El sueño de José
Poco después de su elección en
2013, el papa Francisco nos confió su devoción personal a “san José el
soñador”.
Una estatuilla del santo,
acostado y dormido, probablemente inspirada en el relato del evangelio de hoy,
acompañaba la oración del jovencísimo pontífice.
Es a este santo discreto y
poco hablador, sólido y en quien se puede contar en toda circunstancia, a quien
la liturgia nos hace encontrar en este cuarto domingo de Adviento.
José, el “justo”, vive en
conformidad con la voluntad de Dios, y esa voluntad está habitada por la
misericordia: para él no hay cuestión de denunciar a su esposa. La intervención
del ángel en su sueño revela que debe abrirse a otra lógica, la de la fe.
José es invitado a acoger un
misterio que no comprende, pero que le es confiado.
Se convierte así en el
guardián del deseo creador de Dios.
El sueño de José es una cita
con Dios.
José no duerme: ora. Se
abandona a Dios y se deja habitar por Él. Al despertar, José actúa. Su
obediencia es inmediata, total, silenciosa. Su discreción, eficaz y fiable.
Dios puede contar con José para que su Mesías sea reconocido como hijo de David
y para que el curso de la historia quede transformado para siempre. También
nosotros estamos llamados a convertirnos en guardianes del misterio de Dios en
nuestro mundo. Y a recordar que la fe no es ante todo una comprensión
intelectual, sino una adhesión confiada a la Palabra de Dios, que transforma la
vida.
¿Qué me inspira este relato, al acercarse la Navidad?
¿Qué interrogantes me suscita?
¿He identificado la manera
como Dios me llama?
¿Qué es lo que me toca en la
persona de José?
Karem Bustica, rédactrice en chef de Prions en Église
Primera lectura
Is
7, 10-14
Miren:
la virgen está encinta
Lectura del libro de Isaías.
EN aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del
cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso
a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo. Miren: la virgen
está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
24(23),1-2.3-4ab. 5-6
R. Va a entrar el Señor;
él es el Rey de la gloria.
V. Del Señor es la
tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
V. ¿Quién puede subir al
monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
V. Ese recibirá la
bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
Segunda lectura
Rom
1, 1-7
Jesucristo,
de la estirpe de David, Hijo de Dios
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
PABLO, siervo de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, escogido para el
Evangelio de Dios, que fue prometido por sus profetas en las Escrituras Santas
y se refiere a su Hijo, nacido de la estirpe de David según la carne,
constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la
resurrección de entre los muertos: Jesucristo nuestro Señor.
Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de
la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos se
encuentran también ustedes, llamados de Jesucristo.
A todos los que están en Roma, amados de Dios, llamados santos, gracia y paz de
Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya
V. Miren: la
virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel,
“Dios-con-nosotros”. R.
Evangelio
Mt
1, 18-24
Jesús
nacerá de María, desposada con José, hijo de David
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
LA generación de Jesucristo fue de esta manera:
María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó
que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en
privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un
ángel del Señor que le dijo:
«José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que
hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio
del profeta:
«Miren: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrán por nombre Enmanuel,
que significa “Dios-con-nosotros”».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y
acogió a su mujer.
Palabra del Señor.
1
Hermanos y hermanas:
Estamos en la recta final del Adviento, y además
celebramos el sexto día de la Novena de Navidad. En estos días el
corazón de la Iglesia late con una urgencia dulce: ¡prepárate, el Señor está
cerca! Y justo cuando el mundo corre, la liturgia nos pone delante a un
hombre que casi no habla, pero que enseña muchísimo: san José.
“José, el
soñador”, podríamos llamarlo. Y recuerda algo muy significativo: poco
después de ser elegido Papa, Francisco compartió su devoción por “san José el
que sueña”, y tenía una estatuilla del santo dormido, como recordándonos que
también mientras dormimos —cuando se apagan nuestras seguridades— Dios puede
hablarnos, guiarnos, consolarnos y orientarnos.
1) La señal de Dios: Emmanuel,
Dios con nosotros
La primera lectura, del profeta Isaías, nos entrega
una palabra que es el corazón de la Navidad:
“La virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre
Emmanuel.”
En un tiempo de miedo e incertidumbre, Dios no responde con amenazas ni con
espectáculo. Responde con una presencia: “Dios con nosotros”.
Esto ya ha debido inspirar nuestro Año Jubilar:
somos peregrinos de esperanza porque no caminamos solos. La esperanza cristiana
no es decir “todo va a salir perfecto”, sino creer: Dios está aquí,
incluso cuando la historia parece confusa, cuando la familia atraviesa pruebas,
cuando el futuro se nubla.
2) ¿Quién puede subir al monte
del Señor?
El salmo 24 nos hace una pregunta que es como un
examen de conciencia para esta semana previa a Navidad:
“¿Quién puede subir al monte del Señor?”
Y responde: el de manos inocentes y puro corazón.
Fíjense cómo el salmo nos desplaza: no nos pregunta
cuántos adornos tenemos ni cuántas compras hicimos, sino qué corazón
estamos preparando. El monte del Señor —su presencia— no se sube con prisa ni
con ruido, se sube con verdad, con limpieza interior, con humildad.
Y aquí aparece san José como un maestro: hombre
de corazón recto. La Escritura lo llama “justo y podemos agregar sin temor
a equivocarnos que la justicia de José
está habitada por la misericordia.
3) José, el justo: justicia con
misericordia
El Evangelio nos presenta una situación humanamente
difícil: María está encinta, y José sabe que él no es el padre. No entiende. Se
siente sacudido por dentro. Y, sin embargo, decide no denunciarla. Decide proteger.
Esto es muy grande: José podría haberse defendido a
sí mismo, podría haber buscado “quedar bien”, podría haber usado la ley para
aplastar. Pero su justicia no es fría: es misericordiosa. Y aquí hay una
enseñanza poderosa para nuestras familias y comunidades:
- Hay
“justicias” que humillan.
- Y
hay una justicia que se parece a Dios: la que salva, la que cuida,
la que no destruye.
José nos pregunta, sin decir una palabra: ¿cómo
trato yo a los demás cuando no entiendo? ¿Cómo reacciono cuando me siento
herido? ¿Busco venganza, o busco el bien?
4) “El sueño de José”: cuando
Dios habla en la noche
Podríamos decir que “El sueño de José es una
cita con Dios.”
En la Biblia, el sueño no es solo descanso; a veces es el espacio donde Dios
abre caminos. Cuando nuestras defensas bajan, cuando dejamos de controlar,
cuando el orgullo se calla, Dios puede entrar.
José, en su sueño, recibe una palabra que cambia
todo:
“No temas… lo engendrado en ella viene del Espíritu Santo.”
Y aquí está el centro: el ángel no le explica cada
detalle. Le da lo esencial: confía. Abre tu corazón a una lógica nueva:
la lógica de la fe.
Podríamos decir que José es invitado a acoger un
misterio que no comprende, pero que le es confiado.
¡Cuántas veces la fe es eso! No entenderlo todo, pero abrazar a Dios. No
tener un mapa completo, pero caminar con la Palabra como lámpara.
En el Jubileo, esto se vuelve camino espiritual:
peregrinar no es controlar; peregrinar es confiar.
5) La obediencia de José:
inmediata, total y silenciosa
El Evangelio termina con una frase sencilla y
tremenda:
“Cuando José despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.”
Su obediencia fue inmediata, total, silenciosa.
José no arma discursos, no negocia, no pospone. Actúa. Y actúa como un servidor
del plan de Dios. Podemos afirmar, “Dios puede contar con José.”
¡Qué hermoso sería que Dios pudiera contar con
nosotros! Que Dios pudiera decir de ti, de mí, de nuestra comunidad: “Con
este hombre, con esta mujer, yo puedo contar… para cuidar a los pequeños, para
defender la vida, para sostener la fe en casa, para servir sin ruido, para
tomar decisiones honestas, para amar, aunque cueste”.
6) “Guardianes del misterio de
Dios” en el mundo de hoy
Hermanos, también nosotros estamos llamados a
ser guardianes del misterio de Dios en nuestro mundo.
¿Qué significa esto en la práctica, en este sexto día de la Novena?
Ser guardianes del misterio es:
- Cuidar
la presencia de Dios en mi casa: con un rato de oración, con un gesto de
reconciliación, con una palabra que bendice.
- Cuidar
la vida y la dignidad del otro: no exponiendo, no humillando, no
destruyendo.
- Cuidar
el silencio interior: apagar un poco el ruido para escuchar a Dios.
- Cuidar
la fe sencilla: creer no porque “entiendo todo”, sino porque me fío de
Dios.
7) Preguntas para llevar al
corazón
Y hoy, como nos sugiere la Palabra, conviene no
quedarnos solo con ideas, sino dejar que el Evangelio nos interrogue. Les
propongo que esta noche —en casa, o aquí ante el Señor— se hagan estas
preguntas:
- ¿Qué
me inspira este relato, ya tan cerca de Navidad?
- ¿Qué
inquietudes me despierta?
- ¿He
identificado la manera concreta como Dios me está llamando hoy?
- ¿Qué
me toca de la persona de José: su misericordia, su silencio, su
obediencia, su valentía humilde?
Oración final
San José,
soñador de Dios,
enséñanos a orar incluso en nuestras noches;
a confiar cuando no entendemos;
a obedecer sin ruido;
a ser fuertes sin dureza;
a ser justos con misericordia;
a cuidar a Jesús y a María en el hogar de la Iglesia y en nuestras familias.
En este
Año Jubilar, haznos peregrinos de esperanza,
guardianes del misterio de Dios en medio del mundo.
Amén.
2
Hermanos y hermanas:
Creo haber dicho ya en varias ocasiones que
compartí mi fe como sacerdote misionero en el semi-desierto africano,
particularmente en el Norte Extremo de Camerún, durante casi cinco años. Y si
hay algo que quedó tatuado en mi memoria son las Navidades vividas allí con la
etnia Mafá. Fueron cuatro Navidades… y están entre las más bellas de mi vida.
Allí no había electricidad. Escaseaba el agua. El
clima era árido. No existían las tradicionales parrandas, ni las comidas
opíparas, ni las músicas a todo volumen que yo había conocido. No había árboles
de Navidad, ni guirnaldas, ni bolas, ni estrellas, ni coronas, ni instalaciones
enredadas y enredadoras. En las capillas, nada de decorado complicado: solo un
altar digno, con su mantel blanco; utensilios sencillos —algunos en madera,
otros moldeados a partir de la calabaza—; y un pueblo pobre, sí, pero con una
alegría distinta: no la alegría de la resignación, sino la alegría de la fe; no
el optimismo fácil, sino el convencimiento de la esperanza.
Los niños y los jóvenes cantaban al Dios Niño con
el corazón encendido. Y lo más impactante: estaban alegres en medio del
sufrimiento, sin estrés ni angustia por el vacío de los regalos consumistas,
sin esa presión de “tener que” comprar, “tener que” estrenar, “tener que”
aparentar. Allí la Navidad pasaba por dentro. Nacía en el interior de los
corazones, tomaba fuerza en el silencio… y luego se expresaba a viva voz y
hasta en la danza del cuerpo.
La celebración era sobria: en la noche del 24 y al
amanecer del 25 se comía un poco más que de costumbre, y abundaban los
bizcochos propios de la fiesta, elaborados con lo que la tierra ofrecía en su
pequeña fertilidad: mijo, maní, maíz. Y los días previos eran privilegiados por
el silencio, los cantos, la Palabra, los largos momentos para meditar los
misterios de la Nochebuena. Uno se dejaba guiar hacia el Misterio.
Cuando uno está acostumbrado a tanta
superficialidad, bullicio, parafernalias y fiestas vacías, es difícil creer que
haya otra manera de vivir la Navidad. Pero la hay. También podríamos pensar en
la Navidad que se vive en los monasterios, en los conventos: menos ruido, más
hondura; menos “escenografía”, más verdad.
Pues bien: el Evangelio de este cuarto domingo de
Adviento nos muestra que también hay otra Navidad. Y el protagonista no
es un ángel que canta, ni una estrella brillante, ni un escenario lleno de
luces. El protagonista es un hombre: un laico, casado, carpintero de profesión.
Un hombre del pueblo. Un hombre de manos rudas y corazón fino. José.
1) La señal de Dios no llega como
uno la imagina
En la primera lectura (Isaías 7,10-14), el profeta
ofrece una señal: “La virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel”. El contexto es de miedo, de amenaza, de incertidumbre
política. Y Dios, en lugar de dar un “trueno” espectacular, ofrece una señal
humilde: un niño. Como si dijera: cuando el mundo tiembla, yo no me retiro;
yo me acerco. Cuando ustedes se sienten inseguros, yo me hago cercano.
Emmanuel: “Dios-con-nosotros”.
Esto es clave para el Año Jubilar, vivido como
camino de esperanza: la esperanza cristiana no es negar los problemas, sino
descubrir que Dios se hace presente en medio de ellos, y muchas veces de
la forma más sencilla, más silenciosa, más escondida.
2) “¿Quién puede subir al monte
del Señor?”
El salmo 24 nos hace una pregunta que hoy suena
fuerte: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su
recinto sagrado?” Y responde: el de “manos inocentes y puro corazón”. La
Navidad verdadera no es primero un asunto de adornos, sino de corazón.
No es cuestión de “montar” algo afuera, sino de preparar algo adentro.
A veces nos preocupamos por dejar la casa
impecable, pero el alma la dejamos llena de polvo: resentimientos guardados,
palabras no perdonadas, rencores cultivados, tiempo para todo menos para Dios.
Adviento nos sacude con ternura: hazle espacio al Señor. No solo en el
pesebre, sino en tus decisiones, en tu manera de amar, en tu forma de vivir.
3) Un Evangelio que es promesa
cumplida
San Pablo (Rm 1,1-7) dice que el Evangelio de Dios “ya
había sido prometido por sus profetas en las Escrituras”, y que se cumple
en Jesucristo. Eso significa que nuestra fe no es una emoción bonita de
temporada. Es historia de salvación. Es fidelidad de Dios. Es promesa que
atraviesa los siglos y llega hasta tu vida concreta: tus noches, tus luchas, tu
familia, tus dudas, tus esperas.
Y por eso, en el marco jubilar, estamos llamados a
una esperanza con raíces: no la esperanza de “a ver si algo cambia”, sino la
esperanza de quien sabe que Dios cumple y que Dios conduce la
historia, incluso cuando el camino parece oscuro.
4) José: el hombre que salva la
Navidad con el silencio y la obediencia
Y llegamos al Evangelio (Mt 1,18-24). Allí aparece
ese “hombre silencioso” que no pronuncia una sola palabra… pero cuya vida
entera es una respuesta. José escucha los hechos: María está embarazada y él no
tiene que ver en ello. No comprende. Y aquí el Evangelio nos muestra una
grandeza inmensa: José no reacciona con violencia, no arma un escándalo, no se
deja arrastrar por la rabia o el orgullo herido. Entra en sí mismo. Piensa.
Discierne. Y decide ser justo.
Qué necesario es esto hoy, cuando tantos viven
reaccionando: responden al primer impulso, al primer comentario, al primer
rumor; se dejan llevar por la emoción del momento, por lo que “se dice”, por lo
que “parece”. José, en cambio, nos enseña algo raro en nuestro mundo: el
arte de escuchar.
Luego, en el sueño, llega la Palabra “de lo alto”:
“José, hijo de David, no temas… lo engendrado en ella viene del Espíritu
Santo”. Esa Palabra lo abre a una presencia que estaba actuando precisamente en
aquello que él no comprendía. Y entonces, en su corazón, despierta la memoria
de su pueblo, las profecías, la promesa que flota como nata sobre la leche: Emmanuel.
Fíjense: José no entiende todo, pero confía. No
controla, pero obedece. No posee, pero protege. Y así se convierte en el
guardián del Misterio.
Aquí hay una enseñanza pastoral y también muy
humana: muchas crisis familiares, muchas rupturas, muchas heridas nacen porque
no toleramos el “no entender”. Cuando algo nos supera, queremos resolverlo a la
fuerza o huir. José nos muestra un camino más maduro: esperar, escuchar,
discernir, y permitir que Dios nos revele lo que está gestando.
5) La “otra Navidad” que
necesitamos hoy
Hermanos: la otra Navidad es posible. Es la Navidad
que se construye con estas tres palabras:
- Silencio: no como ausencia, sino
como espacio para Dios.
- Escucha: de la Palabra, de la
conciencia, del clamor del otro.
- Obediencia
de la fe:
esa que no es servilismo, sino confianza amorosa.
En Camerún aprendí algo: cuando falta tanto afuera,
se descubre lo esencial adentro. Y quizás Dios permite que este tiempo —con sus
cansancios, sus pruebas, sus incertidumbres— nos esté diciendo: vuelve a lo
esencial.
Y en clave jubilar, esto se traduce en decisiones
concretas:
- reconciliarte
con alguien antes de Navidad, aunque cueste;
- regalar
tiempo, no solo cosas;
- apagar
un poco el ruido del celular para encender la Palabra;
- acercarte
al sacramento de la Reconciliación;
- hacer
una obra de misericordia “en secreto”, como el Evangelio manda;
- permitir
que Jesús nazca donde más lo necesitas: en tu herida, en tu miedo, en tu
casa.
6) Oración final a San José
Querido
San José:
enséñanos el arte de vivir la Navidad.
Condúcenos al interior de nosotros mismos.
Enséñanos a abrazar ese silencio que a veces nos causa miedo,
porque en el silencio Dios habla y el corazón se ordena.
Enséñanos el arte de escuchar la Palabra
cuando no entendemos lo que sucede,
cuando la vida nos sorprende,
cuando el futuro nos inquieta.
San José,
hombre justo,
haz de nuestras familias un hogar para Jesús;
haz de nuestra Iglesia una casa de esperanza;
y en este Año Jubilar,
ayúdanos a caminar como peregrinos,
con fe sencilla, corazón limpio
y manos disponibles para servir.
Amén.
3
Hermanos y hermanas:
Entramos en la última semana de Adviento, y la
liturgia nos coloca de nuevo ante una figura silenciosa pero decisiva: san
José. No lo vemos predicando, no lo oímos pronunciar discursos; sin
embargo, su presencia sostiene el misterio de la Encarnación con una fortaleza
humilde. Y hoy, al contemplar el Evangelio (Mt 1,18-24), la Iglesia nos invita
a mirar a José no solo como “personaje del pesebre”, sino como patrono y
protector, ayer de la Sagrada Familia y hoy de toda la Iglesia.
Les compartiré mi reflexión siguiendo estos puntos:
qué me inspira el relato, qué interrogantes suscita, cómo identifico el
llamado de Dios, y qué me toca de la persona de José, concluyendo con una
oración.
1) Qué me inspira este relato, a
las puertas de Navidad
Me inspira, ante todo, la humanidad de José.
El texto nos permite asomarnos a su corazón: un hombre bueno, justo, creyente,
que vive una situación que lo descoloca por completo.
José sabía —como cualquier israelita— que el
adulterio era una falta gravísima y que la Ley contemplaba penas duras. Pero
también veía con claridad la vida de María: su pureza, su fe, su transparencia.
Y aun así, ella estaba embarazada… y él no era el padre. Imaginen el torbellino
interior: amor, dolor, confusión, temor, honor,
futuro, Dios…
Y allí aparece algo luminoso: José elige la
misericordia. Decide “repudiarla en secreto”. Su primera respuesta no es
venganza ni escándalo: es protección. Eso me inspira porque hoy, cuando
tantos reaccionan con dureza, José nos muestra una justicia que se parece a
Dios: una justicia con entrañas, una justicia que no aplasta.
En este Año Jubilar, tan centrado en la
esperanza y la misericordia, José se vuelve un maestro: la esperanza se
sostiene con decisiones concretas de bondad.
2) Qué interrogantes suscita en
mí
Este Evangelio me pregunta cosas muy concretas:
- ¿Qué
hago yo cuando no entiendo lo que está pasando?
¿Me precipito, condeno, sospecho, difamo… o espero, discierno, oro? - ¿Qué
pesa más en mis decisiones: mi imagen o la vida del otro?
José pudo “salvar su reputación” a costa de María. Prefirió salvar a María aun pagando el precio del silencio. - ¿Cómo
manejo el miedo?
El ángel le dice: “No temas”. El miedo puede volvernos agresivos o cobardes; pero, cuando Dios entra, el miedo se convierte en camino. - ¿Mi
fe es solo una idea, o es obediencia confiada?
Porque José no solo “cree”: José actúa.
3) He identificado la manera como
Dios me llama hoy
En el corazón del pasaje está el llamado: “José,
hijo de David, no temas recibir a María”. Dios no le da un tratado
teológico; le da una misión: acoge, protege, cuida.
Y ahí veo al menos tres llamadas para nosotros hoy,
en esta semana final de Adviento y en el sexto día de la Novena:
1. Dios me llama a acoger lo que no
comprendo del todo.
Muchas veces la vida trae situaciones que no encajan en nuestros esquemas. José
aprende que el plan de Dios puede pasar por caminos inesperados. La fe madura
no exige entender todo; exige confiar.
2. Dios me llama a proteger: a las
personas y a la vida.
José protege a María del escarnio y protege al Niño del peligro. Hoy la Iglesia
necesita hombres y mujeres que protejan: a los niños, a los frágiles, a las
familias, a la fe sencilla del pueblo.
3. Dios me llama a obedecer con
prontitud.
“Al despertar, José hizo lo que le había mandado el ángel.” Esa frase es un
examen de vida espiritual: ¿yo pospongo el bien? ¿negocio la conciencia? ¿apago
la voz de Dios? José nos enseña la obediencia que nace del amor.
4) Qué me toca en la persona de
José
Me tocan cinco rasgos de José, que podríamos llevar
como “cinco luces” para vivir esta semana:
a) Su justicia
El Evangelio lo llama “justo”. No es un hombre
perfecto por naturaleza, pero sí un hombre alineado con Dios. Su justicia no es
rigidez: es rectitud con misericordia.
b) Su misericordia silenciosa
José sufre, pero no humilla. Qué distinto sería el
mundo si, en los conflictos, aprendiéramos a no convertir el dolor en arma.
c) Su fe que se deja enseñar
El ángel lo instruye: el Niño viene del Espíritu
Santo; las profecías se cumplen; Emmanuel es real. José permite que Dios
corrija su lectura de los hechos. Eso es humildad espiritual: dejar que Dios
reinterprete mi historia.
d) Su obediencia inmediata
José despierta y obedece. No organiza un debate
interior interminable. No posterga. Hace. En el lenguaje del Reino, a veces
“hacer” es la forma más pura de orar.
e) Su misión de padre y guardián
José no engendró al Niño, pero lo recibió como hijo
y lo cuidó como suyo. Aquí hay una verdad preciosa: la paternidad y la
maternidad no son solo biología; son entrega. José nos revela que el amor
verdadero se verifica en el cuidado cotidiano.
5) San José, Patrono y Protector:
una presencia para la Iglesia de hoy
Al contemplar a José, la Iglesia lo reconoce como Patrono
y Protector universal. Y esto no es un título decorativo: es una certeza
espiritual.
Así como custodió a Jesús y a María, custodia hoy a
la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Cuando sentimos amenazas —externas o
internas—, cuando aparece el miedo, cuando la familia se tambalea, cuando la fe
se enfría, cuando la misión pesa, José no es un recuerdo del pasado: es un
intercesor presente.
En esta última semana de Adviento, quizás muchos
llegan con cargas: decisiones por tomar, temores por el futuro, situaciones
familiares complejas, enfermedades, problemas económicos, incertidumbre
laboral, soledades. Hoy el Evangelio nos repite: “No temas”… y nos
entrega a José como compañero.
6) Invitación pastoral para el
sexto día de la Novena
Les propongo tres gestos muy concretos para hoy:
1. Hagan un rato de silencio en casa (cinco o diez minutos) y digan:
“Señor, como José, quiero escucharte. Háblame.”
2. Un gesto de protección: una llamada a alguien frágil,
una reconciliación, una ayuda discreta, una palabra que defienda la dignidad de
otro.
3. Una consagración sencilla a san
José por la
familia y por la Iglesia, especialmente si alguno está atravesando miedos o
pruebas.
7) Oración final
San José,
patrono y protector,
tú conociste la noche de la duda
y no dejaste que el miedo gobernara tu corazón.
Enséñanos a elegir la misericordia,
a callar cuando el silencio salva,
a hablar solo cuando la verdad construye.
Tú que
acogiste a María y guardaste a Jesús,
guarda nuestras familias,
protege a los niños y a los jóvenes,
sostén a quienes llevan cargas pesadas,
y defiende a la Iglesia en sus combates visibles e invisibles.
Danos tu
fe obediente,
tu fortaleza humilde,
tu prontitud para cumplir la voluntad de Dios.
San José,
ruega por nosotros.
Jesús, en Ti confío.
Amén.
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