Reconocer a Dios en lo humilde
(Is 11,1-10 / Sal 72(71),1-2.7-8.12-13.17
(R. cf. 7) /
Lc 10,21-24) Isaías anuncia hoy un brote nuevo que surge
del tronco de Jesé: signo de que Dios hace nacer vida aun donde todo parece
estéril. Sobre ese brote —Cristo— reposa la plenitud del Espíritu, y con Él
llega una paz fundada en la justicia. El creyente, en Adviento, está llamado a
anticipar esa armonía trabajando humildemente por la verdad y la
reconciliación.
En el Evangelio, Jesús estalla
en alegría porque el Padre revela su misterio a los pequeños y sencillos. El
Adviento nos prepara precisamente para esto: para tener una mirada limpia,
capaz de reconocer al Dios que viene en lo humilde, en lo cotidiano, en lo
frágil.
Acoger al Mesías implica docilidad
al Espíritu y gratitud confiada. Dichosos los ojos que saben ver ya los signos
de su Reino en medio de nuestra historia.
G.Q
Primera lectura
Is
11,1-10
Sobre
él se posará el espíritu del Señor
Lectura del libro de Isaías.
AQUEL día, brotará un renuevo del tronco de Jesé,
y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y entendimiento,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
Lo inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias
ni sentenciará de oídas;
juzgará a los pobres con justicia,
sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra;
pero golpeará al violento con la vara de su boca,
y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia será ceñidor de su cintura,
y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero,
el leopardo se tumbará con el cabrito,
el ternero y el león pacerán juntos:
un muchacho será su pastor.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león como el buey, comerá paja.
El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente,
y el recién destetado extiende la mano
hacia la madriguera del áspid.
Nadie causará daño ni estrago
por todo mi monte santo:
porque está lleno el país del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé será elevada
como enseña de los pueblos:
se volverán hacia ella las naciones
y será gloriosa su morada.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
72(71),1-2.7-8.12-13.17 (R. cf. 7)
R. En sus días
florezca la justicia
y la paz abunde eternamente.
V. Dios mío, confía tu
juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R.
V. En sus días florezca
la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R.
V. Él librará al
pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R.
V. Que su nombre
sea eterno,
y su fama dure como el sol;
él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Miren, el Señor llega
con poder e iluminará los ojos de sus siervos. R.
Evangelio
Lc
10,21-24.
Jesús,
lleno de alegría en el Espíritu Santo
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí,
Padre, porque así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar».
Y, volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que ustedes ven! Porque les digo que
muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; y oír
lo que ustedes oyen, y no lo oyeron».
Palabra del Señor.
Homilía
“La alegría de Jesús y el corazón de los
pequeños”
Queridos hermanos,
1. El brote que surge del tronco: Dios
comienza por lo pequeño
La primera
lectura de Isaías complementa esta escena de manera maravillosa:
“Brotará un
renuevo del tronco de Jesé…” (Is 11,1).
Dios hace
nacer lo nuevo allí donde el ojo humano sólo ve un tronco seco. El Mesías no
surge del esplendor de un palacio, sino de una raíz humilde, casi olvidada. Así actúa el Señor: lo
decisivo de la historia se gesta en la pequeñez, en lo discreto, en lo que el
mundo no valora.
2. La alegría perfecta de Jesús y la
verdadera sabiduría
Dios revela lo
más grande a los pequeños.
3. Una paz fundada en la justicia
Por eso el
Salmo 72 reza:
“En sus días
florezca la justicia y la paz abunde eternamente.”
Cuando la
humildad abre el corazón y la justicia se hace camino, entonces la paz de Dios
se manifiesta.
4. Hacerse pequeños para vivir el Adviento
El verdadero
Adviento se vive así:
·
Con humildad: reconocer que no lo
sabemos todo, que necesitamos luz.
·
Con disponibilidad: abrir espacio a la
Palabra.
·
Con confianza filial: depender de Dios como
un hijo depende de su padre.
·
Con alegría espiritual: esa que no depende de
circunstancias, sino de la presencia de Cristo que viene.
Si cultivamos
la humildad, hermanos, también nosotros podremos experimentar —aunque sea en
pequeña medida— esa misma alegría perfecta que inundó el corazón de Jesús.
5. Para nuestra vida hoy
Oración final
Señor
Jesús,
que exultaste de alegría al ver la humildad de los pequeños,
concédenos un corazón sencillo y confiado,
capaz de recibir tu luz en este Adviento.
Haz brotar en nosotros, como en el tronco de Jesé,
la esperanza que transforma, la justicia que reconcilia
y la alegría que nace del Espíritu Santo.
Que podamos vivir este día en la paz del Reino que ya germina.
Amén.
2
“La alegría de Jesús y el don de la humildad”
Queridos
hermanos:
El
Evangelio de hoy nos sitúa en uno de los momentos más luminosos del ministerio
de Jesús. Los setenta y dos discípulos han regresado de su misión. Han
experimentado que el Reino actúa, que la Palabra transforma, que las heridas
del pueblo pueden ser tocadas por la misericordia. Y en ese contexto, Jesús estalla de alegría,
ora en voz alta, bendice al Padre y proclama tres grandes verdades que también
hoy alimentan nuestra esperanza de Adviento.
1. Dios rechaza la soberbia y se revela a los
humildes
Jesús
alaba al Padre porque ha
ocultado sus misterios a los soberbios y los ha revelado a los pequeños.
La fe —nos recuerda— no es cuestión de poder intelectual o fuerza humana, sino
de corazón abierto,
capaz de acoger la presencia de Dios como un niño se abandona en los brazos de
su padre.
El
Adviento nos convierte otra vez en pequeños:
nos despoja de la autosuficiencia, nos invita a mirar con asombro, a escuchar
con sencillez, a orar con docilidad. Solo así podremos percibir al Dios que
viene silencioso, humilde, escondido en la carne frágil del Mesías anunciado
por Isaías:
“Brotará
un retoño del tronco de Jesé”.
El Salvador no nace entre palacios, sino del tronco herido de una historia
humana. Para reconocerlo, necesitamos ese corazón humilde que tanto agrada al
Padre.
2. Jesús revela la vida íntima de Dios
Jesús
proclama también la profunda
unidad que lo une al Padre y al Espíritu.
Nadie conoce al Padre sino el Hijo; y nadie conoce al Hijo sino el Padre.
El Mesías que esperamos en este Adviento no es simplemente un maestro sabio: es
el Hijo eterno hecho
hombre, aquel que trae a nuestro mundo la luz de la Trinidad.
Por
eso, cada vez que abrimos el Evangelio, cada vez que adoramos la Eucaristía,
cada vez que experimentamos el perdón o la gracia de la comunidad, es la vida del Dios trinitario la que
nos toca, la que desciende a nuestra pequeñez para elevarnos.
Adviento es dejar que esa luz penetre nuestros miedos, nuestras búsquedas,
nuestras dudas, y nos conduzca hacia una relación viva con el Padre.
3. Jesús es el Mesías esperado y nosotros somos
bienaventurados
Jesús
afirma que muchos profetas y reyes desearon ver lo que los discípulos ven, y no
lo vieron.
A nosotros, que vivimos en este tiempo, nos dice lo mismo:
somos enormemente
bendecidos.
Tenemos la gracia de conocer a Cristo, de escucharlo, de recibirlo en la
Eucaristía, de vivir en una comunidad creyente que camina hacia la plenitud.
Si
a veces sentimos sequedad o rutina, el Adviento quiere despertarnos:
volver a abrir los ojos, volver a asombrarnos, volver a darnos cuenta del
tesoro que poseemos. La liturgia nos invita a redescubrir la grandeza de lo
cotidiano: la Palabra proclamada, el Pan partido, el hermano que ora conmigo,
el pobre que me revela el rostro de Cristo.
En el Año
Jubilar: peregrinos sostenidos por benefactores
En
este Año Jubilar de la esperanza, la Iglesia nos recuerda que caminamos como peregrinos,
sostenidos por la gracia de Dios y también por el apoyo de tantos benefactores:
personas que con su generosidad, su oración, su tiempo, su trabajo silencioso y
su sacrificio, mantienen viva la misión apostólica, sostienen la
evangelización, alimentan la caridad y permiten que la Iglesia siga siendo
signo visible del Reino.
Hoy
queremos ofrecer esta Eucaristía por
todos nuestros benefactores —los vivos y los difuntos—:
por quienes han ayudado a nuestras comunidades, a nuestros templos, a nuestras
obras pastorales, a nuestros pobres y familias necesitadas.
El Señor, que se revela a los pequeños, conoce el valor de cada gesto oculto,
de cada limosna discreta, de cada oración ofrecida con amor.
Pidamos
que el Dios de la justicia y de la paz —el Dios que hace habitar juntos al lobo
y al cordero, como anuncia Isaías— bendiga abundantemente a quienes sostienen
nuestra misión. Que Él mismo les pague con gracia multiplicada, con esperanza
renovada, con la alegría interior que Cristo derrama hoy en el Evangelio.
Llamado
final
Hermanos:
Que este Adviento nos encuentre abiertos, disponibles y humildes.
Que dejemos a un lado la soberbia de quien lo sabe todo, para entrar en la
alegría de Jesús, la alegría que nace de ver corazones pequeños capaces de
recibir el Reino.
Que
el Padre, que reveló sus secretos a los sencillos, nos conceda la gracia de
vivir esta semana como verdaderos peregrinos
de la esperanza, sostenidos por la fe, movidos por la gratitud,
y fortalecidos por la oración por nuestros benefactores.
Amén.

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