Volverse justo: un camino de humildad
“¡Esto no es justo!” Este grito
brota a veces en nosotros. Desde las entrañas expresa una indignación ante el
mal sufrido, e indica una toma de conciencia más profunda: el contentamiento de
considerarnos en regla con la justicia humana puede volvernos ciegos y sordos a
los gritos de los olvidados de este mundo.
¿Qué significa ser justo?
Los textos que hoy nos ofrece
el calendario litúrgico, a pocos días de la fiesta de Todos los Santos, nos
preparan para comprender mejor las Bienaventuranzas: “Dichosos los que tienen
hambre y sed de justicia, porque serán saciados”. Ser justo es ser reconocido
como justo. Releamos el Evangelio del día. Retengo tres enseñanzas:
la primera, que nadie puede
atribuirse por sí la cualidad de justo; eso viene de Otro, más grande que
nosotros.
La segunda, que el camino para
llegar a ser justo consiste precisamente en reconocer nuestros fallos contra la
justicia, no para perdernos en la culpabilidad, sino —y este es el tercer
punto— para llegar a ser plenamente justos.
El publicano llega a ser justo
pidiendo misericordia. La culminación de ese llegar a ser se realiza por la acción
de la misericordia en él. El hambre y la sed de justicia quedan saciadas por la
acción de Dios en nosotros, acción que humaniza, transforma, abre los ojos y
convierte nuestros gritos en actos de justicia.
“Todos llamados a llegar a ser justos.”
¿Cómo soy actor del reconocimiento de lo justo
en el otro?
¿Cómo puede mi prójimo ayudarme a ser justo?
Marie-Dominique Trébuchet,
Primera lectura
La oración
del humilde atraviesa las nubes
Lectura del libro del Eclesiástico.
EL Señor es juez,
y para él no cuenta el prestigio de las personas.
Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre,
sino que escucha la oración del oprimido.
No desdeña la súplica del huérfano,
ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento.
Quien sirve de buena gana, es bien aceptado,
y su plegaria sube hasta las nubes.
La oración del humilde atraviesa las nubes,
y no se detiene hasta que alcanza su destino.
No desiste hasta que el Altísimo lo atiende,
juzga a los justos y les hace justicia.
El Señor no tardará.
Palabra de Dios.
Salmo
R. El afligido
invocó al Señor, y él lo escuchó.
V. Bendigo al
Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
V. El Señor se
enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R.
V. El Señor
está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R.
Segunda
lectura
Me está
reservada la corona de la justicia
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.
QUERIDO hermano:
Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es
inminente.
He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez
justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan
aguardado con amor su manifestación.
En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron.
¡No les sea tenido en cuenta!
Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se
proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado
de la boca del león.
El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino
celestial.
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Palabra de Dios.
Aclamación
V. Dios estaba
en Cristo reconciliando al mundo consigo, y ha puesto en nosotros el mensaje de
la reconciliación. R.
Evangelio
El publicano
bajó a su casa justificado, y el fariseo no
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos
por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El
fariseo, de pie, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones,
injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y
pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos
al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Les digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor.
1
Ser justos, camino de humildad
1) “¡No es justo!”: del grito a la gracia
“¡No
es justo!” Es un clamor legítimo ante el mal que padecemos o contemplamos. Pero
la Palabra hoy nos enseña a dar un paso más: no quedarnos solo en el grito,
sino dejar que Dios lo convierta en camino
de conversión y en obras
de justicia. A las puertas de la fiesta de Todos los Santos,
quienes vivieron las Bienaventuranzas, el Señor nos educa: “Dichosos los que
tienen hambre y sed de justicia”. La justicia evangélica no se fabrica; se recibe. No es medalla
al mérito propio, sino don
que Dios concede a los humildes.
2) Tres luces del Evangelio
El
Evangelio (Lc 18,9-14)
contrapone dos maneras de situarse ante Dios:
·
El fariseo se presenta con el
inventario de sus aciertos. No pide, se
compara. Su oración gira en torno a sí mismo: “Yo ayuno…, yo
pago…”. Se cree en regla y, paradójicamente, se cierra a Dios y al hermano.
·
El publicano no tiene curriculum
que exhibir. Solo una súplica breve, preciosa y verdadera: “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”.
Se abre al Señor y queda justificado.
De
aquí brotan tres enseñanzas, en sintonía con el comentario que hemos traducido:
1.
La justicia nos viene de Otro. “El Señor no es parcial a favor de los
poderosos… la oración del humilde atraviesa las nubes” (Si 35). Ser
justo es ser reconocido
por Dios como justo.
2.
El camino es la humildad sincera. Reconocer nuestras
faltas no para instalarnos en la culpa, sino para dejar entrar la misericordia.
3.
La misericordia transforma. El que pide perdón no
solo sale en paz; sale nuevo.
Dios cambia el centro de gravedad: ya no me comparo; me convierto. Ya no apilo
méritos; me dejo amar
y salgo a amar.
3) El Señor escucha el clamor del pobre
El
Salmo
responde: “El Señor escucha el
clamor de los pobres.” La justicia bíblica pasa por los vulnerables: el Señor se
inclina hacia el que no cuenta, el olvidado, el cansado. Por eso el fariseo,
que desprecia al otro, no
entra en la lógica de Dios. Quien mira por encima del hombro
acaba rezando solo
consigo mismo.
4) San Pablo: la humildad de quien se sabe sostenido
En
la segunda lectura (2 Tim
4,6-8.16-18), Pablo no se exalta a sí mismo: “El Señor estuvo a mi lado y me dio
fuerzas.” Reconoce el bien peleado —“he combatido el buen
combate”—, pero atribuye
la victoria a Dios. Y añade algo decisivo: “Que
no les sea tenido en cuenta” (a los que lo abandonaron). Esta frase
revela el corazón del justo: no
guarda rencor, intercede, misericordia en acto. La humildad no es
rebajarse en dignidad, sino vivir
anclados en la gracia.
5) Año Jubilar: peregrinos de la esperanza y de
la justicia
En
clave de Jubileo,
la Iglesia nos invita a abrir
la puerta de la misericordia: reconciliación, perdón,
reparación, obras de
misericordia. Ser “Peregrinos
de la Esperanza” es caminar con pasos concretos:
·
Paso sacramental: examen humilde y confesión. El publicano
abre la homilía del confesionario con su súplica: “Señor, ten piedad…”.
·
Paso comunitario: reparar vínculos
rotos, pedir perdón
y ofrecerlo.
·
Paso social: dejar de compararnos y
comprometernos:
honestidad en lo pequeño, defensa del débil, rectitud en el trabajo, justicia
con el salario, sencillez en el consumo.
6) Mes del Rosario y de las Misiones: escuela
de humildad, taller de justicia
El
Rosario es
un itinerario de humildad. En cada misterio, María nos enseña a ensanchar el corazón a
la medida de Dios:
·
En
la Encarnación,
Dios se abaja; aprendemos a no
presumir.
·
En
la Cruz,
Cristo se entrega; aprendemos a no
devolver mal por mal.
·
En
la Resurrección,
la Vida vence; aprendemos a esperar
trabajando por el Reino.
Y,
en este mes misionero,
el Señor nos recuerda: la fe se comparte con
gestos. El publicano, perdonado, está listo para salir:
·
Orar por los misioneros y por las vocaciones,
·
Apoyar las obras misioneras con nuestra
generosidad,
·
Ser misioneros en casa: palabra
justa, oído para el que nadie escucha, cercanía a quien está solo.
(Un
recurso precioso es el Rosario
misionero: ofrecer cada decena por un continente, para que la
justicia y la paz de Dios alcancen a todos.)
7) Una mirada psicológica y pastoral
Jesús
desenmascara una trampa frecuente: la comparación.
Compararnos anestesia la conciencia: “no soy tan malo como…”. La humildad sana
no es autodesprecio; es realismo
amoroso: veo lo que soy, lo pongo en las manos de Dios y me dejo trabajar.
Un ejercicio simple para la semana:
·
Cada
noche, tres minutos de examen:
1) Gracias; 2) ¿Dónde busqué aprobarme a mí mismo?; 3) “Señor, ten piedad”; 4)
Propósito concreto de justicia para mañana.
·
Cada
mañana, antes de salir, repetir tres veces: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón
semejante al tuyo.”
8) Gestos concretos de justicia que nacen de la
misericordia
1.
Lengua justa: renunciar al chisme y
a la difamación. Si no edifica, callo
o corrijo en privado.
2.
Economía justa: pagar a tiempo, ser
transparente, evitar el “todo vale”.
3.
Tiempo justo: dedicar tiempo real a
quien no puede “devolver” nada: un enfermo, un migrante, un preso, un anciano.
4.
Política cotidiana de justicia: participar en
iniciativas de reconciliación y bien común; orar por Colombia y por sus autoridades;
construir paz desde abajo.
5.
Iglesia en salida: sumarme a un servicio
parroquial que alivie sufrimientos concretos.
9) Final: bajar para subir
Jesús
termina con una promesa programática: “El
que se enaltece será humillado; el que se humilla será enaltecido.”
En el Evangelio, bajar
no es perder dignidad; es abrazar
la verdad de nuestra criatura y dejar que Dios nos levante. El fariseo se quedó
de pie ante sí mismo;
el publicano salió erguido
por la gracia.
Oración final (con María, en clave misionera)
Madre del Santo Rosario, enséñanos
la humilde audacia del publicano.
Que nuestra parroquia tenga hambre
y sed de justicia,
y que Tú nos conduzcas a Jesús, fuente
de misericordia.
Haznos peregrinos de la
esperanza,
misioneros con manos limpias y corazón sencillo,
para que nuestros gritos se vuelvan actos
de justicia
y los pobres puedan decir: “El
Señor escuchó mi clamor”.
Amén.
Para llevar a la vida (síntesis en tres frases)
·
La justicia se recibe: Dios justifica al
humilde.
·
La humildad abre la puerta: reconocer la verdad
de uno mismo sin culpas estériles.
·
La misericordia nos pone en camino: de perdonados a constructores de justicia
y misioneros de esperanza.
2
Tema: Humildad verdadera,
arrepentimiento y primacía de la gracia.
Introducción.
El Evangelio de hoy enseña que la oración auténtica tiene dos marcas
inconfundibles: humildad
y arrepentimiento.
Pero la parábola va más hondo que el “cómo orar”: desenmascara el veneno del
orgullo, revela la necesidad de la verdadera humildad y proclama el papel decisivo
de la gracia de Dios en nuestra salvación. La pregunta no es “¿rezo?”, sino “¿quién soy cuando rezo?”.
Las lecturas en un vistazo.
Eclesiástico acompaña a la perfección el Evangelio: “La oración del humilde
atraviesa las nubes”. Dios no hace acepción de personas, pero su oído se
inclina hacia la viuda, el huérfano y el oprimido—los que saben cuánto lo necesitan.
De ahí el responsorio: “El
Señor escucha el clamor de los pobres.”
En la segunda lectura, Pablo—antes fariseo—mira la vida como una ofrenda
derramada: “He combatido el buen combate… he llegado a la meta… he conservado
la fe.” Y señala la fuente: “El
Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas.” Hasta la “corona de
justicia” es puro don.
Finalmente, en la parábola de Lucas, dos hombres suben al Templo. Uno le dice a
Dios quién es él; el otro le dice a Dios quién
es Dios. El fariseo repasa sus virtudes y se compara; el publicano
se golpea el pecho y ruega: “Oh Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador.” El
veredicto sorprende: el
pecador vuelve a casa justificado—reconciliado con Dios—porque
la humildad abre la puerta que el orgullo atranca.
Una breve anécdota de entrada.
Un periodista preguntó a la Madre Teresa si sentía la tentación de la soberbia.
Sonrió: “¿Orgullosa de qué? Es
Dios quien obra a través de nosotras.” Esa es la diferencia entre
el santo y el fariseo: el santo recuerda la Fuente.
¿Qué falla en el fariseo?
Hace cosas buenas—ayuna, diezma—pero las usa como espejo para admirarse y como
vara para medir a los demás. Dos errores vacían su oración: (1) autofelicitación—como si
Dios estuviera en deuda; (2) desprecio—como
si los pecados ajenos excusaran su falta de misericordia. Da gracias, pero su
acción de gracias es un currículum. Está en el Templo, pero ora “consigo mismo” (cf. Lc
18,11).
¿Qué acierta el publicano?
Se queda a distancia, baja la mirada y abre el corazón. Su oración es breve y
eficaz: la Oración de
Jesús en semilla—“Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten
misericordia de mí, pecador.” No se compara ni se excusa; confiesa y se confía. La gracia inunda
el espacio que hace la humildad.
Tres opciones de vida para esta semana.
1.
Echa al fariseo, resucita al publicano.
El orgullo asoma cuando (a) presumimos sin dar gloria a Dios ni a quienes nos
ayudaron; (b) ansiamos reconocimiento; (c) rebajamos a otros con palabras
duras. El antídoto: humildad diaria—dependencia
de la gracia, confesión sincera, y reverencia por cada persona.
Examen nocturno: Gratitud
– Luz – Dolor – Propósito. Susurra: “Ten misericordia de mí,
pecador”, y fija un acto concreto de justicia o misericordia para mañana.
2.
Ora con todos los ingredientes.
Incluye: (a) Arrepentimiento—“por
mi culpa…”; (b) Acción de
gracias por los dones del día; (c) Alabanza y entrega—“Hágase
tu voluntad”; (d) Súplica—solo
lo que vaya con su voluntad; (e) Fortaleza—pide
la unción diaria del Espíritu en la debilidad y la tentación. Regla simple: breve, veraz, frecuente.
3.
Haz espacio para la gracia; suelta la
autojustificación.
El corazón autojustificado está demasiado lleno para que Dios lo llene. Deja al
abogado interno. Nombra la falta; no construyas defensa. En casa, trabajo y
parroquia, cambia el “Sí, pero…” por “Tienes razón; lo siento.” La gracia corre
hacia el corazón humillado.
En la Misa: donde la parábola se vuelve práctica.
La liturgia nos entrena a orar como el publicano. Nos golpeamos el pecho en el
Acto Penitencial; clamamos “Señor, ten piedad… Cordero de Dios… ten piedad de
nosotros.” Nos acercamos al altar no como triunfadores por un premio, sino como
pecadores que reciben la Misericordia
hecha carne. La Comunión no es recompensa de perfectos; es medicina de humildes.
Ven diciendo: “Señor, no soy digno… pero una palabra tuya bastará.”
Una palabra sobre justicia y misericordia.
Eclesiástico une humildad con justicia. El justificado hace justicia. Si Dios
se agachó para oír mi clamor, yo debo agacharme para oír el de los pobres: el
anciano solo, el migrante, el enfermo, el compañero con duelo oculto. La
humildad ante Dios se vuelve disponibilidad
ante el prójimo. La postura del fariseo aísla; la del publicano te envía a casa
cambiado—y lo primero que debe notarse es cómo tratamos a quienes menos pueden
retribuir.
Propósitos prácticos.
·
Una jaculatoria para la semana: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz
mi corazón semejante al tuyo.”
·
Una obra concreta: escucha de verdad a
alguien a quien sueles juzgar. Haz una pregunta, no te compares, ofrece una
ayuda.
·
Un paso sacramental: agenda la Confesión.
La frase del publicano es el umbral del confesionario.
Conclusión.
En cada corazón luchan un fariseo y un publicano. El orgullo contabiliza
méritos y guarda el marcador; la humildad cuenta misericordias y guarda la gracia. El Evangelio cierra
con promesa y advertencia: “Quien se enaltece será humillado; quien se humilla
será enaltecido.” Vayamos a casa justificados—más
ligeros, verdaderos y libres—porque elegimos la puerta baja por la que entró
Cristo: la humildad.
Oración.
Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo,
ten misericordia de mí, pecador.
Dame valor para decir la verdad sobre mí,
fe para creer la verdad sobre Ti,
y amor para servirte en el más pequeño de mis hermanos.
Amén.

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