28 de julio del 2024: 17o domingo del tiempo ordinario - Ciclo B
¡Agotado!
La montaña, lugar del
encuentro con Dios, enmarca la historia del reparto del pan.
Jesús deja a la multitud que
lo sigue al ver los signos realizados y se dirige con sus discípulos a la
montaña.
Al final de la historia,
después de haber alimentado finalmente con la Palabra y el pan a quienes lo
siguen, Jesús se coloca una vez más al margen de quienes querrían hacerlo rey.
Se retira solo a la montaña y
ora al Padre.
Jesús escucha la necesidad de
las multitudes. Es parte de la tradición del profeta Eliseo quien, revestido
del Espíritu del Señor, alimentó a una multitud con sólo veinte panes de
cebada.
Las dos historias se responden
entre sí.
A lo largo de la historia, el
Espíritu del Señor, dueño del trabajo, cuida de los pobres y de los
hambrientos.
La carta a la comunidad de
Éfeso afirma un Señor, un Dios y Padre de todos, sobre todos, por todos y en
todos.
La sobreabundancia, signo del
pan compartido, fortalece la confianza y el reconocimiento de quien está
satisfecho. ¡Pero esta comida no se puede conservar, no hay stock!
Eliseo no puede actuar sin el
hombre de Baal-Salisa, que toma su cosecha y la ofrece al hombre de Dios.
Asimismo, Jesús no puede actuar sin el joven, que le da sus cinco panes y sus
dos peces.
Él necesita y espera que todos
y cada uno de nosotros escuchemos el grito de los pobres. Y responde ofreciendo
su pan para alimentar a la multitud.
¿Cuándo me tomé el tiempo para releer la fidelidad de Dios en mi historia?
¿Cómo puedo ofrecer mi pan, para permitir que el Señor lo tome para alimentar a
los hombres y mujeres de este tiempo?
Anne Da, Javiera
A guisa de introducción
La voz de un Doctor de la Iglesia
«En el desierto, nuestro Señor multiplicó el pan, y en Caná convirtió el agua en vino. Acostumbró el paladar de sus discípulos a su pan y a su vino, hasta el momento en que les daría su cuerpo y su sangre. Les hizo probar un pan y un vino transitorios para excitar en ellos el deseo de su cuerpo y de su sangre vivificante.
Les dio estas pequeñas cosas generosamente, para que supieran que su don supremo sería gratuito.
Se los dio gratuitamente, aunque habrían podido comprárselos, con el fin de que supieran que no pagaban una cosa inestimable: ya que, si podían pagar el precio del pan y del vino, sin embargo, no podrían pagar su cuerpo y su sangre.
No sólo nos colmó gratuitamente con sus dones, sino que además nos trató con afecto. Nos dio estos dones gratuitamente para atraernos, con el fin de que vayamos a él y recibamos gratuitamente este bien por muy grande que sea la eucaristía.
Estas pequeñas porciones de pan y de vino que nos dio, eran dulces a la boca, pero el don de su cuerpo y de su sangre es útil para el espíritu. Nos atrajo con estos alimentos agradables hacia el palacio, con el fin de acercarnos hacia lo que da vida a nuestras almas…
La obra del Señor alcanza todo: en un santiamén, multiplicó un poco de pan. Lo que los hombres hacen y transforman en diez meses de trabajo, sus diez dedos lo hicieron en un instante».
San Efrén, diácono, Comentario al Evangelio concordante, 12, 1-4.
Aproximación psicológica al texto del Evangelio
En proceso de liberación
De acuerdo con su costumbre, el evangelista Juan se preocupa aquí por aclarar o hacer descubrir el significado de la acción de Jesús. El relato que nos hace de la multiplicación de los panes proyecta una iluminación vital sobre el sentido de la práctica eucarística (o sea la celebración de la cena, o misa).
En el capítulo 6 de su evangelio, el relato de los panes multiplicados se presenta como el vínculo entre dos eventos claves: por un lado, la liberación de Egipto y la travesía del desierto, y por otra parte, el don de la Eucaristía por Jesús.
En efecto, Juan sitúa la multiplicación de los panes en el contexto de la Pascua, es decir, de la liberación (6,4) y en el contexto del “desierto (donde los) padres han comido el maná.” (6,31), y en consecuencia del pueblo. A la imagen del Dios que libera los oprimidos y los sostiene durante la larga marcha de su liberación, el Mesías debía también reunir los pobres y los marginados para sostenerles en su caminar.
"A ver ustedes que andan con sed, ¡vengan a las aguas! No importa que estén sin plata, vengan; pidan trigo sin dinero, y coman, pidan vino y leche, sin pagar.
Si ustedes me hacen caso, comerán cosas ricas y su paladar se deleitará con comidas exquisitas.
Atiéndanme y acérquense a mí, escúchenme y su alma vivirá". (Isaías 55,1-3).
En este contexto, la multiplicación de los panes aparece como la etapa o tiempo que permite penetrar el sentido de la Eucaristía, tal cual ella será abordada en otros capítulos de los Evangelios sinópticos y en los siguientes versos del presente capítulo.
Jesús mismo se presenta como “El Pan de vida”, aquel que alimenta, que sostiene y permite acceder a la Vida: “Todo aquel que me coma vivirá por mi” (6,57). Recibir la Eucaristía es “comer la carne del Hijo del Hombre” (6,53), pero también es creer que esta carne alimenta (nutre) y permite en consecuencia continuar. Es entonces afirmar que uno está en camino, es situarse uno mismo en una travesía del desierto, y últimamente es reconocerse en proceso (o vía) de liberación.
Si nosotros espiritualizamos la Eucaristía, si hacemos de ella un ritual que nos hace salir de nuestra condición humana para establecernos dentro de una intimidad artificial con Dios, es entonces como haremos de ella una “comida perecedera” (6,27). Ya que un ritual religioso es impotente, incapaz de producir una liberación humana. Es en este sentido que Jesús afirma: “Sus padres comieron el mana y murieron” (6,49).
Para que la acción eucarística sea algo adquirido “que permanezca” (6,27), es necesario creer tanto en la “liberación real” como en la “presencia real”, puesto que, si Dios está verdaderamente presente, Él actúa verdaderamente y si el actúa verdaderamente, hay cosas que de verdad cambian para lo mejor. Aquel que al comulgar (comer el cuerpo de Cristo) continúa avanzando en su liberación personal, y trabaja en la liberación de sus hermanos…Este vivirá para la eternidad” (v.59).
II
A apoyarnos unos a otros, con mucha paciencia y gentileza, a complementarnos, a ser solidarios, a aceptarnos como diferentes pero complementarios, a vivir como una y única persona, en una palabra, a estar unidos, a esto estamos invitados y a ello nos conduce las celebraciones eucarísticas que vivimos cada día.
Si bien el apóstol Juan, en el Evangelio que acabamos de escuchar, quiere que descubramos, en la multiplicación de los panes, el anuncio de la Eucaristía; este sacramento que Jesús creó el día de la Santa Cena y del cual los Apóstoles y todo su séquito, hasta nosotros hoy, serán custodios, sería bueno observar lo más de cerca posible los detalles de este episodio para comprender que este sacramento nos alienta a la unidad, a la complementariedad y sobre todo a compartir o poner en común todo lo que podemos ser o poseer para que nadie sufra continuamente carencias crueles.
Ante los signos que realizaba a los enfermos, Jesús es seguido por una inmensa multitud de personas que ciertamente desean presentarle sus problemas, sus sufrimientos, sus enfermedades, sus fracasos, sus dificultades domésticas, con la esperanza de encontrar rápidamente una solución… solución a sus problemas. Quizás también haya quienes lo siguen sólo por simple curiosidad, dados los milagros que realiza. Pero Jesús, que no descuida ninguna dimensión humana, advierte que la multitud que lo sigue tiene hambre. Debe, por tanto, alimentarla, como la está alimentando con su Palabra, Palabra de vida eterna, como dirá más tarde el apóstol Pedro: “¿A quién iremos, Señor? Tú tienes las palabras de la vida eterna.»
¿Comprar pan para todos? Felipe no lo ve así, porque el salario de doscientos días no sería suficiente. La respuesta y la reflexión de Felipe tienen hoy sus similitudes. Podemos reconocerlos en reflexiones como ésta:
Europa no puede hacerlo todo, un país así no puede acoger a todos aquellos que buscan una vida mejor que la que les imponen los países de donde proceden; No nos corresponde a nosotros elevar las economías de estos países pobres, etc. A estas preguntas, la respuesta es la de aunar capacidades y conocimientos para resolver los problemas en fase inicial.
Al meditar en este texto, sólo recordaba la acción de gracias a Dios por todas estas asociaciones que defienden los derechos humanos y la lucha contra la pobreza. Prescinden de preocupaciones cuantitativas y sólo apuntan a la calidad del servicio que se prestará a quienes lo necesitan. Comprendieron que es mediante la puesta en común como el hombre alivia el dolor de las personas en dificultades. No está mal decir que por ellos también pasa la gracia de Dios y el milagro de la multiplicación de los panes. De hecho, aplican las bienaventuranzas, aunque muchos de los que forman parte de ellas no creen en Dios.
La multitud alimentada por Jesús no pudo terminar ni el pan ni el pescado. Lo mismo sucedió cuando el profeta Eliseo alimentó a cien hombres (Cf. primera lectura: 2Re 4, 1-6). El resto de la comida muestra que la Palabra de Dios que Jesús proclama, esta misma Palabra que la Iglesia sigue proclamando en el nombre de Jesús, es el alimento de un pueblo convulsionado, de un pueblo en estado de escasez espiritual. El excedente manifiesta que la Palabra de Jesús, la Buena Noticia (Cristo venido, Cristo nacido, Cristo muerto, Cristo resucitado, Cristo vivo en la gloria del Padre) va más allá del hambre espiritual de los hombres y les permite satisfacer un deseo cada vez mayor. vida con Dios.
Precisamente porque la multitud tenía un gran deseo de vivir siempre en presencia de Jesús, estaba suspendida de su Palabra, que producía efectos saludables para quienes ponían fe en ella.
La misión de la Iglesia es distribuir siempre este pan de vida, la Buena Nueva de Jesucristo y de su cuerpo, a los hombres de su tiempo y de todos los tiempos. Poniendo en común lo que tenemos, el mismo Cristo Jesús que nos reúne se encarga de completar lo que falta en la realización de nuestros proyectos de apoyo y recuperación de las personas abatidas por la pobreza; Cuando unimos nuestros corazones en oración, el mismo Cristo Jesús logra lo que nos parece imposible: “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.»
Mis hermanos, mis hermanas, la Eucaristía es el lugar donde cada uno con su problema se aferra a Jesús para esperar de él una solución; saciar la sed de Dios, quizás también venir simplemente a maravillarse de Dios y darle gracias por todos los beneficios. Pero también es el lugar donde debemos aprender a dar lo mejor de nosotros mismos, lo que sabemos hacer, lo que tenemos, para ponerlo al servicio de los demás para el mayor bien de todos. La Eucaristía es el misterio en el que Jesús, Hijo de Dios, Dios verdadero, nacido del Dios verdadero, engendrado no creado, se da a sí mismo como alimento. Un alimento espiritual esencial para el crecimiento espiritual y humano del Hombre. Sí, queridos hermanos y hermanas, el verdadero Pan, es decir el Cuerpo de Cristo, participa del crecimiento humano porque Jesús, es a la vez Verdadero Hombre y verdadero Dios. Este alimento es infinito porque está destinado a todas las edades y a todos los siglos infinitos. Es un fermento de unidad para la raza humana. Quien come este Pan se siente y se reconoce responsable del otro y Dios puede interrogarlo como interroga a Caín en el libro del Génesis: “¿Qué has hecho con tu hermano Abel?»
¿Qué gran cosa puedo hacer yo, que soy tan pequeño? Dadle a Jesús lo poco que tenéis, él dará fruto en ello, multiplícalo como él quiera y se convertirá en solución a los problemas de vuestros semejantes, de vuestros hermanos, todos creados como vosotros a imagen de Dios.
Que Dios nos ayude a ser un solo Cuerpo y un solo Espíritu en Cristo Jesús.
Reflexión Central
1
Ellos repartieron y quedaron sobras
En nuestro opulento mundo occidental difícilmente llegamos a comprender lo que significa tener hambre y, a continuación, de modo sorprendente, vernos saciados de una manera abundante.
En nuestro mundo presuntuoso estamos convencidos de disponer de respuestas técnicas y eficaces para cada problema, y por eso resulta más arduo saber apreciar los gestos gratuitos.
¿Estoy dispuesto a poner en juego mis «cinco panes y mis dos peces» en la lucha contra las realidades macroscópicas que, a pesar de tanto progreso, mantiene la gente que sufre bajo el umbral de la supervivencia física y de otros tipos -incluso (¿sobre todo?) en el mundo «rico»-, que jadea por falta de valores, de sentido, de una calidad de vida humana? ¿Tengo el valor necesario para perder mis panes y mis peces y entregárselos al Señor, para que puedan vivir muchos?
Se tratará de un gesto imposible mientras piense que tengo derecho a mantenerme bien atado a lo que poseo. Sólo conseguiré compartir si cambio de mentalidad y, por consiguiente, de mirada: si no veo en el otro a un rival, sino a un hijo como yo del único Padre; si comprendo que, juntos, formamos parte de un único cuerpo.
Entonces comprenderé que lo que tengo -más aún, lo que soy- no me ha sido dado para que sólo yo lo goce, sino que me ha sido confiado para que muchos otros puedan participar. Alguien ha dicho que sólo poseemos verdaderamente lo que damos. El milagro de la «multiplicación de los panes» puede proseguir, si yo lo permito...
Dios conoce todas nuestras necesidades y mismo la de alimentarnos. Muchas veces y de variadas maneras Él alimentó su pueblo. Pero esto no será posible, si por nuestro lado nosotros no aceptamos compartir con nuestros hermanos.
2
Hambre corporal, hambre espiritual
La Palabra de Dios de este Domingo nos habla de generosidad de Dios, de unidad, de compartir, y de comida.
En toda agradable mesa de compartir han de estar presentes estos tres elementos: la generosidad, la unión y por supuesto el alimento a compartir.
En la Biblia como al igual que en todas las culturas y sociedades compartir el alimento es crucial. Donde hay comida abundante hay fiesta, alegría, regocijo, agradecimiento…hambre saciada…
El ser humano tiene muchas hambres: hambre de alimento, hambre de trabajo, hambre de diversión, hambre de salud, hambre de futuro promisorio, hambre de felicidad…
Y uno busca saciar esas hambres. Unos buscan el deporte, otros el dinero, las comidas o banquetes opíparos y refinados, muchos organizan su vida en función del sexo; un cierto número funda su felicidad o bienestar en la pareja o en la familia; algunos se lanzan en las devociones religiosas.
Es la carrera hacia la felicidad. Uno quiere participar.
La felicidad huye sin cesar,
se nos escapa. Ella no dura mucho.
¿Quién puede darnos una mano en nuestras hambres?
En la primera lectura, el profeta Eliseo nos da testimonio de que es Sólo Dios quien puede saciarnos completamente…Al contrario de su servidor, Su confianza en Él, en el Dios providente y Todopoderoso en amor, es admirable y ejemplar para nosotros.
En la segunda lectura, es muy valioso el testimonio y la exhortación de Pablo con la carta dirigida a los fieles de Éfeso, sobre todo porque se hace desde una experiencia testimonial, acumulada y avalada por el compromiso. San Pablo que en esos momentos se encuentra prisionero, aconseja responder con fidelidad a la vocación recibida gratuitamente, para vivirla con elegancia en todas sus vertientes: “sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”.
La razón principal es que
todos tenemos un mismo Señor, profesamos una misma fe, y nos hemos comprometido
con un mismo bautismo, y Dios es el Padre común que atrae la bendición de
todos.
El evangelio nos dice que “Jesús
repartió los panes y pescado entre la gente”, les da todo el pan que
quieren, nos dice el Evangelio de este domingo.
Realizarse humanamente, darle
plenitud a la vida, ¿por qué no?
Muchas personas católicas
invocan tal o cual santo para tener éxito material, para la salud: la Virgen
María, San José, Santa Ana, San Antonio de Padua, Santa Teresa del Niño Jesús,
Santa Laura Montoya, San Judas, etc, por medio de veladoras, cirios, de intenciones
de misas, de novenas, de rosarios, etc.
Sin embargo, es necesario confesar que la vida humana no estará plenamente
satisfecha y apaciguada sino con Dios.
La Fe en Dios, en Jesús, ¡puede llenar y satisfacer enteramente el hambre de felicidad!
Jesús le dice a los discípulos
«Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»
Es la abundancia de bienes espirituales, capaces de saciar el hambre de los
creyentes.
¡Con poco, Dios puede hacer mucho!
Con pocos recursos o medios, los creyentes pueden llevar a cabo acciones extraordinarias.
“Pequeños esfuerzos posibles conducen a lo imposible, después de cierto tiempo”, puesto que el más grande o largo de los viajes comienza con un simple paso”.
“Contactos simples, pacientes, regulares, pueden lograr lo que se busca a pesar de las peores resistencias”.
“Una práctica religiosa desemboca en una acción mejorada”.
Una pequeña oración cotidiana hecha con fe y perseverancia obtiene resultados que superan la imaginación”.
3
Lo simbólico de la comida
Cuando leemos los textos bíblicos de este domingo, nos impresiona la importancia que se le da a las cifras: 20 panes de cebada para 100 personas, 5 panes y 2 peces para 5000 hombres, 12 cestas llenas de restos…Y cómo no pensar en otras cifras que hablan extensamente: cientos de miles asesinados en las guerras, 780 millones de personas hambrientas en el mundo, en nuestro país el 30% de la población difícilmente alcanza a ingerir las tres comidas completas diarias…o sea 15.000.000 de compatriotas viven al borde del hambre…decenas de millones de euros (o dólares, o pesos) por la transferencia de un futbolista...
Estas cifras nos dispensan de las palabras; ellas se convierten en palabra. De un lado, es el grito de la admiración ante el milagro; por el otro, es el horror.
Estas cifras nos dicen más que un simple cálculo matemático. Las lecturas, nos muestran lo desproporcionado entre el alimento disponible y las necesidades enormes: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero ¿Qué es eso para tantos?» Nosotros también estamos confrontados a cuestiones parecidas: ante todas las catástrofes de muerte, ante las guerras y las hambrunas, nos sentimos desamparados e impotentes: ¿qué podemos hacer?
Y es ahí donde nos hace aterrizar el evangelio y mirar lo que ha hecho Jesús. En este día, nos propone volver a mirar de otra manera nuestra tabla de multiplicación. Antes que nada, Él acepta la modesta degustación o pequeña contribución de un joven. Nada habría sido posible si este chico no hubiera aceptado dar todo. Dios tiene necesidad de nuestros gestos de compartir para realizar grandes cosas.
Es así como los 5 panes y los 2 pescados (que no peces) han servido para alimentar 5000 personas. Una precisión: el pan de cebada es el pan de los pobres. Es con este pan de pobres que Él alimenta toda esta multitud. Él confía totalmente en Dios. Él sabe que para Dios todo es posible.
El milagro de la multiplicación de los panes tiene varias significaciones o sentidos.
Significa ante todo que Dios hace mucho más todavía por la mano de Jesús que por la de Moisés, por la de Elías y por la de Eliseo.
No son 100 personas con 20 panes (cfr. la primera lectura) a las que Jesús alimenta, sino 5000 con 5 panes.
No se trata de una madre y su hijo, sino de 5000 personas.
No es el maná que se perdería sino uno no lo come enseguida; sino que es un alimento que sacia el que Jesús ofrece, y quedan restos tanto que se recogen 12 cestos.
La cifra 12 hace pensar en las 12 tribus de Israel.
Más allá del prodigio, ¿cuál es el sentido del relato? Se hablará de ello en las próximas semanas, pero el primer sentido, el más banal, el más elemental, es que Dios se interesa en la vida de los humanos.
Toda comida o alimento es un
don de Dios…
El miedo más grande de la humanidad ha sido siempre morir de hambre. Una mala
cosecha, un incendio, las langostas o pestes, una helada, una tempestad, y la
crisis están en la puerta.
Durante la guerra entre 1939 y 1945, cuántas personas recuerdan los racionamientos a los cuales fueron sometidas: ¡el azúcar, la mantequilla, los huevos, el petróleo, tantas cosas se racionaban! Nuestro siglo cree haber inventado el reciclaje. Pero en otro tiempo, los viejos mantos servían para hacer almohadas o tapices…Nada se perdía.
El primer don de Dios es la vida. Y la primera etapa de la vida es comer. Que Dios alimente su pueblo multiplicando los panes, o que el alimento llegue a nuestra mesa por el largo proceso de la agricultura, al final, es siempre el mismo milagro. Es siempre Dios quien alimenta. Es eso lo que canta el salmo con una bella ingenuidad:
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
(Salmo 144 (145), 15-16).
El ser humano no es simplemente un ser que come.
Comer y no ser comido, es el reto, desafío de todos los animales.
El ser humano no hace más que satisfacer, saciar su hambre. No solamente como todos los animales siente placer al comer, sino que además él hace de su comida un momento de fiesta y de celebración. El hace del alimento una comida, un festín.
Él realiza esto por 2 caminos o vías: primero, él alista o dispone su comida inventando el arte culinario. Y hace de su comida un gesto de amor y de amistad. Todo es totalmente mejor cuando se come en compañía, de a dos, cinco, diez.
Recuerdo cuando estuve en el África (específicamente en Camerún) donde “comer solo se consideraba signo de maldición o infelicidad” …Lo mejor es comer acompañados.
Antes que nada, el ser humano ha inventado el arte culinario.
Qué inmenso trabajo de la humanidad durante miles de años para mezclar y «combinar» los sabores, las texturas, los colores, para dar placer a la vez a la nariz, al ojo y al paladar.
Todo el juego de condimentos y de sazón. El arte de las salsas, el secreto de los cocidos. ¡Tener 10 o 15 maneras para cocinar las papas o las zanahorias! Basta con pensar en el pan…
¿Qué decir del arroz y sus mil
usos, y del queso? Se cae acaso en cuenta que fue en Occidente y principalmente
en los monasterios, es decir, en los lugares reservados a Dios, ¿que el arte
culinario se conservó y se desarrolló?
Civilizar la gente, hacerlos salir de la barbarie, es enseñarles a comer y a
hacer de comer.
¡Es decir que es bajo la forma de pan como Dios viene a nosotros!
¿Todos nosotros sabemos que la multiplicación de los panes hace referencia a la Eucaristía, Pero no será necesario que haya un poco más de Eucaristía en nuestras comidas o cenas y un poco más de comida en nuestras Eucaristías? Es necesario decirlo y volverlo a decir.
Toda comida es un don de Dios. Toda comida es un festín. Toda comida es una oportunidad, un chance y una fiesta.
Pobre gente que come a las carreras y sin pensar, que consumen un sándwich inclusive sin mirarlo y que parecen desear inconscientemente una píldora o un brebaje para sustentarse, como si se tratara nada más que de una función biológica.
Es esto mismo lo que Jesús va a reprocharles a sus auditores, “Ustedes me buscan (han venido a mí) porque se han saciado”. Como si la biología fuera suficiente.
Para llegar a ser humano, es necesario aprender a comer. Y eso es lo necesario, lo más importante: hace falta paciencia para enseñarle a comer a un bebe sentado en una silla alta con utensilios, a utilizarlos de buena manera, a lavarse las manos antes de comer, ¡a no hablar con la boca llena!
Es toda la transición o pasaje de la bestia al ser civilizado. Saber esperar, controlar su cuerpo y sus deseos, mirar, sonreír, saborear o degustar lentamente. Comer es un rito. Comer es un milagro. Cada vez que se come, hemos de ser conscientes de la suerte formidable que tenemos.
Es por ello por lo que es bueno bendecir la mesa y dar gracias a Dios, puesto que toda comida es comunión con el más allá.
La multiplicación de los panes cuenta la feliz sorpresa de una multitud fatigada y a la que se le provoca el apetito por la palabra de Jesús. Entonces, se sientan sobre la hierba y se comparte un poco de pan y de pescado en la tibieza de un sol de verano. No se dice nada de la fiesta. ¿Acaso había vino? ¿Quién habrá tocado la flauta o el tambor? ¿Habrá habido danzas? Yo habría compuesto una canción para responder. La comida era modesta. ¡La experiencia era si preciosa!
Si toda comida es don y fiesta de Dios, es necesario entonces también que la Eucaristía se asemeje a una fiesta…
Para expresarse, para revelarse a nosotros, para unírsenos, Dios toma la ruta de la comida. Es un símbolo fabuloso. Uno lo encuentra casi en todas las religiones. Pero en el contexto de la multiplicación de los panes, esto adquiere un valor todo particular. Aquel de la proximidad o cercanía, de la simplicidad o sencillez, del regocijo o alegría. Dios alimenta siempre a su pueblo. Toda comida o alimento es un don de Dios. Todo alimento es gracia y fiesta…
Uno siente miedo de constatar que hoy estemos deshumanizándonos, que no hay más verdadero alimento sino “simples bocados”. Comer por comer en lugar de comer para festejar. Imaginemos la alegría de aquellos 5000 hombres, sin contar las mujeres y los niños, que festejan al aire libre y compartiendo el pan y el pescado.
Literalmente era el cielo en la tierra, y aquella tarde, la gente ha comprendido que Jesús superaba a Eliseo, era más que Moisés y Elías, que una nueva era comenzaba en el país de Dios.
¡Qué decir hoy?:
Señor enséñanos a comer.
Aquí (quizás) no conocemos la penuria,
ni mismo el miedo de la escasez o a que nos falte algo.
Enséñanos al menos a decir GRACIAS
y a comer en medio de la alegría.
Enséñanos también la
solidaridad con los pobres de la tierra…
Pero sobre esto, volveremos a hablar…
REFERENCIAS:
http://ciudadredonda.org (para transcripción versión de las lecturas)
http://paroissesaintefamilledevalcourt.org
HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole, Année B. Novalis, 2007.
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