viernes, 31 de octubre de 2025

Primero de noviembre del 2025: Solemnidad de Todos los Santos

 

Santo del día:

Todos los santos

«Nos conviene a nosotros, y no a los santos, honrar su memoria. Pensar en ellos es, en cierto modo, verlos. De esta manera, nuestra aguda sensibilidad espiritual nos transporta a la Tierra de los Vivos.»

(San Bernardo, Sermones)

 

¡Seamos santos alegres!

Cuando mi hermana menor entró a la escuela primaria, tres años después que yo, varios profesores le dieron una acogida cálida, felices de reencontrar algo del niño curioso que yo había sido. También le había dado algunos “truquitos” para ganarse a cada uno de ellos. En fin, le había “preparado bien el camino”.

Es un poco en ese sentido que imagino lo que Cristo quería decir cuando anunció que, una vez ido, nos prepararía un lugar en la casa de su Padre. Con toda su vida en la tierra, vivida al ritmo de las Bienaventuranzas, abrió el paso en ese camino estrecho que va de la vida a la muerte, y de la muerte a la vida eterna.

La solemnidad de Todos los Santos celebra a todos aquellos y aquellas que recorrieron ese camino con fe y amor: hombres y mujeres, conocidos o desconocidos, que vivieron como amigos de Dios, como mansos, como “pobres de corazón”, y cuya vida, aun discreta, sigue iluminando la nuestra.
Es una fiesta de luz, que nos recuerda que la santidad no está reservada a unos pocos héroes, sino que es un llamado para cada uno de nosotros.

No caminamos solos. Una multitud invisible nos rodea, nos sostiene y nos anima. Y creemos que, al final del camino, brazos abiertos y sonrisas sinceras nos esperan, porque un hermano mayor excepcional – Cristo – nos ha precedido allí. Somos esperados con alegría.

¿Quién, en mi vida, me ha “preparado el camino”?
¿Y para quién puedo hacerlo yo, a mi vez?

Jonathan Guilbault, directeur éditorial de Prions en Église Canada



Primera lectura

Ap 7, 2-4. 9-14
Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas

Lectura del libro del Apocalipsis.

YO, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
«No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los sellados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y delante del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con voz potente:
«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban de pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, diciendo:
«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo:
«Estos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí:
«Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió:
«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 23, 1b-2. 3-4ab. 5-6 (R.: cf. 6)

R. Esta es la generación que busca tu rostro, Señor.

V. Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. 
R.

V. ¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. 
R.

V. Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. 
R.

 

Segunda lectura

1 Jn 3, 1-3

Veremos a Dios tal cual es

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.

QUERIDOS hermanos:
Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados —dice el Señor—, y yo los aliviaré. R.

 

Evangelio

Mt 5, 1-12a

Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados ustedes cuando los insulten y los persigan y los calumnien de cualquier modo por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.

 

***************

 

1. Una fiesta de luz y de esperanza

Hoy la Iglesia se reviste de blanco, color de fiesta, de cielo y de eternidad. Celebramos a todos los santos, no solo los canonizados por la Iglesia, sino también esa multitud inmensa de hombres y mujeres que vivieron en fidelidad a Dios en lo oculto de la vida cotidiana. El Apocalipsis nos habla de una muchedumbre “que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua”. Es la gran familia de Dios, donde caben las abuelas que rezaron en silencio, los jóvenes que creyeron contra toda esperanza, los mártires sin nombre, los que perdonaron sin rencor y los que sirvieron sin buscar recompensa.

La fiesta de Todos los Santos no es un desfile de perfección, sino una celebración de la gracia, de lo que Dios puede hacer en el corazón humano cuando encuentra fe, humildad y amor. Es la respuesta luminosa de la humanidad al amor de Dios.


2. “Seremos semejantes a Él”

San Juan, en la segunda lectura, nos recuerda una verdad que da sentido a toda vida cristiana: “Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos; pero cuando se manifieste, seremos semejantes a Él.”
La santidad no es un disfraz moral, ni una máscara piadosa —como las que hoy el mundo se pone con tanto gusto en el Halloween—. Es una transformación interior, un proceso de configuración con Cristo. Dios nos creó para parecernos a Él, para reflejar su luz en medio del mundo.

Ser santo no significa vivir fuera del mundo, sino vivir en el mundo con un corazón en Dios. Los santos fueron hombres y mujeres normales que aprendieron a amar de manera extraordinaria. No nacieron santos, pero se dejaron moldear por la gracia, día tras día, caída tras caída, lágrima tras lágrima.


3. Las Bienaventuranzas: el retrato de los santos

El Evangelio de hoy (Mt 5,1-12a) es el corazón del mensaje: las Bienaventuranzas. No son una lista de mandatos, sino un retrato del mismo Jesús. En Él se cumple cada una:

·        Fue pobre de espíritu, porque confió siempre en el Padre.

·        Fue manso, porque venció el mal con el bien.

·        Lloró, porque amó hasta las lágrimas.

·        Tuvo hambre y sed de justicia, porque se dio por los demás.

·        Fue limpio de corazón, porque solo buscó la voluntad del Padre.

·        Fue perseguido, y aun así proclamó la paz.

Las Bienaventuranzas son el camino estrecho que conduce a la vida. Cada “bienaventurado” es una puerta abierta hacia la alegría del Reino. Son el mapa de los santos, el ADN del discípulo.


4. Santos alegres, no tristes perfectos

Hoy se nos invita a ser santos alegres. Y es que la santidad no es una carga, sino una alegría que se desborda. No se trata de andar con el ceño fruncido ni de vivir temiendo el pecado, sino de caminar con la certeza de que Dios nos ama y nos espera.

Jesús nos ha “preparado el camino” —como el hermano mayor que allana la senda a los pequeños—. Él nos ha mostrado que se puede morir amando y vivir sirviendo. Su vida fue el cumplimiento de las Bienaventuranzas, y su Pascua, la victoria de la vida sobre la muerte.

El Año Jubilar nos recuerda justamente eso: somos peregrinos de la esperanza, llamados a irradiar la alegría de los redimidos, a contagiar la santidad de lo cotidiano, a mostrar que seguir a Cristo vale la pena.


5. Una comunión que no se rompe

El Apocalipsis y el salmo nos hablan de una comunión sin fronteras. En la liturgia de hoy, el cielo y la tierra se abrazan: los santos nos acompañan, interceden, caminan con nosotros. No estamos solos. Cada Eucaristía es una “fiesta de familia” donde los que aún peregrinamos nos unimos a quienes ya han llegado.

Esta comunión de los santos es fuente de esperanza:

·        Porque si ellos pudieron, nosotros también podemos.

·        Porque si ellos lucharon, nosotros no luchamos en vano.

·        Porque si ellos perseveraron, también nosotros alcanzaremos la meta.


6. Llamados a preparar el camino

dos preguntas esenciales:
¿Quién me ha preparado el camino?
Quizás fue una abuela que me enseñó a rezar, un sacerdote que me reconcilió con Dios, un amigo que me devolvió la fe, un pobre que me reveló el rostro de Cristo. Todos tenemos “santos de carne y hueso” que nos abrieron el sendero del amor.

¿Y para quién puedo hacerlo yo?
La santidad es contagiosa. Hoy más que nunca el mundo necesita cristianos que preparen el camino, que sean puentes y no muros, que en medio del ruido sepan encender una luz. En la escuela, en la familia, en el trabajo, en la parroquia… cada gesto de bondad es una semilla de cielo.


7. Conclusión: una meta de esperanza

Queridos hermanos, ser santos no es un privilegio, es una vocación. Es vivir la vida ordinaria con un amor extraordinario.
Que esta solemnidad, en el marco del Año Jubilar de la Esperanza, nos despierte el deseo de ser parte de esa multitud vestida de blanco, no por haberlo merecido, sino por habernos dejado lavar en la sangre del Cordero.

Y que cuando llegue nuestro momento, podamos escuchar al Señor decirnos con ternura:

“Ven, bendito de mi Padre, entra en el gozo de tu Señor.”


Oración final:
Señor Jesús, Camino y Luz de los santos,
enséñanos a preparar el camino a los demás,
a vivir las Bienaventuranzas con alegría,
a mirar el cielo sin dejar de servir en la tierra.
Haznos peregrinos de esperanza,
para que un día, junto a esa multitud innumerable,
podamos cantar por los siglos tu alabanza.

Amén.

 

 

31 de octubre del 2025: viernes de la trigésima semana del tiempo ordinario-I

 

Un silencio embarazoso

(Lucas 14, 1-6) Invitado a compartir una comida en casa de un destacado fariseo un día de sábado, Jesús se encuentra frente a un hombre deformado por una enfermedad.
Después de haberlo curado y despedido, se adelanta a las críticas.
¿Estarían dispuestos todos ellos, sin excepción, a dejar que su hijo o su buey se ahogara por una interpretación estrecha de la Ley?
Se produce entonces un silencio embarazoso, semejante al que acompañará más tarde a la mujer sorprendida en adulterio.

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 


Primera lectura

Rom 9, 1-5

Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

HERMANOS:
Digo la verdad en Cristo, no miento —mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo—: siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne: ellos son israelitas y a ellos pertenecen el don de la filiación adoptiva, la gloria, las alianzas, el don de la ley, el culto y las promesas; suyos son los patriarcas y de ellos procede el Cristo, según la carne; el cual está por encima de todo, Dios bendito por los siglos. Amén.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 147, 12-13. 14-15. 19-20 (R.: 12a)

R. Glorifica al Señor, Jerusalén.

V. Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sion.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. 
R.

V. Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz. 
R.

V. Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Mis ovejas escuchan mi voz —dice el Señor—, y yo las conozco, y ellas me siguen. R.

 

Evangelio

Lc 14, 1-6

¿A quién se le cae al pozo el asno o el buey y no lo saca en día de sábado?

Lectura del santo Evangelio según san Lucas

EN sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.
Había allí, delante de él, un hombre enfermo de hidropesía, y tomando la palabra, dijo a los maestros de la ley y a los fariseos:
«¿Es lícito curar los sábados, o no?».
Ellos se quedaron callados.
Jesús, tocando al enfermo, lo curó y lo despidió.
Y a ellos les dijo:
«¿A quién de ustedes se le cae al pozo el asno o el buey y no lo saca enseguida en día de sábado?».
Y no pudieron replicar a esto.

Palabra del Señor.

 

1

 

El silencio que cura y la compasión que libera

 

1. Introducción: un sábado y un silencio

El Evangelio de hoy (Lc 14, 1-6) nos sitúa en una escena íntima pero cargada de tensión. Jesús, invitado a comer en casa de un fariseo importante, es observado con desconfianza.
Allí, frente a un hombre enfermo de hidropesía, Jesús no ve un caso médico ni un pretexto para discutir la Ley, sino un rostro humano que sufre.

El relato culmina en un gesto y en un silencio.
Jesús cura, libera y pregunta: “¿Está permitido curar en sábado?”
Nadie responde. Se hace un silencio embarazoso, el silencio de los que se enfrentan con su propia incoherencia, el silencio que revela la distancia entre la ley del corazón y la rigidez del legalismo.

Ese mismo silencio volverá a resonar más tarde, cuando Jesús escriba en el suelo ante la mujer adúltera. Es el silencio que confronta la hipocresía y abre el camino a la conversión.
En el fondo, es el silencio de Dios que espera nuestra respuesta, no de palabras, sino de amor.


2. San Pablo: el dolor del corazón apostólico

En la primera lectura (Rm 9, 1-5), san Pablo confiesa: “Tengo una gran tristeza y un dolor continuo en mi corazón.”
No se trata de un simple desánimo; es la compasión ardiente del misionero que sufre por los suyos. Pablo ama tanto a su pueblo que llegaría a desearse “anatema” con tal de que ellos se salven.

En el Año Jubilar, esta palabra se vuelve eco del corazón de Cristo. También la Iglesia sufre por sus hijos alejados, por quienes han perdido el sentido de lo sagrado, por quienes reemplazan la fe viva por supersticiones o modas.
El apóstol nos enseña que evangelizar no es condenar, sino cargar sobre uno mismo el peso del otro, llorar con los que lloran, orar por quienes no oran y amar incluso a los que se cierran a la gracia.


3. El salmo: Dios reconstruye Jerusalén

El salmista proclama: “Glorifica al Señor, Jerusalén… Él reconstruye tus murallas, fortalece tus puertas, y te sacia con flor de harina.”
En el trasfondo de esta liturgia hay una certeza: Dios no destruye, sino que reconstruye. Donde el pecado ha hecho ruinas, Él pone cimientos de misericordia; donde hay dispersión, Él reúne.

También nosotros necesitamos esa reconstrucción interior. Cuántas veces nuestras comunidades parecen fragmentadas por críticas, indiferencias o miedos. Pero el Jubileo es un tiempo para dejar que el Espíritu Santo vuelva a edificar los vínculos entre nosotros, para sanar el alma y el cuerpo del pueblo de Dios.


4. El Evangelio: la compasión frente a la rigidez

El Evangelio nos presenta dos miradas opuestas: la de Jesús, llena de ternura y libertad, y la de los fariseos, esclavos de su interpretación.
El Maestro rompe el falso dilema entre ley y misericordia: la Ley existe para conducir al amor, no para impedirlo.
Su pregunta es simple y demoledora:
“¿Quién de ustedes, si su hijo o su buey cae a un pozo, no lo sacará enseguida, aun en sábado?”

El silencio que sigue no es solo de incomodidad, sino de revelación.
Cristo les hace ver que la rigidez no salva, que la letra sin compasión mata, y que el cumplimiento exterior de las normas no reemplaza la misericordia del corazón.
Ese silencio incómodo también nos interpela hoy: ¿cuántas veces miramos hacia otro lado ante el dolor ajeno por miedo a “complicarnos”? ¿Cuántas veces callamos ante la injusticia para no perder nuestro “sábado tranquilo”?


5. El Jubileo: tiempo de misericordia activa

El Papa Francisco nos recordó que el Jubileo es “tiempo para hacer justicia al amor”. No basta con tener normas; hay que salir a tocar las heridas del hermano.
Jesús cura en sábado para enseñarnos que no hay día inadecuado para amar, ni momento inapropiado para servir.
La verdadera santidad no consiste en acumular méritos, sino en ensanchar el corazón, en ser misericordiosos como el Padre.

Por eso, hoy nuestra intención orante abraza a quienes sufren en el alma y en el cuerpo:

·        A los enfermos que esperan consuelo.

·        A los que viven oprimidos por la depresión, el miedo o la soledad.

·        A los migrantes, a los encarcelados, a los que no tienen voz.
Que nuestro silencio frente a ellos no sea el de la indiferencia, sino el del respeto y la compasión activa que se traduce en gestos concretos.


6. María y las misiones: el Rosario que vence las tinieblas

Este día cierra el mes del Rosario y de la oración por las Misiones.
La Virgen María, mujer del silencio fecundo, comprendió más que nadie lo que significa meditar la Palabra en el corazón y responder con obras.
Cada misterio del Rosario nos enseña el arte de acompañar: en los gozosos aprendemos la alegría del servicio; en los dolorosos, la solidaridad con los que sufren; en los gloriosos, la esperanza que vence toda muerte.

Pidamos a María, Estrella de la Evangelización, que nos enseñe a transformar nuestros silencios en escucha y misión, y nuestras oraciones en manos que curan.


7. Discernir la luz: el cristiano y el Halloween

Este Evangelio nos llega en la víspera del 31 de octubre, fecha que el mundo asocia al Halloween.
Como discípulos de Cristo, estamos llamados a discernir con sabiduría.
El Halloween exalta lo oscuro, lo macabro y lo superficial; en cambio, la fe cristiana celebra la luz, la comunión y la vida.
El día siguiente, 1.º de noviembre, es la Solemnidad de Todos los Santos, fiesta de esperanza y alegría, no de miedo ni de disfraces lúgubres.

Participar en celebraciones que glorifican lo tenebroso o lo banal contradice la esencia del Evangelio.
No necesitamos máscaras para divertirnos; nuestra alegría nace de ser hijos de la luz, templos del Espíritu y testigos de un Dios que vence el mal con el bien.


8. Conclusión y oración final

Hoy, ante el silencio de los fariseos, Cristo sigue esperando nuestra respuesta.
¿Nos quedaremos callados, aferrados a nuestras costumbres, o hablaremos con obras de misericordia?

Pidamos al Señor:

Oración:


Señor Jesús,
Tú que callaste ante la hipocresía y hablaste con gestos de amor,
rompe nuestros silencios de miedo e indiferencia.
Enséñanos a poner la compasión por encima de la norma,
la persona por encima del rito,
la vida por encima del legalismo.
Reconstruye nuestra fe como reconstruiste Jerusalén,
y haznos misioneros de ternura en este Año Jubilar.
Que el Rosario de María sea nuestra defensa ante toda oscuridad,
y que nuestros corazones celebren siempre la luz de los santos.
Amén.

 

2

 

1. El dolor del apóstol y la compasión de Cristo

En la primera lectura, san Pablo abre su corazón con una confesión estremecedora: “Tengo una gran tristeza y un dolor continuo en el corazón” (Rm 9,2). Siente una herida profunda por sus hermanos de raza, los israelitas, a quienes Dios les confió la adopción, la gloria, las promesas, la Ley, el culto y los patriarcas. Pablo carga el sufrimiento espiritual de ver a su pueblo cerrado a Cristo, el cumplimiento de todo aquello. Su lamento no es una queja, sino una plegaria intercesora: sufre con los que sufren, intercede por los que no creen, llora por los que se resisten a la gracia.

En el marco del Año Jubilar, estas palabras nos invitan a redescubrir el rostro compasivo de la Iglesia, que no condena, sino que sufre por la indiferencia y el pecado del mundo. La conversión no nace de la culpa, sino del amor doliente de quienes oran y esperan por la salvación de los otros.

Hoy, también nosotros sentimos el peso del dolor humano: los que sufren en el alma, enfermos de tristeza, de soledad o desesperanza; los que sufren en el cuerpo, marcados por el hambre, la guerra, el abandono o la enfermedad. El Jubileo es tiempo para “curar las heridas con el aceite de la consolación”, para acompañar con ternura a quienes viven crucificados en sus propias historias.


2. El Señor que edifica la paz

El salmo 147 nos invita a alabar al Señor que “reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel y fortalece los cerrojos de tus puertas”. El salmista contempla a un Dios constructor, no destructor; un Dios que no margina, sino que levanta; que no divide, sino que reúne y pacifica.

En una sociedad herida por la violencia, la superficialidad y la confusión espiritual, necesitamos dejarnos reconstruir por ese mismo Dios. Solo Él puede edificar el alma y la comunidad desde dentro. Por eso, en este final de octubre, mes del Santo Rosario y de las Misiones, invocamos a María, Reina de la Paz y Estrella de la Evangelización, para que interceda por un mundo que ha cambiado el sentido de la vida eterna por una caricatura de diversión pasajera.


3. Jesús: el amor que libera de toda rigidez

El Evangelio de Lucas (14,1-6) nos muestra a Jesús en casa de un fariseo. Está bajo la mirada escrutadora de quienes lo observan con sospecha, pero Él no se retrae. Allí, en ese ambiente de tensión, cura a un hombre hidrópico, símbolo de quienes tienen el corazón hinchado por la acumulación, el miedo o la falta de amor. Jesús no espera otro día, ni pide permiso a la ley, porque el amor no conoce horario: actúa en el momento en que el dolor lo reclama.

El Maestro enseña que la ley de Dios no se opone a la misericordia, sino que la prepara. La ley que encadena no viene de Dios, sino del corazón humano endurecido. Cristo recuerda que “el sábado fue hecho para el hombre y no el hombre para el sábado”. En cada acción suya, Él revela que el Reino consiste en poner al ser humano por encima del rito, y al amor por encima de la norma.


4. Llamados a una fe madura y libre

El Jubileo nos invita a pasar de una religión de costumbre a una fe viva, libre y misionera. Jesús no rehúye los encuentros con quienes piensan distinto. Su libertad no es rebeldía, sino amor que busca abrir caminos. También nosotros debemos salir de nuestros círculos cerrados y atrevernos a dialogar, a servir, a sanar.

El discípulo misionero no se encierra en su comodidad, sino que va al encuentro del herido. La verdadera evangelización no se da solo en los templos, sino en las casas, las calles, los hospitales, los hogares donde el sufrimiento reclama una palabra de esperanza.


5. Un llamado a la conversión y al discernimiento cristiano

Este 31 de octubre, mientras el mundo se disfraza para celebrar el Halloween, la Iglesia invita a los fieles a mirar con lucidez espiritual. No se trata de juzgar las costumbres, sino de discernir los signos de la fe auténtica.

El Halloween, con su exaltación del miedo, de la muerte y de lo tenebroso, no corresponde al espíritu cristiano. No necesitamos máscaras ni tinieblas para celebrar la vida. Al contrario, en vísperas de la Solemnidad de Todos los Santos, estamos llamados a celebrar la luz, la gracia y la vocación universal a la santidad.

El Rosario, que concluye hoy su mes especial, es precisamente el antídoto frente a la cultura del vacío y del miedo. Cada Avemaría es una flor de esperanza, un rayo de luz que disipa las sombras del mal. Rezar el Rosario y sostener las misiones es participar de esa corriente de misericordia que el mundo necesita.


6. Oración final

Señor Jesús,
que en casa de los fariseos enseñaste la libertad del amor,
libéranos de las leyes sin alma y de las costumbres sin fe.
Danos compasión como la de Pablo,
que sufre por quienes no te conocen,
y haznos constructores de paz como el salmista que canta tu misericordia.

Bendice, en este final del mes del Rosario,
a quienes rezan en silencio, a quienes misionan con alegría,
y a todos los que sufren en el alma y en el cuerpo.
Concédenos mirar más al cielo que a las sombras,
y que la luz de los santos nos inspire a vivir tu Evangelio
sin máscaras ni temores,
sino con el rostro radiante de los hijos del Reino.

Amén.

 

3

 

1. Jesús y la mesa de los incómodos

El Evangelio nos muestra a Jesús entrando a un terreno difícil: “Un sábado fue a comer a casa de uno de los principales fariseos, y ellos lo observaban atentamente” (Lc 14,1).
A primera vista, parece una escena trivial: una cena, una invitación de cortesía. Pero detrás de esa comida hay una tensión latente: miradas que juzgan, corazones cerrados, intenciones ocultas.

Jesús, sin embargo, no se muestra incómodo ni evasivo. No va para agradar ni para discutir; va para evangelizar.
Donde muchos sentirían ansiedad, Él ve una oportunidad para anunciar la verdad con serenidad.
Su presencia es un acto de libertad: el amor no teme las miradas ni las sospechas.

Hoy, este pasaje nos enseña algo muy actual: la fe madura no huye de los ambientes difíciles. Ser discípulo no significa rodearse solo de los que piensan como nosotros. Significa entrar en los espacios donde el Evangelio aún no tiene voz, sin agresividad pero con convicción.


2. San Pablo: el dolor que impulsa la misión

La primera lectura (Rm 9,1-5) nos introduce en el alma doliente del apóstol Pablo: “Tengo una gran tristeza y un dolor continuo en mi corazón”.
Ese dolor no nace del rechazo personal, sino del amor frustrado por los suyos, los israelitas, que no reconocieron a Cristo.
Pablo se siente desgarrado: quisiera dar su propia vida con tal de que ellos se salven.

El Jubileo nos invita a asumir ese mismo ardor misionero.
En tiempos de indiferencia religiosa, la Iglesia necesita cristianos que sufran con los que no creen, que lloren por los que se alejan, que amen con un corazón amplio, como el de Cristo.
Evangelizar no es imponer ni vencer en debates, sino ofrecer la vida en cada encuentro, incluso cuando nos resulta incómodo, cuando nos miran con desconfianza o se burlan de nuestra fe.


3. El salmo: Dios reconstruye lo que se desmorona

El salmista proclama: “Glorifica al Señor, Jerusalén… Él reconstruye tus murallas y te sacia con flor de harina.”
Dios es el gran arquitecto que edifica la paz donde antes hubo ruina. Su Palabra recorre la tierra “con rapidez”, derritiendo el hielo y dando vida a los campos.

Esta imagen encaja perfectamente con el espíritu jubilar: la evangelización no destruye, sino que reconstruye.
Quien se deja usar por Dios en situaciones incómodas —como Jesús en la casa del fariseo— se convierte en instrumento de edificación interior.
Cada palabra de fe pronunciada con humildad puede ser una piedra nueva en el muro de esperanza de alguien que se sentía lejos de Dios.


4. Evangelizar en situaciones incómodas

Jesús nos enseña que los momentos de incomodidad pueden ser espacios de gracia.
Tal vez un almuerzo familiar donde se ridiculiza la fe, una reunión de trabajo donde nadie comparte tus valores, o un diálogo con alguien que vive en crisis moral o espiritual.
Allí donde la mayoría calla por miedo o vergüenza, el cristiano puede sembrar una palabra de luz.

No se trata de imponer ni de sermonear, sino de testimoniar con serenidad.
Jesús en casa del fariseo no levanta la voz, sino que actúa: sana al enfermo, hace una pregunta que desarma la hipocresía y deja un silencio que interpela.
Así también nosotros debemos actuar: sin miedo, sin dureza, pero con la claridad de quien sabe que el Evangelio no se encierra en las sacristías.

Cada espacio humano —una comida, una calle, una red social— puede convertirse en lugar de misión.
El discípulo de Cristo no busca su comodidad, sino la salvación del otro.


5. Una intención penitencial y sanadora

En este día, encomendemos a todos los que sufren en el alma y en el cuerpo.
A los que viven enfermedades largas o dolorosas;
a quienes se sienten invisibles o no amados;
a los que han perdido el sentido de la vida o la esperanza.

Que nuestro compromiso evangelizador no se quede en palabras, sino que se exprese en obras de misericordia, en acompañar al enfermo, consolar al triste, acoger al que regresa.
El Jubileo nos recuerda que la misión comienza con la compasión: la evangelización más eficaz es la que cura heridas.


6. María, el Rosario y las Misiones

Este 31 de octubre cierra el mes del Santo Rosario y de la oración por las Misiones.
La Virgen María, Madre misionera, fue la primera en entrar en situaciones incómodas: el sí a un embarazo inexplicable, la huida a Egipto, la soledad al pie de la Cruz.
Ella nunca buscó comodidad; buscó cumplir la voluntad del Padre.

El Rosario es un camino para formar el corazón misionero. Cada Ave María es una semilla que cae en el mundo, cada misterio es una escuela de evangelización silenciosa.
Recemos hoy por los misioneros que anuncian el Evangelio en contextos difíciles, y por nosotros, llamados a ser misioneros en lo cotidiano, incluso en medio del rechazo o la incomodidad.


7. Discernir la luz: el cristiano ante el “Halloween”

En esta víspera del 31 de octubre, cuando el mundo celebra el Halloween, el Evangelio nos invita a reflexionar.
Mientras muchos se disfrazan de muerte y oscuridad, Cristo nos llama a ser testigos de la vida y de la luz.
El cristiano no necesita máscaras para celebrar: su alegría brota de la verdad del Evangelio y del amor de Dios.

Halloween trivializa lo espiritual y convierte lo maligno en entretenimiento. En cambio, la fe nos prepara para la Solemnidad de Todos los Santos, una auténtica fiesta de luz, esperanza y alegría eterna.
Celebremos, pues, no la noche de los fantasmas, sino la luz de los santos que vencieron con amor y que hoy interceden por nosotros.


8. Conclusión y oración final

Oración:


Señor Jesús,
Tú que entraste en la casa del fariseo con valentía y amor,
enséñanos a evangelizar en los lugares difíciles,
a no huir del mundo sino a iluminarlo.
Danos la humildad de Pablo,
el entusiasmo de los misioneros,
y la ternura de María.
Cura a los que sufren en el alma y en el cuerpo,
reconstruye con tu gracia las murallas de nuestra esperanza,
y haz de cada situación incómoda
una oportunidad para compartir tu Evangelio de vida.
Que este Jubileo nos encuentre
con el Rosario en las manos, la misericordia en el corazón
y la luz de los santos en la mirada.

Amén.


23 de noviembre del 2025: Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo- Ciclo C

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