6 de agosto del 2023: Fiesta de La Transfiguración del Señor (A)
Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.
Palabra de Dios
R/. El Señor reina, altísimo sobre la tierra
El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean,
justicia y derecho sostienen su trono. R/.
Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R/.
Porque tú eres, Señor,
altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R/.
Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: «Éste es mi Hijo amado, mi predilecto.» Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones.
Palabra de Dios
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.»
Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»
Palabra del Señor
Y de hecho, en el evangelio, el episodio de la Transfiguración está situado en el momento cuando Jesús de manera más intensa toma conciencia del sufrimiento que le espera, pero también sabe (intuye) el más allá de este sufrimiento: “hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír”, “ustedes estarán afligidos, pero su tristeza se cambiara en alegría” (Jn 16,20).
Siguiendo a Jesús, dejaos transfigurar
En esta fiesta de la
Transfiguración del Señor, la liturgia nos ofrece textos bíblicos que nos
hablan de la gloria de Dios.
El primero está tomado del
libro de Daniel en el Antiguo Testamento. Es un texto algo confuso para
quien lo descubre; pero lo que debemos ver en él es la buena noticia que
nos deja: anuncia el juicio de los imperios mundiales, la liberación del pueblo
de Dios y la venida de su reino. Este relato nos prepara para el evento de
la Transfiguración.
En la segunda lectura tenemos
el testimonio del apóstol Pedro. Se asegura de precisar que su palabra no
tiene nada que ver con historias imaginarias. Afirma con fuerza la
autenticidad de su testimonio: “Hemos contemplado… Hemos oído…” Los cristianos
de hoy creemos en Jesús transfigurado y resucitado porque confiamos en el
testimonio de los que han visto su gloria.
Con el Evangelio entramos en
el acontecimiento de la Transfiguración. Jesús lleva a Pedro, Santiago y Juan; y
los lleva consigo a un monte alto.
Debemos saber que, en la
Biblia, la montaña representa el lugar de cercanía a Dios y de encuentro íntimo
con él.
Es verdaderamente EL lugar de
oración en la presencia de Dios. Es allí donde los apóstoles hacen este extraordinario
descubrimiento de Jesús transfigurado y luminoso. Su rostro se vuelve tan
resplandeciente y su ropa tan luminosa que Pedro queda deslumbrado. Le
gustaría quedarse allí para dejar fijo este evento.
Pero ahora resuena la voz del
Padre: “Este es mi Hijo amado. Escúchenlo”.
Esta palabra es
importante. Debemos escuchar a Jesús. No es el papa ni los obispos ni
los sacerdotes los que dicen esto, es Dios mismo quien nos lo dice
todo. Esto es importante.
El Señor está en el centro de
nuestra vida, de nuestro ocio y de nuestras preocupaciones. Pero con
demasiada frecuencia, estamos en otra parte. Organizamos nuestra vida sin
Él.
Los discípulos de Cristo
estamos llamados a ser personas que escuchan su voz y que toman en serio sus
palabras. Para escuchar a Jesús, tenemos que estar cerca de él, debemos
seguirlo, tenemos que aceptar su enseñanza.
Así lo hicieron las multitudes
del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. El mensaje que
les transmitió fue verdaderamente la enseñanza del Padre. Esta enseñanza
la podemos encontrar todos los días en el Evangelio; cuando la leemos, es
realmente Jesús quien nos habla, es su Palabra la que escuchamos.
En este episodio de la
Transfiguración encontramos dos momentos significativos: el ascenso y el
descenso.
El Señor nos llama aparte,
para subir al monte. Entendamos, no se trata de alpinismo sino de
encontrar un lugar de silencio y recogimiento para percibir mejor la voz del
Señor. Esto es lo que hacemos en la oración. Durante el verano,
muchos optan por pasar unos días en un monasterio. Necesitan este tiempo
de renovación para su vida cristiana.
Pero no podemos quedarnos
aquí. El encuentro con Dios en la oración nos empuja a “bajar” de la
montaña. Estamos invitados a volver a la llanura y unirnos al mundo en lo
que está experimentando. Allí encontraremos a todos aquellos que están
abrumados por el peso de la carga, las enfermedades, las injusticias, la
ignorancia, la pobreza material y espiritual.
Somos enviados a ser testigos
y mensajeros de la esperanza que nos anima. Esta palabra que hemos
recibido debe crecer en nosotros. Esto sólo sucederá si la
proclamamos. Si la acogemos no es para guardárnosla para nosotros, sino
para dárselo a otros; esta es la vida cristiana: acoger a Jesús y
entregarlo a los demás.
Dentro de unos días
celebraremos la Asunción de la Virgen María. Ella está ahí para invitarnos
a escuchar a Jesús y a hacer lo que él nos dice todos los días. Realmente
podemos confiar en ella. Es con ella que aprenderemos a “ascender” a
través de la oración. Después de haber sido impregnados del Amor que está
en Dios, podremos “bajar” para comunicarlo a este mundo que tanto lo
necesita. Es con Cristo y con María que este testimonio dará fruto.
Hacemos nuestras las palabras
de esta canción: “Id amigos por el mundo, anunciando el amor, mensajeros de
la vida, de la paz y el perdón”. Amén
La Gloria de la Transfiguración
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.»
Justo antes de la Transfiguración, Jesús comenzó a revelar a sus discípulos que sufriría mucho, sería rechazado por los ancianos, sería asesinado y resucitaría al tercer día.
Esto causó mucho temor en los discípulos mientras luchaban con esta
inquietante revelación de nuestro Señor. Y aunque Jesús se mantuvo firme
con ellos e incluso reprendió a Pedro por su miedo, Jesús también les dio a tres
de Sus discípulos un regalo muy precioso.
Después de mucho viajar,
predicar, obrar milagros y conversaciones privadas acerca de Su pasión con los
Doce, Jesús invitó a Pedro, Santiago y Juan a ir con Él a una montaña alta para
orar.
Estos discípulos probablemente
no tenían idea de lo que pronto encontrarían.
Mientras hacían el viaje
difícil y arduo, sus mentes deben haber estado ponderando no solo las obras
poderosas realizadas por Jesús en los meses anteriores, sino también Sus palabras
sobre el sufrimiento venidero.
Mientras luchaban con esto,
para su asombro, Jesús “se transfiguró delante de ellos, y su ropa se volvió
de un blanco resplandeciente”. De repente se les aparecieron Moisés y
Elías, representando la Ley y los profetas. Estas dos figuras del Antiguo
Testamento aparecían como una forma de decirles a estos discípulos que todo lo
que Jesús les decía se realizaría para que se cumpliera todo lo que se había
predicho acerca de Él desde la antigüedad.
Quizás Jesús pensó que, si sus
discípulos no lo escuchaban completamente, ver a Moisés y Elías
ayudaría. Pero Jesús fue aún más lejos. La Voz del Padre mismo tronó
y dijo: “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo."
Por lo tanto, si estos
discípulos finalmente no escuchaban solo a Jesús, o si incluso Moisés y Elías
no lograron convencerlos, entonces la última esperanza era el Padre
mismo. Y Jesús entregó tal gracia.
La Transfiguración fue una
verdadera misericordia. Estos discípulos nunca habían visto algo así
antes. Pero probablemente fue este acto de misericordia lo que finalmente
los ayudó a aceptar la dura verdad de que Jesús estaba tratando de enseñarles
acerca de Su sufrimiento y muerte venideros. Si el Padre en el Cielo
personalmente dio testimonio de Jesús, entonces todo lo que Jesús había dicho
era digno de confianza.
Mientras leemos los Evangelios
y las muchas enseñanzas que Dios nos ha dado a través de la Iglesia, piense
usted si hay algunas enseñanzas con las que tiene dificultades.
O en su propia vida, a nivel
personal, ¿hay algunas cosas que sabe que Dios quiere de usted pero que le
cuesta aceptar? Cuando surge la confusión, eso significa que no estamos
escuchando, no estamos escuchando completamente lo que Dios nos está diciendo o
no estamos entendiendo.
Y aunque no veremos al Señor
Transfigurado con nuestros ojos ni escucharemos la Voz del Padre con nuestros
oídos como lo hicieron estos tres discípulos, debemos optar por creer todo lo
que Dios ha dicho como si fuera el Señor Transfigurado, con Moisés y Elías y el
mismo Padre hablándonos clara y directamente. “Este es mi Hijo
amado. Escuchadlo." Esas palabras no sólo fueron
pronunciadas para el bien de los discípulos, sino también para nosotros.
Reflexione hoy sobre esta poderosa experiencia dada a estos discípulos por nuestro Señor. Trate de ponerse en escena para presenciar a Jesús transfigurado de la manera más gloriosa, con Moisés y Elías y con la Voz atronadora del Padre.
Permita
que el Padre le hable también a usted, diciéndole que todo lo que Él ha dicho a
través de las Escrituras, la Iglesia y dentro de su propia conciencia es
verdad. Permita que esta revelación lo convenza en el nivel más profundo
de reconocer no solo la divinidad de Jesús, sino también de
"escucharlo" en todos los sentidos.
Mi Señor transfigurado, eres
glorioso más allá de la imaginación, y revelaste un pequeño atisbo de esta
gloria a Tus discípulos para ayudarlos a confiar en Ti más plenamente. Que
yo también confíe más plenamente en Ti, sabiendo que todo lo que me has dicho
es verdad. Por favor, quita cualquier duda y temor en mi vida para que
nada me impida abrazar Tu santa voluntad. Jesús, en Ti confío.
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