Perseverar en la oración
Jesús nos pide orar sin cesar, porque Dios hará
justicia a sus elegidos, y lo hará sin tardar. Pero concluye con una pregunta
inquietante:
“Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?”
¿Está acaso anunciando que llegará un día en que ya nadie orará? ¿O que no
habrá suficiente fe en nosotros para orar sin cansarnos?
Jesús nos recuerda aquí el vínculo profundo entre
la fe y la oración. Sin oración, la fe se derrumba. Y la oración es la
prueba de que nuestra fe está viva.
La viuda del Evangelio de hoy tenía una fe capaz de
mover montañas, una fe perseverante que terminó por conmover a un juez sin
corazón. Pero si su súplica no hubiera sido escuchada —como sucede a tantas
mujeres que oran por un hijo o por la curación de su esposo—, ¿habría que
concluir que no tenían suficiente fe? No. Porque aunque la oración esté unida a
la fe, el hecho de ser escuchados no siempre lo está.
Nuestra oración no sigue siempre los caminos que
deseamos. Pero no perdamos la confianza ni dudemos de nuestra fe: ella nos dice
que toda oración está en manos de Dios. Él sabe muy bien qué hacer con ella.
La oración nos sostiene, como sostuvo a aquella viuda en su búsqueda de
justicia.
Es nuestra esperanza, fundada en la palabra de Jesús y en su amor, que nos
enseña a amar “con gran paciencia” a pesar de las dificultades.
Las manos de Dios son manos buenas.
¿Sobre qué peticiones me he cansado de orar en los
últimos meses?
¿No serán también situaciones donde el Señor me pide más fe, más esperanza y
más caridad?
Vincent Leclercq, prêtre assomptionnistes
Primera
lectura
Mientras
Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel
Lectura del libro del Éxodo.
EN aquellos días, Amalec vino y atacó a Israel en Refidín.
Moisés dijo a Josué:
«Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré
en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano».
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entretanto, Moisés, Aarón
y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía
bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron
una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur
le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Nuestro
auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
V. Levanto mis
ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R.
V. No
permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel. R.
V. El Señor te
guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R.
V. El
Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R.
Segunda
lectura
El hombre de
Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Permanece en lo que aprendiste y creíste, consciente de quiénes lo aprendiste,
y que desde niño conoces las Sagradas Escrituras: ellas pueden darte la
sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir,
para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios
sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.
Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y a
muertos, por su manifestación y por su reino: proclama la palabra, insiste a
tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y
doctrina.
Palabra de Dios.
Aclamació n
V. La
palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón. R.
Evangelio
Dios hará
justicia a sus elegidos que claman ante él
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que
es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a
importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fíjense en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus
elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Les digo que les
hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
esta fe en la tierra?».
Palabra del Señor.
1
1. Introducción: Domingo de la Misión y de la
Oración Perseverante
Hermanos
y hermanas:
Este 29º domingo del Tiempo Ordinario nos invita a unir dos dimensiones
inseparables de la vida cristiana: la oración perseverante y la misión
universal. La Iglesia celebra hoy el DOMUND, Domingo Mundial de las
Misiones. Es el día en que cada comunidad, cada parroquia, cada corazón creyente,
recuerda que la fe no se encierra: se comparte, se anuncia, se dona. Y que toda
misión comienza de rodillas, en oración.
Estamos también en el mes del Rosario, bajo
la mirada maternal de María, la primera discípula y misionera, que nos enseña a
orar con constancia y a contemplar los misterios de la vida de su Hijo. En el
marco del Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, la liturgia de hoy
nos recuerda que el discípulo misionero sostiene el mundo con la oración, como
Moisés en la montaña, y lo transforma con la fe, como la viuda insistente del
Evangelio.
2. Moisés: La oración que
sostiene al pueblo
En la primera lectura del libro del Éxodo
(17,8-13), Moisés se encuentra en la cima del monte con los brazos
levantados, intercediendo mientras el pueblo libra una dura batalla contra los
amalecitas.
Cuando Moisés levantaba las manos, Israel vencía; cuando las bajaba, el enemigo
dominaba.
Este gesto es profundamente simbólico: nos revela que la victoria no depende
del poder humano sino de la constancia de la oración.
Así como Moisés, la Iglesia entera —y cada uno de
nosotros— está llamada a sostener al mundo en sus luchas:
- las
luchas de los pueblos que claman justicia,
- las
de los misioneros que anuncian el Evangelio entre persecuciones,
- las
de los pobres, los enfermos, los que sufren en silencio.
Hoy, en este domingo misionero, levantamos
nuestras manos como comunidad orante del Vicariato de San Andrés, Providencia
y Santa Catalina, pidiendo a Dios que sostenga a los que anuncian su Palabra en
los lugares más difíciles del mundo.
Como reza el Salmo 120, “Levanto mis ojos a
los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que
hizo el cielo y la tierra.”
Orar es levantar la mirada; es confiar que nuestro auxilio no viene del dinero,
ni del poder, ni de las armas, sino del Dios que acompaña nuestra historia.
3. Pablo a Timoteo: La Palabra
que forma y envía
La segunda lectura (2 Tim 3,14–4,2) nos
presenta el testamento espiritual de San Pablo a su discípulo Timoteo. Pablo le
recuerda que las Escrituras “tienen el poder de comunicar la sabiduría que
conduce a la salvación”.
Y luego le exhorta con fuerza: “Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a
destiempo; corrige, reprende, exhorta con toda paciencia”.
Es un llamado directo a todos nosotros, que somos discípulos
misioneros:
no podemos guardar la fe como un tesoro escondido; la Palabra que hemos
recibido debe circular, iluminar, sanar y consolar.
En tiempos en que las redes sociales se llenan de ruido y confusión, los
cristianos estamos invitados a ser red de esperanza, voz de Evangelio,
palabra de aliento.
El discípulo misionero no se acomoda ni se calla.
Su palabra es semilla. Su silencio es oración.
Y su misión nace de haber bebido en la fuente de la Palabra viva de Dios.
4. La viuda insistente: La
oración que vence la injusticia
El Evangelio de Lucas (18,1-8) nos presenta
a una mujer viuda, símbolo de los débiles y olvidados, que insiste sin descanso
ante un juez injusto hasta que consigue justicia.
Jesús usa esta parábola para mostrarnos que la fe perseverante mueve el
corazón de Dios.
Si un juez corrupto termina cediendo ante la insistencia de una mujer
indefensa, ¿cuánto más escuchará Dios, Padre bueno, las súplicas de sus hijos?
Esta viuda representa a tantos hombres y mujeres en
el mundo que no se resignan al mal, que oran llorando, que reclaman con esperanza.
Es la imagen de la Iglesia orante, de los misioneros perseguidos,
de los pueblos que sufren violencia, de las madres que rezan por sus
hijos, de los jóvenes que buscan sentido, de los abuelos que
interceden por la paz.
Orar, nos enseña Jesús, no es repetir fórmulas sin
alma. Es entrar en combate espiritual, es no rendirse ante el silencio
de Dios, es mantener viva la llama de la esperanza.
Como decía San Agustín: “La oración es el ejercicio del deseo. Si tu deseo
no se apaga, tu oración tampoco.”
5. La oración: corazón de la
misión
El papa Francisco nos recordó muchas veces que
“no hay misión sin oración”.
El misionero es aquel que primero escucha al Señor antes de hablar de Él; que
se deja llenar de su amor antes de salir a anunciarlo.
Por eso, cada cristiano está llamado a ser Moisés en la montaña y viuda en
el tribunal: intercesor y perseverante.
El Año Jubilar nos invita a ser peregrinos de
esperanza en un mundo herido.
Y la oración es el camino de esa peregrinación: nos hace levantar las manos,
abrir el corazón, y caminar hacia el otro con misericordia.
Es tiempo de renovar nuestra fe orante:
- rezando
el Rosario con nuestras familias,
- ofreciendo
el Santo Rosario por las misiones,
- sosteniendo
con nuestras oraciones a los que evangelizan donde la Iglesia es
perseguida,
- intercediendo
por nuestra Colombia, por su paz, por los que trabajan por la justicia.
6. María, mujer orante y
misionera
En este mes del Rosario, volvamos nuestra
mirada hacia María.
Ella oró en Nazaret cuando el ángel la visitó, oró en Caná pidiendo por los
novios, oró al pie de la cruz junto a su Hijo, y oró en Pentecostés con los
apóstoles.
María no es una mujer de palabras vacías, sino de fe perseverante.
Cada Ave María que rezamos es como una rosa ofrecida a su corazón, y como una
semilla de esperanza plantada en nuestra vida.
Pidámosle a la Virgen que nos ayude a orar con
confianza y a servir con alegría.
Que ella renueve en nosotros la certeza de que la oración cambia el corazón
y transforma la historia.
7. Conclusión: Cuando el Hijo del
Hombre vuelva, ¿encontrará fe en la tierra?
Esa pregunta de Jesús resuena hoy con fuerza:
¿Encontrará fe en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras
parroquias, en nuestros corazones?
Que este domingo del DOMUND nos haga redescubrir el
poder de la oración misionera, la fuerza de la fe perseverante y la alegría de
compartir el Evangelio.
Oremos como Moisés, proclamemos como Pablo, insistamos como la viuda, esperemos
como María.
Y que al volver Cristo, encuentre en nosotros discípulos misioneros, peregrinos
de esperanza, orantes incansables.
Oración final
Señor
Jesús,
Tú que escuchas el clamor de los pobres y fortaleces al que lucha,
enséñanos a orar sin desfallecer,
a creer cuando todo parece oscuro,
a esperar aun en medio de la injusticia.
Haznos
misioneros de tu esperanza,
constructores de paz y testigos de tu amor.
Que María, Madre del Rosario y Reina de las Misiones,
nos enseñe a perseverar en la fe
y a elevar nuestras manos por el mundo entero.
Amén.
“A Él sea la gloria por los siglos de los siglos.”
2
Perseverar en la oración, permanecer en la fe
1. Introducción: La oración, termómetro de la fe
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo (Lc 18,1-8) nos introduce en el corazón del misterio
de la fe perseverante. Jesús nos enseña que la oración es el pulso de la
fe viva. Si dejamos de orar, la fe se debilita; pero si perseveramos, la fe
crece y madura, aun en medio del silencio o la aparente ausencia de Dios.
En este Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND),
el Señor nos invita a redescubrir la fuerza de la oración como el alma de toda
misión. No hay anuncio del Evangelio sin oración; no hay misión sin comunión
con Aquel que nos envía.
En el Año Jubilar “Peregrinos de la Esperanza”, estamos llamados a ser
creyentes que oran sin desfallecer, que caminan confiando, y que sostienen la
esperanza de los demás cuando el cansancio y el desánimo los alcanzan.
2. La viuda perseverante: el rostro
de la fe que no se rinde
Jesús presenta una parábola conmovedora: una viuda
—figura del desamparo, de la fragilidad, de quienes no tienen voz— enfrenta a
un juez corrupto y sin compasión. No tiene poder, ni dinero, ni influencias;
solo tiene su fe obstinada. Y con esa fe insiste, una y otra vez, hasta
que el juez, cansado, le concede justicia.
El Evangelio no nos dice que el juez haya cambiado
de corazón, pero sí que la insistencia de la mujer fue más fuerte que su
indiferencia.
Esa es la fuerza de la oración perseverante: no cambia primero las
circunstancias, sino que cambia el corazón de quien ora.
Dios no se cansa de escuchar, pero muchas veces somos nosotros los que nos
cansamos de pedir.
Cuántas veces —como esa viuda— también nosotros nos
sentimos ante un “juez” que no responde: una enfermedad que no mejora, un hijo
que se aleja, una injusticia que no se corrige, una paz que no llega… Y sin
embargo, Dios no es como ese juez injusto. Él no se burla de nuestra
debilidad: su silencio no es abandono, es pedagogía del amor.
Él está obrando, incluso cuando no lo vemos.
3. La fe no se mide por los
resultados, sino por la confianza
Jesús no promete que toda oración obtendrá lo que
pedimos. Lo que promete es que ninguna oración se perderá.
Cada súplica, cada lágrima, cada silencio orante cae en las manos de Dios y se
transforma en gracia, aunque no siempre en el modo que esperamos.
Como decía Santa Teresa de Calcuta:
“Dios no me pide tener éxito, sino ser fiel.”
La fe auténtica no se mide por los resultados
visibles, sino por la confianza interior. Cuando oramos y no vemos frutos, Dios
está fortaleciendo nuestra raíz. La oración perseverante nos enseña a esperar
más allá del tiempo, más allá del cansancio, más allá del resultado.
Y ahí está el verdadero milagro: no que Dios cambie
el curso de los acontecimientos, sino que nos cambie a nosotros dentro de
ellos.
4. Cuando la oración se convierte
en misión
El DOMUND nos recuerda que la oración y la
misión van de la mano.
Orar sin cesar no es encerrarse en una burbuja espiritual: es abrir el corazón
al sufrimiento del mundo.
La oración auténtica es misionera, porque quien ora por los demás se
convierte en instrumento de amor, incluso desde su silencio y su dolor.
Pensemos en tantos misioneros y misioneras —en
África, Asia, América Latina, Medio Oriente— que oran y sirven sin descanso. Su
fuerza no viene de los recursos, sino de la oración diaria, muchas veces entre
lágrimas.
Pensemos también en las madres, abuelos, catequistas, enfermos y ancianos
que oran desde sus casas por la Iglesia, por los jóvenes, por la paz… Ellos son
el pulmón oculto del mundo, los “Moisés” que sostienen las manos en alto
mientras el pueblo combate en el valle.
5. María, modelo de oración
perseverante
En este mes del Rosario, miramos a María.
Ella oró en cada etapa de su vida: en la espera del ángel, en el dolor del
Calvario, en el silencio del Sábado Santo, en la esperanza de Pentecostés.
El Rosario es, precisamente, una escuela de perseverancia: cada avemaría
es un latido de fe, un eco de esperanza, un acto de confianza repetido como
quien toca la puerta del cielo hasta que se abra.
Si alguna vez nos cansamos de orar, recordemos que
María nunca se cansó de esperar.
Por eso, cuando tomamos el rosario entre las manos, nos unimos a su corazón que
supo creer sin ver, amar sin medida y esperar sin límites.
6. “¿Encontrará fe sobre la
tierra?” – Una pregunta que interpela
Jesús termina el Evangelio con una pregunta que nos
atraviesa:
“Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe
sobre la tierra?”
Esa pregunta no es amenaza, sino examen de
conciencia.
¿Encontrará fe en nuestras familias, en nuestras parroquias, en nuestras
comunidades?
¿Encontrará corazones que aún oran, que aún esperan, que aún aman?
La fe se extingue cuando la oración se apaga.
Por eso, más que nunca, el mundo necesita hombres y mujeres de oración
perseverante:
- orantes
que crean aun sin ver,
- misioneros
que sirvan sin cansarse,
- creyentes
que amen sin medir.
7. Conclusión: Las manos de Dios
son buenas manos
Alguien dijo:
“Las manos de Dios son buenas manos.”
Sí, hermanos. Aunque no entendamos sus caminos, Dios
sabe qué hacer con nuestras oraciones.
Nada se pierde en su amor, nada cae en el vacío.
Por eso, hoy más que nunca, perseveremos:
- en
la oración que sostiene,
- en
la fe que espera,
- en
la caridad que no se cansa.
Que nuestra Iglesia, en este Año Jubilar, sea una
comunidad de fe viva, orante y misionera, que sostenga al mundo con sus
manos levantadas como Moisés, que anuncie el Evangelio como Pablo, que insista
como la viuda, y que confíe como María.
🙏 Oración final
Señor
Jesús,
enséñanos a orar sin desfallecer,
a creer aun cuando el silencio nos pruebe,
a esperar aunque el tiempo se alargue.
Haz que
nuestra fe no se apague,
que nuestra oración no se canse,
que nuestra esperanza no se rompa.
Que cada
súplica se una a tu cruz,
y cada lágrima se transforme en semilla de resurrección.
María, Madre del Rosario y Reina de las Misiones,
sostén nuestras manos cansadas,
y haznos discípulos misioneros de la esperanza.
Amén.
3
La justicia a través de la misericordia
“Jesús
les propuso una parábola para enseñarles que era necesario orar siempre, sin
desanimarse.” (Lc
18,1)
1. Introducción: La oración que transforma la
injusticia en misericordia
Queridos hermanos y hermanas:
En este Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), cuando la Iglesia
universal contempla la llamada a anunciar el Evangelio hasta los confines del
mundo, el Señor nos invita también a entrar en el corazón orante de la
misión.
Jesús nos presenta hoy una parábola que podría
parecer extraña: una viuda que insiste ante un juez injusto. Él no teme
a Dios ni respeta a nadie, pero termina haciendo justicia porque la mujer no
deja de insistir.
¿No es curioso que Jesús use a un juez sin escrúpulos para hablarnos de la
oración? Lo hace para contrastar: si hasta un hombre corrupto termina
cediendo ante la insistencia, cuánto más el Dios justo y misericordioso
escuchará a quienes claman a Él día y noche.
Pero el Evangelio de hoy va más allá de la simple
perseverancia en la súplica. Jesús nos enseña que la verdadera oración busca la
justicia de Dios, no nuestros caprichos o deseos personales. La fe
perseverante, cuando se une a la misericordia, transforma la injusticia en amor
redentor.
2. Moisés en el monte: la oración
que sostiene al pueblo
La primera lectura (Éxodo 17,8-13) nos
muestra a Moisés con los brazos levantados mientras su pueblo libra una
batalla. Cuando Moisés se cansa y baja los brazos, el enemigo avanza; cuando los
levanta, Israel prevalece.
Esta imagen es el símbolo perfecto de la oración intercesora y perseverante.
Así es también nuestra vida espiritual: cuando
bajamos los brazos de la fe y la esperanza, el desánimo y la injusticia ganan
terreno.
Pero cuando elevamos las manos —como Moisés, como María, como la viuda del
Evangelio—, la victoria de Dios se manifiesta en la historia.
Hoy, en el contexto del DOMUND, esta escena
nos recuerda que la oración sostiene la misión.
Los misioneros del mundo —en selvas, desiertos, ciudades, aldeas y fronteras—
se sostienen por la fuerza de la oración de los fieles. Somos parte de esa
batalla espiritual donde la perseverancia orante abre caminos de salvación.
3. La justicia divina: no venganza,
sino misericordia
La viuda del Evangelio no pide venganza, sino justicia.
Sin embargo, Jesús transforma la comprensión humana de la justicia: no se trata
solo de “dar a cada uno lo suyo”, sino de sanar las heridas del mal con amor
y misericordia.
En el Evangelio, la justicia humana del juez es
fría, limitada, forzada. Pero la justicia divina, revelada en Cristo, es amor
que repara.
Jesús mismo fue víctima de la mayor injusticia: la cruz. Y sin embargo, no
respondió con ira ni exigió reparación.
Transformó la injusticia en misericordia redentora: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen.”
La justicia de Dios se cumple en la cruz, no porque
el mal sea ignorado, sino porque es absorbido por el amor.
Solo así la injusticia se convierte en semilla de salvación.
Solo así comprendemos que la justicia más perfecta nace de la misericordia
más profunda.
4. Orar sin desanimarse: el
combate de la fe
Jesús nos dice: “Oren siempre, sin cansarse.”
Pero, ¿cómo hacerlo cuando el cansancio pesa, cuando la respuesta no llega,
cuando la herida sigue abierta?
Orar sin desanimarse no significa repetir sin
sentido, sino permanecer en relación con Dios incluso cuando no
entendemos sus caminos.
Cada oración perseverante —aunque parezca no escuchada— es un acto de confianza
que renueva el alma.
Orar así es un combate espiritual, una forma
de resistencia ante la desesperanza del mundo.
Es mantener encendida la lámpara de la fe en medio de la noche del dolor.
Y esa perseverancia, dice Jesús, es la que mueve el corazón del Padre y abre la
puerta a su justicia misericordiosa.
5. Aplicación personal: De la
herida al perdón
Todos, en algún momento, hemos sido heridos o
tratados injustamente.
Quizá por palabras que nos dañaron, por traiciones, o por pérdidas que no
comprendemos.
La reacción natural es el resentimiento, el deseo de “que el otro pague”. Pero
el Evangelio nos ofrece otro camino: el de la justicia que nace de la
misericordia.
Cuando elegimos perdonar, cuando ofrecemos nuestro
dolor por amor, Dios transforma esa injusticia en bendición.
El perdón no borra la memoria, pero libera el alma.
El rencor encadena; la misericordia abre las manos y deja que Dios actúe.
Preguntémonos:
- ¿Por
qué o por quién he dejado de orar?
- ¿Qué
heridas sigo presentando al Señor con cansancio o con rabia?
- ¿Estoy
dispuesto a que mi oración se convierta en un acto de amor que transforme
la injusticia en gracia?
La respuesta no se improvisa: se madura día a día
en la oración constante, paciente, confiada.
6. La Palabra que nutre la perseverancia
San Pablo, en su carta a Timoteo (2 Tm 3,14–4,2),
nos recuerda que las Escrituras “tienen el poder de comunicarnos la sabiduría
que conduce a la salvación”.
Cuando nuestra oración se alimenta de la Palabra, no se agota ni se dispersa.
Es la Palabra de Dios la que nos enseña a orar con justicia, a pedir no según
nuestros caprichos sino según su voluntad.
Por eso, en este Año Jubilar, es vital
volver a la Biblia, al Rosario, a la Eucaristía: lugares donde el corazón
aprende el ritmo de la fe perseverante.
El cristiano que reza con la Palabra y se nutre del Evangelio aprende que toda
oración es fecunda, aunque el fruto tarde en aparecer.
7. María, Madre de la justicia y
la misericordia
En este mes del Rosario, contemplamos a
María como modelo de perseverancia.
Ella también conoció la injusticia: el rechazo en Belén, la huida a Egipto, el
dolor de ver a su Hijo condenado.
Y sin embargo, nunca perdió la fe ni dejó de orar.
Su oración no cambió los hechos, pero transformó el sufrimiento en ofrenda,
el dolor en redención, la oscuridad en luz.
María nos enseña que la oración perseverante no
busca cambiar a Dios, sino dejarnos cambiar por Él.
Ella es Madre de los misioneros, de los que oran sin descanso, de los que siembran
paz aun cuando el mundo se llena de odio.
8. Conclusión: El triunfo de la
misericordia
Hermanos y hermanas,
Jesús nos enseña hoy que la oración perseverante no es negociación con Dios,
sino comunión con su justicia y su misericordia.
Orar sin cansarse significa dejar que el amor de Dios venza en nosotros el
deseo de venganza, el rencor, la desesperanza.
El cristiano que ora así se convierte en discípulo
misionero de la esperanza, un testigo de la justicia divina que se realiza
a través del perdón.
Esa es la justicia del Evangelio: una justicia que no destruye, sino que salva.
🙏 Oración final
Señor
Jesús,
Juez justo y misericordioso,
tú transformas toda injusticia en ocasión de gracia.
Enséñanos a orar sin desfallecer,
a pedir no venganza sino justicia según tu corazón,
a confiar en que tus manos saben convertir el dolor en amor.
Haznos
perseverantes en la fe,
misericordiosos en la justicia,
y alegres en la esperanza.
Que
María, Madre del Rosario y Reina de las Misiones,
sostenga nuestras manos cuando el cansancio llegue,
y nos enseñe a transformar las heridas en oración.
Amén.
“A Él sea la gloria por los siglos de los siglos.”
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