de servicio y de liberación: Él perdona, sana, levanta, da una segunda oportunidad, abre un futuro. Esto permite avanzar en la alegría: “Yo les digo todo esto para que su alegría sea completa” (Juan 15,11). Es suficiente con contemplar o ver aquellos que se encuentran con Jesús: la samaritana, Zaqueo, María Magdalena, los ciegos, los leprosos…
Y es practicando la autoridad del servicio propuesta por Cristo que nosotros daremos una imagen positiva de Dios a la gente alrededor de nosotros.
Todo lo que hacen los escribas y fariseos es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Pero entre ustedes, no debe ser así: “si alguien quiere ser grande entre ustedes, que él sea su servidor. Porque el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida por la multitud” (Mateo 20, 25-28).
3
Exaltados a través de la humildad
Jesús
habló a la multitud y a sus discípulos, diciendo: “Los escribas y los fariseos
se han sentado en la cátedra de Moisés. Por tanto, haced y observad todo
lo que ellos os digan, pero no sigáis su ejemplo”.
Mateo 23:1–3
A veces las palabras de las personas nos inspiran, pero más a
menudo es el testimonio que dan con sus acciones lo que inspira. Además,
cuando las palabras de alguien no coinciden con sus acciones, se les considera
hipócritas. Por este motivo Jesús es muy duro con los escribas y fariseos. “Porque
predican pero no practican”. Hablaron acerca de la Ley de Dios, la
enseñaron de manera detallada, pero realmente no practicaron la Ley de Dios
como se pretendía que se practicara. Jesús continúa dando una lista de las
formas en que estos líderes religiosos no cumplieron las leyes de Dios. Fallaron
en su caridad y aliento a los demás, hicieron todo lo posible por el elogio
público y el espectáculo, y buscaron honores y títulos sin sentido. Como
resultado, se preocupaban poco por los demás y mucho por sí mismos.
En el centro de la crítica de Jesús a los escribas y fariseos
estaba su tendencia a exaltarse a los ojos de los demás. Jesús corrige
esta tendencia diciendo que “el mayor entre vosotros debe ser vuestro servidor”
y que “el que se humilla será enaltecido”. Por lo tanto, si queréis ser
verdaderamente grandes y si queréis ser exaltados por Dios, debéis servir con
la más profunda humildad.
La humildad comienza por verse a uno mismo a la luz de la verdad. ¿Cómo
te ve Dios? El alma humilde busca descubrir esta percepción usando los
ojos de Cristo para mirar su propia alma. Sería verdaderamente humillante
si pudiéramos vernos a nosotros mismos a la luz plena de la verdad. Pero
con demasiada frecuencia adoptamos una imagen falsa de nosotros mismos y
miramos nuestras vidas a través de una lente de superioridad moral. Tendemos
a defender rápidamente nuestras acciones, justificando los pecados que
cometemos y sin reconocer nuestras debilidades.
¿Qué verías si te miraras con humildad? Una cosa evidente que
verás es tu pecado. Nuestras vidas están llenas de pecado. A veces
son pecados graves, y otras menos graves, pero sin duda nuestra vida está llena
de pecados e imperfecciones. Si estamos ciegos a esos pecados, entonces
nos falta la humildad necesaria para vernos a nosotros mismos a la luz de la
verdad.
La virtud de la humildad también nos llevará un paso más allá de
ver nuestros pecados con claridad. También nos ayudará a ver nuestra
necesidad de la gracia de Dios para cambiar, amar y servir a Dios y a los
demás. No podemos amar por nuestros propios esfuerzos. Es imposible. El
amor de caridad sólo es posible cuando es Dios quien vive en nosotros y actúa a
través de nosotros. Dios y sólo Dios es capaz de obrar la verdadera
caridad a través de nuestras acciones. Conocer y creer esta humilde verdad
es la única manera de abrir la puerta a esa gracia.
Reflexiona hoy sobre la humildad que necesitas para amar de
verdad. Cuando amas a los demás con el amor puro de Dios, descubrirás
dentro de ti la necesidad de servir. Verás a los demás como objetos de tu
amor. Descubrirás un deseo ardiente de ayudarlos, perdonarlos, ser amable y
misericordioso con ellos y hacer todo lo posible para ayudarlos a descubrir la
verdad de sus propias vidas para que, a su vez, se vuelvan humildemente a Dios. Los
escribas y fariseos fracasaron estrepitosamente en esta misión, y esa es una de
las razones por las que Jesús los usó como ejemplo. No sigas su ejemplo. Trata de adoptar el enfoque opuesto. Busca la humildad. Buscar la verdad. Si
lo haces, Dios te usará de manera poderosa y te exaltará en lo alto.
Humildísimo Señor, eres exaltado ante todo porque fuiste humilde
sobre todo. Sabías la verdad de Quién eres y abrazaste esa verdad con
todas Tus fuerzas. Por favor, dame Tus ojos para verme como Tú me ves,
para que en Tu humilde mirada vea mi pecado, me arrepienta de todo corazón y
recurra a Ti como fuente de todo mi amor. Jesús, en Ti confío.
Oración-contemplación:
Señor Jesús,
por tus palabras y por tus actos,
Tú nos has aportado la Buena Noticia
de nuestra salvación.
Por tus palabras y por tus actos, Tú nos has revelado el rostro de tu Padre,
Tú nos has dado la vida en abundancia.
Alabado seas Tú.
Tu Palabra, Señor Jesús,
es luz y alivio,
ella es Espíritu y es vida.
Tu Palabra es Palabra de Dios,
ella es divina y eterna.
Tu Palabra es actuante y eficaz,
ella penetra hasta el fondo del corazón,
y nosotros deberemos rendirle cuentas.
Alabado seas, por tu Palabra,
Señor Jesús, por tus palabras y por tus actos,
Tú has proclamado las bienaventuranzas
y las has puesto en práctica.
Por tus Palabras y por tus actos,
Tú nos has llamado al amor,
y has extendido tus brazos en la Cruz.
Por tus Palabras y por tus actos,
has anunciado el perdón y borrado los pecados.
Alabado seas, por tus palabras y por tus actos…
Amén!
Referencias Bibliográficas:
1. http://paroissesaintefamilledevalcourt.org
2. HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
4. http://dimancheprochain.org
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