15 de agosto del 2024: Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María
La Asunción: fiesta de la esperanza
La resurrección de Jesucristo
es el fundamento de nuestra esperanza. Creemos que nosotros también seremos
resucitados por la gracia de Dios.
La Fiesta de la Asunción
significa que esta esperanza se cumple para María. Dios le concedió la gracia
de la “resurrección de la carne” levantándola, con su cuerpo y su alma, a la
gloria del cielo.
Ella se benefició así, sin
conocer la corrupción del sepulcro, de lo que se promete a todo creyente: la
elevación con Dios y su Hijo, a la gloria del cielo.
María lo proclama en el Magníficat:
“¡Ensalza los humildes!» Porque son como él, que se hizo hombre,
humillándose para servir a los hombres. A través de su Hijo Jesús, Dios entró
en la fraternidad y la amistad con los hombres.
Dios no se reconoce en los que
se elevan, sino en los que se abajan, y es a ellos a quienes eleva, a quienes
hace “subir” al cielo, como lo hizo con María.
Lo que le pasó a María, en
anticipación, les sucederá a todos los creyentes. Por eso el Concilio Vaticano
II la celebra como figura de nuestra esperanza: Entre tanto, la Madre de
Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma, es
la imagen y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo,
así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 Pe., 3, 10),
brilla ante el pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de
consuelo.
(Lumen Gentium, 68).
¿Es para mí la Asunción una celebración de la esperanza?
“¡Dios eleva a los hombres!”»
¿Cuáles son las maneras en que
puedo cultivar la humildad en mi vida?
Jean-Paul Sagadou, sacerdote asuncionista, redactor jefe de Prions en Église Africa
(Lucas 1, 39-56) El paraíso abrió sus puertas a los que creyeron en el cumplimiento de las palabras del Señor. Como ella, expresemos nuestra alegría y gratitud a Dios. Acojámoslo en nuestra vida y dejémoslo guiar e inspirarnos como lo hizo María, en la confianza y la humildad.
Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de su alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios.
Se oyó una gran voz en el cielo: «Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo.»
Palabra de Dios
R/. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir
Hijas de reyes salen a tu encuentro,
de pie a tu derecha está la reina,
enjoyada con oro de Ofir. R/.
Escucha, hija, mira: inclina el oído,
olvida tu pueblo y la casa paterna;
prendado está el rey de tu belleza:
póstrate ante él, que él es tu señor. R/.
Las traen entre alegría y algazara,
van entrando en el palacio real. R/.
Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza. Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies.
Palabra de Dios
En aquellos días, Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de Maria, saltó la criatura en su vientre.
Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»
María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Palabra del Señor
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