Arriesgar la transformación
(Lc 1, 26-38) La
gracia de renovación que nos trae la irrupción de Dios —y más aún su
Encarnación— se manifiesta claramente en el Evangelio de Lucas. Es una
irrupción que supone un corazón capaz de reconocer el estremecimiento de vida
que provoca su presencia. Se trata de dejar lo conocido, con toda la seguridad
que ofrece, para discernir los “caminos que se abren en nuestros corazones”
(Sal 83 [84], 6) si ponemos nuestra fe en Dios y consentimos a esa parte de
riesgo que acompaña toda transformación personal.
Emmanuelle Billoteau, ermite
Primera
lectura
Is 7,10-14
Miren: la virgen está en cinta
Lectura del libro de Isaías
EN aquellos días, el Señor habló a Ajaz y le dijo:
«Pide un signo al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del
cielo».
Respondió Ajaz:
«No lo pido, no quiero tentar al Señor».
Entonces dijo Isaías:
«Escucha, casa de David: ¿no les basta cansar a los hombres, que cansan incluso
a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, les dará un signo. Miren: la virgen
está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal 24(23),1-2.3-4ab.5-6 (R. cf. 7c.10b)
R. Va a entrar el Señor;
él es el Rey de la gloria.
V. Del
Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
V. ¿Quién
puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
V. Ese
recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Esta es la generación que busca al Señor,
que busca tu rostro, Dios de Jacob. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Llave de David, que abres las puertas del Reino eterno, ven y libra
a los cautivos que viven en tinieblas. R.
Evangelio
Lc 1,26-38
Concebirás en tu vientre y darás a luz un
hijo
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
EN el mes sexto, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea
llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa
de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era
aquel. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu
vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se
llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre;
reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu
pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la
que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró.
Palabra del Señor.
1
Hermanos
y hermanas: el Adviento es una escuela de esperanza. Pero no de esa esperanza
cómoda que se queda esperando a que todo cambie “por arte de magia”, sino de la
esperanza cristiana: la que se deja tocar por Dios y, por eso mismo, se atreve
a cambiar.
Alguien
lo expresa o lo dice con una frase preciosa: “arriesgar la transformación”. Porque
cuando Dios irrumpe en la vida, trae vida nueva… pero también nos pide un paso:
salir de lo conocido.
1) Dios irrumpe… y la vida tiembla
En
el Evangelio de hoy (Lc 1, 26-38), Dios
entra en la historia de una muchacha sencilla de Nazaret. No
elige un palacio, ni un templo lleno de solemnidad humana, sino un corazón
disponible. Y cuando el ángel habla, sucede algo muy humano: María se turba, pregunta,
discierne.
Eso es importante: la
fe no es anestesia. La fe no elimina el temblor; lo convierte
en camino.
Hay
personas que creen que “tener fe” es no sentir nada, no dudar, no preguntar.
Pero María nos enseña lo contrario: la
fe verdadera pregunta para obedecer mejor. Su pregunta —“¿cómo
será esto?”— no es desconfianza; es humildad que busca comprender el modo de
Dios.
2) La promesa de Dios y la novedad que
sorprende
La
primera lectura (2 Sam 7) habla de la promesa a David: Dios mismo edificará una casa,
una descendencia, un reino firme. David quería “hacerle una casa” a Dios; pero
Dios le responde: “No: yo
haré algo más grande contigo”.
¡Cuántas
veces nos pasa igual! Nosotros le ofrecemos a Dios planes, soluciones,
seguridades… y Él, con ternura, nos conduce a una obra más profunda: la transformación del corazón.
María
está en esa misma dinámica: Dios no le pide un favorcito; le propone un camino
inmenso: dar carne al
Verbo, dejar que la eternidad entre en el tiempo. Y aquí
aparece el punto clave del comentario: la
Encarnación es la irrupción de Dios que renueva todo… pero requiere
un corazón capaz de reconocer ese “estremecimiento de vida” cuando Dios pasa.
3) “Salir de lo conocido”: el riesgo santo
de la fe
Hay que dejar lo conocido, lo que da
seguridad,
para descubrir “los caminos que se abren en el corazón”.
Y aquí viene una verdad pastoral, muy actual: muchas vidas no cambian porque falta inteligencia o
porque falte fe en abstracto, sino porque falta valentía para soltar lo que
conocemos.
·
Conocemos
un estilo de vida que nos hace daño, pero “al menos ya lo entiendo”.
·
Conocemos
una relación rota, pero “peor es estar solo”.
·
Conocemos
un rencor antiguo, pero “ya es parte de mí”.
·
Conocemos
una mediocridad espiritual, pero “así he sido siempre”.
Y
Dios, en Adviento, se acerca y nos dice: “Alégrate…
no temas…”. Porque toda transformación auténtica tiene una
parte de riesgo: el riesgo de perder una falsa seguridad para ganar una vida
verdadera.
Una
pequeña imagen: cuando uno está en un cuarto oscuro por mucho tiempo, la luz
molesta al principio. No
es que la luz sea mala; es que los ojos se habían acostumbrado
a la oscuridad. La gracia también es así: cuando Dios ilumina, al comienzo incomoda…
pero es porque nos está sanando.
4) María en sábado: la mujer de la esperanza
que camina
Que
la Iglesia ponga hoy la mirada en María no es un adorno piadoso: es un mensaje.
María es la peregrina
de la esperanza antes de que existiera el lema.
Ella no lo entendió todo, pero confió. No controló el futuro, pero se entregó.
No se instaló en seguridades, pero dijo: “Hágase”.
Y
ese “hágase” no es resignación. Es una palabra de libertad. María le dice a
Dios:
“Cuenta conmigo; me fío
de Ti; entra en mi historia; cambia lo que haga falta.”
Por
eso, en este Año Jubilar, María nos enseña el sentido profundo de ser
“peregrinos”: no turistas de lo sagrado, sino caminantes que se dejan
convertir.
5) Tres invitaciones concretas para hoy
Para
que esta Palabra no se quede en emoción bonita, tomemos tres compromisos
sencillos:
1. Hazle espacio a Dios
en el corazón (silencio y oración).
María escucha. Adviento sin oración se vuelve diciembre sin alma.
2. Abraza una
transformación pendiente.
Pregúntate con honestidad: ¿qué
cambio me está pidiendo Dios que he postergado por miedo?
Un perdón. Una decisión vocacional. Una reconciliación. Un hábito. Una
confesión. Una llamada.
3. Di tu “sí” en lo
pequeño.
El “hágase” de María empezó en Nazaret, en lo cotidiano.
Tu “sí” puede empezar hoy: con una palabra amable, una renuncia, un acto de
justicia, un servicio escondido, una visita, un tiempo para Dios.
Conclusión: el Adviento es para los
valientes de la fe
Hermanos:
Dios sigue irrumpiendo.
Sigue llamando. Sigue sembrando vida. Y cuando Dios pasa, la vida tiembla… pero
tiembla de nacimiento, como tiembla la tierra cuando brota una semilla.
Pidámosle
a la Virgen, en este sábado mariano, que nos regale su corazón: un corazón
capaz de reconocer a Dios cuando llega, y de arriesgar la transformación con
esperanza.
Oración
final
María, Madre de la Esperanza,
enséñanos a no tenerle miedo a lo nuevo de Dios.
Que dejemos lo conocido cuando sea cárcel,
y abramos el corazón a los caminos que el Señor quiere abrir.
Acompaña a nuestra Iglesia y a nuestras familias en este Adviento,
para que Jesús nazca en nosotros con una fe más valiente,
una caridad más concreta y una esperanza más firme. Amén.

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