Testigo de la fe:
San Silvestre I
Murió en 335.
El pontificado de este Papa,
elegido en 314, coincidió con el reinado del emperador Constantino quien, por
el Edicto de Milán de 313, había concedido la libertad de culto a los
cristianos.
El comienzo
(Juan 1,1-18) El
año civil se cierra con la primera palabra del prólogo de san Juan: “Comienzo”.
En cada instante, en el Verbo hecho carne, todo empieza. Aprovechemos este
momento decisivo entre dos años para acoger la novedad de Cristo, Maestro del
tiempo y de la historia. Él desea iluminar nuestras vidas con la única luz que
no se apaga, la que brilla en las tinieblas de nuestro mundo en dolores de
parto. ¡Santo año!
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
Están ungidos
por el Santo, y todos ustedes lo conocen
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.
HIJOS míos, es la última hora.
Han oído que iba a venir un anticristo; pues bien, muchos anticristos han
aparecido, por lo cual nos damos cuenta de que es la última hora.
Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de
los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de
manifiesto que no todos son de los nuestros.
En cuanto a ustedes, están ungidos por el Santo, y todos ustedes lo conocen.
Les he escrito, no porque desconozcan la verdad, sino porque la conocen, y
porque ninguna mentira viene de la verdad.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Alégrese
el cielo, goce la tierra.
V. Canten al
Señor un cántico nuevo,
canten al Señor, toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su nombre,
proclamen día tras día su victoria. R.
V. Alégrese el
cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque. R.
V. Delante del
Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. R.
Aclamación
V. El
Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; a cuantos lo recibieron, les dio
poder de ser hijos de Dios. R.
Evangelio
El Verbo se
hizo carne
Comienzo del santo Evangelio según san Juan.
EN el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo
era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan:
este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran
por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba;
el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que
creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su
gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Este es de quien dije: el que viene
detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado
por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor.
1
Hermanos,
hoy la liturgia nos pone en los labios y en el corazón una palabra que no es
solo una palabra: es un umbral, un portal, una puerta abierta: “En el principio…”.
Cuando el mundo cierra calendarios, Dios abre un misterio. Cuando nosotros
decimos “se acabó un año”, el Evangelio responde: en Cristo, todo comienza.
Y
esto es más que poesía: es una verdad profunda para la vida. Porque hay
cansancios que no se curan con descanso, y heridas que no se arreglan con una
fecha nueva. Hay personas que llegan a este final de año con el alma llena de
preguntas, con la memoria pesada, con duelo, con preocupaciones económicas, con
conflictos familiares… y, de manera especial hoy, con el dolor de la enfermedad
propia o de un ser querido. En medio de todo eso, san Juan no nos ofrece
primero una “explicación”, sino una Presencia:
“El Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros.” Dios no se quedó mirando desde lejos: entró.
1) “Comienzo”: no es borrón y cuenta
nueva; es Dios que se acerca
Alguien,
comentando este evangelio decía algo precioso: “En cada instante, en el Verbo hecho carne, todo empieza.”
Esto cambia nuestra manera de mirar el tiempo. A veces tratamos el año nuevo
como si fuera una varita mágica: “esta vez sí… ahora sí…”; y si no sale, nos
frustramos más. El Evangelio es más realista y más misericordioso: no empieza porque tú tengas fuerzas;
empieza porque Cristo está presente.
Tu “comienzo” no es una ilusión: es una gracia.
No es la euforia de enero: es la luz que permanece.
2) La luz brilla en las tinieblas… y las
tinieblas no la vencen
San
Juan lo dice con una serenidad que consuela: “La
luz brilla en las tinieblas.” No niega las tinieblas. No minimiza
el dolor. No espiritualiza el sufrimiento para callarlo. Las tinieblas existen:
la enfermedad, el miedo, la incertidumbre, el cansancio emocional, la soledad.
Pero también existe otra realidad: la
luz.
Y aquí hay una verdad psicológica y espiritual muy importante: cuando uno
sufre, la mente tiende a “encerrarse” en lo oscuro, como si lo oscuro lo fuera
todo. El Evangelio no te pide fingir que estás bien: te pide mirar la luz que está
ahí, aunque sea como una pequeña llama. Porque una vela no elimina la noche
entera, pero sí te permite dar
el siguiente paso.
Para
muchos enfermos, el “siguiente paso” hoy puede ser tan sencillo y tan grande
como esto: dejarse amar.
Permitir que otros acompañen. No aislarse. Pedir ayuda. Abrir el corazón a una
oración breve: “Señor, aquí estoy”.
3) 1Juan: “permanezcan en la verdad” en
tiempos de confusión
La
primera lectura (1Jn 2,18-21) habla del anticristo y del engaño: es un lenguaje
fuerte, pero muy actual. Hay épocas en que circulan muchas voces: falsas
promesas, ideologías que vacían el alma, espiritualidades sin cruz, “soluciones”
que parecen luz y terminan siendo sombra.
San Juan nos da un criterio: ustedes
tienen la unción del Santo; es decir, tienen el Espíritu que
ayuda a discernir. ¿Cómo se nota? En que Cristo no solo “inspira”: encarna. No nos ofrece
ideas bonitas: se hace carne, se compromete, ama hasta el extremo.
Por
eso, en el cierre de un año, una pregunta sana es:
¿Qué voces me han robado
la paz? ¿Qué verdades pequeñas he descuidado? ¿Dónde he dejado de escuchar al
Señor?
Y otra pregunta aún más evangélica:
¿Qué comienzo quiere Dios
regalarme hoy, precisamente en mi fragilidad?
4) “Vino a los suyos… y los suyos no lo
recibieron”
Este
versículo es una radiografía del corazón humano. Podemos tener a Cristo “cerca”
y, sin embargo, no recibirlo: por prisa, por resentimiento, por
autosuficiencia, por desconfianza. Pero el Evangelio no se queda en el rechazo:
enseguida añade una promesa inmensa:
“A los que lo recibieron, les
dio poder de ser hijos de Dios.”
Aquí
está el centro de esta Novena: Navidad
no es solo recordar un nacimiento; es recibir una vida nueva.
Ser hijos. Volver a casa. Y para un enfermo —o para quien cuida a un enfermo—
esta palabra puede ser medicina: tú no eres solo un diagnóstico, ni una cama,
ni una historia clínica; eres
hijo, eres hija, y tu vida tiene una dignidad sagrada.
5) Oración por los enfermos: el Verbo se
hizo carne… también en su dolor
Hoy
queremos poner delante del Niño-Dios a todos los enfermos: los que están en
casa, en hospitales, los que viven enfermedades crónicas, los que atraviesan tratamientos
duros, los que sufren en salud mental, los que se sienten agotados y sin
fuerza.
Y pedimos una gracia concreta: que
la luz no se apague dentro de ellos.
Que el Señor les conceda alivio, esperanza, buen ánimo, buenos médicos y
cuidadores; pero también algo muy profundo: sentir que Dios está ahí, “habitando” su
noche.
6) Un compromiso sencillo para cerrar el
año en clave de fe
Hoy,
sin complicarnos, tres gestos pequeños y santos:
1.
Encender una luz (una vela, una
lámpara) y decir: “Jesús, Tú eres mi luz; quédate conmigo”.
2.
Llamar o escribir a un enfermo: una palabra breve,
sin discursos, solo presencia.
3.
Repetir durante el día: “Y el Verbo se hizo carne… y habitó
entre nosotros.” Para que esa frase se vuelva hogar.
Oración final (por los enfermos)
Señor
Jesús, Verbo eterno del Padre,
Luz verdadera que vienes al mundo:
entra en las habitaciones donde hay dolor,
en los cuerpos cansados, en las noches sin sueño,
en el corazón de quienes temen,
en la soledad de quien se siente olvidado.
Toca con tu
paz a nuestros enfermos.
Dales alivio, esperanza y consuelo.
Bendice a quienes los cuidan,
a los médicos, enfermeras y familiares.
Y cuando la oscuridad parezca grande,
haz brillar en nosotros la luz que no se apaga.
Tú que eres
el Comienzo y el Fin,
haz de este paso entre dos años
un umbral de gracia y de fe. Amén.
2
Hermanos,
cuando todavía resuena en la Iglesia el canto de Navidad, la liturgia nos
conduce hoy a una de las cumbres más altas de la Palabra: el Prólogo de san Juan. No
es un relato con pastores y ángeles; es un misterio contemplado desde dentro.
Es como si, en medio del ruido del mundo y del final de año, el Espíritu nos
dijera: “Detente… mira… adora…”.
1) “En el principio…”: el Evangelio nos
devuelve al origen
San
Juan comienza con una frase que nos transporta al Génesis: “En el principio…”. Pero
no para narrar otra creación, sino para revelarnos el corazón de todo: antes de que existieras tú, antes de que
existiera el tiempo, ya existía el Verbo.
Esto es decisivo para nuestra fe: Jesús no es solo un profeta extraordinario ni
un maestro de sabiduría. Es
el Verbo eterno, el Hijo en comunión perfecta con el Padre. Por
eso la Navidad no es un “cuento tierno”; es un acontecimiento que cambia el
universo: Dios entra en la
historia sin dejar de ser Dios.
Y
aquí nace la primera invitación: si Cristo es el “Principio”, entonces tu vida
no se sostiene solo en tus fuerzas, ni en tus logros, ni en tus planes. Tu vida
se sostiene en Alguien anterior a tu fragilidad: en Él.
2) “El Verbo se hizo carne”: Dios no nos
salvó desde lejos
El
centro del Prólogo es una frase que no terminaremos de comprender:
“Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros.”
No dice “visitó”, no dice “pasó”, no dice “se asomó”. Dice: habitó. Puso su tienda
en medio de nuestras tiendas. Entró en nuestra condición humana con todo lo que
eso implica: cansancio, lágrimas, incomprensiones, dolor, y finalmente la cruz.
Aquí
hay una buena noticia para quienes hoy se sienten débiles, heridos o confusos:
Dios no solo nos da ideas; se
nos da a Sí mismo. No nos explica el sufrimiento desde un
escritorio; lo abraza
desde dentro. Por eso, incluso cuando la vida se vuelve oscura, el cristiano
puede decir: “No estoy solo; Dios habitó mi noche”.
3) San Juan y el camino de la
contemplación: conocer “por dentro”
Este
texto es contemplativo y
misterioso, y nos invita a conocer a Dios no solo “por conceptos”,
sino por una experiencia de unión interior.
Pensemos
en san Juan: caminó con Jesús, escuchó su voz, vio sus milagros, contempló su
rechazo, estuvo ante la cruz, fue testigo de la Resurrección, vio la Ascensión,
recibió el Espíritu en Pentecostés… y, sin embargo, con el paso del tiempo, su
comprensión se hizo más profunda. ¿Cómo? En
la oración, en la Eucaristía, en la vida de gracia.
El Verbo, que ya no caminaba físicamente por Galilea, habitaba ahora en él.
Esto
es muy pastoral: muchas veces creemos que “conocer a Dios” es saber cosas sobre
Dios. Y sí, la fe tiene contenido, doctrina, verdad. Pero el Evangelio de hoy
nos empuja a otro nivel: conocer
a Dios como presencia.
Hay un conocimiento que nace cuando uno se arrodilla, cuando guarda silencio, cuando
adora, cuando vuelve al Evangelio con humildad, cuando recibe la Comunión y
dice: “Señor, quédate en mí”.
4) 1Juan: discernir en tiempos de
confusión
La
primera lectura parece dura: habla de “anticristos”, de seducciones, de
mentira. No es para asustarnos; es para despertarnos. En la Octava de Navidad
la Iglesia nos recuerda que el Niño de Belén no es decoración: es Verdad y Luz.
San
Juan dice: ustedes han recibido “la unción” y conocen la verdad. Es decir: el
Espíritu Santo nos capacita para discernir.
¿Discernir qué?
·
Discernir
las voces que prometen salvación sin conversión.
·
Discernir
los discursos que reducen a Jesús a un símbolo bonito.
·
Discernir
la mentira que nos hace vivir como si Dios no fuera necesario.
Y
aquí hay un criterio sencillo: donde
está el Verbo hecho carne, hay gracia y verdad. Donde Cristo se
encarna, la fe se vuelve concreta: misericordia, justicia, reconciliación,
pureza de corazón, servicio a los pobres, fidelidad a la Iglesia, humildad.
5) “Vimos su gloria”: la gloria de Dios se
ve en lo cotidiano
San
Juan dice: “vimos su
gloria”. ¿Y qué gloria vio? No la gloria del poder mundano,
sino la gloria del amor:
·
gloria
de tocar al leproso,
·
gloria
de perdonar al pecador,
·
gloria
de llorar con los que lloran,
·
gloria
de entregar la vida.
También
nosotros podemos “ver su gloria” hoy, no solo en lo extraordinario, sino en lo
sacramental y en lo pequeño: en una confesión bien hecha, en una Eucaristía
celebrada con fe, en una familia que se perdona, en una persona que vuelve a
orar después de años, en un enfermo que ofrece su dolor con paz.
6) Llamado final: entrar en el misterio con una
oración contemplativa
En
este séptimo día de la Octava de Navidad, la Iglesia nos está regalando una
llave: la oración
contemplativa. No es cosa de unos pocos “místicos”; es una
vocación bautismal: vivir
desde dentro, vivir unidos a Cristo.
Te
propongo un modo sencillo de responder al Evangelio de hoy:
1.
Silencio: cinco minutos sin prisa, sin explicar,
sin pedir muchas cosas.
2.
Una frase: repetir despacio: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre
nosotros.”
3.
Una entrega: “Señor, habita mi
vida: mi casa, mis miedos, mis decisiones, mis heridas”.
4.
Una misión: salir a ser “carne”
de su amor: una llamada, un perdón, un gesto de caridad, una palabra limpia.
Porque
el Verbo no se hizo carne para que lo admiremos desde lejos, sino para que,
unidos a Él, nosotros
seamos signos vivos en la Iglesia: miembros suyos, testigos de
su luz.
Oración para cerrar (al estilo contemplativo)
Señor
Jesús, Verbo eterno del Padre,
Luz verdadera que vienes al mundo:
hazme entrar en el misterio de tu Encarnación.
Que no me quede en la superficie de la fe.
Atráeme al silencio, a la adoración,
a la intimidad contigo.
Dame el
discernimiento para amar la verdad
y rechazar toda mentira que apague tu luz.
Y ya que Tú has querido habitar entre nosotros,
habita también dentro de mí por la gracia,
para que mi vida sea tuya
y tu amor se haga visible en mis obras.
Jesús, en Ti confío. Amén.
31 de diciembre:
San Silvestre I, Papa — Memoria opcional
c. finales del siglo III–335
Santo patrono de los animales, las cosechas y los canteros (trabajadores de
la piedra).
Cita:
«Y así, al primer día después de recibir el misterio del santo bautismo, y
después de la curación de mi cuerpo de la inmundicia de la lepra, reconocí que
no había otro Dios sino el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, a quien el
beatísimo Silvestre, el papa, predica… Y cuando, predicándolos el
bienaventurado Silvestre, percibí estas cosas, y aprendí que, por la bondad del
mismo san Pedro, había sido restaurado por completo a la salud: yo… decreto que
su santa Iglesia Romana sea honrada con veneración; y que, más que nuestro
imperio y trono terrenal, la sacratísima sede de san Pedro sea gloriosamente
exaltada; otorgándole nosotros el poder imperial, y la dignidad de gloria, y
vigor y honor. Y ordenamos y decretamos que él tenga la supremacía también
sobre las cuatro sedes principales de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y
Jerusalén, así como sobre todas las iglesias de Dios en el mundo entero.»
~Del legendario documento “La Donación de Constantino”
Reflexión
Poco se sabe sobre la vida temprana del papa san
Silvestre I, pero a lo largo de los siglos han surgido muchas leyendas. Se cree
que nació en Roma de padres cristianos y fue educado como un devoto seguidor de
Cristo. Fue ordenado sacerdote en Roma, donde sirvió durante una de las severas
persecuciones contra la Iglesia.
En el año 303, el emperador Diocleciano y su
coemperador Galerio promulgaron una serie de edictos que proscribían el
cristianismo. Para entonces, la Iglesia se había extendido considerablemente
dentro del imperio, aunque seguía siendo una religión minoritaria. Los nuevos
edictos condujeron a la destrucción de iglesias, la quema de textos sagrados y
castigos legales contra los cristianos. Cuando los cristianos eran denunciados
a las autoridades, se les exigía ofrecer sacrificios a los dioses romanos y
renunciar a su fe. Los que se negaban eran con frecuencia encarcelados,
torturados e incluso asesinados.
En el año 312, los coemperadores de Occidente,
Constantino y Majencio, estaban en guerra, y cada uno reclamaba para sí el
gobierno tras la muerte de Diocleciano el año anterior. Poco antes de su
batalla decisiva en el Puente Milvio, Constantino —que era favorable al
cristianismo— vio en el cielo una señal que cambiaría para siempre el
cristianismo y el Imperio romano. El historiador eclesiástico Eusebio cuenta
esta célebre historia de la siguiente manera:
«Cerca del mediodía, cuando el día apenas
declinaba, dijo él [Constantino] que vio con sus propios ojos, arriba en el
cielo y sobre el sol, un trofeo en forma de cruz, formado de luz, y un texto
adjunto a él que decía: “Con esto vence”… Dijo que se preguntaba qué podría
significar aquella manifestación; y mientras meditaba y pensaba larga y
profundamente, lo sorprendió la noche. Entonces, mientras dormía, se le
apareció el Cristo de Dios con el signo que había aparecido en el cielo, y lo
instó a hacerse una copia del signo que había aparecido en el cielo y a usarlo
como protección contra los ataques del enemigo.»
La señal era la cruz. Constantino y sus tropas
pintaron la cruz en sus escudos, y su ejército obtuvo la victoria. Al año
siguiente, Constantino y el emperador oriental Licinio promulgaron el Edicto de
Milán, que legalizó el cristianismo. Constantino comenzó inmediatamente a
colaborar estrechamente con el papa Milcíades. Sin embargo, el papa Milcíades
murió en enero de 314 y, en ese mismo mes, Silvestre fue elegido,
convirtiéndose en el primer pontífice cuyo pontificado entero transcurrió bajo
el apoyo y la protección del emperador romano.
Es difícil hablar del pontificado del papa
Silvestre sin entrelazarlo con el emperador Constantino el Grande. Constantino
ya había entregado al papa Milcíades el palacio de la emperatriz Fausta en Roma
para que fuera su residencia, conocido como el Palacio de Letrán. Una vez que
Silvestre se convirtió en papa, tomó posesión del palacio y lo amplió con el
apoyo de Constantino. Fue dedicado en 324, convirtiéndose en la catedral
oficial y residencia del papa. Hoy se conoce como la Basílica de San Juan de
Letrán. Con el apoyo de Constantino, se construyeron en Roma y en Tierra Santa
varias otras iglesias y capillas, como la Basílica de la Santa Cruz de
Jerusalén, la antigua Basílica de San Pedro en Roma, y capillas edificadas
sobre las tumbas de los mártires. Constantino también dotó generosamente a las
iglesias, mientras que el papa Silvestre supervisó su construcción y
embellecimiento.
Hacia el año 318, Arrio, un sacerdote de
Alejandría, acusó a su obispo de herejía y predicó que el Hijo de Dios era
subordinado al Padre, careciendo de divinidad eterna. Tras ser exiliado por un
sínodo local, Arrio comenzó a recorrer el imperio, difundiendo su herejía y
ganando seguidores. El papa Silvestre y el emperador Constantino pronto se
enteraron de la controversia. En el año 325, con la bendición y el apoyo del
papa, el emperador convocó el primer concilio ecuménico en Nicea. Aunque el
papa Silvestre no asistió personalmente, envió delegados papales que
presentaron su postura y consintieron en el resultado del concilio. El concilio
abordó la herejía de Arrio, que negaba la divinidad de Cristo. Un diácono de
Alejandría llamado Atanasio defendió con fuerza la divinidad de Cristo. El concilio,
con más de 300 obispos, formuló el Credo Niceno para afirmar la fe de la
Iglesia. Solo dos obispos, junto con Arrio, se negaron a aceptarlo y fueron
desterrados. Poco después, el diácono Atanasio fue elegido obispo de Alejandría
y hoy es conocido como san Atanasio.
Como el papa Silvestre fue el primer papa que
sirvió a la Iglesia bajo el apoyo legal del emperador, y porque lo hizo durante
veintiún años, con frecuencia se le considera el primer administrador formal de
la Iglesia. Tenía un palacio, recursos, numerosos convertidos y el respaldo
organizativo del emperador. Los siglos de persecución construyeron los
cimientos de la Iglesia, y el papa Silvestre comenzó a edificar la estructura
visible de la Iglesia.
Uno de los efectos duraderos de la relación entre
el papa Silvestre y el emperador Constantino provino de un documento
falsificado del siglo VIII llamado “La Donación de Constantino”. Ese documento
narra una historia según la cual Constantino habría sido curado de la lepra por
el papa Silvestre y, en gratitud, habría concedido al papa poder temporal sobre
Roma y la parte occidental del Imperio romano. Tras hacerlo, Constantino se
trasladó a Constantinopla y gobernó la parte oriental del imperio. En la Edad
Media, este documento falsificado influyó fuertemente en el panorama político y
religioso de la Europa medieval. Papas y gobernantes posteriores lo utilizaron
para sostener la idea de que el papa no era solo un gobernante espiritual, sino
también un gobernante temporal en Roma y en gran parte de Italia, y de que
todos los gobernantes temporales estaban subordinados al papa.
Al honrar hoy al papa Silvestre, considera el hecho
de que, en muchos sentidos, la Iglesia que hoy tenemos comenzó con él. Aunque
la fe fue purificada y expresada en los primeros siglos, las grandes basílicas,
los concilios ecuménicos y la administración organizada de la Iglesia
comenzaron con el papa Silvestre. Ora por la Iglesia hoy mientras honramos a
este importante papa. La Iglesia siempre ha tenido y siempre tendrá defectos en
sus miembros y líderes, pero el hecho de que la Iglesia haya sobrevivido más de
2.000 años es un testimonio de su institución divina y una garantía de Cristo
de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella cuando Pedro, en la
persona del papa, permanezca al frente.
Oración
San
Silvestre, tuviste el privilegio no solo de ser elegido papa, sino de serlo en
un tiempo de gran progreso y transformación para la Iglesia. Con la gracia de
Dios y tu trabajo arduo, asumiste el gobierno y guiaste a la Iglesia en ese
momento crucial y decisivo. Ruega por mí, para que abrace de todo corazón la
misión que Cristo me ha confiado, de modo que Dios pueda servirse de mí para
una obra importante en este tiempo.
San Silvestre, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.


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