22 de agosto del 2024: Bienaventurada Virgen María, Reina- o jueves de la vigésima semana del tiempo ordinario- año II

 ¡Ella dijo “sí”!

 

(Lucas 1, 26-38) La respuesta de María – “He aquí la esclava del Señor” – nos revela su total apertura a Dios. Con su “sí”, María acoge la nueva Alianza para nuestra humanidad, la de la venida del Salvador que quiere vivir en cada uno de nosotros. Si respondemos “sí” siguiendo a María, también nosotros nos convertimos en portadores de luz.

¿Estoy dispuesto a encontrarme con el Señor hoy para decirle mi “sí”? ■

Jean-Paul Musangania, sacerdote asuncionista




 Lecturas propias de la memoria obligatoria


Lectura del libro de Isaías     9, 1-6

    El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.
    Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín.
    Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián. Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre serán presa de las llamas, pasto del fuego.
    Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz». Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto.

Palabra de Dios.


SALMO     Sal 112, 1-8

R. Bendito sea el nombre del Señor para siempre.

O bien:

Aleluia.

Alaben, servidores del Señor,
alaben el Nombre del Señor
Bendito sea el Nombre del Señor,
desde ahora y para siempre. R.

Desde la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el Nombre del Señor.
El Señor está sobre todas las naciones,
su gloria se eleva sobre el cielo. R.

¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
que tiene su morada en las alturas,
y se inclina para contemplar
el cielo y la tierra? R.

Él levanta del polvo al desvalido,
alza al pobre de su miseria,
para hacerlo sentar entre los nobles,
entre los nobles de su pueblo. R.


ALELUIA     Cf. Lc 1, 28

Alégrate, María, llena de gracia,
el Señor está contigo,
bendita tú eres entre las mujeres.


EVANGELIO

Concebirás y darás a luz un hijo

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas     1, 26-38

    El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
    El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: «¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo.»
    Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo
    Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.»
    María dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?»
    El ángel le respondió: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios.»
    María dijo entonces: «Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho.» Y el ángel se alejó.


Homilía

La Memoria de María Reina, que celebramos el 22 de agosto, es una oportunidad especial para reflexionar sobre el papel de María en la vida de la Iglesia y en nuestras vidas personales. Esta celebración se inserta en el contexto de la Octava de la Asunción, subrayando la íntima relación entre el hecho de que María fue asunta al cielo y su coronación como Reina del cielo y de la tierra.

Hoy celebramos a María, Reina del cielo y de la tierra, un título que no solo resalta su dignidad y gloria, sino que también nos invita a meditar en la humildad, la obediencia y la disposición de María a seguir la voluntad de Dios en todo momento.

1. María, Reina desde la humildad: El evangelio de hoy nos presenta el momento de la Anunciación, cuando el ángel Gabriel le anuncia a María que será la madre del Salvador. En su respuesta, "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38), vemos la profunda humildad de María. Ella, la Reina del cielo, se describe a sí misma como una sierva, poniendo toda su vida al servicio del plan de Dios. Este es un recordatorio poderoso para nosotros: la verdadera grandeza en el Reino de Dios no proviene del poder o la autoridad, sino de la humildad y la disposición a servir.

2. María, Reina de la paz: En la primera lectura, el profeta Isaías nos habla del "Príncipe de la paz". María, como madre de Cristo, el Príncipe de la paz, es también Reina de la paz. Su vida fue un ejemplo constante de serenidad y confianza en Dios, incluso en medio de situaciones difíciles. María nos invita a buscar la paz en nuestras vidas a través de la oración, la confianza en Dios, y la imitación de su paciencia y amor.

3. María, Reina cercana a nosotros: A pesar de su exaltación como Reina del cielo, María no es una figura distante o inaccesible. Como una madre amorosa, está siempre cercana a nosotros, intercediendo por nuestras necesidades y guiándonos hacia su Hijo. Su realeza no es de dominio, sino de amor y cuidado maternal. En nuestra vida cotidiana, podemos recurrir a María con la certeza de que ella nos escucha y nos ayuda en nuestras dificultades.

4. María, modelo de fe y confianza: Finalmente, María es Reina porque su fe y confianza en Dios son insuperables. Aceptó su papel en el plan divino con valentía y fe, sin saber todos los detalles, pero confiando plenamente en la bondad y la sabiduría de Dios. Esto nos desafía a vivir nuestra fe con la misma confianza, especialmente cuando enfrentamos incertidumbres o desafíos.

Conclusión:

Al celebrar hoy la memoria de María Reina, recordemos que su reinado no es uno de poder terrenal, sino de servicio, humildad y amor. María nos enseña que la verdadera grandeza se encuentra en servir a Dios y a los demás con amor y humildad. Que, como ella, podamos decir siempre "sí" al plan de Dios en nuestras vidas, confiando en que Él nos guiará hacia la verdadera paz y alegría.

Que María, nuestra Reina y Madre, interceda por nosotros y nos guíe siempre hacia su Hijo, Jesús, el Rey de reyes. Amén.



Jueves de la vigésima semana del tiempo ordinario- año II

(Mateo 22, 1-14) ¿Podemos esperar gozar de los beneficios del Reino sin cambiar nada en nuestra vida, sin convertirnos al Evangelio? La conclusión de la parábola denuncia esta posible ilusión. No basta con ser invitado: la forma de responder a la invitación también es decisiva.





Primera lectura

Lectura de la profecía de Ezequiel (36,23-28):

Así dice el Señor: «Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor –oráculo del Señor–, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.»


Palabra de Dios


Salmo

Sal 50,12-13.14-15.18-19

R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura
que os purificará de todas vuestras inmundicias


Oh Dios, crea en mi un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti. R/.

Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
R/.


Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,1-14):

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda." Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda." Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Palabra del Señor




2

" Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»




Esto puede resultar bastante impactante al principio. En esta parábola, el rey invitó a muchos a la fiesta de bodas de su hijo. Muchos rechazaron la invitación. Luego envió a sus sirvientes a reunir a gente del común que viniera y el salón se llenó. Pero cuando entró el rey, había uno que no estaba vestido con un traje de boda y podemos ver lo que le sucede.

Una vez más, digo, leer esto puede resultar un poco impactante. ¿Realmente este hombre merecía ser atado de pies y manos y ser arrojado afuera a la oscuridad donde hay gemidos y rechinar de dientes, solo porque no tenía la ropa adecuada? Ciertamente no.

Para poder entender esta parábola necesitamos averiguar  el simbolismo del vestido de boda. Esta prenda es un símbolo de quien está revestido de Cristo y, en concreto, de quien, por tanto, está lleno de caridad. Hay una lección muy interesante que aprender de este pasaje.

Primero, el hecho de que este hombre estuviera en el banquete de bodas significa que respondió a la invitación. Esta es una indicación de fe. Por lo tanto, este hombre simboliza a alguien que tiene fe. En segundo lugar, la falta de un traje de boda significa que es alguien que tiene fe y cree todo lo que Dios dice, pero no ha permitido que esa fe penetre en su corazón y alma hasta el punto de producir una verdadera conversión y, por tanto, una verdadera caridad. Es la falta de caridad en el joven lo que lo condena.

Lo interesante es que es posible que tengamos fe, pero que nos falte la caridad. Fe es creer lo que Dios nos revela. ¡Pero hasta los demonios creen! La caridad requiere que abracemos esa voluntad interiormente y dejemos que transforme nuestras vidas. Este es un punto importante de entender porque a veces podemos luchar con esta misma situación. A veces podemos encontrar que creemos en el nivel de la fe, pero no lo estamos viviendo. Ambos son necesarios para una vida de auténtica santidad.

Reflexiona hoy tanto sobre tu fe en todo lo que Dios ha dicho como sobre la caridad que, con suerte, ésta produce en tu vida. Ser cristiano significa dejar que tu fe se hunda en la cabeza y luego vaya  hasta el corazón y la voluntad.

Señor, que tenga una fe profunda en ti y en todo lo que has dicho. Que esa fe se hunda en mi corazón produciendo amor por Ti y por los demás. Jesús, en Ti confío.



 

 

Santísima Virgen María Reina—Memoria



Apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies y sobre su cabeza una corona de doce estrellas.

Apocalipsis 12:1

 

El siglo XX fue testigo de un gran resurgimiento de la devoción a la Madre de Dios.

Varias décadas antes de ese siglo, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX declaró el Dogma de la Inmaculada Concepción. Cuatro años después, la Santísima Madre se le apareció a Bernadette Soubirous, una campesina de catorce años, en Lourdes, Francia. En esta aparición, cuando Bernadette le preguntó quién era la Señora Celestial, ella respondió: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esta confirmación mística del dogma papal despertó una gran devoción a la Madre de Dios, y Lourdes se convirtió en un lugar de peregrinación frecuente donde ocurrieron muchos milagros.

En 1916, tres pastorcitos de Fátima, Portugal, recibieron tres apariciones del Ángel de la Paz, el Ángel Guardián de Portugal. Luego, en 1917, recibieron seis apariciones de la Señora del Rosario, como ella misma se llamaba. El día de su última aparición, se habían reunido unas 70.000 personas y todos presenciaron el milagro prometido. La lluvia torrencial cesó de inmediato, el sol danzó y se hundió en la tierra,  y todo y todos quedaron inmediatamente secos. Esta aparición y este milagro siguen alimentando la devoción a la Madre de Dios.

En 1950, el Papa Pío XII emitió una constitución apostólica por la cual declaró dogma de nuestra fe “que la Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.

Puesto que Jesús es el Rey de reyes, y puesto que Él está sentado en su trono a la diestra del Padre en el Cielo, y puesto que su madre fue asunta al Cielo en cuerpo y alma, entonces la conclusión lógica que fluye de estas verdades nos lleva necesariamente al memorial de hoy.

Los primeros Padres de la Iglesia utilizaron lo que se conoce como “tipología” para establecer claramente la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Por ejemplo, aunque el rey Salomón pecó, también es una prefiguración o “tipo” de Cristo porque fue un pacificador, lleno de sabiduría, y construyó el Templo.

San Agustín, en su comentario al Salmo 127, afirma que nuestro Señor es “el verdadero Salomón” y que “Salomón fue la figura de este pacificador”. El verdadero pacificador es Cristo, y así como Salomón construyó el Templo, así nuestro Señor construyó el verdadero Templo de Su Cuerpo, la Iglesia.

Siguiendo esta forma de tipología, el primer libro de los Reyes afirma: “Entonces Betsabé fue al rey Salomón para hablarle en favor de Adonías; y el rey se levantó a recibirla y se postró ante ella. Luego se sentó en su trono, y se preparó un trono para la madre del rey, que se sentó a su derecha. Ella dijo: “Hay una pequeña gracia que quiero pedirte; no me la niegues”. El rey le respondió: “Pídela, madre mía, porque no te la negaré”1 Reyes 2:19-20 ).

Si el rey Salomón, un tipo de Cristo en el Antiguo Testamento, honró las peticiones de su Reina Madre y la sentó en un trono junto al suyo, entonces mucho más nuestro Señor, el verdadero Rey de Reyes, hace lo mismo con su madre. Por eso, el memorial de hoy celebra el hecho de que, en el Cielo, la madre de Jesús está sentada en un trono junto al Suyo, y como Salomón, Jesús le dice con certeza: “Pídelo, madre mía, porque no te lo negaré”.

Por estas razones, el 11 de octubre de 1954, cuatro años después de la proclamación de la Asunción, el Papa Pío XII instituyó la Memoria de la Realeza de María con su carta encíclica Ad Caeli Reginam (La Reina del Cielo). Esta memoria se fijó inicialmente en el 31 de mayo, que seguía a la Memoria del Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, en 1969, el Papa Pablo VI trasladó la fecha al 22 de agosto, ocho días después de la Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen María. En gran parte, esto se hizo para crear una octava de anticipación y mostrar que la Asunción necesariamente tiene como resultado que la Madre de Dios sea también la Reina Madre del Cielo y de la Tierra.

Como Reina, la Madre María no sólo intercede por nosotros, sino que también actúa como mediadora de su Hijo. Desde su trono celestial, la Reina Madre del Cielo y de la Tierra está dotada de la gracia de Dios. Ella no es la fuente, pero tiene el privilegio de ser el instrumento de distribución. Como madre amorosa, nada le agrada más que prodigar todo lo bueno a sus hijos en la tierra. Anhela reunir a todos sus hijos en el Cielo, con y en su Hijo divino.

Aunque la evolución litúrgica y teológica de la conmemoración de hoy puede parecer compleja, su esencia es sencilla. No sólo tenemos una madre en el Cielo, sino también una Reina Madre. Como María es la Reina Madre de Dios, debemos recurrir a ella con fe y sencillez filiales. Como un niño pequeño corre hacia una madre amorosa en tiempos de necesidad, sin cuestionar nunca su amor, protección y cuidado, así también nosotros debemos correr hacia ella. Ella es nuestra protectora, nuestro refugio, nuestra esperanza y nuestro dulce deleite. Su afecto es perfecto y su amor maternal, incomparable.

Al honrar hoy a la Reina del Cielo, reflexionemos sobre la comprensión cada vez más profunda que tiene la Iglesia de su papel.

Así como la Iglesia ha aumentado su comprensión del exaltado papel de María a lo largo de los siglos, también nosotros debemos hacer este descubrimiento individualmente a lo largo de nuestras vidas. Volvámonos hacia ella, busquemos sus oraciones, confiemos en su intercesión y honrémosla como nuestra madre y nuestra reina.

 

Madre y Reina del Cielo, hoy corro hacia ti como un niño con confianza y seguridad. Tú eres la gloriosa Reina Madre, reinando sobre todos tus hijos con amor y misericordia. Por favor, ruega por mí y concédeme todo lo que necesito. Abro mi corazón a la gracia de tu Hijo, que se te ha encomendado dispensar. Hazme santo y libre de pecado, para que puedas presentarme sin mancha y puro a tu amado Hijo, el Rey del Universo. Reina del Cielo, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

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