17 de agosto del 2024: sábado de la decimonovena semana del tiempo ordinario- año II
Los excluidos tomados como modelos
(Mateo 19, 13-15) Los
discípulos son hombres razonables, seguros de sus derechos. ¡Pretenden mantener
a raya a estas bandadas de niños que, como gorriones, dan vueltas alrededor del
Maestro! Como hace muy a menudo, Jesús invierte la situación para poner como
modelos a aquellos a quienes la sociedad excluye. Tomemos una semilla de él,
nosotros que estamos llamados a asemejarnos a estos pequeños cuya
vulnerabilidad revela la del Hijo amado, dependiente en todo de su Padre.
Benedicta de la Cruz,
cisterciense
(Ezequiel 18, 1-10.13b.30-32) Quisiera cambiar mis caminos, pero... Es tan difícil hacerlo, especialmente por mi cuenta. Sin embargo, cuando acudo a Dios en busca de ayuda, encuentro que es mucho menos difícil de lo que pensaba.
Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (18,1-10.13b.30-32):
Me vino esta palabra del Señor: «¿Por qué andáis repitiendo este refrán en la tierra de Israel: "Los padres comieron agraces, y los hijos tuvieron dentera?" Por mi vida os juro –oráculo del Señor– que nadie volverá a repetir ese refrán en Israel. Sabedlo: todas las vidas son mías; lo mismo que la vida del padre, es mía la vida del hijo; el que peca es el que morirá. El hombre que es justo, que observa el derecho y la justicia, que no come en los montes, levantando los ojos a los ídolos de Israel, que no profana a la mujer de su prójimo, ni se llega a la mujer en su regla, que no explota, sino que devuelve la prenda empeñada, que no roba, sino que da su pan al hambriento y viste al desnudo, que no presta con usura ni acumula intereses, que aparta la mano de la iniquidad y juzga imparcialmente los delitos, que camina según mis preceptos y guarda mis mandamientos, cumpliéndolos fielmente: ese hombre es justo, y ciertamente vivirá –oráculo del Señor–. Si éste engendra un hijo criminal y homicida, que quebranta alguna de estas prohibiciones ciertamente no vivirá; por haber cometido todas esas abominaciones, morirá ciertamente y será responsable de sus crímenes. Pues bien, casa de Israel, os juzgaré a cada uno según su proceder –oráculo del Señor–. Arrepentíos y convertíos de vuestros delitos, y no caeréis en pecado. Quitaos de encima los delitos que habéis perpetrado y estrenad un corazón nuevo y un espíritu nuevo; y así no moriréis, casa de Israel. Pues no quiero la muerte de nadie –oráculo del Señor–. ¡Arrepentíos y viviréis!»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 50,12-13.14-15.18-19
R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,13-15):
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban.
Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.»
Les impuso las manos y se marchó de allí.
Palabra del Señor
Reflexión Central
Hoy nos encontramos
reflexionando sobre unas lecturas que nos invitan a una profunda conversión del
corazón, recordándonos que nuestras acciones tienen consecuencias y que Dios
nos llama a un arrepentimiento sincero y transformador.
En la primera lectura del
profeta Ezequiel, Dios nos habla sobre la responsabilidad personal. El pueblo
de Israel había caído en la tentación de creer que sufrían por los pecados de
sus antepasados. Sin embargo, Dios les deja claro que cada uno es responsable
de sus propias acciones. "Convertíos y vivid", dice el Señor. Esta
llamada a la conversión es una invitación a mirar dentro de nosotros mismos, a
reconocer nuestros errores y a cambiar nuestras vidas. No podemos escondernos
detrás de las acciones de otros; cada uno de nosotros es responsable de su
propio camino espiritual.
El salmo de hoy, el Salmo 50,
es uno de los más poderosos en la liturgia, un verdadero clamor de
arrepentimiento: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro". Este salmo
nos recuerda que Dios no desea solo una conversión externa, sino una
transformación interior, un cambio radical del corazón. Es un llamado a la
sinceridad en nuestro arrepentimiento y a buscar la pureza de corazón, que nos
permite vivir en comunión con Dios.
El evangelio de hoy nos
presenta un acto de ternura y amor por parte de Jesús. Los discípulos intentan
impedir que los niños se acerquen a Él, pero Jesús les dice: "Dejad que
los niños vengan a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los
cielos". Jesús nos invita a tener un corazón sencillo y abierto, como el
de los niños. Este corazón es el que realmente busca a Dios, confía en Él y se
entrega a Su amor sin reservas. Los niños nos enseñan a acercarnos a Dios con
humildad, confiando en su bondad y misericordia.
En nuestra vida cotidiana,
enfrentamos muchas tentaciones de endurecer nuestros corazones: el orgullo, la
autosuficiencia, el miedo, la desconfianza. Pero Jesús nos llama a ser como
niños, a tener un corazón limpio y puro, a buscar siempre a Dios con confianza
y amor.
Reflexión psicológica:
Desde un enfoque psicológico,
podemos entender estos textos de la liturgia de hoy como un llamado a la responsabilidad personal y
al crecimiento interior. Reconocer nuestras fallas y tomar la decisión de
cambiar es un acto de madurez emocional. Además, la invitación a ser como niños
no implica una regresión a la inmadurez, sino más bien un retorno a la pureza
y sinceridad de intención. En términos psicológicos, es un llamado a cultivar
una actitud de apertura y confianza, que nos permite vivir con autenticidad
y en paz con nosotros mismos y con Dios.
Que el Señor nos conceda la gracia de convertir nuestros corazones, para que podamos acercarnos a Él con la confianza de un niño, y vivir siempre en Su amor. Amén.
2
El toque transformador de Jesús
«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.»
Les impuso las manos y se marchó de allí.
Jesús ofreció esta amable reprimenda a sus discípulos por tratar de evitar que los niños se acercaran a él. Jesús deja en claro que estos niños son verdaderamente preciosos para Él y que quiere que cada uno de ellos reciba el Reino de los Cielos.
Un aspecto frecuentemente pasado por alto de este pasaje es que Jesús impuso sus manos sobre los niños y oró por ellos. ¡Que bendición! Una pregunta interesante para reflexionar es esta: ¿Qué efecto tuvo la imposición de manos de Jesús junto con su oración en estos niños? Estos actos habrían otorgado una enorme cantidad de gracia a estos pequeños. Tal vez no se dieron cuenta de lo que estaba pasando, pero de todos modos habrían recibido mucha gracia.
Lo mismo es cierto en nuestras vidas. No encontraremos a Jesús viniendo a nosotros físicamente de la misma manera, imponiendo Sus manos sobre nosotros y orando por nosotros. ¡Pero tenemos algo mucho más grande! Tenemos al Salvador del Mundo viniendo a nosotros en la Sagrada Comunión, entrando en nuestras almas y nutriéndonos de maneras más allá de lo que podamos imaginar.
El poder de Su divina presencia, viniendo a nosotros en la Sagrada Comunión, es suficiente para transformar nuestras vidas de manera poderosa. El problema es que a menudo lo recibimos sin estar completamente abiertos a su gracia y misericordia. Nos adelantamos fácilmente para recibir Su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y fallamos en abrirnos completamente a las infinitas profundidades de Su tierna misericordia.
Reflexiona hoy sobre el toque íntimo del Salvador en tu alma al recibirlo en la Sagrada Comunión. El poder de ese encuentro es de valor infinito. ¿Estás abierto a todo lo que Él desea otorgar? Renueva tu apertura a Él y busca permitirle entrar en tu alma más profundamente la próxima vez que se presente para recibir Su toque divino.
Mi Señor Eucarístico, te amo y deseo abrir mi corazón más plenamente la próxima vez que te reciba en la Sagrada Comunión. Que me abra a todo lo que Tú deseas derramar sobre mí. Ven a mi corazón, amado Señor, y transforma mi vida con Tu suave toque. Jesús, en Ti confío.
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