sábado, 17 de agosto de 2024

18 de agosto del 2024: vigésimo domingo del tiempo ordinario Ciclo B

 

Somos los invitados del Señor

Él mismo pone la mesa donde estamos para ser saciados de su verdadera comida y satisfechos de su “verdadera bebida”.

¿Medimos con qué amor nos ama? 

Que nuestra alabanza responda a sus dones ilimitados. 

Que nuestra acción de gracias continúe en testimonio de su amor a todos nuestros hermanos.


Jesús alimenta

Jesús se dirige a la multitud que lo persigue al día siguiente de la multiplicación de los panes.

Si estas personas vinieron a buscarlo, puede ser por la sencilla razón de que ¡volvieron a tener hambre!

Ahora Jesús quisiera hacerles comprender que alimentar el cuerpo no es suficiente. Luego procede, como suele hacer en el evangelio de Juan, apoyándose en una experiencia concreta, la de comer, para vislumbrar una realidad superior. Así, aprovechando el carácter frustrante, pero fugaz, de la sensación de saciedad, Jesús pasa a la evocación de un pan que verdaderamente llena… eternamente.

Este pan que bajó del cielo dijo, es Él. Después de satisfacer el hambre física de la multitud, Jesús afirma que, sin embargo, Él vino a satisfacer un hambre completamente diferente. Ofrece alimento que sólo él puede proporcionar porque es su carne.

¡Por supuesto, con esta palabra “carne”, Jesús designa su vida de hombre y no la carne en el sentido de tejido muscular!

Lo que tenemos que asimilar, como asimilamos los alimentos, es la vida de Jesús tal como nos la relatan los evangelios.

Lo que tenemos que hacer es hacer nuestros sus gestos, sus palabras, sus actitudes, su preocupación por cuantos encuentra, su relación con su Padre... para que, a través de esta asistencia asidua a la vida de Cristo, seamos poco a poco lo que contemplamos.

Así se nos da Vida Eterna.


¿Qué hambre puedo presentarle al Señor para pedirle que venga a saciarla?
¿Qué palabra, gesto o actitud de Jesús me nutre hoy?
¿Cuáles son las fuentes de las que bebo para estar más vivo y traer más vida a mi alrededor?
 

Marie-Caroline Bustarret, teóloga, profesora en las facultades de Loyola París




L    E   C    T    U    R    A   S


PRIMERA LECTURA

LECTURA DEL LIBRO DE LOS PROVERBIOS 9, 1-6


La sabiduría se ha construido su casa plantando siete columnas; ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: "Los inexpertos que vengan aquí, voy a hablar a los faltos de juicio: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia”.

Palabra de Dios





SALMO RESPONSORIAL

SALMO 33


R.- GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR.

Bendigo al Señor en todo momento;

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloria en el Señor:

Que los humildes lo escuchen y se alegren. R.-


 Todos sus santos, temed al Señor,

porque nada les falta a los que le temen;

los ricos empobrecen y pasan hambre,

los que buscan al Señor no carecen de nada. R.-


 Venid, hijos, escuchadme:

os instruiré en el temor del Señor;

¿Hay alguien que ame la vida

y desee días de prosperidad? R.-


 Guarda tu lengua del mal,

tus labios, de la falsedad;

apártate del mal, obra el bien,

busca la paz y corre tras ella. R.-





 SEGUNDA LECTURA

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 5, 15-20


Hermanos:

Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos, aprovechando la ocasión, porque vienen días malos. Por eso, no estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere. No os emborrachéis con vino, que lleva al libertinaje, sino dejaos llenar del Espíritu. Recitad, alternando, salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y tocad con toda el alma para el Señor. Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todo, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo.

Palabra de Dios




ALELUYA Jn. 6, 57

El que come mi carne y bebe mi sangre –dice el Señor--, habita en mi y yo en él.





 EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58


En aquel tiempo dijo Jesús a la gente:

-- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Disputaban los judíos entre sí:

--¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Entonces Jesús les dijo:

-- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que como este pan vivirá para siempre.

Palabra del Señor


1

Para que los hombres tengan vida

 


Cuando abrimos el Evangelio de San Marcos nos encontramos con esta pregunta de Jesús a sus discípulos: “Según lo que dicen los hombres, ¿quién es el Hijo del Hombre?” Las respuestas de todos son inexactas. Para algunos es Moisés, para otros Elías o incluso un profeta del Antiguo Testamento. Llevamos varias semanas escuchando la respuesta a esta pregunta: “Dirigiéndose a la multitud, Jesús dijo: “Yo soy el Pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come este pan, vivirá para siempre”.

No en vano la primera lectura nos envía un llamado urgente: Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia”.

Al escuchar estas palabras, entendemos que es Dios quien habla a su pueblo. Envía profetas para transmitir su llamado. Está dirigido a todos aquellos que no comprenden lo que está en juego en esta solemne invitación.

Con Jesús, esta promesa se cumplió mucho más allá de toda esperanza. Su declaración es sumamente solemne: “En verdad os digo que el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Todos deseamos la vida eterna. Necesitamos, por tanto, este Pan vivo del mismo Jesús. Fue él quien dio la fuerza a los mártires de todos los tiempos para permanecer firmes en la fe. Tenemos muchos testimonios de esto en la historia de la Iglesia.

Mientras escuchábamos el resto del Evangelio de hoy, escuchamos las recriminaciones de los judíos. No es a partir de hoy que rechazamos a Jesús y su Pan vivo. El abandono que vemos hoy comenzó el primer día en que Jesús dio la catequesis sobre el Pan de Vida. Para todas estas personas, no era posible aceptar las pretensiones de este hombre a quien todos conocían bien.

Pero Jesús insiste: “Si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes”. No da una explicación. Los invita a un acto de fe.

Es este mismo acto de fe el que estamos llamados a hacer en cada Misa. Reconocemos en Jesús el Pan vivo dado para la vida del mundo. Hoy, como ayer, es difícil de entender. Muchos se niegan a aceptarlo; otros están demasiado acostumbrados.

Debemos redescubrir toda la fuerza y ​​la novedad del mensaje que nos dirige: Jesús nos da las palabras y el alimento de la Vida eterna. Entramos en una comunión de amor con Dios que nos lleva a una comunión de amor con todos los hombres.

Por supuesto, en cada Misa no siempre somos conscientes de la grandeza de este misterio de fe. Pero no debemos olvidar que la misa es el momento más importante del día y de la semana.

Es Jesús quien está allí; se une a las comunidades reunidas en su nombre. Quiere entregarse “para que los hombres tengan vida”. El sacerdote dice antes de la comunión: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Estas palabras no son sólo para la congregación presente en la iglesia sino para el mundo entero. Cristo quiere entregarse a todos. Él es el Pan vivo ofrecido por la vida del mundo.

En la segunda lectura, el apóstol Pablo nos ayuda a acoger este don de Dios. “No seáis insensatos, sino sensatos”. El insensato es el que se deja influenciar por las ideas de moda. Lleva una vida agitada y olvida las cosas más importantes.

La única verdad es la que encontramos en los Evangelios: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús, “nadie va al Padre sin pasar por mí”. San Pablo nos lo cuenta a su manera, nos muestra cómo vivir sabiamente: “Acoger la voluntad de Dios y la Luz del Espíritu Santo en los días malos, orar cantando himnos y salmos, celebrar a Dios y darle gracias, reunirnos como hermanos…”  

Enseguida proclamaremos nuestra fe juntos. Pero no olvidemos que toda la Eucaristía es una profesión de fe. Al decir “Creo en Dios”, estamos diciendo que confiamos en las palabras de Cristo y que queremos seguirlo hasta el final.

En este día hacemos nuestra esta oración del Salmo 33:

“Bendeciré al Señor en todo momento;

su alabanza está siempre en mi boca;

mi alma se gloria en el Señor:

Que los humildes lo escuchen y se alegren”

 

 

2

Transformados por la Eucaristía

 

En aquel tiempo dijo Jesús a la gente:

-- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Juan 6:51

 


Esto debió haber sido algo chocante para la gente que escuchó a Jesús decir esto por primera vez. Inmediatamente después de que Jesús dijo esto, leemos que “Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús abordó su confusión aún más directamente al decir: “En verdad, en verdad les digo: si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes”.

Aquellos que estaban confundidos deben haberse confundido aún más, y aquellos que creyeron deben haber profundizado su fe al escuchar a Jesús enseñar tan clara y profundamente.

Por supuesto, Jesús estaba hablando de la Eucaristía.

La Eucaristía es verdaderamente Su Cuerpo y Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad. Lo sabemos. Lo creemos. Pero de vez en cuando, es una práctica espiritual útil repasar la enseñanza muy directa y definitiva de nuestro Señor.

En el nivel más profundo, la Eucaristía siempre seguirá siendo un profundo misterio de fe.

¿Cómo podemos comer Su carne y beber Su sangre? Para alguien sin fe y sin un conocimiento básico de la Eucaristía, esta enseñanza parece chocante e increíble. De hecho, es fácil entender cómo algunos de los primeros oyentes de esta enseñanza se peleaban entre sí en confusión. Por esa razón, debemos escuchar las palabras de Jesús con el don espiritual del entendimiento para no estar entre los que están confundidos.

El entendimiento es un don del Espíritu Santo que abre nuestras mentes a las profundas verdades espirituales que Jesús está revelando. Si intentamos escuchar esta enseñanza utilizando solo nuestra razón humana, nunca la entenderemos.

Cuando piensas en la enseñanza de Jesús sobre la Sagrada Eucaristía, ¿qué entiendes y crees? Considera especialmente lo que pasa por tu mente cuando asistes a la Santa Misa y te acercas a recibir la Comunión. ¿Qué es lo que normalmente ocurre dentro de ti en ese momento?

Algunos se acercan distraídos o incluso desinteresados, prestando más atención a los que están a su alrededor que a la Eucaristía.

Otros simplemente se acercan por costumbre porque eso es lo que siempre han hecho.

Algunos ven la Eucaristía más como un símbolo de nuestra participación en el banquete de Dios.

Pero algunos se acercan con un profundo hambre espiritual y sed de Dios, lo reciben con fe, lo aman profundamente mientras lo consumen, y están llenos de esperanza y anticipación de que su recepción de este don sagrado los transformará interiormente y los colocará más firmemente en el camino de la santidad.

¿A qué personas te pareces más? ¿Con cuál grupo te identificas?

Creer en la Sagrada Eucaristía y recibirla con la máxima fe y devoción sólo se produce cuando creemos.

Pero creer no es algo que se produce automáticamente. Primero se requiere comprensión. Y la comprensión sólo se producirá cuando permitamos que nuestra mente se comprometa con el misterio y la enseñanza de Jesús, reflexione sobre ellos, contemple, penetre en ellos y nos abramos a la voz dulce y reveladora de Dios.

Las palabras no bastan para explicar este misterio. Sólo basta la oración que nos abre a la voz de Dios.

Reflexiona hoy sobre cómo te acercas a la Sagrada Comunión cada semana.

Empieza pensando en las últimas veces que fuiste a recibir a nuestro Señor y de qué manera. A partir de ahí, piensa en cuán profundamente entiendes ese momento.

¿Es transformador para ti? ¿Estás entre aquellos que tienen hambre y sed de Jesús? ¿Notas los efectos espirituales que se producen dentro de ti como resultado de tu recepción de la Eucaristía?

Si es así, entonces profundiza tu fe comprometiéndote a participar más en oración en la Misa la próxima vez que asistas. Si no es así, entonces trata de dar un paso atrás y examinar lo que realmente crees, lo que te confunde o lo que no crees. No hay mayor regalo que podamos recibir en la vida que la Eucaristía. Créelo con todo tu corazón y la Eucaristía cambiará tu vida.

 

Señor Eucarístico, creo; ayuda mi incredulidad. Te agradezco el don de Ti mismo que me diste al recibir la Sagrada Comunión. Por favor, continúa enseñándome acerca de este Don, querido Señor. Abre mi mente para que comprenda, de modo que siempre me presente para recibirlo con la mayor fe, amor y esperanza. Jesús, confío en Ti.

 

3

 

Si alguno come de este pan, vivirá para siempre.

 

El capítulo seis de San Juan recuerda la fiesta judía de la Pascua. Esta celebración evocaba un doble acontecimiento en la historia del pueblo elegido: la liberación de la esclavitud en Egipto y la fiesta de la cosecha de la cebada que celebraba al Dios que los había alimentado con maná en el desierto.

Sabemos cómo se construyó el evangelio de Juan: una serie de señales o milagros (conservó siete en total), cada uno seguido de un largo discurso. En el capítulo 6 tenemos el milagro de la multiplicación de los panes, seguido del discurso sobre el pan de vida.

En nuestras Eucaristías, la palabra de Dios y el pan del cielo se convierten para nosotros en fuente de agua fresca y de alimento que nutre nuestra vida diaria.

Para San Juan, que no recoge la institución de la Eucaristía en su evangelio y la sustituye por el lavatorio de los pies, la multiplicación de los panes es el símbolo de la Eucaristía, sacramento de vida, de unidad, de armonía y paz.

Cada domingo, en nuestras iglesias parroquiales, revivimos esta multiplicación de los panes y somos invitados a renovar nuestra alianza con Dios, reconectándonos unos con otros.

En la Eucaristía aceptamos a Cristo en nuestra vida cotidiana y nos identificamos con su persona, su visión de la vida, sus valores y su misión.

Jesús afirma que él es el pan vivo que descendió del cielo y que, a diferencia del maná del desierto, este pan nos permitirá vivir para siempre. “Quienes coman este pan encontrarán la fuerza necesaria para completar su peregrinación terrena”.

Cada domingo, " día del Señor ", participamos en un encuentro comunitario para ser cada vez más criaturas de paz, de perdón, de reconciliación y de apertura a los demás.

En nuestras Eucaristías recibimos el pan de vida y aprendemos a compartir nuestro propio pan, así como nuestro tiempo, talentos y dinero con los necesitados.

Durante nuestras reuniones dominicales, acordamos ampliar nuestros horizontes para incluir a personas que son diferentes a nosotros, que son más ricas o pobres, que tienen ideas políticas diferentes, que hablan otro idioma, que tienen una cultura diferente, una religión que no es la nuestra.

La Eucaristía es el sacramento de inclusión por excelencia. Todos están invitados y nadie debe quedar fuera.

Este sacramento de unidad nos recuerda que “tanto amó Dios al mundo que dio a su propio hijo para que el mundo se salvara”.

Cristo dijo a la mujer samaritana: “El que bebe el agua que yo le doy, nunca más tendrá sed; el agua que yo le doy se convertirá en él en manantial de vida eterna ” (Juan 4, 13-14).

En nuestras Eucaristías, la palabra de Dios y el pan del cielo se convierten para nosotros en fuente de agua fresca y de alimento que nutre nuestra vida diaria.

Este pan que baja del cielo no es recompensa por nuestra buena conducta. No recibimos la Eucaristía porque nos hayamos portado bien, sino porque somos pecadores perdonados y amados por Dios, que necesitamos de este alimento para continuar el camino, a menudo difícil, que tenemos por delante.

La participación en la Eucaristía es una oportunidad privilegiada que nos permite descubrir el plan de Dios para nosotros y vivir como personas “sabias y prudentes”. “Si alguno come este pan, vivirá para siempre”.

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