lunes, 27 de octubre de 2025

27 de octubre del 2025: lunes de la trigésima semana del tiempo ordinario-I-

 

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Romanos 8, 12-17

San Pablo entrega a los Romanos la quintaesencia del mensaje de Cristo.
Una sola palabra clave o contraseña se ha grabado para siempre en la memoria del corazón de los apóstoles: “¡Abba!”
Un hombre se atreve a dirigirse al Santo de Israel con la familiaridad de un niño pequeño: “Papá”.
Él es, por tanto, Hijo de Dios, y el Espíritu Santo hace de cada uno de nosotros, sin ningún mérito de nuestra parte, los hijos amados del Padre.
¡Una revelación sin precedentes que debería transformar nuestras vidas!

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 


Primera lectura

Rom 8, 12-17

Han recibido un Espíritu de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!»

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Somos deudores, pero no de la carne para vivir según la carne. Pues si viven según la carne, morirán; pero si con el Espíritu dan muerte a las obras del cuerpo, vivirán.
Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.
Pues no han recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que han recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!».
Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 67, 2 y 4. 6-7ab. 20-21 (R.: 21a)

R. Nuestro Dios es un Dios que salva.

V. Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos,
huyen de su presencia los que lo odian;
En cambio, los justos se alegran,
gozan en la presencia de Dios,
rebosando de alegría.
 R.

V. Padre de huérfanos, protector de viudas,
Dios vive en su santa morada.
Dios prepara casa a los desvalidos,
libera a los cautivos y los enriquece. 
R.

V. Bendito el Señor cada día,
Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación.
Nuestro Dios es un Dios que salva,
el Señor Dios nos hace escapar de la muerte. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tu palabra, Señor, es verdad; santifícanos en la verdad. R.

 

Evangelio

Lc 13, 10-17

A esta, que es hija de Abrahán, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura el día sábado?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

UN sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga.
Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo:
«Mujer, quedas libre de tu enfermedad».
Le impuso las manos, y enseguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente:
«Hay seis días para trabajar; vengan, pues, a que los curen en esos días y no en sábado».
Pero el Señor le respondió y dijo:
«Hipócritas: cualquiera de ustedes, ¿no desata en sábado su buey o su burro del pesebre, y los lleva a abrevar?
Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura el día sábado?».
Al decir estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.

Palabra del Señor.

 

1

 

1. Introducción

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Hoy la Palabra de Dios nos vuelve a hablar con ternura de nuestra identidad más profunda: somos hijos de Dios. En medio de un mundo que muchas veces olvida la filiación divina y se deja arrastrar por la indiferencia o el miedo, la liturgia de este lunes nos invita a recordar que el Espíritu Santo nos guía, nos sostiene y nos libera, como un Padre que toma de la mano a su hijo para conducirlo con amor.

Vivimos este encuentro en el marco del Año Jubilar, tiempo de gracia, reconciliación y esperanza; en el mes del Rosario, donde caminamos junto a María, la Madre de los hijos de Dios; y con una intención orante por nuestros difuntos, hermanos y hermanas que ya descansan en los brazos del Padre eterno.


2. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios”

San Pablo nos dice una frase luminosa, contenida en el versículo 14 del capítulo 8 de la Carta a los Romanos:

“Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios.”

Sí, así como un niño va seguro a la escuela o al jardín tomado de la mano fuerte y tierna de su padre, el hijo de Dios se deja conducir por el Espíritu. Confiado, sabe que será llevado a buen puerto, a destino seguro.

Somos hijos e hijas de Dios porque el Espíritu de Cristo, el Hijo perfecto, vive en nosotros. Con Cristo y por medio de su Espíritu, podemos llamar a Dios “Padre nuestro”, no de labios hacia afuera, sino desde lo más hondo del corazón.

Y este Padre no es paternalista ni controlador; respeta nuestra libertad, nos educa en la responsabilidad y desea que maduremos en el amor. Nos quiere libres, espirituales, movidos por el Espíritu, no por el miedo o la costumbre.

Aquí nace una pregunta clave para el camino jubilar:
👉 ¿Me dejo realmente guiar por el Espíritu de Dios en mi vida diaria?
👉 ¿Soy consciente de su presencia, de su voz, de su impulso interior?

Porque solo quien se deja conducir por el Espíritu puede vivir como hijo. Los demás siguen viviendo encorvados bajo el peso del pecado, la culpa o el miedo.


3. Jesús, el que nos endereza

El Evangelio (Lc 13, 10-17) nos presenta a Jesús liberando a una mujer encorvada desde hacía dieciocho años. Encadenada por un espíritu, incapaz de mirarse a sí misma o mirar a los demás a los ojos, vivía doblada hacia el suelo, hacia su miseria.

Jesús la ve, la llama, la toca y le dice: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad.”
Al instante se endereza y glorifica a Dios.

¡Qué imagen tan bella del amor del Señor!
Cuando el peso del mal, del sufrimiento o del pecado nos hace vivir encorvados, Jesús viene a levantarnos, a restablecer nuestra dignidad de hijos. Él no mira primero el sábado, ni la norma, ni la conveniencia. Mira el dolor. Para Él, el sufrimiento humano tiene prioridad sobre cualquier legalismo.

Con sus brazos toma nuestro cuerpo, nos endereza y nos devuelve la capacidad de mirar a los otros frente a frente. Nos restituye a la comunión, a la relación fraterna, al amor.

Los legalistas se escandalizan, pero Jesús les responde con sencillez y fuerza:

“¿No desatáis en sábado a vuestro buey o a vuestro asno para llevarlo a beber? Pues, ¿no era necesario soltar de su atadura a esta hija de Abraham en sábado?”

Con esto Jesús revela que la misericordia está por encima de toda ley, y que el verdadero sábado es el día en que el hombre vuelve a ponerse en pie y a alabar a Dios.


4. Vivir por el Espíritu, no por la carne

San Pablo nos recuerda: “Si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis.”

Vivir “según la carne” significa vivir solo para uno mismo: sin apertura, sin misión, sin compasión. En cambio, vivir según el Espíritu es dejar que Dios renueve nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras relaciones. Es pasar de la esclavitud del miedo a la libertad del amor.

El Espíritu nos adopta, nos transforma, nos impulsa a llamar a Dios “¡Abba, Padre!” con un corazón confiado. Y ese mismo Espíritu nos hace hermanos, constructores de comunión y peregrinos de esperanza, como nos recuerda el lema jubilar.


5. Dimensiones jubilares y actuales

a) Oración por los difuntos

En este Año Jubilar, oramos por los que ya partieron, por quienes caminaron antes que nosotros, por los que permanecen vivos en nuestra memoria y en el corazón de Dios. Ellos también fueron guiados por el Espíritu, tal vez con sus caídas y sus luchas, pero ahora viven plenamente en el amor del Padre.
Nuestra oración los acompaña y nos consuela, porque la comunión de los santos nos une más allá del tiempo y del espacio.

Al recordar a nuestros difuntos, también pedimos al Señor que libere a quienes aún viven encorvados por el dolor o el luto, para que puedan enderezar la mirada y descubrir en Cristo resucitado la esperanza eterna.

b) Mes del Rosario

En este mes del Rosario, contemplamos con María los misterios de su Hijo. Ella es la mujer que se dejó guiar totalmente por el Espíritu, la hija fiel del Padre, la madre que nos enseña a levantarnos. Cada Ave María es una mano tendida que nos endereza interiormente.
El Rosario no es repetición vacía, sino escuela de libertad espiritual y de ternura filial. En él, Dios nos enseña a mirar el mundo con los ojos de María, a contemplar los rostros de los que sufren, y a dejarnos modelar por el Espíritu.

c) Dimensión misionera

El Espíritu no solo nos libera, también nos envía.
El cristiano que ha sido enderezado, que ha experimentado la ternura de Dios, se convierte en testigo de esperanza. En el mes de las misiones, recordamos que la verdadera misión comienza en el corazón: dejarse mover por el Espíritu y ponerse en camino.

Tú y yo somos misioneros cuando, como Jesús, levantamos a alguien encorvado: al enfermo que necesita consuelo, al triste que necesita compañía, al pobre que necesita dignidad, al difunto que necesita oración.
La misión consiste en liberar, bendecir, acompañar, mirar de frente al hermano con compasión.


6. Llamados concretos

1.    Vivir guiados por el Espíritu. Deja que el Espíritu te tome de la mano cada mañana. Pregúntate: “¿Qué quiere hoy el Espíritu de mí?”

2.    Levantar a los encorvados. Busca a alguien que necesite ser escuchado, mirado, tocado por la ternura de Dios. Sé tú ese instrumento de liberación.

3.    Rezar con María. Toma el Rosario con sentido nuevo: no como rutina, sino como diálogo filial. Que cada misterio te ayude a vivir el Evangelio en tu historia.

4.    Orar por los difuntos. Menciona sus nombres en la Eucaristía, ofrece tu comunión por ellos. Su vida sigue fecundando la nuestra.


7. Conclusión

Hoy el Señor nos dice: “No vivas encorvado por el miedo ni por la ley, vive libre en mi Espíritu.”
Jesús nos endereza, nos levanta, nos hace hijos y misioneros.
El Espíritu Santo nos guía como Padre tierno, y María, con su Rosario, nos enseña a decir “sí” cada día.

Que este Año Jubilar nos encuentre caminando como peregrinos de esperanza, hijos adoptivos del Padre, hermanos en la fe, y testigos de la misericordia que libera.


Oración final

Señor Jesús,
tú que viste a la mujer encorvada y la liberaste,
míranos también a nosotros,
a veces cargados por el peso del pecado, del miedo o de la tristeza.
Enderézanos con tu Espíritu,
haznos sentir hijos amados del Padre,
misioneros de tu ternura en el mundo.

Recibe hoy nuestra oración por los difuntos,
y que, con María, Madre del Rosario,
aprendamos a caminar libres, alegres y confiados,
hasta el día en que te contemplemos cara a cara.

Amén.

 

 

2

 

1.    Introducción: un “Abba” que cambia todo

 

Queridos hermanos y hermanas:


El evangelio de este día y la lectura de san Pablo nos conducen al núcleo más tierno y más revolucionario del cristianismo: la revelación de Dios como Padre, como “Abba”.

Pablo, en su carta a los Romanos, condensa la fe apostólica en una palabra clave—un “único código de acceso”— que abre el corazón del misterio: “Abba”. Es la contraseña de la vida nueva, el sello del Espíritu, el resumen de todo el Evangelio.

“Abba” no es una fórmula teológica, sino un grito, una confianza, una intimidad. Es el niño que corre hacia los brazos de su padre; es el pecador liberado que se atreve a decirle a Dios: “Papá, aquí estoy”.

Y eso es lo que Pablo se atreve a proclamar: Dios, el Santo de Israel, el Inaccesible, se nos hace cercano.
El Espíritu Santo graba en nuestra alma ese nombre familiar, que ya no podemos olvidar: “Abba, Padre”.


2. El Espíritu: contraseña de filiación y libertad

San Pablo nos dice:

“Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.
No habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar: ‘¡Abba, Padre!’”
(Rom 8,14-15).

Este texto es una declaración de identidad espiritual.
Nos recuerda quiénes somos y de quién dependemos.
No somos esclavos de un destino ni prisioneros del pecado: somos hijos libres, guiados por el Espíritu del amor.

El Espíritu Santo es el que nos permite llamar a Dios “Padre”, no por derecho propio, sino por adopción amorosa. No hemos hecho nada para merecerlo: es pura gracia.
Y sin embargo, ¡cuánto nos cuesta vivir como hijos y no como siervos!

Muchos cristianos siguen viviendo con miedo, con culpa, con la sensación de no ser dignos de Dios.
Pero san Pablo insiste: ya no eres esclavo, eres hijo; ya no eres siervo, eres heredero.


3. Un Dios con rostro de ternura

Alguien decía: “Un hombre se atreve a dirigirse al Santo de Israel con la familiaridad de un niño pequeño: ‘Papá’.”
¡Qué audacia divina! Jesús nos enseñó a hablarle a Dios como un hijo le habla a su padre amoroso, con confianza, con ternura, con abandono.

Este es un cambio de paradigma espiritual: Dios no es un patrón ni un juez distante, sino un Padre que se inclina, que acaricia, que levanta.
Por eso Jesús en el Evangelio de hoy (Lc 13,10-17) sana a la mujer encorvada. Ella llevaba dieciocho años mirando el suelo, incapaz de levantar la cabeza, prisionera de su dolor.
Jesús la ve, la llama, la toca y le dice: “Mujer, quedas libre de tu enfermedad.”

Ese gesto de Jesús revela el corazón del Padre.
Cuando el hombre está encorvado por el sufrimiento o por el pecado, Dios no se mantiene distante; se acerca, toca, libera, restaura.
Y cuando los legalistas protestan —porque lo hace en sábado— Jesús responde con autoridad:

“¿No era necesario soltar de su atadura a esta hija de Abraham incluso en día de sábado?”

Dios no puede dejar de amar, ni de liberar.
Y su Espíritu no puede dejar de actuar, incluso cuando la rigidez humana pone trabas.


4. En el marco del Año Jubilar: hijos, peregrinos y herederos

El Año Jubilar 2025 es un tiempo para redescubrir esta identidad filial.
El Papa nos invita a ser “Peregrinos de la Esperanza”, hombres y mujeres que caminan con la certeza de que Dios los ama como hijos.

Ser “peregrino” implica moverse, dejar lo viejo, enderezar la espalda, caminar libres.
Y eso es exactamente lo que hace la mujer del Evangelio: pasa de estar encorvada a caminar erguida, alabando a Dios.

En el Jubileo, el Señor también nos endereza, nos libera de nuestras ataduras, y nos hace herederos de su Reino.
No somos visitantes en la casa de Dios: somos familia, somos hijos, somos herederos junto con Cristo.


5. Tres resonancias para nuestro camino actual

a) Oración por los difuntos

Decir “Abba” no es solo una declaración de vida, también una afirmación de esperanza.
Hoy, al orar por los difuntos, decimos con fe: “Abba, Padre, recíbelos en tu casa.”
Confiamos en que la misma filiación que nos une en la tierra continúa en el cielo.
Nuestros seres queridos no se pierden: vuelven al Padre que los engendró en el amor.

Orar por ellos es prolongar ese lazo de ternura y comunión. En el Jubileo, esa oración tiene un valor especial: abre puertas, sana memorias y reaviva la esperanza de la resurrección.

b) El mes del Rosario: escuela de confianza filial

El Rosario es, en cierto modo, una oración “abba” que se hace canto.
Cada Ave María repite el sí confiado de una hija que se deja conducir por el Espíritu.
María es la criatura que mejor comprendió el “mot de passe” de la fe: vivió entera desde su filiación.

En este mes, tomemos el Rosario como instrumento de libertad y de ternura.
Mientras repetimos las Avemarías, dejemos que el Espíritu grave en nosotros esa palabra filial: “Padre, confío en Ti.”

c) Dimensión misionera

El Espíritu que nos hace hijos también nos envía como testigos.
El misionero es quien ha experimentado el amor del Padre y desea compartirlo.
No lleva teorías, lleva un nombre: “Abba”.
Anunciar el Evangelio es ayudar a otros a descubrir que no son huérfanos, que Dios los ama con amor eterno.

En este mes misionero, cada uno puede ser embajador de esa ternura divina:
con una palabra de consuelo, una visita a un enfermo, una oración por un difunto olvidado, o una sonrisa que levante a quien vive encorvado por la tristeza.


6. Llamados concretos

1.    Aprende a pronunciar “Abba” con el corazón. Cada mañana di con fe: “Padre mío, en tus manos confío mi día”.

2.    Libera a alguien encorvado. Busca a una persona que necesite sentir el amor del Padre a través de ti.

3.    Ora el Rosario con sentido nuevo. Deja que cada misterio sea una respiración filial, un “sí” de confianza.

4.    Ora por los difuntos. Llama a cada uno por su nombre y confíalos al abrazo del Padre.


7. Conclusión: el secreto del Evangelio

El cristianismo no es un código moral ni un sistema de normas; es una relación viva con un Dios que nos llama hijos.
El Espíritu Santo es ese “mot de passe unique” que abre las puertas del corazón divino.
Jesús nos lo enseñó con su vida y lo selló con su cruz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”

Hoy el Señor te dice: “No tengas miedo de llamarme Abba.”
Deja que esa palabra transforme tu vida, enderece tu alma, y te haga misionero de esperanza.


🌹 Oración final

Padre Santo,
tú que has puesto en nuestros labios la palabra “Abba”,
haz que tu Espíritu nos guíe siempre por caminos de libertad y de amor.
Endereza nuestras vidas encorvadas,
libéranos de toda esclavitud interior,
y haznos testigos de tu ternura en el mundo.

Recibe en tu paz a nuestros hermanos difuntos,
que ya viven en la plenitud de tu abrazo.
Y con María, Madre del Rosario,
enséñanos a decir cada día, con corazón confiado:
“Abba, Padre, aquí estoy.”

Amén.

 

3

 

1.    Introducción: el peso invisible de las cargas interiores

 

Queridos hermanos y hermanas:


El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús enfrentado una vez más con la rigidez de los líderes religiosos de su tiempo. La escena es profundamente humana: una mujer que durante dieciocho años ha vivido encorvada, sin poder mirar al cielo, es liberada por Jesús. Sin embargo, el jefe de la sinagoga, en lugar de alegrarse, se indigna: “Hay seis días para trabajar. Ven a curarte en esos días, no en sábado.”

Esta reacción nos desconcierta. ¿Cómo alguien puede enojarse ante una curación tan hermosa?
La respuesta es clara: el corazón legalista se ha vuelto incapaz de amar. Y esa incapacidad nace muchas veces de lo que hoy llamaríamos una “escrupulosidad espiritual”: el miedo de ofender a Dios, llevado a un extremo que termina ofendiendo el amor.

Jesús responde con firmeza y ternura:

“¡Hipócritas! ¿No desata cada uno de ustedes su buey o su asno en sábado para llevarlo a beber? ¿Y no era necesario soltar de su atadura a esta hija de Abraham, aun en sábado?” (Lc 13,15-16).

El mensaje es claro: Dios no quiere esclavos del deber, sino hijos libres del amor.


2. La mujer encorvada: símbolo de nuestras ataduras interiores

Esa mujer de dieciocho años encorvada representa tantas vidas oprimidas:
personas que viven bajo el peso de culpas antiguas, de miedos religiosos, de heridas emocionales, de escrúpulos que les impiden mirar el rostro misericordioso de Dios.

Cuántos cristianos viven así, encorvados hacia el suelo del deber, sin poder alzar la mirada hacia el cielo de la confianza.

Jesús la ve, la llama, la toca y la endereza.
Ese triple movimiento es también nuestro camino de sanación:

  • Jesús nos ve, porque nadie que sufre queda fuera de su mirada.
  • Jesús nos llama, porque la libertad empieza cuando escuchamos su voz.
  • Jesús nos toca, porque el contacto con su gracia endereza lo que el miedo ha torcido.

Y cuando ella se endereza, glorifica a Dios. Solo el que ha sido liberado puede alabar de verdad.


3. La escrupulosidad: cuando la fe se vuelve un peso

Alguien comentando este texto, habla del “peso de la escrupulosidad”.
No se trata del celo por el bien ni del amor a la ley de Dios, sino de una distorsión espiritual: mirar a Dios a través del lente del miedo y la autocrítica, hasta hacer del seguimiento de Cristo una carga en lugar de una alegría.

La escrupulosidad es la obsesión con el pecado más que con el amor.
Es pensar constantemente “¿habré hecho bien? ¿habré pecado sin darme cuenta? ¿habrá quedado impura mi intención?”.
Esa actitud no libera: asfixia el alma.

San Pablo ya lo advertía en la primera lectura:

“No habéis recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar: ‘¡Abba, Padre!’” (Rom 8,15).

El Espíritu de Dios no paraliza con miedo, sino que infunde confianza.
Cuando la religión se convierte en ansiedad, ha dejado de ser Evangelio.


4. Santa Teresita: de la sensibilidad al abandono confiado

Santa Teresa del Niño Jesús conoció bien este sufrimiento interior. En su autobiografía confiesa que durante año y medio vivió bajo una verdadera “martirio de escrúpulos”.
Temía que incluso sus pensamientos involuntarios fueran pecado mortal.
Pero un día, dice, experimentó una conversión completa: comprendió que el amor de Dios era más grande que todos sus temores.

Esa liberación interior la llevó a su “caminito de confianza y abandono”.
Desde entonces, Teresita vivió una fe sencilla, sin obsesión ni temor, y enseñó al mundo que Dios prefiere la confianza al miedo.

En el fondo, la mujer encorvada del Evangelio y Teresita son hermanas: ambas fueron levantadas por la misericordia de Cristo.


5. El peligro del legalismo en la vida cristiana

El jefe de la sinagoga actuó con escrupulosidad disfrazada de celo religioso.
No era malvado, simplemente había confundido la ley con el amor.
Su mirada no estaba en Dios ni en la mujer sufriente, sino en sí mismo y en su reputación.

La escrupulosidad espiritual puede tener formas muy sutiles:

  • Cumplir normas sin amor.
  • Temor de confesar lo mismo una y otra vez.
  • Incapacidad de perdonarse.
  • Obsesión por no equivocarse nunca.

Pero Jesús nos enseña que la verdadera santidad no consiste en la perfección exterior, sino en el amor que libera.
Como dice el Papa Francisco, “el legalismo mata, el amor da vida.”


6. Aplicaciones jubilares y pastorales

a) Año Jubilar: la libertad de los hijos

El Jubileo es, ante todo, un año de liberación interior.
Así como la mujer fue desatada de su atadura, también nosotros somos invitados a desatar los nudos del miedo y de la culpa.
El lema “Peregrinos de la esperanza” cobra aquí un sentido profundo: caminamos erguidos, no encorvados por cargas que Cristo ya llevó sobre sus hombros.

b) Oración por los difuntos

También oramos hoy por quienes ya partieron.
A veces, incluso frente a la muerte, surgen escrúpulos: “¿Habrán sido dignos? ¿Se habrán salvado?”
Confiémoslos al amor del Padre.
Si Dios ha querido que lo llamemos “Abba”, ¿cómo no acogerá a sus hijos en su casa?
Recemos con esperanza, no con miedo, porque la misericordia es la última palabra.

c) Mes del Rosario

El Rosario es una medicina contra la ansiedad espiritual.
Mientras repetimos las Avemarías, el corazón se serena.
Cada cuenta es un “respiro del alma” que nos enseña a mirar el mundo con los ojos de María: una mujer libre de escrúpulos, totalmente confiada en el amor de Dios.

d) Dimensión misionera

El misionero auténtico no anuncia una fe temerosa, sino una fe confiada y alegre.
No lleva al mundo un Dios que oprime, sino un Dios que libera.
Ser misioneros del Jubileo es mostrar al mundo un cristianismo que levanta, perdona y alegra.


7. Caminos de sanación interior

Queridos hermanos, esta Palabra nos invita a revisar nuestra relación con Dios.
¿Nos sentimos libres o vivimos como siervos temerosos?
¿La fe nos llena de alegría o nos pesa como un deber?

Jesús hoy quiere enderezar también nuestra espalda interior.
Nos dice: “No cargues con más peso del que te he pedido. No te encorves bajo tus propios miedos.
Mírame. Déjame tocarte. Te quiero libre.”

La libertad espiritual es el milagro más grande que Jesús puede hacer en nosotros.


8. Conclusión

El Evangelio de hoy es una invitación a pasar de la escrupulosidad a la confianza, del miedo al amor, de la ley rígida al Espíritu que vivifica.

Jesús no desprecia la Ley; la lleva a su plenitud: el amor misericordioso del Padre.
Quien ha comprendido esto ya no teme, sino que vive agradecido.

Por eso, si alguna vez sientes que tu fe pesa, mira al Crucificado:
Él ya cargó todas tus cargas.
Déjate enderezar, como la mujer encorvada, y glorifica a Dios con alegría.


🌹 Oración final

Señor Jesús,
Tú que enderezaste a la mujer encorvada,
míranos también a nosotros cuando el miedo nos encorva.
Líbranos de la escrupulosidad que nos roba la paz,
de la rigidez que nos impide amar,
y del orgullo disfrazado de perfección.

Danos el Espíritu que clama en nosotros: “Abba, Padre”,
para vivir con libertad de hijos y ternura de hermanos.
Recibe a nuestros difuntos en la paz del corazón del Padre,
y haznos misioneros de tu alegría en este Año Jubilar.

Con María, Madre del Rosario,
aprendamos a confiar, a esperar y a cantar tu misericordia.

Amén.

 

 

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