martes, 23 de diciembre de 2025

25 de diciembre del 2025 : Solemnidad de la Natividad del Señor- Misas de la Aurora y del día

 


Misa de la aurora

 

En esta Misa de la Aurora, la Iglesia amanece con el corazón lleno de luz. La noche santa ya ha pasado, pero la alegría permanece: Dios ha visitado a su pueblo y su salvación se hace cercana.

Isaías nos anuncia: “Mira, tu Salvador llega”, y nos recuerda que somos un pueblo llamado “santo”, “rescatado”, “buscado”. El salmo nos invita a alegrarnos, porque el Señor reina y su justicia resplandece. San Pablo proclama que la bondad y el amor de Dios se han manifestado: no por nuestras obras, sino por su misericordia, que nos renueva y nos hace herederos de la vida eterna. Y en el Evangelio contemplamos a los pastores: corren hacia Belén, encuentran al Niño, y regresan glorificando y alabando a Dios, mientras María guarda todo en su corazón.

Con espíritu de gratitud y sencillez, como peregrinos de esperanza, celebremos esta Eucaristía: dejemos que la luz de Cristo ilumine este nuevo día y haga de nosotros mensajeros de su paz.

 

Esquema y resumen litúrgico – Navidad (Misa de la Aurora)

 

Lecturas: Is 62,11-12 / Sal 97(96),1.6.11-12 / Tt 3,4-7 / Lc 2,15-20

Hilo conductor

El Salvador ya ha llegado: Dios visita, rescata y renueva por pura misericordia; la Iglesia acoge la noticia, la contempla (María) y la anuncia (pastores).

 

1) Primera lectura – Is 62,11-12

Género: Oráculo/Proclamación de salvación.

Clave litúrgica: La Iglesia anuncia públicamente la llegada del Salvador.
Resumen: El profeta proclama a Jerusalén que su Salvador viene y trae recompensa. El pueblo recibe un nombre nuevo: pueblo santo, rescatado, buscado; la ciudad deja de ser “abandonada” y se vuelve “querida”.
Palabras clave: Mira / llega / salvación / rescate / nombre nuevo / pueblo santo.

Aplicación celebrativa: Dios redefine nuestra identidad: somos amados y recuperados por Él.

 

2) Salmo responsorial – Sal 97(96),1.6.11-12

Respuesta: (según leccionario) Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor (cf. Lc 2,11).

Clave litúrgica: La asamblea responde con gozo al reinado de Dios.
Resumen: Se canta la alegría porque el Señor reina; los cielos proclaman su justicia. Para los justos hay luz y alegría: se invita a alegrarse y dar gracias.

Palabras clave: El Señor reina / justicia / luz / alegría / den gracias.
Función litúrgica: El salmo convierte la noticia en alabanza comunitaria.

 

3) Segunda lectura – Tt 3,4-7

Género: Catequesis apostólica sobre la gracia y la salvación.
Clave litúrgica: La Navidad se interpreta: es manifestación de la bondad de Dios.

Resumen: Se manifiestan la bondad y el amor de Dios; la salvación no se debe a méritos, sino a la misericordia. Dios nos salva con el baño del nuevo nacimiento y la renovación del Espíritu; nos hace justificados por gracia y herederos de la vida eterna.
Palabras clave: misericordia / gracia / nuevo nacimiento / Espíritu / herederos.
Aplicación celebrativa: La Navidad es gracia que renueva y abre futuro.

 

4) Evangelio – Lc 2,15-20

Género: Relato de la infancia; epifanía humilde de Cristo.
Clave litúrgica: La respuesta humana al misterio: ir, ver, anunciar, guardar.
Resumen: Los pastores, tras el anuncio angélico, van a Belén, encuentran al Niño y cuentan lo que han oído. Los que escuchan se admiran; María guarda y medita. Los pastores regresan glorificando y alabando.

Palabras clave: vamos / encontramos / anunciaron / admiración / María meditaba / alababan.

Aplicación celebrativa: La Iglesia nace como comunidad de testigos (pastores) y de contemplación (María).

 

Síntesis final para proclamación/homilía (en una frase)

Dios nos visita y nos salva por misericordia; su luz amanece sobre el pueblo rescatado, y nos envía a anunciar con alegría lo que hemos visto, guardándolo en el corazón como María.

 

 

 

Homilía misa de la Aurora

 

Hermanos y hermanas, la Aurora de Navidad tiene un sabor particular: ya no estamos solo contemplando la noche y el pesebre, sino que empezamos a ver cómo la luz se abre paso. La fe de la Iglesia, como el día que nace, no se queda en emoción: se convierte en camino. Por eso el Evangelio de hoy no nos muestra ángeles cantando, sino pastores que se levantan, van, encuentran, y vuelven… anunciando.

1) “Mira, tu Salvador llega”: Dios sale al encuentro

Isaías proclama: “Mira, tu Salvador llega”. Y no llega con amenazas ni con reproches, sino con salvación. El profeta añade algo precioso: el pueblo será llamado “Pueblo santo, rescatado del Señor”.
Es decir: Dios no solo viene a “hacer algo”; viene a decir quiénes somos para Él. Navidad no es solo que Dios nace; es que nosotros renacemos en nuestra identidad: rescatados, buscados, amados.

Y aquí el Año jubilar nos da una clave: el jubileo es tiempo de gracia, de volver a casa, de empezar de nuevo. Si esta aurora trae luz, es para que en cada familia, en cada corazón, se oiga una buena noticia: no estás perdido; eres buscado.

2) La misericordia tiene un nombre: “la bondad y el amor de Dios”

La carta a Tito pone el centro donde debe estar:
“Cuando se manifestó la bondad de Dios y su amor por los hombres…” (Tt 3).
No dice “cuando nos portamos bien”, ni “cuando lo merecíamos”, sino cuando Dios decidió mostrarse. Y subraya: no por nuestras obras, sino por su misericordia; nos salvó “con el baño del nuevo nacimiento” y la renovación del Espíritu.

Esto es Navidad en modo aurora: la fe comienza a iluminar la vida diaria con una certeza humilde: yo no me sostengo solo; me sostiene la gracia. Y cuando uno vive de la gracia, cambia la mirada: deja de juzgar con dureza, deja de desesperar, aprende a recomenzar.

3) Los pastores: el primer “equipo misionero” de la historia

En el Evangelio, los pastores se dicen: “Vayamos a Belén”.
Mira el movimiento:

1.    Se levantan: no se quedan discutiendo la experiencia; la obedecen.

2.    Van aprisa: cuando la gracia toca, no se aplaza.

3.    Encuentran: la fe no es idea; es encuentro con Jesús.

4.    Regresan glorificando: la verdadera experiencia de Dios te devuelve a la vida cotidiana, pero distinto, con alegría, con misión.

Aquí aparece la vocación evangelizadora de la Iglesia: la Iglesia existe para hacer lo que hicieron los pastores: ir a Cristo y llevar a otros hacia Cristo. Y la misión empieza siempre con un “vamos”: salir de la comodidad, del miedo, del “más tarde”.

En un mundo saturado de mensajes, el Evangelio se transmite no solo con palabras, sino con personas que han visto. Los pastores no tenían títulos, ni recursos, ni prestigio; tenían algo más decisivo: una historia con Dios.

4) María: evangelizar también es “guardar” y “meditar”

Junto a los pastores aparece María: “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Navidad nos muestra dos estilos que la Iglesia necesita:

·        El estilo de los pastores: salir, anunciar, contagiar alegría.

·        El estilo de María: silencio, contemplación, profundidad.

La evangelización sin oración se vuelve activismo. Y la oración sin misión se vuelve intimismo. En la aurora, Dios nos regala ambas: corazón que ora y pies que caminan.

5) Intención orante: por la evangelización y las vocaciones

Hoy pedimos por la obra evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones. Y no es un añadido “extra”: brota naturalmente de las lecturas.

·        Si Dios dice “eres un pueblo rescatado”, entonces necesitamos rescatadores: hombres y mujeres que, por vocación, se dediquen a anunciar, a acompañar, a curar heridas, a abrir caminos de fe.

·        Si la salvación es misericordia, entonces la Iglesia necesita ministros de misericordia: sacerdotes que celebren y perdonen; consagrados que señalen el Reino; laicos con alma misionera; familias que sean “iglesias domésticas” donde Cristo sea visible.

Y aquí conviene decirlo con claridad: la falta de vocaciones no se resuelve con propaganda, sino con santidad y testimonio. El joven responde cuando ve una comunidad que vive de verdad lo que celebra. Cuando ve alegría, entrega, coherencia, fraternidad. Belén no convence por lujo; convence por amor.

6) Tres invitaciones concretas para esta aurora

1.    Vete a Belén hoy: haz un momento real de encuentro con Jesús (Eucaristía vivida con atención, un rato de oración, una visita al pesebre).

2.    Vuelve como pastor: hoy mismo comparte una palabra de fe: llama a alguien solo, reconcilia una relación, invita a alguien a acercarse a Dios.

3.    Ora y sostén una vocación: pide por un seminarista, por un sacerdote, por una religiosa; y pide también: “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Porque todos tenemos vocación: algunos al ministerio ordenado, otros a la consagración, otros al matrimonio, otros a la misión laical… pero nadie queda “sin llamado”.

Conclusión

Hermanos, la aurora es una promesa: la luz no se detiene. Cristo ha nacido y el día de Dios avanza. Que esta Eucaristía nos haga “pueblo buscado”, “rescatado”, y sobre todo pueblo enviado.

Pidamos al Señor:
que la Iglesia sea siempre casa de misericordia y escuela de misión;
que nunca falten vocaciones santas;
y que cada uno de nosotros, como los pastores, regrese a su vida cotidiana glorificando y alabando a Dios, llevando a otros la alegría del Evangelio. Amén.

 


En lo profundo del Misterio


En esta Misa de Navidad del día, la Iglesia nos invita a levantar la mirada y a contemplar el misterio en su profundidad: Dios ha hablado y su Palabra tiene un rostro.

Isaías anuncia la alegría del mensajero que proclama sobre los montes: “Tu Dios reina”; el salmo nos hace cantar que todos los confines de la tierra han visto la salvación.

La carta a los Hebreos nos recuerda que Dios, que antes habló de muchas maneras, ahora nos ha hablado por el Hijo, resplandor de su gloria. Y el Evangelio según san Juan nos conduce al origen: “En el principio existía el Verbo… y el Verbo se hizo carne”.

Celebremos, entonces, esta Eucaristía con gratitud y asombro: la Luz ha venido al mundo para habitar entre nosotros y hacer de todos un pueblo que canta, escucha y anuncia.

 

 

Primera lectura

DEL DÍA

Is 52,7-10

Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios

Lectura del libro de Isaías.

QUÉ hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que proclama la paz,
que anuncia la buena noticia,
que pregona la justicia,
que dice a Sion: «¡Tu Dios reina!».
Escucha: tus vigías gritan, cantan a coro,
porque ven cara a cara al Señor,
que vuelve a Sion.
Rompan a cantar a coro,
ruinas de Jerusalén,
porque el Señor ha consolado a su pueblo,
ha rescatado a Jerusalén.
Ha descubierto el Señor su santo brazo
a los ojos de todas las naciones,
y verán los confines de la tierra
la salvación de nuestro Dios.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 98(97),1.2-3ab.3cd-4.5-6 (R. cf. 3c)

R. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo. R.

V. El Señor da a conocer su salvación,
revela a las naciones su justicia.
Se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel. R.

V. Los confines de la tierra han contemplado
la salvación de nuestro Dios.
Aclama al Señor, tierra entera;
griten, vitoreen, toquen. R.

V. Tañan la cítara para el Señor,
suenen los instrumentos:
con clarines y al son de trompetas,
aclamen al Rey y Señor. R.

 

Segunda lectura

Hb 1,1-6

Dios nos ha hablado por el Hijo

Lectura de la carta a los Hebreos

EN muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas.
En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.
Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa. Y, habiendo realizado la purificación de los pecados, está sentado a la derecha de la Majestad en las alturas; tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.
Pues ¿a qué ángel dijo jamás: “Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy”; y en otro lugar: “Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo”?
Asimismo, cuando introduce en el mundo al primogénito, dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”.

Palabra de Dios.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Nos ha amanecido un día sagrado; vengan, naciones, adoren al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R.

 

Evangelio

Jn 1,1-18 (forma larga)

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Comienzo del santo Evangelio según san Juan.

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

Palabra del Señor.


Jn 1,1-5.9-14 (forma breve)

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Comienzo del santo Evangelio según san Juan

EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Palabra del Señor.

 

 

Homilía del día

 

Hermanos y hermanas, en la Navidad del día la Iglesia nos lleva más allá del pesebre visible para introducirnos en el misterio profundo: ¿quién es ese Niño? San Juan lo dice sin rodeos: “En el principio existía el Verbo… y el Verbo era Dios… y el Verbo se hizo carne”.
Es decir: no estamos celebrando solo un nacimiento humano; celebramos que Dios ha hablado con su propia Vida, y esa Palabra tiene un rostro: Jesucristo.

Y aquí encaja con fuerza el comentario que traemos: la Navidad no es solo “por nosotros”, en general. Es también “por mí y por ti”.

1) “Por mí”: el Evangelio se vuelve personal

Santa Teresita lo dice con una audacia luminosa: “por mi amor”. Y san Pablo lo confirma: “me amó y se entregó por mí”.
Muchos aceptan que Dios ama “a todos”, pero titubean cuando la pregunta se vuelve concreta: ¿me ama a mí? En el fondo, esa duda es una herida: “yo no soy digno”, “yo no soy suficiente”, “yo no cuento”.

Pero el prólogo de Juan responde con una ternura inmensa: Dios no se quedó en ideas; se hizo carne.
Carne: fragilidad, historia, cansancio, lágrimas, manos, voz.
Dios se metió en lo nuestro para decirte: “Sí: por ti”.
Y cuando tú lo crees, algo cambia por dentro: la fe deja de ser un “deber” y se convierte en encuentro.

2) “Qué hermosos los pies del mensajero”: la Navidad crea evangelizadores

Isaías contempla al mensajero que corre por los montes gritando: “¡Tu Dios reina!” (Is 52).
Navidad es precisamente eso: una noticia que no se puede encerrar. Por eso el salmo responde con alegría universal: “Los confines de la tierra han contemplado la salvación” (Sal 98).

Aquí aparece nuestra intención orante: la obra evangelizadora de la Iglesia.
Evangelizar no es hacer publicidad religiosa; es anunciar una salvación real. Es decirle al mundo —con palabras y obras— que Dios no está lejos, que Dios reina desde la humildad, que Dios se acerca a sanar.

Pero Isaías añade un detalle precioso: “Qué hermosos los pies…”. No dice “qué hermosas las teorías”, sino los pies: el Evangelio se anuncia con caminantes, con gente que se mueve hacia el otro, que cruza montañas de indiferencia, que no se cansa de servir.

En clave jubilar: somos peregrinos de esperanza. Y el peregrino no se queda sentado; va al encuentro.

3) Dios habló “por el Hijo”: la vocación nace de escuchar

La carta a los Hebreos nos ofrece una cumbre: “Dios, que habló antiguamente… ahora nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1).
Navidad es Dios hablando. Y cuando Dios habla, siempre llama. La vocación nace de una experiencia simple y profunda: alguien se sabe amado y enviado.

Por eso hoy pedimos por las vocaciones: sacerdotales, consagradas, matrimoniales, laicales, misioneras.
La Iglesia necesita voces que proclamen, manos que consuelen, corazones disponibles. Pero sobre todo necesita personas que puedan decir, con verdad: “Esto es para mí… y por eso lo llevo a otros.”

Porque una vocación no es primero una función; es una respuesta de amor: “Si Tú me amaste así, aquí estoy”.

4) “A los suyos vino… y los suyos no lo recibieron”

San Juan no idealiza. Dice algo doloroso: la Luz vino, pero no todos la acogieron. Y esto también es muy actual: hoy Cristo sigue viniendo, y hay corazones cerrados por prisa, por heridas, por desconfianza, por pecado, por cansancio espiritual.

Sin embargo, Juan nos regala una promesa decisiva: a quienes lo reciben, les da poder de ser hijos de Dios.
Navidad, entonces, no es solo emoción: es adopción, dignidad, nueva identidad. Si lo recibes, tu vida cambia de apellido: ahora eres hijo. Y un hijo no vive como esclavo del miedo.

5) “Y el Verbo se hizo carne”: ¿dónde lo recibo hoy?

El comentario nos hace dos preguntas que son oro para la Navidad del día:

¿Cómo acojo el amor que Jesús me manifiesta?
— con la meditación de la Palabra,
— con la visita al Santísimo,
— con la fidelidad a los sacramentos,
— con el servicio a los más pobres.

¿Cómo ilumina mi relación con Jesús mis relaciones diarias?
Porque aquí está el “para mí y para ti” en su forma más concreta:
cuando descubro que Cristo se hizo carne por mí, inmediatamente comprendo que se hizo carne por el otro: por el que me cuesta, por el que piensa distinto, por el que está solo, por el enfermo, por el que no cree, por el que está herido.

Y entonces mi fe se vuelve visible: más paciencia, más misericordia, menos juicio, más verdad con caridad.

6) Tres gestos navideños, jubilares y vocacionales

Para que la homilía no se quede en ideas, propongo tres gestos sencillos:

1.    Recibirlo: hoy, en la comunión, dile interiormente: “Señor, creo que viniste por mí”.

2.    Anunciarlo: hoy mismo sé mensajero: un saludo reconciliador, una visita, un servicio concreto, una invitación a volver a Dios.

3.    Orar y acompañar vocaciones: pide al Dueño de la mies; y ofrece tu apoyo: una palabra, una cercanía, una colaboración. Las vocaciones florecen donde hay comunidades que aman, no donde solo se exige.

Conclusión

Hermanos, la Navidad del día nos pone en la cima: la Palabra eterna se hizo carne.
No para impresionarnos, sino para salvarnos.
No solo “para todos”, sino también para ti.

Y cuando eso cae al corazón, nace la misión:
la Iglesia se vuelve mensajera, y el mundo puede escuchar una vez más:
“Tu Dios reina… y su amor es para siempre.” Amén.

 


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