Dios sostiene a los suyos en
los momentos de prueba. Él les dona el Pan que necesitan para seguir el camino
y cumplir su misión. A aquellos que vienen para escucharle, Jesús les anuncia
la existencia de un PAN que viene del cielo. Este pan es su propia carne y Él
da la Vida Eterna. Uno se alimenta por la FE y la Eucaristía.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan
(6,41-51):
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el
pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No
conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»
Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no
lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está
escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios."
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie
haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os
lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros
padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del
cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Palabra del Señor
A guisa de introducción:
Un pan que
alimenta la vida cotidiana
Hay
un largo proceso, varias etapas entre los granos de trigo y el pan sobre la
mesa listo para comer: los granos son sembrados en el campo, crecen hasta el
momento de la recolección, se cosechan, se tamizan, se muelen hasta hacerse harina,
se cocinan.
Cada
día necesitamos del pan para continuar viviendo, para marchar sobre la ruta. El
pan llega a ser el símbolo de las condiciones necesarias para ir hasta el final
del camino, para terminar bien la jornada.
El
pan frecuentemente es ganado “con el sudor de nuestra frente”, cumpliéndose lo
que dice Dios a Adán en el libro del Génesis, pero muchos (780.000.000 en el
mundo) se ven privados de comerlo.
En
esta acción cotidiana de comer, descubrimos la fragilidad de nuestra existencia
y nuestra dependencia frente al alimento,
“fruto de la tierra y del trabajo de los hombres” (y mujeres) como dice el
sacerdote cuando consagra el pan y vino para la Eucaristía.
Para
seguir amando, para pensar y querer siempre ser más humanos, tenemos necesidad
de alimentarnos. Pero como nos enseñaba la palabra de Dios domingo pasado, ningún
alimento es suficiente para colmar o llenar ese vacío que crece sin cesar en
nosotros…
Dios
ha querido que OTRO PAN diferente a aquel arrancado de la tierra, sea puesto a disposición
de aquellos que creen en Él y en su Enviado (Jesucristo). Este pan, dice Jesús “desciende
del cielo” o “ha bajado del Cielo” (…) es mi carne para que el mundo viva”. Él también
ha declarado: “Si alguno come de este Pan, vivirá eternamente”.
Pero
he aquí que sus auditores no pueden aceptar este mensaje tan sorprendente. Y
uno los comprende, los entiende…Jesús, tienen razón, Él es hijo de José, el
carpintero del pueblo vecino, y ellos conocen a su madre y su familia. Él es
uno de ellos, nada más!
Sin
embargo, hay otra mirada sobre Jesús, y es aquella de la FE, FE que es la luz
que Dios Padre pone en nosotros y que nos descubre o revela en el Hijo de José, su Enviado e Hijo
Bien Amado. Con la Fe, nosotros vemos más allá de lo visible. Jesús ha
compartido con nosotros el Pan de la Tierra, para despertar en nosotros el
hambre de Dios y saciarla, puesto que Él es en toda su persona, el pan bajado
del cielo.
Es
el Pan de la Eucaristía, pan ofrecido, dado, para que cada día nuestra vida
esté íntimamente unida a la suya, y que nosotros sus discípulos formemos un
solo cuerpo: el suyo.
Pan
a través del cual Cristo nos comunica su Espíritu: Espíritu Santo que da
fuerza, audacia, coraje o valentía…El Espíritu que permite librar los más grandes
y bellos combates: por la paz, por la justicia, la repartición equitativa de
los bienes, la no-violencia, la tolerancia, la acogida al extranjero, la instauración
de la misericordia y de la caridad.
Apreciamos
lo suficiente este PAN? Acaso no es verdad que dedicamos más tiempo a indagar
otras cosas y asuntos de la Naturaleza?
Cuantos
no se maravillan o interrogan frente a la Eucaristía, pero si se dejan arrobar
por la génesis del universo, el origen de la tierra, los comienzos de la vida,
la aparición del ser humano: en suma, el origen de la especie humana como
materia. Estos turistas de grandes espacios son frecuentemente creyentes en
Dios y en Jesucristo, y que se interrogan bien sobre muchos problemas, pero cuál
es el lugar de la FE cristiana en relación con la confianza en la ciencia?
El
ser o la persona inteligente no quiere
rechazar nada en el nombre de su FE; y no quiere tampoco renegar sus creencias;
ella se deja instruir por una justa interpretación de la Escritura y por una
minuciosa observación de la ciencia.
El
creyente pone su fe en la persona de Jesús, Pan de vida, que lo alimenta de su
Palabra en la vida cotidiana, y que le da un sentido a su jornada por la Eucaristía,
y que le abre los horizontes infinitos de la Vida Eterna y de la Resurrección.
Aproximación
psicológica del evangelio
Algunos o todos?
Juan parte de la idea que
nadie tiene la FE, y que la reacción casi normal ante Jesús, es la
incredulidad! “El que es de la tierra pertenece a la tierra y habla de
la tierra. El que vino del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero
nadie recibe su testimonio” (Juan 3,31-32).
Para Juan, si bien es cierto
que hay personas que creen en Jesús, es únicamente o solo porque Dios
interviene en sus vidas para abrirlos (o conducirlos) a la fe: “nadie puede venir a mi si mi
Padre que me ha enviado no lo atrae hacia mi” (Juan 6,44, ver también 6,37, 10,27-29…) Pero
una vez que alguien ha sido despertado a la dimensión espiritual de su vida,
debe consentir a comprometerse en un camino (o marcha) que no termina. De tal
modo que la distinción que Juan pone entre aquellos que creen y aquellos que no
creen no cabria ser interpretada como una frontera absoluta que separe los
buenos y los malos. No son solo dos categorías a destacar, sino quince…o quizás
mil. Y cuando hay demasiadas categorías, uno se da cuenta que estas ya no son
más prácticas o valederas, y uno es llevado a reconocer cada persona como un
misterio.
Hay aquellos o aquellas
(personas) que como Pablo, rechazan categóricamente a Jesús, hasta el día que
tocados por Dios, dejan de defenderse.
Existen otros, que como
Nicodemo, se sensibilizan lentamente al misterio de Jesús, y que necesitan
tiempo.
Hay aquellos, que como
Pedro, adhieren espontáneamente, pero que se “desinflan” o se decepcionan
enseguida y que deben reponerse (o darse el tiempo para recuperarse).
Encontramos esos otros, que
como Pilatos, bajo apariencias de
seguridad y voluntariamente cínicas, esconden una fragilidad y una angustia que
explican bien ciertas cosas.
Hay aquellos como el joven
rico, que quieren bien comprometerse hasta el fondo en la fe, pero que todavía
no son capaces de cortar el cordón.
Cada quien podría continuar y
hacer una larga lista de aquellos que oscilan de una parte a la otra en la
frontera de la fe.
Además de constatar que la FE
no es un criterio rígido y funcional por un SI o un NO, uno es llevado a
constatar que esta (rigidez) no es el criterio principal. Pablo escribe
en este sentido: “Cuando tenga la fe la más total, si me falta el amor, yo
no soy nada” (1 Corintios
13,2).
Para complicar (o quizás para
simplificar) todo, es necesario observar que hay en los dos testamentos toda
una serie de textos proclamando la salvación para todos, sin que se haga
mención de la FE o del amor manifestados por aquellos que se beneficien de esa
salvación.
Jesús nos deja entender acá
que si uno cree, es porque uno es atraído por Dios (v.44), y Él lo dirá más
lejos: “Y cuando yo
sea elevado de la tierra, atraeré hacia mi todos los hombres” (Juan 12,32).
En la carta a los Efesios
1,10-12, Pablo afirma que es el “universo entero”, el que será un día “reunido bajo un solo jefe,
Cristo”, y que los cristianos son “aquellos que de
avance han esperado en Cristo”.
Tendríamos una idea paralela
acá: “todos los hombres” serán un día atraídos por Cristo: los discípulos de Jesús son aquellos
que creen esto, a diferencia de aquellos que no llegan a ser discípulos. Pero
la realidad de la salvación permanece siendo la misma para todos, según el
pasaje de Isaías citado en el versículo 45: “Todos (universalmente) serán instruidos por
Dios. Grande será la felicidad de tus hijos”(Isaías
54,13).
Reflexión Central:
Dejarse instruir por Jesús
El PAN como el agua y la leche,
representa uno de los primeros símbolos de la alimentación….Pero el PAN es también
símbolo de la COMIDA, del encuentro de los seres humanos alrededor de la mesa.
Compartir su pan, compartir su mesa, es entrar en comunicación o comunión con
el otro. Al llegar a ser comida, la alimentación humana se convierte en celebración.
Aquí entonces la cultura llega para desplazar a la biología.
Pero además el pan tiene otra significación.
Él evoca la vida interior. Si el cuerpo necesita el PAN, el alma también tiene
necesidad de un alimento que lo sostenga y lo sustente. Alimento del alma,
alimento del espíritu, alimento del corazón. Nosotros decimos esto de una
lectura que renueva nuestra comprensión de las cosas. Es una
lectura que alimenta, “nutritiva”. “provechosa”, decimos en Colombia. Lo decimos igualmente de
una homilía (charla de familia, que no sermón moralizante) que nos estimula, nos motiva y
nos relanza...
Dentro de la cultura judía, la
experiencia del maná evocaba mucho más que la idea de liberarse del hambre,
ella evocaba la experiencia de la cercanía de Dios y la acogida de su Palabra.
Es por ello que el ser humano tiene hambre del Pan y de la Palabra, del uno y
de la otra, de la Palabra que le da sentido al Pan, del Pan que le da carne
(materialidad) a la Palabra.
El libro del Deuteronomio recuerda
esta experiencia y hace énfasis.
Acuérdate
del camino que Yahvé, tu Dios, te hizo recorrer en el desierto por espacio de
cuarenta años. Te hizo pasar necesidad para probarte y conocer lo que había en
tu corazón, si ibas o no a guardar sus mandamientos.
Te hizo
pasar necesidad, te hizo pasar hambre, y luego te dio a comer maná que ni tú ni
tus padres habían conocido. Quería enseñarte que no sólo de pan vive el hombre,
sino que todo lo que sale de la boca de Dios es vida para el hombre. (Deuteronomio
8,2-3).
El PAN, es aquello que entra en la
boca. La Palabra es aquello que sale de la boca, entra en los oídos y desciende
hasta el corazón. Es por ello que en la Eucaristía, decimos siempre que hay dos
mesas: la mesa del PAN y la mesa de la PALABRA. La Palabra es un alimento más esencial
que el pan.
Vivimos en una sociedad satisfecha y sufriente, diríamos que “en buena forma”. Una sociedad atascada por el ruido, por la música,
por los mensajes publicitarios, a cual más engañoso…donde el silencio es raro,
tanto que uno no puede a veces tolerarlo. Es necesario siempre una radio encendida o un
reproductor de música con audífonos en las orejas,
para huir de nuestra propia soledad. Tanto ruido y tan poca Palabra. Tantas
riquezas exteriores, tanta pobreza interior.
Es este PAN y esta VIDA que evoca Jesús
en el discurso del Pan de Vida. Él habla de la Palabra de Dios y del conocimiento
de Dios. En su gran oración hacia el final de su vida, Jesús exclama: “Y ésta
es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que tú has
enviado, Jesús, el Cristo.” (Juan 17,3).
Cuando la gente ha comprendido el
milagro del pan, al mismo tiempo han pensado en las grandes figuras de la tradición,
en Elías, en Eliseo, en Moisés. Ellos han pensado en el maná. Quién es entonces
este Jesús que repite el prodigio de los antiguos, que alimenta al pueblo y que
se atreve a decir enseguida: “Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo”?
Esta
es una afirmación sorprendente, escandalosa, que equivalía casi a decir: “yo
soy la Palabra de Dios”. Es por eso que la gente recrimina a Jesús. Ellos son incrédulos.
Este
mensaje es demasiado fuerte.
En la época de Moisés, ya, el pueblo se había
enojado con Moisés y había dudado de Dios. Delante de Jesús, ellos se rebelan. Pero quién se
ha creído este? Es acaso un profeta más grande
que Elías y que Moisés? Este hombre, no es acaso Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos
muy bien su padre y su madre. Entonces, cómo puede decir : “Yo he bajado del cielo”? (Juan 6,42). Jesús no responde a esta interrogación.
Él afirma simplemente que el Padre lo ha enviado. Jesús no argumenta sobre su
nacimiento terrenal ni sobre sus diplomas, su carrera, las escuelas que ha
frecuentado, la gente que ha conocido. Él se presenta como alguien a quien se
debe aceptar en la FE. Él pretende conducir al verdadero conocimiento de Dios.
Él es más que un rabino cualquiera que recluta discípulos para hacer escuela.
No hay más que Dios para instruir a los hombres sobre la salvación. Está escrito
en los profetas: “todos serán instruidos por Dios mismo en persona ” (6,45). Aquí
Jesús cita al profeta Isaías (54,13) alargando mismo el sentido de la Palabra
del profeta. Isaías hablaba de los hijos de Israel, Jesús parece hablar de todo
ser humano.
Ahora, para llegar a conocer
plenamente a Dios, es necesario pasar por Jesús. “Todo hombre que escucha las enseñanzas
del Padre viene a mi” (6,45). De ahí la conclusión hermética que Jesús dice de
avance: “el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la
vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el
pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el
pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre…” (Juan 6,47-50).
Es necesario admitir que este discurso del evangelio de Juan es con todo
sorprendente. Yo no creo que Jesús haya
hecho otro discurso así tan explícito
sobre sí mismo durante su vida pública. El discurso propuesto por Juan no es un
reportaje. Es más bien una meditación, una reflexión sobre el misterio de Jesús,
reflexión que es consecuencia de la experiencia de la Resurrección, mucho
tiempo después de tan sublime misterio. Juan expresa aquí la Fe de los
cristianos sobre Jesús. Jesús es la Palabra de Dios, esta Palabra hecha carne. Jesús
nos establece en el verdadero conocimiento del Padre. Él es entonces el
verdadero Pan venido del cielo, Aquel que alimenta nuestro corazón y nos
comparte la vida eterna. Jesús no es un profeta más entre los otros. Él está en
el centro mismo de la FE. Estas cosas todas son difíciles de aceptar, de
comprender. Como hombre, Jesús no es un mero sabio más entre otros, del montón,
como Platón, Sócrates, Mahoma, Buda. Es un hombre de origen humilde, que ha
muerto joven a causa de una muerte vergonzosa, reservada a los esclavos y a los
bandidos. No es necesario entonces sorprenderse de que nuestros contemporáneos se
adhieran a esa mirada fría y preferentemente escéptica sobre el hombre de
Nazaret. Por otro lado, es de ese modo como los jueces contemporáneos de Jesús lo
han percibido, como un carpintero o un hijo de carpintero, el hijo de José y de
María.
Pero esta mirada exterior, a veces exaltadora, a veces reductora, no
toca al enigma ( al misterio) de Jesús como
centro de nuestra FE.
Para nosotros este hombre es el RESUCITADO, el HIJO DEL PADRE. Él es
Palabra de Dios, Él es nuestro Pan recibido del cielo, nuestra revelación sobre
el secreto de Dios.
Para tener acceso a este nivel de conocimiento, es necesario entonces
derrumbar los muros de reserva que nos mantienen distanciados de Jesús como
personaje histórico. Es necesario ir más lejos, ir más allá. Es necesario arriesgar – osar la FE. Entonces Jesús
llega a ser aquel que nos instruye sobre Dios,
o mejor, Aquel que nos introduce en el misterio de Dios y nos permite
ser instruidos por Dios mismo. No hablamos acá de un conocimiento intelectual o
meramente abstracto. Se habla de una experiencia del poder de Dios en nosotros,
de los frutos de su presencia, de la luz de su Gloria.
Intelectualmente, es importante que los creyentes que nosotros somos,
puedan hablar de su fe a igualdad de cultura con nuestros contemporáneos. Es
necesario dar razones de nuestra FE hablando del BIG-BANG, del psicoanálisis, de
la evolución de las especies o de la teoría del caos, de la IA, del cine y de las series
telé de hoy o de las modernas e influyentes redes sociales ...
No pertenece a ninguno poder explicitar su creencia sobre cada uno de
esos puntos, pero es esencial que podamos dar razones de nuestra experiencia en
las dimensiones que son las nuestras y de hacerlo en iguales condiciones de
cultura con nuestros amigos y colegas. Es importante que la Iglesia en su
conjunto, pueda hacerlo. Hay entonces sobre este punto un deber de cultura científica,
técnica y teológica importante.
Pero este nivel de intelectualización de la FE no sabrá nunca reemplazar
el primer nivel del conocimiento y de la experiencia de Dios que procura la FE
VIVA en Jesucristo. Esta experiencia, está en la oración, en la meditación, en
la frecuentación de la Palabra de Dios, en la búsqueda interior de Jesús en el
fondo de sí mismo, allí donde el soplo del Espíritu murmura la Palabra y le da
vida. Es verdaderamente ahí, en el corazón de la FE, que Jesús se descubre, se
revela como Pan bajado del cielo, pan de vida, pan para la vida del mundo.
2
Reunidos, recibimos de Dios el alimento que nos da la vida
La primera lectura nos habla
del profeta Elías que vive una travesía en el desierto en todos los sentidos de
la palabra. Después de sucesos dolorosos, está completamente desanimado; está
cansado de vivir. Escuchamos su oración: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis
padres!» Pero Dios no lo abandona: le envía el pan que le
dará la fuerza necesaria para continuar su largo camino. Cuando todo va mal, la
Palabra de Dios nos levanta y nos vuelve a poner en el camino.
Esta buena noticia nos
concierne a todos: a veces nos enfrentamos a decepciones y cuestionamientos
radicales; puede equivaler a la tentación de la desesperación. Entonces debemos
recuperar fuerzas para superar la fatiga. Estas fortalezas provienen de la
amistad, de una palabra que cree en nosotros, de una mirada que devuelve la
confianza. Pero los textos bíblicos de hoy nos instan a dar un paso más. El
único pan verdadero es Jesús que nos lo da. Él es el Pan del camino a través de
su Palabra y su Eucaristía. Los cristianos, todos necesitamos de este pan que
Dios nos da para continuar nuestro camino.
Este es el mensaje que no encontramos en el Evangelio de este domingo: Jesús acaba de declarar a los
judíos que él es “el pan que descendió del cielo”. Al decir esto, reconoce
poderes que solo pertenecen a Dios. Para quienes lo escuchan, esto no es
posible: ven en él solo al hijo de María y José, un hombre al que conocen desde
la infancia.
En nuestro mundo de hoy, eso no
ha cambiado gran cosa: muchos se han instalado con indiferencia y rechazo.
Cuando nuestro corazón permanece cerrado al Espíritu Santo, la fe no entra.
Dios nuestro Padre nos atrae a Jesús; somos nosotros los que abrimos o cerramos
nuestro corazón. La fe sólo puede desarrollarse si nos dejamos “atraer” por el
Padre hacia Jesús. Estamos invitados a acudir a él con el corazón abierto, sin
prejuicios. Reconocemos en su rostro el rostro de Dios, en sus palabras las
palabras de Dios. Es el Espíritu Santo quien nos lleva a esta relación de amor
que existe entre Jesús y Dios Padre. Este es el don de la fe.
Con esta actitud de fe,
podemos comprender mejor el significado del “Pan de vida” que Jesús nos da. Él
es “el Pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá
para siempre. El pan que yo daré es mi carne dada para que el mundo tenga vida
”(Juan 6:51). El joven Carlo Acutis, que pronto será canonizado, dijo que la
Eucaristía era su “camino al cielo”. En cada Misa descubrimos cuán lleno de
amor está Cristo por nosotros y por el mundo. Es tan apasionado que nos extraña
cuando no nos acercamos a él.
En cada Eucaristía, confiamos
en las palabras de Jesús que dijo: “Este es mi cuerpo entregado por ustedes”.
Confiamos en él porque es “el camino, la verdad y la vida”. Creemos en Jesús
que sigue entregándose por nosotros. Nos ama a todos con un amor que supera
todo lo que podamos imaginar. Espera que nos dejemos mover por él y le
devolvamos amor por amor.
En su carta a los Efesios, San
Pablo nos recuerda las disposiciones a
adoptar para recibir este don de Dios. Nos invita a vivir en amor y unidad. Es
una condición indispensable para vivir la Eucaristía en la verdad. Los
cristianos divididos son un anti testimonio. Solo podemos testificar
verdaderamente del amor de Dios si vivimos de él. Nuestro punto de referencia
es Dios; él es a quien debemos emular. Solo en él encontramos alegría y
felicidad, incluso en los momentos más difíciles.
En este domingo llegamos a
Jesús; él es quien nos acoge. Como dijo el Papa Francisco, él es “el rostro de
la misericordia”. Y al final de la Misa, cuando el sacerdote dice “Id en la paz
de Cristo", eso significa que ha llegado el momento de la misión. Somos enviados
a todos los que encontramos en nuestro camino. Al venir a nutrirnos del Pan de la Palabra y del Cuerpo
y la Sangre de Cristo, nos comprometemos a ser testigos de la esperanza que nos
anima.
Que el Señor nos mantenga fieles a esta misión que se nos ha confiado.
Referencias bibliográficas:
HÉTU, Jean-Luc. Les Options de Jésus.
BEAUCHAMP, André. Comprendre la Parole, année B. Québec, Novalis, 2007.
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