Hacia la espera activa
En
este segundo
domingo de Adviento, la Palabra de Dios nos invita a pasar
de la espera pasiva a la esperanza activa. No se trata solo de
contar los días hasta Navidad, sino de permitir que el Señor reordene
el corazón, enderece los caminos y nos haga capaces de vivir
según su Reino.
Hoy la liturgia nos
ofrece un recorrido muy bello y progresivo:
la
promesa, el deseo, la
perseverancia y la conversión.
La promesa aparece en
la profecía de Isaías: un brote nuevo, humilde y fuerte, nacido de un tronco
que parecía seco. Dios no abandona la historia; cuando todo parece agotado, Él
comienza de nuevo. Ese Mesías esperado será portador del
Espíritu y constructor de una paz impensable para los criterios humanos.
El salmo responde con
un anhelo universal: un rey justo que
disponga el mundo desde la equidad, la compasión y la defensa del pobre. No
pedimos un poder que aplaste, sino una autoridad que sirva, sane y levante.
San Pablo, en la
segunda lectura, nos educa en la espiritualidad de la esperanza y de la
comunión. La paciencia cristiana no es resignación, sino fuerza
sostenida por la Escritura y por el Dios que nos anima a vivir reconciliados.
Adviento también es aprender a caminar juntos, a acoger al otro, a edificar
unidad.
Y finalmente aparece
Juan el Bautista en el desierto, con una voz que sacude y despierta: “Conviértanse”.
No es amenaza estéril. Es un llamado a la verdad. Porque el Mesías ya está
cerca y su venida pide frutos visibles: justicia concreta, humildad sincera,
misericordia real.
Así, en esta Eucaristía
(celebración-asamblea), pidamos la gracia de un Adviento verdadero:que la esperanza no sea un sentimiento
bonito, sino una decisión de vida;
que
la fe no sea solo una espera, sino un camino recto hacia el Señor que viene.
Primera lectura
Is
11, 1-10
Juzgará
a los pobres con justicia
Lectura del libro de Isaías
EN aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé,
y de su raíz florecerá un vástago.
Sobre él se posará el espíritu del Señor:
espíritu de sabiduría y entendimiento,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor del Señor.
Lo inspirará el temor del Señor.
No juzgará por apariencias
ni sentenciará de oídas;
juzgará a los pobres con justicia,
sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra;
pero golpeará al violento con la vara de su boca,
y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia será ceñidor de su cintura,
y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero,
el leopardo se tumbará con el cabrito,
el ternero y el león pacerán juntos:
un muchacho será su pastor.
La vaca pastará con el oso,
sus crías se tumbarán juntas;
el león como el buey, comerá paja.
El niño de pecho retoza junto al escondrijo de la serpiente,
y el recién destetado extiende la mano
hacia la madriguera del áspid.
Nadie causará daño ni estrago
por todo mi monte santo:
porque está lleno el país del conocimiento del Señor,
como las aguas colman el mar.
Aquel día, la raíz de Jesé será elevada
como enseña de los pueblos:
se volverán hacia ella las naciones
y será gloriosa su morada.
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
72(71),1-2.7-8.12-13.17 (R. cf. 7)
R. Que en sus
días florezca la justicia
y la paz abunde eternamente.
V. Dios mío, confía tu
juicio al rey,
tu justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud. R.
V. En sus días
florezca la justicia
y la paz hasta que falte la luna;
domine de mar a mar,
del Gran Río al confín de la tierra. R.
V. Él librará al pobre
que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente,
y salvará la vida de los pobres. R.
V. Que su nombre sea
eterno,
y su fama dure como el sol;
él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R.
Segunda lectura
Rom
15, 4-9
Cristo
salva a todos los hombres
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.
HERMANOS:
Todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin
de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras
mantengamos la esperanza.
Que el Dios de la paciencia y del consuelo les conceda tener entre ustedes los
mismos sentimientos, según Cristo Jesús; de este modo, unánimes, a una voz,
ustedes glorificarán al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.
Por eso, acójanse mutuamente, como Cristo los acogió para gloria de Dios. Es
decir, Cristo se hizo servidor de la circuncisión en atención a la fidelidad de
Dios, para llevar a cumplimiento las promesas hechas a los patriarcas y, en
cuanto a los gentiles, para que glorifiquen a Dios por su misericordia; como está
escrito:
«Por esto te alabaré entre los gentiles
y cantaré para tu nombre».
Palabra de Dios.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Preparen el camino
del Señor, allanen sus senderos. Toda carne verá la salvación de Dios. R.
Evangelio
Mt
3, 1-12
Conviértanse,
porque está cerca el reino de los cielos
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
POR aquellos días, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea
predicando:
Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos.
Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo:
«Voz del que grita en el desierto:
“Preparen el camino del Señor,
allanen sus senderos”».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán;
confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
«¡Raza de víboras!, ¿quién les ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Den el fruto que pide la conversión.
Y no se hagan ilusiones, pensando: “Tenemos por padre a Abrahán”, pues les digo
que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será
talado y echado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí
es más fuerte que yo y no merezco
ni llevarle las sandalias.
Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su grano, reunirá su trigo en el
granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga».
Palabra del Señor.
1
Queridos
hermanos y hermanas:
En este
tiempo de Adviento, la Iglesia nos educa en el arte de la espera. Pero no una
espera pasiva, ni sentimental, ni decorativa. Esperar cristianamente es
preparar el corazón para que Dios actúe, y para que nosotros cooperemos con
su gracia.
Y en el marco
jubilar, esta llamada se vuelve todavía más fuerte: el Jubileo no es un
paréntesis bonito en el calendario eclesial; es una invitación a una conversión
real, a una renovación profunda, a volver a lo esencial.
Porque el Jubileo siempre suena a puertas que se abren, a caminos de
reconciliación, a gracia derramada… pero también a un corazón que decide
cambiar.
1) El brote de Dios en el tronco de nuestra vida
La
primera lectura del profeta Isaías es una imagen preciosa:
“Saldrá un vástago del tronco de Jesé.”
Es decir: cuando parecía que ya no había futuro, cuando el árbol estaba como
seco, Dios hace brotar vida nueva.
Esto es
muy importante para nosotros:
hay personas que llegan a este Adviento cansadas, heridas, con la fe
debilitada;
hay familias que sienten que su árbol interior perdió hojas;
hay comunidades que quizá han atravesado pruebas, divisiones o desánimos.
Pues
bien: el Adviento anuncia que Dios tiene el poder de hacer nacer esperanza
donde la historia parecía agotada.
Pero
Isaías añade algo decisivo: sobre ese Mesías reposa el Espíritu con sus dones.
Es decir: el Reino que viene no se construye con impulsos superficiales, sino
con un corazón lleno del Espíritu: sabiduría, consejo, fortaleza,
conocimiento, temor del Señor.
En clave
jubilar, esto nos dice:
no basta cruzar una puerta santa exterior si no dejamos que el Señor abra
las puertas internas de nuestra mente, de nuestros afectos, de nuestras
decisiones.
2) La justicia que crea paz
El salmo
nos hace orar por el rey justo. Y nos da el criterio para reconocerlo:
defiende al pobre, cuida al débil, hace florecer la paz.
Este
salmo nos revela el corazón del Mesías.
Su poder no aplasta, levanta.
Su autoridad no humilla, dignifica.
Su camino no promociona privilegios, restaura justicia.
Y aquí el
Adviento se vuelve muy concreto:
si el Mesías que esperamos es así, entonces nuestra preparación no puede ser
solo privada o intimista.
La conversión tiene rostro social.
En un año
jubilar, esta dimensión es irrenunciable:
la misericordia y la justicia son la prueba de que el Jubileo está
ocurriendo de verdad en nosotros.
3) La esperanza que se vuelve comunión
San
Pablo, en la segunda lectura, nos da una catequesis breve y profunda:
la Escritura alimenta nuestra esperanza;
y esa esperanza se hace visible cuando aprendemos a acogernos mutuamente.
Aquí hay
un punto pastoral muy fuerte:
muchas veces no fallamos tanto por falta de rezos,
sino por falta de comunión real.
Nos cuesta recibir al otro sin filtros, sin sospechas, sin etiquetas.
Y Pablo
nos dice:
Cristo nos acogió primero.
Por eso, el gran signo de un Adviento auténtico es este:
que en casa, en la comunidad, en el trabajo, se note que estamos
aprendiendo a acoger como Él acoge.
En tiempo
jubilar, esta es una gracia preciosa:
pasar de la fe de costumbre a la fe que construye fraternidad concreta.
4) Juan Bautista: la voz que despierta
Y
llegamos al Evangelio.
Juan Bautista aparece con un estilo fuerte, sobrio, directo.
No es un predicador de discursos cómodos.
Es una voz que despierta.
Su
mensaje es claro:
“Conviértanse, porque está cerca el Reino.”
Juan no
pide maquillaje religioso.
Pide frutos.
Pide verdad.
Y también
nos desmonta una falsa seguridad:
no basta decir “somos hijos de Abraham”.
No basta decir “yo siempre he sido católico”.
No basta “estar” en un grupo o “cumplir” ciertas formas.
La
conversión se mide en frutos visibles.
Y aquí
podemos preguntarnos, con sencillez y valentía:
- ¿Qué tendencia mía necesita
enderezarse?
- ¿Qué orgullo debo soltar?
- ¿Qué perdón llevo esperando
demasiado tiempo?
- ¿Qué herida ajena he
ignorado?
- ¿Qué gesto de caridad
concreta puedo hacer en esta semana?
Porque
Adviento sin frutos se vuelve rutina.
Y Jubileo sin conversión interna se vuelve solo evento.
Aplicación jubilar: tres puertas interiores
Aprovechando
el lenguaje del año jubilar, propongo tres puertas interiores que el
Señor quiere abrir en nosotros:
1.
La puerta de la verdad.
Dejar de excusarnos, reconocer nuestras incoherencias, pedir perdón cuando sea
necesario.
2.
La puerta de la reconciliación.
Restaurar vínculos: en la familia, en la comunidad, con quienes hemos marcado
distancia.
3.
La puerta de la caridad concreta.
No solo buenos deseos: tiempo, escucha, ayuda real, solidaridad efectiva.
Eso es
“preparar el camino”.
Conclusión
Hermanos:
En este
II Domingo de Adviento, Juan Bautista nos invita a ir a lo profundo.
El Señor no quiere solo adornar nuestra vida; quiere transformarla desde
dentro.
Y eso es
profundamente jubilar:
caminar como peregrinos de esperanza,
con un corazón renovado,
con una fe que se vuelve comunión,
y con una caridad que se convierte en fruto que permanece.
Que
María, mujer de la espera creyente,
nos enseñe a vivir este Adviento sin superficialidad,
con el corazón abierto al Espíritu,
para que cuando llegue la Navidad
podamos decir con verdad:
“No solo celebramos una fecha: dejamos que Cristo naciera de nuevo en
nosotros.”
Amén.
2
En este II Domingo de Adviento (Ciclo A), la
liturgia nos pone frente a una palabra contundente y hermosa: Dios no se
conforma con llamarnos desde lejos; viene hasta nosotros y nos envía mensajeros.
Y en este domingo los reconocemos con claridad: Isaías, Pablo y Juan el
Bautista. Tres voces, un solo proyecto: llevarnos a todos con Él,
abrirnos a su Reino, y prepararnos para la venida del Mesías con una conversión
real, visible y fecunda.
Y si además lo miramos desde el marco del Año
Jubilar, el mensaje se vuelve todavía más urgente y luminoso: el Jubileo es
tiempo de puertas abiertas y de corazones reabiertos, de
reconciliación y de esperanza concreta. No se trata solo de eventos; se trata
de vida renovada.
1) Isaías: la esperanza tiene
forma de paz
La primera lectura (Is 11, 1-10) es casi un cuadro
pintado por Dios mismo. Habla del renuevo que brota del tronco de Jesé:
vida nueva donde parecía quedar solo madera vieja. El profeta anuncia un Mesías
lleno del Espíritu, capaz de construir una justicia que protege al pobre y
sostiene al débil.
Y luego despliega imágenes sorprendentes:
el lobo con el cordero, el niño junto a la cobra…
No son ingenuidades poéticas: son la promesa de un mundo reconciliado, donde la
violencia pierde su reinado.
En clave jubilar, Isaías nos está diciendo que el Reino
de Dios es un modo nuevo de relaciones:
no la imposición del fuerte, sino la dignidad del pequeño;
no la revancha, sino la justicia;
no el odio que divide, sino la paz que reconstruye.
Este pasaje es un espejo para revisar nuestro
corazón y nuestra sociedad. En un país como Colombia, donde la paz
siempre es un anhelo y una tarea delicada, el texto nos invita a sostener los
procesos y debates con una actitud evangélica:
defender convicciones sin odiar a las personas;
buscar verdad sin destruir al otro;
aspirar a reconciliación sin ingenuidad, pero también sin cinismo.
2) El salmo: el Rey que Dios
sueña
El salmo (Sal 72) retoma la misma visión:
un Rey justo cuya grandeza se mide por el cuidado del pobre.
Cuando la justicia es real, florece la paz.
Este salmo es oración y programa de vida:
si el Mesías viene así, nosotros no podemos preparar su venida con superficialidad.
La fe auténtica deja huellas sociales.
3) Pablo: acójanse como Cristo
los acogió
En la segunda lectura (Rom 15, 4-9), san Pablo
aparece como mensajero de una verdad esencial:
Cristo es salvador de todos.
El Reino no es propiedad privada de un grupo, ni un club de “perfectos”.
Y por eso lanza una exhortación que en Adviento es decisiva:
“Acójanse los unos a los otros como Cristo los acogió.”
En una gran ciudad como Roma —y también en nuestras
comunidades actuales— conviven sensibilidades distintas, historias distintas,
niveles de fe muy variados: fervorosos, cansados, recién llegados, heridos,
buscando todavía su lugar.
Pablo nos recuerda:
ser acogedores es prepararnos para recibir a Cristo.
Y esto encaja de lleno con el Jubileo:
si este año es una fiesta de misericordia, entonces la primera obra jubilar es
esta:
reaprender la fraternidad.
4) Juan el Bautista: la
conversión que se ve
Y ahora el centro y el corazón del domingo: el
Evangelio (Mt 3, 1-12).
Mateo nos presenta a Juan Bautista con estilo de
desierto:
sobrio, incómodo, sin adornos.
Es el profeta que no negocia la verdad.
Su mensaje es breve y explosivo:
“Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos.”
Aquí es importante escuchar bien:
Juan no está diciendo solo “sean mejores”.
Está diciendo:
enderecen el camino interior para que el Señor pueda llegar sin
obstáculos.
a) ¿Qué significa “convertirse”?
Convertirse no es ante todo un esfuerzo moral
aislado,
sino depositar la fe en Cristo.
Como el labrador que remueve la tierra para sembrar,
la gracia de Cristo remueve el corazón para poner dentro la semilla
divina.
Esto es clave pastoralmente:
muchas personas se desaniman porque creen que la conversión es una especie de
perfeccionismo religioso.
Pero Juan nos conduce a lo esencial:
la conversión verdadera nace de un encuentro y produce fruto.
b) El gran peligro: la falsa
seguridad religiosa
Juan es durísimo con fariseos y saduceos porque
detecta algo muy humano:
la tentación de sentirse con derechos adquiridos ante Dios.
Como si pertenecer a un grupo, tener tradiciones religiosas o llevar una
historia familiar creyente fuera garantía automática.
Juan desmonta esa ilusión:
“Todo árbol que no da fruto bueno será cortado.”
Es una frase fuerte, sí,
pero también liberadora:
Dios no viene a premiar apariencias;
viene a sanar el corazón y a hacer fecunda la vida.
c) Los frutos que Juan espera
Juan pide frutos visibles.
con claridad cristiana y social:
- gestos
de acogida,
- actitudes
de compartir,
- decisiones
de solidaridad,
- ruptura
real con el racismo, la violencia, el rechazo del otro.
En otras palabras:
la conversión se demuestra en la manera como trato a los demás.
5) Un Adviento inútil… o una
Navidad verdadera
“No celebremos esta Navidad inútilmente.”
Qué frase más realista.
Sería muy fácil ser cristiano si bastara:
- ir a
Misa los domingos,
- cumplir
lo mínimo,
- evitar
“solo” el pecado grave,
- quedar
bien socialmente.
Pero el Evangelio nos pide más:
imitar a Jesucristo en la vida personal y social.
El Bautista nos recuerda que el Señor está cerca,
y esa cercanía no es amenaza, sino oportunidad:
Dios nos ofrece un modo nuevo de vivir,
una forma distinta de mirar la vida.
6) El Jubileo como camino de
conversión concreta
El Año Jubilar nos da un lenguaje precioso para
aterrizar el Evangelio.
Podríamos traducir la voz de Juan en tres gestos
jubilares simples y concretos:
1. Puerta de la verdad
Reconocer dónde he enfriado la fe, dónde he endurecido el corazón, dónde he
lastimado.
2. Puerta del perdón
Buscar el sacramento de la reconciliación.
Juan nos empuja hacia esa alegría:
cuando uno vuelve a Dios, hay fiesta.
3. Puerta de la caridad
Dar un paso medible:
una ayuda real, una visita, una reconciliación familiar, un acto de justicia,
un gesto de hospitalidad.
Así el Jubileo deja de ser solo un lema y se vuelve
vida transparente.
Conclusión
Hermanos:
Hoy Dios
nos habla por sus mensajeros.
Isaías nos anuncia que la esperanza es posible.
El salmo nos enseña que la justicia es el camino de la paz.
Pablo nos recuerda que la acogida es el lenguaje de Cristo.
Y Juan Bautista nos sacude con una verdad decisiva:
la conversión no es maquillaje religioso: es fruto visible.
En este
Adviento y en este Año Jubilar, pidamos una gracia sencilla y poderosa:
que el Señor enderece nuestros caminos interiores,
que nos haga peregrinos de esperanza,
y que nuestra Navidad sea verdadera porque primero fue verdadera nuestra
conversión.
Que María
Santísima,
Estrella de la Evangelización,
nos ayude a preparar el camino del Señor
con humildad, alegría y frutos de caridad.
Amén.

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