domingo, 19 de octubre de 2025

20 de octubre del 2025: lunes de la vigésimo novena semana del tiempo ordinario-I

 

Un poco de altura

(Lucas 12, 13-21)

«Que el Señor se manifieste un poco más y tome mi partido»: tal es, en cierto modo, la petición dirigida hoy a Jesús. Una fe reducida a un apoyo o un aliado en nuestras disputas. Pero Cristo no se deja engañar; Él no viene a echar más leña al fuego de nuestras tensiones o intereses. Al contrario, nos ayuda a tomar un poco de altura, a mirar las cosas no desde la perspectiva de nuestros intereses personales, sino desde la mirada de Dios.

Bertrand Lesoing, prêtre de la communauté Saint-Martin

 

 

Primera lectura

Rom 4, 20-25

Está escrito por nosotros, a quienes se nos contará: nosotros, los que creemos en él

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.


HERMANOS:
Abrahán, ante la promesa divina no cedió a la incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete; por lo cual le fue contado como justicia.
Pero que “le fue contado” no está escrito solo por él; también está escrito por nosotros, a quienes se nos contará: nosotros, los que creemos en el que resucitó de entre los muertos a Jesucristo nuestro Señor, el cual fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Lc 1, 69-70. 71-72. 73-75 (R.: cf. 68)

R. Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado a su pueblo.


V. Suscitándonos una fuerza de salvación
en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo
por boca de sus santos profetas. 
R.

V. Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza. 
R.

V. Y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán
para concedernos
que, libres de temor, arrancados de la mano
de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia,
en su presencia, todos nuestros días. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. R.

 

Evangelio

Lc 12, 13-21

¿De quién será lo que has preparado?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.


EN aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?».
Y les dijo:
«Miren: guárdense de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”.
Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios».

Palabra del Señor

 

**********


Homilías para el lunes de la 29ª semana del Tiempo Ordinario, Año I (en el marco del Año Jubilar)

Intención orante: por el eterno descanso de nuestros difuntos
Lecturas:
Rom 4, 20-25 / Sal 1 / Lc 12, 13-21


1


1. Abraham, nuestro modelo en la fe

Queridos hermanos y hermanas:

En este lunes jubilar, la liturgia nos presenta a Abraham como modelo luminoso de fe. San Pablo, en la carta a los Romanos, recuerda que Abraham “no dudó de la promesa de Dios por falta de fe, sino que se fortaleció en su fe y dio gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que promete” (Rom 4,20-21).
Abraham es llamado padre de los creyentes no porque haya sido perfecto, sino porque creyó cuando todo parecía humanamente imposible. Su fe no fue una teoría, sino una confianza viva. Creyó cuando su cuerpo ya no tenía fuerzas, cuando la esperanza humana había caducado. En ese acto de confianza radical, Abraham nos enseña que la fe es aceptar el regalo de Dios aun cuando nuestras manos estén vacías.

Y es que la fe no es una conquista, sino un don. Abraham no “mereció” la promesa, sino que la recibió como un regalo gratuito del amor divino. Así también nosotros, especialmente en este Año Jubilar, estamos llamados a volver a esa confianza primera: no la fe de los méritos o las apariencias, sino la fe que nace de saberse amados y sostenidos por Dios incluso en medio de nuestras fragilidades.


2. La apertura al don de Dios

Abraham, antes de la circuncisión, antes de los ritos y leyes, ya había creído. Eso nos recuerda que la fe precede a la religión como estructura, porque la fe es encuentro. En tiempos en que todo parece medirse por lo visible, Dios nos invita a creer sin ver, a confiar cuando no entendemos, a mantenernos de pie cuando todo se derrumba.
Esa apertura al don es la primera respuesta que Dios espera de nosotros. En otras palabras, la salvación no empieza con lo que hacemos, sino con lo que dejamos hacer a Dios en nosotros.

Cuando rezamos por nuestros difuntos, lo hacemos desde esa misma confianza: que ellos, como Abraham, han pasado con las manos vacías ante el Señor, y han sido acogidos por su misericordia. No entran al Reino por sus obras solamente, sino por la fe con que creyeron y por el amor con que se entregaron.


3. Jesús y la verdadera riqueza

El Evangelio de hoy (Lc 12,13-21) nos presenta a un hombre que le pide a Jesús que intervenga en una herencia. Jesús aprovecha la ocasión para advertirnos del peligro de la codicia.
La parábola del rico insensato nos confronta con una pregunta esencial: ¿qué valor tiene acumular bienes si mañana puede terminar todo? Ese hombre pensaba solo en sí mismo: “¿Qué haré? Derribaré mis graneros para construir otros más grandes.” Nunca habló de compartir, de ayudar, de sembrar justicia. Vivió para acumular, y murió sin comprender que la vida no depende de lo que uno posee.

Jesús no condena la riqueza, sino el apego esclavizante a ella. No se trata de cuánto tenemos, sino de cuánto nos domina lo que tenemos. Cuando los bienes se convierten en un fin y no en un medio, perdemos el horizonte del Reino.

En un mundo donde todo invita a la seguridad material, Jesús nos ofrece otro tipo de “seguro de vida”: la caridad y la fe en Dios. Quien confía en el Señor, quien comparte lo que tiene, quien da pan al hambriento y consuelo al triste, ese tiene asegurada una riqueza eterna, porque “todo lo que se da, se salva; todo lo que se guarda solo para sí, se pierde”.


4. Riqueza y esperanza en el Año Jubilar

El Jubileo es tiempo de liberar el corazón de ataduras. No basta abrir las puertas de las iglesias; hay que abrir las manos y el alma. Este año nos invita a reconciliarnos con la historia, a dejar atrás los miedos, a vivir como peregrinos de esperanza, no como acumuladores de bienes.
Ser “ricos ante Dios” significa vivir con un corazón agradecido, capaz de reconocer que todo es don: la vida, la fe, el perdón, los hermanos. Y desde esa conciencia, ser generosos con los demás.

Los difuntos a quienes hoy recordamos no se llevaron nada material. Pero sí se llevaron lo que dieron: su amor, su fe, su generosidad. Por eso, oramos para que el Señor los reciba en su morada eterna y a nosotros nos conceda aprender de ellos el arte de dar y de creer.


5. Aplicación espiritual: fe, desprendimiento y memoria agradecida

Hoy podemos preguntarnos:

  • ¿En qué pongo mi seguridad? ¿En mis bienes o en la fidelidad de Dios?
  • ¿Confío como Abraham, incluso cuando no veo el cumplimiento de las promesas?
  • ¿Estoy usando mis recursos —tiempo, dones, bienes— para amar y servir?

Ser discípulo de Cristo es vivir con las manos abiertas, no solo para recibir, sino para ofrecer. La vida cristiana es un constante “éxodo” de uno mismo hacia Dios y hacia los demás.


6. Oración final

Señor Jesús,
enséñanos a confiar como Abraham,
a creer aun cuando todo parece imposible.
Haznos ricos en fe y pobres de egoísmo,
libres del afán de acumular,
generosos para compartir.


2

 

🕊Mirar la vida desde la altura de Dios

 

1. Introducción: La mirada corta y la mirada alta

Queridos hermanos y hermanas:


En este lunes de la 29ª semana del tiempo ordinario, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, la Palabra de Dios nos invita a elevar la mirada. A veces vivimos tan pegados a la tierra, tan encerrados en nuestras preocupaciones y pequeñas disputas, que olvidamos lo esencial: ver la vida con los ojos de Dios.
Jesús, en el Evangelio (Lc 12, 13-21), rechaza involucrarse en una discusión sobre herencias. “Maestro, dile a mi hermano que reparta la herencia conmigo”, le dice uno. Y Jesús responde: “¿Quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?” Luego cuenta la parábola del rico insensato, que acumuló riquezas para sí mismo, sin pensar en Dios ni en la eternidad.

Hoy el Señor nos pide lo mismo que al interlocutor del Evangelio: “Sube un poco más alto. No mires las cosas desde el interés o la posesión, sino desde la eternidad.”


2. Primera lectura: La fe de Abraham, un modelo de confianza

La primera lectura (Rom 4, 20-25) nos presenta nuevamente a Abraham, modelo de fe pura y desinteresada. No creyó porque las circunstancias fueran favorables, sino porque confió en la palabra de Dios.
San Pablo lo recuerda: “No dudó por incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios tiene poder para cumplir lo que ha prometido.”

Mientras el rico del Evangelio se encierra en sus graneros, Abraham abre su tienda al cielo. El uno acumula; el otro se fía. El uno busca seguridad material; el otro confía en una promesa que no ve. Por eso el apóstol añade: “También nosotros, si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús, seremos justificados.”
Ahí está el núcleo de la fe cristiana: mirar la vida desde la altura de la resurrección.


3. El peligro de una fe utilitaria

Jesús se niega a ser juez en una disputa económica porque no ha venido a reforzar nuestros intereses, sino a liberarnos de ellos. ¡Cuántas veces queremos un Cristo a nuestra medida! Uno que apoye mis reclamos, mis posturas, mis ideas políticas, o mis resentimientos.
Pero el Evangelio nos saca de ese círculo vicioso: la fe no es un instrumento para ganar en la vida, sino una llamada a vivir con libertad interior.
El hombre rico del Evangelio habla solo consigo mismo: “¿Qué haré? Derribaré mis graneros, construiré otros más grandes, diré a mi alma: alma mía, tienes bienes acumulados para muchos años...”
Nadie más entra en su horizonte: ni Dios, ni los pobres, ni la muerte. Y precisamente allí está su error.
Cuando la vida se cierra sobre sí misma, se vacía de sentido.


4. Tomar altura: la sabiduría del corazón

Jesús no condena la riqueza, sino el egoísmo acumulativo que la acompaña. “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán la vida; lo que has acumulado, ¿para quién será?”
Tomar altura significa redescubrir la sabiduría del corazón, la que enseña el Salmo 89: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sabio.”
La sabiduría cristiana no consiste en tener mucho, sino en saber qué vale la pena conservar.
Tomar altura es mirar lo que permanece, lo que deja huella en Dios: el amor, la fe, la generosidad, la esperanza.


5. Oración por los difuntos: mirar desde la eternidad

En este marco jubilar y en esta Eucaristía, recordamos también a nuestros hermanos difuntos. Ellos ya han cruzado el umbral que nosotros aún contemplamos desde lejos. Desde su paz eterna nos enseñan lo que el rico insensato no entendió: que nada nos pertenece, salvo el amor que damos.
Oramos por ellos, para que gocen del descanso eterno; y oramos por nosotros, para que aprendamos a vivir con esa mirada eterna que no se deja seducir por lo pasajero.

Señor Jesús, concédenos mirar la vida con tu mirada,
no desde el miedo a perder, sino desde la alegría de dar.
Que recordando a nuestros hermanos difuntos, aprendamos que todo pasa,
menos el amor que sembramos en Ti.


6. Conclusión: El tesoro verdadero

Al final, el Evangelio nos deja una sentencia luminosa:

“Así sucede al que atesora para sí, y no es rico ante Dios.”

Ser “rico ante Dios” es vivir con el corazón libre, abierto, agradecido.
En el Año Jubilar, el Señor nos invita a purificar nuestra mirada: a no medir la vida por lo que poseemos, sino por lo que somos ante Él.
Como Abraham, caminemos con confianza. Como los difuntos que recordamos hoy, aprendamos a esperar. Y como Jesús, miremos siempre desde la altura del amor de Dios, donde todo adquiere su verdadero valor.


🕯️ Oración final

Dios de la Vida y de la Esperanza,
en este tiempo jubilar enséñanos a ver con tus ojos.
Libéranos del egoísmo que encierra,
del miedo que paraliza,
y del afán de poseer que nos roba la paz.
Danos la sabiduría de los santos,
la fe de Abraham y la libertad de Cristo.

Recibe, Señor, a nuestros difuntos,
cuyos nombres llevamos en el corazón,
y concédeles el gozo eterno de tu presencia.

Que nosotros, peregrinos de esperanza,
vivamos cada día como don,
y aprendamos a mirar la vida desde la altura del cielo.

Amén.

 

 

3

 

Liberarse de la codicia para vivir en la libertad de Dios

 

1. Introducción: cuando el corazón se encadena a las cosas

Queridos hermanos y hermanas:

La escena que nos presenta el Evangelio de hoy (Lc 12,13-21) parece sencilla, casi cotidiana: dos hermanos discuten por una herencia, y uno de ellos pide a Jesús que intervenga. Esperaríamos que el Maestro actuara como mediador, buscando justicia. Sin embargo, su respuesta nos sorprende:

“Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes? Cuídense de toda avaricia, porque aunque uno tenga muchas cosas, su vida no depende de sus bienes.”

Jesús no evade el conflicto: lo eleva. No se coloca en el nivel de la disputa material, sino en el plano del alma. Él sabe que detrás de muchas injusticias visibles hay un mal más profundo y oculto: la codicia del corazón.
En este Año Jubilar de la Esperanza, el Señor nos invita a un examen de conciencia muy actual: ¿qué lugar ocupan las cosas en mi vida? ¿Me pertenecen o me poseen?


2. La fe de Abraham: creer sin poseer

La primera lectura (Rom 4,20-25) nos habla de Abraham, modelo de fe confiada. San Pablo dice:

“No dudó por incredulidad, sino que se fortaleció en la fe, dando gloria a Dios.”

Abraham no pidió herencias ni seguridades. Vivió con la tienda abierta, confiando en promesas invisibles. A diferencia del hombre del Evangelio, no se encerró en sus riquezas sino que se abrió a la fidelidad de Dios.
Abraham nos enseña que la verdadera riqueza consiste en confiar más que en poseer, en creer más que en retener.
Esa fe que lo justificó es la misma que nos justifica hoy, cuando creemos que Jesús resucitado es nuestra herencia eterna.

Por eso, el creyente no acumula tesoros efímeros, sino méritos de amor; no invierte en lo perecedero, sino en la eternidad.


3. Jesús, el juez que no juzga

Jesús rehúsa ser árbitro entre los hermanos porque sabe que el problema no es jurídico, sino espiritual.
Podía perfectamente impartir justicia —pues Él es el Justo por excelencia—, pero su misión no es resolver herencias, sino curar corazones enfermos de codicia.
Y ahí está la clave del Evangelio: hay cosas que desde el punto de vista humano parecen justas, pero desde la perspectiva de Dios no lo son, porque nacen de la envidia o del apego.

Jesús no quiere que perdamos la herencia eterna por defender una herencia terrenal.
Por eso advierte:

“Tengan cuidado con toda clase de avaricia.”
Porque la codicia es más contagiosa que cualquier virus. Se disfraza de justicia, de prudencia, de “derecho a disfrutar lo mío”… pero poco a poco esclaviza el alma y la aparta del amor.


4. El pecado de la codicia: la trampa del deseo

Alguien dijo, comentando este evangelio: los bienes materiales no son malos en sí; el problema es el deseo desordenado de poseer.
Podemos tener mucho y estar desapegados; o tener poco y vivir consumidos por el deseo de tener más.
La codicia no depende de la cantidad, sino del corazón.

En el mundo de hoy, este Evangelio se vuelve un espejo:

·        Las redes sociales nos enseñan a compararnos.

·        La publicidad nos convence de que “merecemos más”.

·        Y el consumismo nos hace creer que la felicidad está en comprar, poseer o exhibir.

Pero Jesús nos dice con firmeza:

“La vida de un hombre no depende de sus bienes.”

Lo que da sentido a la vida no se compra: se entrega.
Lo que nos salva no es lo que tenemos, sino lo que compartimos.


5. Oración por los difuntos: libres de la codicia

Hoy también recordamos a nuestros hermanos difuntos. Ellos nos predican en silencio el mismo mensaje del Evangelio:
Nada nos llevamos. Solo el amor permanece.
Por eso oramos para que gocen del descanso eterno, y también para que nosotros aprendamos, antes de morir, a vivir con libertad interior.

Señor, enséñanos a mirar las cosas con tus ojos.
Que no vivamos esclavos del tener, sino libres para amar.
Que no acumulemos oro, sino misericordia.
Que no defendamos herencias, sino relaciones.

Y cuando nos llegue la hora del paso final,
que podamos decir, como san Pablo:
“Nada tengo, pero lo poseo todo en Cristo.”


6. El Evangelio como espejo de la vida

Podríamos preguntarnos: ¿qué habría pasado si Jesús hubiera intervenido y repartido la herencia? Tal vez el conflicto habría terminado, pero el corazón del hombre seguiría lleno de codicia.
Por eso Jesús apunta más alto: quiere curar el alma, no equilibrar las cuentas.

Su mensaje es provocador:

“Más vale ser engañado y conservar la paz del alma,
que ganar el pleito y perder la libertad interior.”

Esto cuesta entenderlo, sobre todo cuando nos sentimos injustamente tratados. Pero desde la mirada de Dios, es preferible ser pobre en lo material y rico en misericordia, que tener de todo y vivir vacío.


7. Aplicación al Año Jubilar: el desapego que libera

El Año Jubilar 2025 nos invita a ser “peregrinos de esperanza”, y eso solo es posible con el corazón libre.
El peregrino viaja ligero; quien se aferra a las cosas no puede caminar hacia Dios.
Por eso este Evangelio es profundamente jubilar: nos llama a dejar lastres, a perdonar deudas, a renunciar a resentimientos, a compartir la herencia más grande: la fe.
El Jubileo no consiste en ganar indulgencias, sino en perder egoísmos.


8. Conclusión: el verdadero tesoro

El Evangelio termina con la parábola del rico insensato, que acumula y planea un futuro de placeres. Pero Dios le dice:

“¡Necio! Esta misma noche te reclamarán la vida; lo que has preparado, ¿para quién será?”

Y concluye Jesús:

“Así sucede con el que amontona riquezas para sí mismo y no es rico ante Dios.”

Ser rico ante Dios significa tener el alma llena de amor, paz y generosidad.
No es malo tener bienes; lo malo es que los bienes nos tengan a nosotros.
En este lunes orante, pidamos al Señor que nos dé la gracia del desprendimiento, la sabiduría del corazón y la paz de quien sabe que todo lo importante ya lo tiene: a Dios mismo.


🙏 Oración final

Señor Jesús, Maestro y Pastor,
Tú que conoces la pobreza del pesebre y la desnudez de la cruz,
libéranos de la codicia que nos encadena.
Enséñanos a valorar las cosas sin idolatrarlas,
a compartir sin calcular,
y a mirar la vida desde la eternidad.

Que nuestros difuntos, libres ya de toda posesión terrena,
gocen del tesoro eterno de tu Reino.

Y que nosotros, mientras caminamos en este Año Jubilar,
aprendamos a ser ricos en fe, generosos en amor y pobres en egoísmo.

Amén.

 

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