La buena dirección
(Lucas 13, 22-30) Interrogado
sobre la salvación, el Maestro habla de una “puerta estrecha” y, peor aún, de
una puerta que permanece cerrada a pesar de las súplicas de quienes buscan
entrar.
La clave de este pasaje tal
vez haya que buscarla en el Evangelio de Juan, donde Jesús, el Buen Pastor,
afirma: “Yo soy la puerta. Si alguien entra por mí, se salvará; podrá
entrar, salir y encontrar pastos.”
¡No nos equivoquemos de dirección!
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
A los que
aman a Dios todo les sirve para el bien
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir
como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y
que su intercesión por los santos es según Dios.
Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el
bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio.
Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos. Y a
los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que
justificó, los glorificó.
Palabra de Dios
Salmo
R. Yo
confío, Señor, en tu misericordia.
V. Atiende y
respóndeme, Señor, Dios mío;
da luz a mis ojos para que no me duerma en la muerte,
para que no diga mi enemigo: «Le he podido»,
ni se alegre mi adversario de mi fracaso. R.
V. Porque yo
confío en tu misericordia:
mi alma gozará con tu salvación,
y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho. R.
Aclamación
V. Dios nos
llamó por medio del Evangelio para que lleguemos a adquirir la gloria de
nuestro Señor Jesucristo. R.
Evangelio
Vendrán de
oriente y occidente, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN
aquel tiempo, Jesús pasaba por ciudades y aldeas enseñando y se encaminaba
hacia Jerusalén.
Uno le preguntó:
«Señor, ¿son pocos los que se salvan?».
Él les dijo:
«Esfuércense en entrar por la puerta estrecha, pues les digo que muchos
intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la
puerta, se quedarán fuera y llamarán a la puerta diciendo:
“Señor, ábrenos”;
pero él les dirá:
“No sé quiénes son”.
Entonces comenzarán a decir:
“Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”.
Pero él los dirá:
“No sé de dónde son. Aléjense de mí todos los que obran la iniquidad”.
Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando vean a Abrahán, a Isaac y
a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, pero ustedes se vean
arrojados fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se
sentarán a la mesa en el reino de Dios.
Miren: hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos».
Palabra del Señor.
1
“No te
equivoques de puerta”
1. Introducción: el camino y la puerta
Jesús
se dirige hacia Jerusalén. Cada paso suyo es una catequesis silenciosa sobre el
seguimiento y la fidelidad. En el camino, alguien le pregunta: “Señor, ¿serán
pocos los que se salven?” (Lc 13, 23). La pregunta parece curiosa, pero Jesús
no responde con números ni estadísticas; responde con una imagen: “Esfuércense por entrar por la puerta
estrecha.”
Esa
puerta no es un lugar físico, sino una persona: Cristo mismo. Como recuerda el Evangelio de
san Juan, “Yo soy la puerta. Quien entre por mí se salvará” (Jn 10,9).
No hay otro acceso al Reino sino a través de Él, del amor crucificado y
resucitado. La cuestión es, como dice alguien “no equivocarse de dirección”: muchos buscan
la felicidad, la plenitud o el sentido de la vida en mil caminos alternos, pero
olvidan que la dirección
correcta se llama Jesús.
2. La puerta estrecha del amor y la conversión
Entrar
por la puerta estrecha no significa buscar el sufrimiento o la tristeza, sino optar por un amor exigente y sincero.
El Reino no se conquista por herencia ni por costumbre, sino por decisión
diaria.
La
puerta es estrecha porque exige dejar atrás el equipaje del orgullo, de la
autosuficiencia, del egoísmo. Es el paso de quien se vacía para dejarse llenar
de Dios.
Quien pretende entrar con todo su “yo” inflado de títulos, rencores o
vanidades, simplemente no cabe.
Esa
es la paradoja del Evangelio: la
salvación no se gana por cantidad de rezos o actos externos,
sino por la calidad del amor y la sinceridad de la fe. Jesús no busca devotos
de apariencias, sino discípulos con corazón humilde.
3. El Espíritu que intercede por nosotros
San
Pablo, en la primera lectura, nos da una clave de consuelo: “El Espíritu viene
en ayuda de nuestra debilidad, pues no sabemos pedir como conviene” (Rom 8,26).
Cuántas
veces, en medio del dolor o la enfermedad, sentimos que no sabemos orar, que
las palabras no alcanzan. Pero el Espíritu ora en nosotros, con gemidos que
solo Dios comprende.
Esta palabra es especialmente consoladora para los enfermos, para quienes
viven la cruz de cada día en silencio. Ellos, quizá sin palabras, oran con su
cuerpo, con su paciencia, con su fe. ¡Y el Espíritu los transforma en
intercesores poderosos!
Por
eso, en este Año Jubilar, miremos a los enfermos no solo como necesitados de
ayuda, sino como puertas
vivas del Reino, testigos del amor que sufre y confía.
4. El mes del Rosario y la escuela de María
En
este mes del Santo Rosario,
María nos enseña cómo atravesar la puerta estrecha: con humildad, con fe y con
perseverancia.
Cada Ave María es un paso hacia esa puerta; cada misterio contemplado es un
recordatorio de que la salvación pasa por la Cruz, pero desemboca en la
Resurrección.
María
no se equivocó de dirección: siguió al Hijo, aun cuando el camino se oscureció
al pie de la Cruz. Por eso, es la Puerta
del Cielo, la que abre con su oración maternal el paso a los que
confían.
5. La misión: abrir puertas para otros
En
este mes de las Misiones,
el Evangelio nos invita no solo a preocuparnos por entrar nosotros al Reino,
sino a abrir la puerta
para los demás.
El verdadero discípulo no monopoliza la salvación, sino que se convierte en un
testigo del acceso universal al amor de Dios.
Ser misionero hoy es orientar a los que se han “equivocado de dirección”, a los
que buscan el sentido en el ruido, la riqueza o la indiferencia, y recordarles
que la única puerta que
salva sigue abierta: Cristo.
6. Conclusión: entrar para salir
Jesús
dice: “El que entre por mí se salvará; podrá entrar, salir y encontrar
pastos” (Jn 10,9).
El que entra por Cristo, no se encierra; sale renovado, libre, transformado.
Entrar por la puerta estrecha no es refugiarse, sino salir al mundo con el corazón de Cristo:
compasivo, misionero, servicial.
Pidamos
hoy, con humildad jubilar, que el Espíritu Santo nos conduzca por la buena dirección,
que nos enseñe a orar incluso cuando el dolor nos deja sin voz, y que María,
puerta del cielo, nos lleve de la mano hacia su Hijo.
🕊️ Oración final
Señor
Jesús,
Tú eres la puerta que conduce al Padre.
En este Año Jubilar, enséñanos a entrar por ti,
con un corazón pobre y confiado.
Fortalece a los enfermos y a quienes los cuidan;
que en su sufrimiento encuentren el pasto de tu consuelo.
Que María, Reina del Santo Rosario,
nos ayude a no equivocarnos de camino
y a ser misioneros de esperanza y misericordia.
Amén.
2
El peligro
de la presunción y la puerta estrecha del amor
1.
Introducción:
El viaje hacia Jerusalén y el corazón del hombre
Jesús
continúa su camino hacia Jerusalén, la ciudad donde consumará el misterio de
nuestra redención. En el trayecto, alguien le pregunta: “Señor, ¿serán pocos
los que se salven?” (Lc 13,23).
La pregunta podría parecer estadística, pero Jesús la convierte en una pregunta
existencial.
No responde con números, sino con una advertencia:
“Esforzaos por entrar por la puerta estrecha.”
El
problema no es cuántos se salvan, sino cómo
se salva uno.
Y la respuesta es radical: por
Cristo, con Cristo y en Cristo.
El Reino no se obtiene por herencia, simpatía o simple buena voluntad; requiere
decisión, vigilancia, conversión y humildad.
2. El peligro espiritual de la presunción
Se
dice con fuerza que uno de los pecados más peligrosos es la presunción, esa falsa
seguridad que nos hace creer que la salvación es automática, que “Dios es
bueno y al final todos iremos al cielo.”
Sí, Dios es misericordioso, pero no es ingenuo.
Jesús no predica un amor barato, sino un amor exigente, purificador,
transformador.
El
presuntuoso
vive en una ilusión: piensa que el pecado no tiene consecuencias, que su vida
es “suficientemente buena”. Pero la presunción adormece la conciencia, apaga el
arrepentimiento y anestesia el alma.
Es el estado de quien ya no se examina, ya no pide perdón, ya no cambia… y sin
embargo se siente en paz.
Por eso Jesús advierte con dolor:
“Muchos intentarán entrar, pero no podrán.”
El
cierre de la puerta no es un castigo arbitrario, sino la consecuencia de un
corazón que nunca quiso
entrar realmente.
3. La puerta estrecha: símbolo de conversión
La
“puerta estrecha” representa el camino exigente de la conversión. No es una
puerta injusta ni cruel; es la puerta del amor verdadero, que solo deja pasar a
los que se despojan del ego, del orgullo, de la soberbia espiritual.
Es
estrecha porque solo se puede pasar con lo esencial: fe viva, amor concreto y humildad.
El que pretende entrar con maletas de vanidad, rencores, soberbia o
indiferencia… simplemente no cabe.
Entrar por esa puerta exige una purificación interior. Y eso no se logra de un
día para otro, sino a lo largo de la vida, con la gracia del Espíritu que
“intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8,26).
El
Espíritu Santo es el que nos empuja a cruzar el umbral, el que nos recuerda lo
que somos y lo que debemos ser. Sin Él, nos quedaríamos contemplando la puerta
desde fuera, sin fuerzas para abrirla.
4. Una palabra para los enfermos: maestros del Evangelio
Hoy,
la intención jubilar se orienta hacia los
enfermos, esos peregrinos que viven el misterio de la puerta
estrecha en su propia carne.
Ellos conocen lo que significa esforzarse, esperar, confiar, ofrecer.
En su sufrimiento silencioso, los enfermos se convierten en una parábola viva de esperanza.
Muchos
de ellos no pueden “hacer grandes cosas”, pero cruzan la puerta estrecha del
dolor con la llave de la fe.
Ellos nos enseñan que la salvación no está en la fuerza del cuerpo, sino en la docilidad del alma que
se abandona a Dios.
En
este Año Jubilar, que es un año de gracia y de esperanza, elevemos por ellos
nuestra oración:
“Señor, abre para los enfermos la puerta de tu consuelo, y
haz de su cruz un camino hacia la resurrección.”
5. El Santo Rosario: escuela para entrar por la puerta
En
este mes del Rosario,
María nos enseña la manera más segura de atravesar esa puerta:
·
Con humildad: “He aquí la esclava
del Señor.”
·
Con perseverancia: siguió a su Hijo hasta
la cruz.
·
Con esperanza: esperó en la
resurrección cuando todo parecía perdido.
María
es la Puerta del Cielo
porque no se quedó mirando desde lejos; entró por la puerta del servicio, del
silencio, del amor cotidiano.
Cada Ave María que rezamos es una llave que nos acerca a esa puerta estrecha,
pero luminosa.
6. Las Misiones: abrir puertas para otros
El
Evangelio nos recuerda que no basta con buscar nuestra propia salvación. En
este mes de las Misiones,
Jesús nos pide abrir la
puerta para otros, especialmente para los que están lejos de la
fe o para quienes la vida ha herido.
Ser misionero es ayudar a otros a encontrar la dirección correcta.
En un mundo saturado de falsas puertas —el éxito fácil, el placer sin límites,
el egoísmo disfrazado de libertad—, la misión es gritar con el testimonio:
“¡Esta es la puerta, no te equivoques de dirección!”
Abrir
puertas es parte del camino jubilar: ser peregrinos de esperanza, no guardianes
de exclusividad.
7. El santo temor: bendición que despierta
Jesús
termina con palabras duras: “No sé de dónde sois. Apartaos de mí, obradores
de iniquidad.”
Estas frases no buscan infundir terror, sino despertar un santo temor,
ese don del Espíritu que nos mantiene vigilantes, conscientes, despiertos.
El santo temor no es miedo al castigo, sino respeto al amor de Dios.
Nos recuerda que el cielo no se improvisa, que se construye desde ahora con
decisiones concretas, perdones dados, sacrificios ofrecidos y amor sembrado.
8. Conclusión: Peregrinos que no se equivocan de puerta
En
este camino jubilar hacia la plenitud, pidamos al Señor la gracia de no
confiarnos demasiado, ni de desesperar jamás.
La puerta estrecha no es un muro: es
Cristo mismo, esperándonos con los brazos abiertos.
Entrar por ella es decirle cada día: “Jesús, en ti confío.”
El
que entra por Cristo, sale renovado.
El que se fía de su misericordia, nunca será rechazado.
Y el que ora, sufre y ama, aún desde la enfermedad o el silencio, ya ha cruzado
el umbral del Reino.
🙏 Oración final
Señor
Jesús,
Tú eres la puerta estrecha por donde pasa la vida verdadera.
Líbranos del pecado de la presunción y del orgullo espiritual.
Enséñanos a vivir con humildad, vigilancia y confianza.
En este Año Jubilar, abre para los enfermos y los afligidos
la puerta de tu consuelo y tu paz.
Que María, Puerta del Cielo y Reina del Rosario,
nos tome de la mano y nos conduzca hacia ti,
para que, junto a todos los misioneros de la esperanza,
entremos un día en la casa del Padre.
Amén.

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