Misa
de la aurora
En esta Misa de la Aurora, la Iglesia
amanece con el corazón lleno de luz. La noche santa ya ha pasado, pero la alegría
permanece: Dios ha visitado a su pueblo y su salvación se hace cercana.
Isaías nos anuncia: “Mira, tu Salvador llega”,
y nos recuerda que somos un pueblo llamado “santo”, “rescatado”, “buscado”. El
salmo nos invita a alegrarnos, porque el Señor reina y su justicia resplandece.
San Pablo proclama que la bondad y el amor de Dios se han manifestado: no por
nuestras obras, sino por su misericordia, que nos renueva y nos hace
herederos de la vida eterna. Y en el Evangelio contemplamos a los pastores:
corren hacia Belén, encuentran al Niño, y regresan glorificando y alabando a
Dios, mientras María guarda todo en su corazón.
Con espíritu de gratitud y sencillez, como
peregrinos de esperanza, celebremos esta Eucaristía: dejemos que la luz de
Cristo ilumine este nuevo día y haga de nosotros mensajeros de su paz.
Esquema y resumen litúrgico –
Navidad (Misa de la Aurora)
Lecturas: Is 62,11-12 / Sal 97(96),1.6.11-12 / Tt 3,4-7
/ Lc 2,15-20
Hilo conductor
El
Salvador ya ha llegado: Dios visita, rescata y renueva por pura misericordia; la
Iglesia acoge la noticia, la contempla (María) y la anuncia (pastores).
1)
Primera lectura – Is 62,11-12
Género: Oráculo/Proclamación
de salvación.
Clave litúrgica: La Iglesia anuncia públicamente la
llegada del Salvador.
Resumen:
El profeta proclama a Jerusalén que su Salvador viene y trae
recompensa. El pueblo recibe un nombre nuevo: pueblo
santo, rescatado, buscado; la ciudad deja de ser “abandonada” y se
vuelve “querida”.
Palabras
clave: Mira / llega / salvación / rescate / nombre nuevo / pueblo
santo.
Aplicación celebrativa: Dios redefine
nuestra identidad: somos amados y recuperados por Él.
2)
Salmo responsorial – Sal 97(96),1.6.11-12
Respuesta: (según leccionario) Hoy
nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor (cf. Lc 2,11).
Clave litúrgica: La asamblea responde con gozo al reinado
de Dios.
Resumen:
Se canta la alegría porque el Señor reina; los
cielos proclaman su justicia. Para los justos hay luz y alegría:
se invita a alegrarse y dar gracias.
Palabras clave: El Señor reina / justicia / luz /
alegría / den gracias.
Función
litúrgica: El salmo convierte la noticia en alabanza
comunitaria.
3)
Segunda lectura – Tt 3,4-7
Género: Catequesis apostólica
sobre la gracia y la salvación.
Clave
litúrgica: La Navidad se interpreta: es
manifestación de la bondad de Dios.
Resumen: Se manifiestan la bondad
y el amor
de Dios; la salvación no se debe a méritos, sino a la misericordia.
Dios nos salva con el baño del nuevo nacimiento
y la renovación del Espíritu; nos hace justificados por gracia
y herederos
de la vida eterna.
Palabras
clave: misericordia / gracia / nuevo nacimiento
/ Espíritu / herederos.
Aplicación
celebrativa: La Navidad es gracia que renueva
y abre futuro.
4)
Evangelio – Lc 2,15-20
Género: Relato de la infancia;
epifanía humilde de Cristo.
Clave
litúrgica: La respuesta humana al misterio: ir,
ver, anunciar, guardar.
Resumen:
Los pastores, tras el anuncio angélico, van a Belén, encuentran
al Niño y cuentan lo que han oído. Los que escuchan se admiran; María
guarda y medita. Los pastores regresan glorificando y
alabando.
Palabras clave: vamos / encontramos / anunciaron /
admiración / María meditaba / alababan.
Aplicación celebrativa: La Iglesia nace como
comunidad de testigos (pastores) y de contemplación
(María).
Síntesis final para proclamación/homilía
(en una frase)
Dios nos visita y nos
salva por misericordia; su luz amanece sobre el pueblo rescatado, y nos envía a
anunciar con alegría lo que hemos visto, guardándolo en el corazón como María.
Homilía
misa de la Aurora
Hermanos
y hermanas, la Aurora de Navidad tiene un sabor
particular: ya no estamos solo contemplando la noche y el pesebre, sino que
empezamos a ver cómo la luz se abre paso. La fe de la
Iglesia, como el día que nace, no se queda en emoción: se convierte en
camino. Por eso el Evangelio de hoy no nos muestra ángeles
cantando, sino pastores que se levantan, van, encuentran, y vuelven…
anunciando.
1) “Mira, tu Salvador
llega”: Dios sale al encuentro
Isaías proclama: “Mira,
tu Salvador llega”. Y no llega con amenazas ni con reproches,
sino con salvación. El profeta añade algo precioso: el pueblo será llamado “Pueblo
santo, rescatado del Señor”.
Es decir: Dios no solo viene a “hacer algo”; viene a decir quiénes somos
para Él. Navidad no es solo que Dios nace; es que nosotros renacemos
en nuestra identidad: rescatados, buscados, amados.
Y aquí el Año jubilar
nos da una clave: el jubileo es tiempo de gracia, de volver a casa, de
empezar de nuevo. Si esta aurora trae luz, es para que en cada
familia, en cada corazón, se oiga una buena noticia: no estás perdido;
eres buscado.
2) La misericordia
tiene un nombre: “la bondad y el amor de Dios”
La carta a Tito pone el
centro donde debe estar:
“Cuando
se manifestó la bondad de Dios y su amor por los hombres…” (Tt
3).
No dice “cuando nos portamos bien”, ni “cuando lo merecíamos”, sino cuando
Dios decidió mostrarse. Y subraya: no por nuestras
obras, sino por su misericordia; nos salvó “con el baño del
nuevo nacimiento” y la renovación del Espíritu.
Esto es Navidad en modo
aurora: la fe comienza a iluminar la vida diaria con una certeza humilde: yo no
me sostengo solo; me sostiene la gracia. Y cuando uno vive de la
gracia, cambia la mirada: deja de juzgar con dureza, deja de desesperar,
aprende a recomenzar.
3) Los pastores: el
primer “equipo misionero” de la historia
En el Evangelio, los
pastores se dicen: “Vayamos a Belén”.
Mira el movimiento:
1.
Se levantan: no se quedan
discutiendo la experiencia; la obedecen.
2.
Van aprisa: cuando la gracia
toca, no se aplaza.
3.
Encuentran: la fe no es idea; es
encuentro con Jesús.
4.
Regresan glorificando: la verdadera
experiencia de Dios te devuelve a la vida cotidiana, pero distinto,
con alegría, con misión.
Aquí aparece la
vocación evangelizadora de la Iglesia: la Iglesia existe para hacer lo que
hicieron los pastores: ir a Cristo y llevar a otros hacia
Cristo. Y la misión empieza siempre con un “vamos”: salir de la
comodidad, del miedo, del “más tarde”.
En un mundo saturado de
mensajes, el Evangelio se transmite no solo con palabras, sino con personas
que han visto. Los pastores no tenían títulos, ni recursos, ni
prestigio; tenían algo más decisivo: una historia con Dios.
4) María: evangelizar
también es “guardar” y “meditar”
Junto a los pastores
aparece María: “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Navidad nos muestra dos estilos que la Iglesia necesita:
·
El
estilo de los pastores: salir, anunciar, contagiar
alegría.
·
El
estilo de María:
silencio, contemplación, profundidad.
La evangelización sin
oración se vuelve activismo. Y la oración sin misión se vuelve intimismo. En la
aurora, Dios nos regala ambas: corazón que ora y pies
que caminan.
5) Intención orante:
por la evangelización y las vocaciones
Hoy pedimos por la obra
evangelizadora de la Iglesia y por las vocaciones. Y no es un añadido “extra”:
brota naturalmente de las lecturas.
·
Si
Dios dice “eres un pueblo rescatado”, entonces necesitamos
rescatadores: hombres y mujeres que, por vocación, se dediquen
a anunciar, a acompañar, a curar heridas, a abrir caminos de fe.
·
Si
la salvación es misericordia, entonces la Iglesia necesita ministros
de misericordia: sacerdotes que celebren y perdonen;
consagrados que señalen el Reino; laicos con alma misionera; familias que sean
“iglesias domésticas” donde Cristo sea visible.
Y aquí conviene decirlo
con claridad: la falta de vocaciones no se resuelve con propaganda,
sino con santidad y testimonio. El joven responde cuando ve una comunidad que
vive de verdad lo que celebra. Cuando ve alegría, entrega, coherencia,
fraternidad. Belén no convence por lujo; convence por amor.
6) Tres invitaciones
concretas para esta aurora
1.
Vete a Belén hoy: haz un momento real
de encuentro con Jesús (Eucaristía vivida con atención, un rato de oración, una
visita al pesebre).
2.
Vuelve como pastor: hoy mismo comparte
una palabra de fe: llama a alguien solo, reconcilia una relación, invita a
alguien a acercarse a Dios.
3.
Ora y sostén una
vocación:
pide por un seminarista, por un sacerdote, por una religiosa; y pide también:
“Señor, ¿qué quieres de mí?”. Porque todos tenemos vocación: algunos al
ministerio ordenado, otros a la consagración, otros al matrimonio, otros a la
misión laical… pero nadie queda “sin llamado”.
Conclusión
Hermanos, la aurora es
una promesa: la luz no se detiene. Cristo ha nacido y el
día de Dios avanza. Que esta Eucaristía nos haga “pueblo buscado”, “rescatado”,
y sobre todo pueblo enviado.
Pidamos
al Señor:
que la Iglesia sea siempre casa de misericordia y escuela de misión;
que nunca falten vocaciones santas;
y que cada uno de nosotros, como los pastores, regrese a su vida cotidiana glorificando
y alabando a Dios, llevando a otros la alegría del Evangelio.
Amén.
En lo
profundo del Misterio
En esta Misa de Navidad del día, la Iglesia
nos invita a levantar la mirada y a contemplar el misterio en su profundidad: Dios
ha hablado y su Palabra tiene un rostro.
Isaías anuncia la alegría del mensajero que
proclama sobre los montes: “Tu Dios reina”; el salmo nos hace cantar que
todos los confines de la tierra han visto la salvación.
La carta a los Hebreos nos recuerda que Dios, que
antes habló de muchas maneras, ahora nos ha hablado por el Hijo,
resplandor de su gloria. Y el Evangelio según san Juan nos conduce al origen: “En
el principio existía el Verbo… y el Verbo se hizo carne”.
Celebremos, entonces, esta Eucaristía con gratitud
y asombro: la Luz ha venido al mundo para habitar entre nosotros y hacer de
todos un pueblo que canta, escucha y anuncia.
Primera lectura
Salmo
Segunda lectura
Aclamación
Evangelio
Homilía del día
Hermanos y hermanas, en la Navidad del día la
Iglesia nos lleva más allá del pesebre visible para introducirnos en el misterio
profundo: ¿quién es ese Niño? San Juan lo dice sin rodeos: “En el
principio existía el Verbo… y el Verbo era Dios… y el Verbo se hizo carne”.
Es decir: no estamos celebrando solo un nacimiento humano; celebramos que Dios
ha hablado con su propia Vida, y esa Palabra tiene un rostro: Jesucristo.
Y aquí encaja con fuerza el comentario que traemos:
la Navidad no es solo “por nosotros”, en general. Es también “por mí y por
ti”.
1) “Por mí”: el Evangelio se
vuelve personal
Santa Teresita lo dice con una audacia luminosa:
“por mi amor”. Y san Pablo lo confirma: “me amó y se entregó por mí”.
Muchos aceptan que Dios ama “a todos”, pero titubean cuando la pregunta se
vuelve concreta: ¿me ama a mí? En el fondo, esa duda es una herida: “yo
no soy digno”, “yo no soy suficiente”, “yo no cuento”.
Pero el prólogo de Juan responde con una ternura
inmensa: Dios no se quedó en ideas; se hizo carne.
Carne: fragilidad, historia, cansancio, lágrimas, manos, voz.
Dios se metió en lo nuestro para decirte: “Sí: por ti”.
Y cuando tú lo crees, algo cambia por dentro: la fe deja de ser un “deber” y se
convierte en encuentro.
2) “Qué hermosos los pies del
mensajero”: la Navidad crea evangelizadores
Isaías contempla al mensajero que corre por los
montes gritando: “¡Tu Dios reina!” (Is 52).
Navidad es precisamente eso: una noticia que no se puede encerrar. Por
eso el salmo responde con alegría universal: “Los confines de la tierra han
contemplado la salvación” (Sal 98).
Aquí aparece nuestra intención orante: la obra
evangelizadora de la Iglesia.
Evangelizar no es hacer publicidad religiosa; es anunciar una salvación real.
Es decirle al mundo —con palabras y obras— que Dios no está lejos, que Dios
reina desde la humildad, que Dios se acerca a sanar.
Pero Isaías añade un detalle precioso: “Qué
hermosos los pies…”. No dice “qué hermosas las teorías”, sino los pies:
el Evangelio se anuncia con caminantes, con gente que se mueve hacia el
otro, que cruza montañas de indiferencia, que no se cansa de servir.
En clave jubilar: somos peregrinos de esperanza.
Y el peregrino no se queda sentado; va al encuentro.
3) Dios habló “por el Hijo”: la
vocación nace de escuchar
La carta a los Hebreos nos ofrece una cumbre:
“Dios, que habló antiguamente… ahora nos ha hablado por el Hijo” (Hb 1).
Navidad es Dios hablando. Y cuando Dios habla, siempre llama. La
vocación nace de una experiencia simple y profunda: alguien se sabe amado y
enviado.
Por eso hoy pedimos por las vocaciones:
sacerdotales, consagradas, matrimoniales, laicales, misioneras.
La Iglesia necesita voces que proclamen, manos que consuelen, corazones
disponibles. Pero sobre todo necesita personas que puedan decir, con verdad: “Esto
es para mí… y por eso lo llevo a otros.”
Porque una vocación no es primero una función; es
una respuesta de amor: “Si Tú me amaste así, aquí estoy”.
4) “A los suyos vino… y los suyos
no lo recibieron”
San Juan no idealiza. Dice algo doloroso: la Luz
vino, pero no todos la acogieron. Y esto también es muy actual: hoy Cristo
sigue viniendo, y hay corazones cerrados por prisa, por heridas, por
desconfianza, por pecado, por cansancio espiritual.
Sin embargo, Juan nos regala una promesa decisiva: a
quienes lo reciben, les da poder de ser hijos de Dios.
Navidad, entonces, no es solo emoción: es adopción, dignidad, nueva
identidad. Si lo recibes, tu vida cambia de apellido: ahora eres hijo. Y
un hijo no vive como esclavo del miedo.
5) “Y el Verbo se hizo carne”:
¿dónde lo recibo hoy?
El comentario nos hace dos preguntas que son oro
para la Navidad del día:
¿Cómo acojo el amor que Jesús me manifiesta?
— con la meditación de la Palabra,
— con la visita al Santísimo,
— con la fidelidad a los sacramentos,
— con el servicio a los más pobres.
¿Cómo ilumina mi relación con Jesús mis relaciones
diarias?
Porque aquí está el “para mí y para ti” en su forma más concreta:
cuando descubro que Cristo se hizo carne por mí, inmediatamente
comprendo que se hizo carne por el otro: por el que me cuesta, por el
que piensa distinto, por el que está solo, por el enfermo, por el que no cree,
por el que está herido.
Y entonces mi fe se vuelve visible: más paciencia,
más misericordia, menos juicio, más verdad con caridad.
6) Tres gestos navideños,
jubilares y vocacionales
Para que la homilía no se quede en ideas, propongo
tres gestos sencillos:
1. Recibirlo: hoy, en la comunión, dile
interiormente: “Señor, creo que viniste por mí”.
2. Anunciarlo: hoy mismo sé mensajero: un
saludo reconciliador, una visita, un servicio concreto, una invitación a volver
a Dios.
3. Orar y acompañar vocaciones: pide al Dueño de la mies; y
ofrece tu apoyo: una palabra, una cercanía, una colaboración. Las vocaciones
florecen donde hay comunidades que aman, no donde solo se exige.
Conclusión
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