Certezas
trastocadas
(Mateo 21, 23-27) «¿Con qué autoridad haces esto?» La
pregunta es legítima. Pero está formulada en un contexto polémico que subraya
la dificultad de poner la confianza en Jesús, porque Él siempre nos sorprende.
¿Estamos dispuestos a realizar ese desplazamiento
interior para renunciar, en parte o totalmente, a nuestras representaciones
sobre lo que Él debería ser o lo que debería hacer?
Esto nos prepara para su retorno en gloria, en el
que el tiempo de Adviento nos centra, en continuidad directa con la
Encarnación.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera
lectura
Avanza una
estrella de Jacob
Lectura del libro de los Números.
EN aquellos días, Balaán, tendiendo la vista, divisó a Israel acampado por
tribus. El espíritu de Dios vino sobre él, y entonó sus versos:
«Oráculo de Balaán, hijo de Beor,
oráculo del hombre de ojos perfectos;
oráculo del que escucha palabras de Dios,
que contempla visiones del Poderoso,
que cae y se le abren los ojos:
¡Qué bellas tus tiendas, oh, Jacob,
y tus moradas, Israel!
Como vegas dilatadas,
como jardines junto al río,
como áloes que plantó el Señor
o cedros junto a la corriente;
el agua fluye de sus cubos,
y con el agua se multiplica su simiente.
Su rey es más alto que Agag,
y descuella su reinado».
Y entonó sus versos:
«Oráculo de Balaán, hijo de Beor,
oráculo del hombre de ojos perfectos;
oráculo del que escucha palabras de Dios
y conoce los planes del Altísimo,
que contempla visiones del Poderoso,
que cae en éxtasis y se le abren los ojos:
Lo veo, pero no es ahora,
lo contemplo, pero no será pronto:
Avanza una estrella de Jacob,
y surge un cetro de Israel».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Señor,
instrúyeme en tus sendas.
V. Señor,
enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.
V. Recuerda,
Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R.
V. El Señor es
bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.
Aclamación
V. Muéstranos,
Señor, tu misericordia y danos tu salvación. R.
Evangelio
El bautismo
de Juan ¿de dónde venía?
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron
los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó:
«Les voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestan, les diré yo
también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del
cielo o de los hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar:
«Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le han creído?”. Si le decimos
“de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos».
Él, por su parte, les dijo:
«Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago esto».
Palabra del Señor.
1
Hermanos, hay preguntas que nacen de la fe… y
preguntas que nacen del miedo. En el Evangelio de hoy escuchamos una pregunta
que, en sí misma, podría ser muy buena: “¿Con qué autoridad haces esto?”.
Es lógico preguntarlo. El problema no es la pregunta, sino el corazón desde
donde se pregunta: no buscan la verdad; buscan controlar a Jesús, encasillarlo,
domesticarlo.
Y aquí aparece una clave preciosa del Adviento: Jesús
siempre nos sorprende. No se deja encerrar en nuestras ideas sobre cómo
debería actuar Dios. Adviento es precisamente ese “desplazamiento interior”:
mover el corazón, soltar seguridades falsas, renunciar a ciertas imágenes
rígidas de Dios, para recibirlo como Él viene: humilde en Belén, exigente en el
Evangelio, y glorioso al final de los tiempos.
1. La autoridad que nace de Dios…
y la que nace del orgullo
Los sumos sacerdotes y ancianos representan una
tentación muy humana: creer que la autoridad se demuestra “ganando” una
discusión, imponiendo títulos, exhibiendo prestigio. Jesús, en cambio, no entra
en el juego de la trampa. Les devuelve otra pregunta sobre Juan el Bautista.
¿Por qué? Porque la autoridad verdadera no se entiende sin conversión.
Si ellos hubieran reconocido a Juan, habrían
reconocido a Jesús. Pero no se atreven a decir “del cielo”, porque entonces deberían
cambiar. Tampoco se atreven a decir “de los hombres”, por miedo a la gente.
Resultado: se quedan en una respuesta tibia, calculada: “No lo sabemos”.
Cuando uno vive pendiente de quedar bien, termina no abrazando la verdad.
Y aquí el Adviento nos pregunta, con ternura y
firmeza:
¿Dejamos que Cristo tenga autoridad sobre nuestra vida real, o solo sobre una
parte?
¿Le damos autoridad sobre mi manera de hablar, de perdonar, de administrar el
tiempo, de sanar resentimientos, de ordenar afectos?
2. Balaam: cuando Dios hace
hablar incluso a lo inesperado
La primera lectura es fascinante: Balaam, que no
era precisamente “un profeta de los nuestros”, es tomado por el Espíritu, y
termina proclamando una bendición. Y su anuncio culmina con una imagen
luminosa: “Avanza una estrella desde Jacob”.
En Adviento, esa estrella nos empuja a mirar más
lejos que lo inmediato. Dios puede encender luz donde nadie la esperaba. Dios
puede sacar bendición de un terreno árido. Dios puede abrir caminos cuando todo
parece cerrado.
Y aquí se enlaza con el Salmo: “Muéstrame,
Señor, tus caminos; enséñame tus senderos.” Quien ora así, reconoce una
verdad sencilla: no me basto; necesito ser guiado. Esa es la humildad
que abre la puerta a la autoridad de Dios.
3. Año Jubilar: autoridad que
libera, esperanza que no defrauda
En un Jubileo, la Iglesia nos recuerda que la
salvación no es un peso: es liberación. Jesús tiene autoridad no para
aplastarnos, sino para devolvernos la dignidad y encaminarnos hacia la
vida plena. Por eso, aunque hoy el Evangelio suene tenso, en el fondo es una
invitación: deja de discutir para defender tu imagen, y empieza a caminar hacia
la verdad que salva.
Y aquí entra la intención de hoy: nuestros
difuntos.
4. Por los difuntos: la esperanza
cristiana no es “recordar”, es “esperar”
Cuando oramos por los difuntos, no hacemos un acto
de nostalgia; hacemos un acto de fe. Creemos que la muerte no tiene la última
palabra. Creemos que Cristo, que vino en la humildad de la Encarnación, vendrá
en gloria, y que su autoridad alcanza incluso lo que a nosotros nos parece
definitivo.
Muchos cargan por dentro duelos no resueltos:
culpas, conversaciones pendientes, “si yo hubiera…”. Adviento también
sana eso: nos enseña a poner el pasado en manos de Dios. La autoridad de
Jesús llega a donde nosotros ya no podemos llegar. Por eso podemos
confiarle nuestros difuntos: los que murieron en paz, y los que murieron con
heridas; los que dejaron ejemplo, y los que dejaron preguntas. Dios sabe
escribir recto incluso con renglones torcidos.
5. Compromisos concretos para
esta semana
Para que este Evangelio no se quede en ideas,
propongo tres pasos sencillos:
1. Una renuncia interior: hoy mismo, dile al Señor: “Jesús,
renuncio a exigirte que actúes como yo quiero. Enséñame tus caminos.”
2. Un acto de autoridad evangélica: ejerce una autoridad humilde en
casa o en el trabajo: escucha antes de imponer, sirve antes de exigir.
3. Un gesto por los difuntos: ofrece una misa, un rosario, una
visita al cementerio, o una obra de misericordia por su descanso (una limosna,
una llamada a alguien solo, un perdón dado).
Oración final (breve)
Señor Jesús, Estrella que avanza desde Jacob,
ilumina nuestra fe en este Adviento. Danos un corazón humilde para reconocer tu
autoridad y seguir tus caminos. Acoge en tu misericordia a nuestros difuntos:
perdona sus faltas, purifica lo que necesite ser sanado, y llévalos a la luz de
tu rostro. Y a nosotros, peregrinos de esperanza en este Año Jubilar,
concédenos caminar hacia tu venida con alegría, verdad y caridad. Amén.
2
Hermanos, el Evangelio de hoy nos presenta una
escena fuerte: Jesús enseña en el templo y se le acercan los jefes religiosos
con una pregunta que parece correcta, pero que nace torcida: “¿Con qué
autoridad haces esto? ¿Quién te la dio?”. No buscan comprender; buscan
desautorizar. Y aquí el Señor nos enseña no solo qué creer, sino cómo
responder cuando nuestra fe es cuestionada de manera injusta o irracional.
1) Una pregunta legítima… con un
corazón equivocado
En la vida cristiana es sano preguntar. La fe no es
ingenuidad. El problema aparece cuando la pregunta no viene del deseo de
verdad, sino del deseo de control.
Los sacerdotes y ancianos estaban llamados a ser pastores del pueblo: guías
hacia la salvación, voz profética, intercesores. Pero el Evangelio deja ver una
triste contradicción: su cargo era santo, pero su intención estaba enferma.
Y cuando la intención se enferma, hasta las preguntas “piadosas” se vuelven
armas.
Adviento nos invita a revisar el corazón:
¿Yo pregunto para acercarme a Dios… o para defender mis ideas?
¿Yo busco la verdad… o busco tener la razón?
2) Jesús confronta la
irracionalidad sin ponerse a pelear
La reacción de Jesús es magistral. No responde con
agresividad ni cae en la provocación. Hace algo distinto: plantea una
pregunta que ilumina el problema:
“¿El bautismo de Juan venía del cielo o de los hombres?”
Es como si dijera: “Si de verdad aman la verdad,
respondan con honestidad.”
Pero ellos no responden por miedo y por conveniencia: si dicen “del cielo”,
quedarán en evidencia por no haber creído; si dicen “de los hombres”,
temen a la gente. Entonces eligen la salida fácil: “No lo sabemos.”
No es ignorancia: es cálculo.
Aquí hay una lección pastoral muy concreta: no
siempre conviene discutir en el terreno de la irracionalidad. A veces uno
se desgasta peleando con argumentos que no buscan la luz, sino la victoria.
Jesús desenmascara con serenidad y, cuando no hay apertura, guarda silencio. No
es cobardía: es sabiduría.
3) Criterio para nuestras
relaciones: humildad, verdad y silencio fecundo
He aquí una pauta preciosa:
- Si
alguien nos pregunta con humildad y sinceridad, se abre la puerta
al diálogo.
- Si
alguien cuestiona desde la irracionalidad o la mala fe, muchas
veces lo más caritativo es no engancharse, perdonar por dentro y
esperar un momento mejor.
Esto no significa ser indiferentes. Significa
imitar a Cristo: la caridad no se deja arrastrar a conversaciones enfermas.
En familia, en redes, en la comunidad… ¡cuántas veces el demonio nos tienta a
“responder de inmediato”, a “defendernos” con rabia! Y terminamos peor,
endurecidos y con el corazón revuelto.
Adviento es escuela de mansedumbre: Jesús viene
manso. Y quien espera al Mesías aprende su estilo.
4) La “estrella” de Balaam: Dios
guía incluso en medio de la confusión
La primera lectura nos regala una imagen luminosa:
Balaam, sorprendentemente, profetiza: “Avanza una estrella desde Jacob”.
Dios hace brillar una luz donde no la esperábamos. Cuando alrededor hay
intereses, agendas, voces que confunden, Dios sigue guiando. La estrella
no grita, no pelea, no se impone… pero orienta.
Y el salmo pone en nuestros labios una súplica
perfecta para estos días:
“Muéstrame, Señor, tus caminos; enséñame tus senderos.”
Esa oración es el antídoto contra la rigidez y contra el orgullo. Es la oración
del discípulo que no quiere “ganar discusiones”, sino caminar en la verdad.
5) Año Jubilar y difuntos: la
esperanza responde donde las palabras ya no alcanzan
Hoy además rezamos por nuestros difuntos. Y esto
encaja profundamente con el Evangelio. Porque hay momentos en que no hay
discusión que valga, ni argumento que consuele. Frente a la muerte, a veces
solo queda lo esencial: la esperanza.
En el Año Jubilar somos “peregrinos de la
esperanza”: creemos que Cristo tiene autoridad no solo sobre el templo, sino
sobre la historia; no solo sobre nuestras preguntas, sino sobre nuestro
destino. Por eso, al orar por los difuntos, hacemos un acto de confianza:
Señor, Tú sabes lo que nosotros no sabemos.
Tú ves lo que nosotros no vemos.
Tú puedes purificar lo que nosotros ya no podemos reparar.
Qué descanso da poner en manos de Dios a quienes
amamos: con sus luces y sombras, con sus heridas y sus méritos. El Señor, que
no se deja atrapar por agendas humanas, sí sabe conducir al alma hacia la
luz.
6) Compromisos concretos para
esta semana
1. Un examen breve del corazón: antes de responder a alguien
hoy, pregúntate: ¿esto edifica o solo alimenta mi orgullo?
2. Una decisión de sabiduría: evita una discusión inútil;
responde con paz o guarda silencio con caridad.
3. Una obra por los difuntos: una misa ofrecida, un rosario,
una visita al cementerio, o una obra de misericordia “en su nombre”.
Oración final
Señor Jesús, Sabiduría eterna, enséñanos tu modo de
responder: sin soberbia, sin miedo, sin violencia. Danos un corazón libre para
vivir la fe con serenidad, aunque encontremos críticas injustas. En este
Adviento y en este Año Jubilar, haznos peregrinos de esperanza. Y recibe en tu
misericordia a nuestros difuntos: perdona sus pecados, purifica sus faltas y
llévalos a la paz de tu Reino. Jesús, en Ti confío. Amén.

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