Cuestiones de vecindad
(Lucas 1, 57-66) La
gente del vecindario guarda en su corazón la memoria de una mujer anciana y
estéril que quedó embarazada, de un padre mudo durante todo el embarazo y de un
niño que habría debido llevar otro nombre. La pregunta que se hacen halla su
respuesta en unas palabras que quizá han olvidado: las palabras de bendición de
unos padres rebosantes de alegría al presentar al niño. Lo que este llegaría a
ser les fue revelado en la Visitación.
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Ml
3,1-4.23-24
Les
envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor
Lectura de la profecía de Malaquías.
ESTO dice el Señor Dios:
«Voy a enviar a mi mensajero para que prepare el camino ante mí.
De repente llegará a su santuario el Señor a quien ustedes andan buscando; y el
mensajero de la alianza en quien ustedes se regocijan, miren que está llegando,
dice el Señor del universo.
¿Quién resistirá el día de su llegada? ¿Quién se mantendrá en pie ante su
mirada? Pues es como fuego de fundidor, como lejía de lavandero. Se sentará
como fundidor que refina la plata; refinará a los levitas y los acrisolará como
oro y plata, y el Señor recibirá ofrenda y oblación justas.
Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en tiempos
pasados, como antaño.
Miren, les envío al profeta Elías, antes de que venga el Día del Señor, día
grande y terrible. Él convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el
corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir a castigar y
destruir la tierra».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
25(24),4-5ab.8-9.10 y 14 (R. cf. Lc 1,76)
R. Levántense, alcen la
cabeza;
se acerca su liberación.
V. Señor, enséñame
tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.
V. El Señor es bueno y
es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.
V. Las sendas del Señor
son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía a los que le temen,
y les da a conocer su alianza. R.
Aclamación
R. Aleluya, aleluya,
aleluya.
V. Rey de las naciones y
Piedra angular de la Iglesia, ven y salva al hombre que formaste del barro de
la tierra. R.
Evangelio
Lc
1,57-66
Nacimiento
de Juan Bautista
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron
sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y
se alegraban con ella.
A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías,
como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».
Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió
una tablilla y escribió: «Juan es su nombre». Y todos se quedaron maravillados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a
Dios.
Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda
la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».
Porque la mano del Señor estaba con él.
Palabra del Señor.
1
Hermanos
y hermanas:
A solo un paso de la
Navidad, la Palabra de Dios hoy nos pone frente a una pregunta que no es
pequeña: ¿cómo
se prepara de verdad un corazón para que Dios entre? Porque uno
puede preparar la casa, la comida, los regalos… y sin embargo dejar el corazón
“sin barrer”, sin reconciliar, sin perdonar, sin escuchar.
1) “Yo
envío a mi mensajero… y purificará”
El profeta Malaquías
anuncia que Dios no llega como un adorno, ni como una visita social: Dios
llega a purificar, a refinar “como fuego” y “como lejía”. Eso
suena fuerte, pero es una buena noticia: el Señor no viene a humillarnos; viene
a sanarnos.
No viene a romper lo bueno; viene a quitar lo que estorba:
resentimientos viejos, orgullos nuevos, heridas escondidas, máscaras… y también
esa costumbre peligrosa de vivir “a medias”, sin dejarnos tocar por Él.
Y enseguida el profeta
habla de Elías,
símbolo de conversión y reconciliación: “hará volver el corazón de los padres
hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres”. Es decir: el Señor
prepara su venida reconstruyendo vínculos. La Navidad no es
completa si nuestras relaciones permanecen rotas, si nuestros hogares viven en
tensión permanente, si nuestros labios dicen “Feliz Navidad” pero el corazón
sigue en guerra.
En este Año Jubilar,
Dios nos llama a ser peregrinos de esperanza,
y la esperanza verdadera siempre tiene un rostro: rostro reconciliado.
2)
“Muéstrame, Señor, tus caminos”
El salmo responde como
una escuela del corazón: “Muéstrame tus caminos, enséñame tus senderos”. ¿Qué
pide el salmista? No pide cosas; pide dirección. Hay gente que
se pierde no por mala, sino por no saber por dónde caminar; se enreda en lo
inmediato, en la queja, en la reacción impulsiva.
Hoy la Iglesia nos enseña a pedir: “Señor, enséñame”. Esa frase es humildad
pura. Y donde hay humildad, Dios entra.
3) El
nacimiento de Juan y el milagro del nombre
El Evangelio nos cuenta
el nacimiento de Juan Bautista. Todos querían ponerle el nombre del padre:
“Zacarías”. Era lo “normal”, lo esperable, lo tradicional. Pero Isabel insiste:
“Se llamará Juan”. Y al final Zacarías lo confirma por escrito, y en ese acto se
le suelta la lengua.
Aquí hay un mensaje
precioso: cuando
aceptamos el proyecto de Dios, se rompe el silencio interior.
Muchas veces estamos mudos por dentro: no sabemos cómo hablar bien, cómo pedir
perdón, cómo bendecir, cómo agradecer. Nos sale la crítica, el sarcasmo, el
reclamo… pero nos cuesta la palabra luminosa.
Zacarías recupera la
voz cuando se alinea con la voluntad de Dios. Eso nos grita algo: la
obediencia del corazón devuelve la alegría y la palabra buena.
Y el pueblo se
pregunta: “¿Qué será este niño?”… ¡Qué linda pregunta para hacerla sobre
nosotros mismos en estos días!:
¿Qué
será de mí después de esta Navidad?
¿Seguiré igual, o dejaré que Dios me cambie un poquito?
¿Seguiré en mis mismos rencores, o daré un paso hacia la paz?
¿Seguiré viviendo por costumbre, o comenzaré a vivir por fe?
4)
Intención por familiares, amigos y benefactores
Hoy, al orar por
familiares, amigos y benefactores, la Palabra nos enseña el modo más cristiano
de agradecer: no solo con palabras, sino con conversión.
·
Por
nuestros familiares:
que el Señor “haga volver los corazones”, que sane conversaciones pendientes,
que nos dé la valentía de pedir perdón, de abrazar de nuevo, de escuchar sin
ironía, de corregir sin herir.
·
Por
nuestros amigos:
que sean compañía verdadera, no ruido; que sean luz, no tentación; que sean
refugio de esperanza en tiempos difíciles.
·
Por
nuestros benefactores:
que Dios los bendiga, los sostenga, y les devuelva en paz y alegría lo que han
compartido con generosidad. Y que nosotros no “usemos” su bondad, sino que la
honremos con una vida coherente y agradecida.
En clave jubilar,
agradecer es también hacer memoria: reconocer
que no caminamos solos. La fe se sostiene por una red de amor: familia, amigos,
comunidad, personas buenas que Dios pone en el camino.
5) Un
compromiso concreto para hoy (23 de diciembre)
Te propongo tres gestos
simples, pero poderosos, para preparar el corazón:
1.
Una reconciliación
posible:
un mensaje, una llamada, un “¿podemos hablar?”. Aunque sea pequeño.
2.
Una gratitud explícita: nombra a un benefactor
(o alguien que te hizo bien) y dile: “Gracias por existir”.
3.
Una purificación
interior:
deja hoy una cosa que te ensucia el alma (un chisme, una crítica repetida, una
comparación amarga, una adicción pequeña, una palabra hiriente). Dios refina el
oro… porque ve en ti algo precioso.
Oración
final
Señor, que vienes a visitarnos,
purifica nuestro corazón y endereza nuestros caminos.
Haz volver los corazones en nuestras familias,
cura lo que está roto, calma lo que está tenso,
y danos la valentía de perdonar y pedir perdón.
Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores:
a los que están cerca y a los que están lejos,
a los vivos y a los difuntos.
Que en este Año Jubilar caminemos como peregrinos de esperanza,
con un corazón nuevo,
para recibirte con alegría en la Navidad. Amén.
2
Hermanos
y hermanas:
Hoy,
23 de diciembre, cuando ya sentimos la Navidad “a la vuelta de la esquina”, el
Evangelio nos regala una escena sencilla y, a la vez, profundamente humana: la gente del vecindario.
No
son teólogos, no son autoridades del templo; son los de la calle, los de al
lado, los que miran, comentan, recuerdan y se preguntan: el vecindario conserva
en el corazón tres memorias sorprendentes: una anciana estéril embarazada, un padre mudo durante el
embarazo, y un niño que “debería” llamarse de otra manera.
1) El vecindario recuerda… y el corazón
guarda señales de Dios
Hay
momentos en que Dios se anuncia no con discursos, sino con hechos que rompen la lógica.
Isabel embarazada siendo anciana; Zacarías en silencio; un nombre inesperado:
Juan. Todo eso deja huella.
Y
aquí nace la primera enseñanza: la
fe también se transmite por la memoria compartida. La comunidad
recuerda, guarda, rumia en el corazón. Por eso la Iglesia es familia: porque
juntos custodiamos los signos de Dios, y cuando uno se enfría, el otro le
recuerda: “¿te acuerdas de lo que el Señor hizo?”.
En
el Año Jubilar, esto es clave: somos peregrinos
de esperanza, y un peregrino necesita recordar los hitos del
camino, para no rendirse.
2) La gran pregunta: “¿Qué va a ser este
niño?”
Los
vecinos se preguntan: “¿Qué va a ser este niño?” (Lc 1,66). Esa pregunta
es tan simple que parece curiosidad; pero en realidad es una pregunta
espiritual: ¿qué está
haciendo Dios aquí? ¿Qué está preparando?
La
gente del vecindario intuye que ese niño no es “uno más”: la respuesta estaba
en palabras de bendición
que quizá habían olvidado, esas palabras nacidas de la alegría de los padres al
presentar al niño. Cuando una familia bendice, cuando una comunidad bendice,
cuando dejamos de maldecir y aprendemos a agradecer, se aclara el futuro.
¡Cuánto
necesitamos recuperar hoy la cultura de la bendición! Hay hogares donde se
habla mucho, pero se bendice poco. Se enumeran fallas, pero se olvida
agradecer. Se corrige, pero no se anima. Y sin bendición, el corazón se queda
pobre.
3) “Se llamará Juan”: Dios rompe nuestras
etiquetas
Todos
querían ponerle el nombre del padre: lo normal, lo esperado, lo de siempre.
Pero Dios interviene con un nombre nuevo: Juan, que significa “Dios es
misericordioso”, “Dios concede gracia”.
Es
como si el Señor dijera: “No
me encierres en tus costumbres. Déjame
iniciar algo nuevo.”
Y
aquí la segunda lectura de hoy, Malaquías, encaja como llave: Dios promete
enviar un mensajero y purificar
como fuego de fundidor. La venida del Señor purifica lo que somos, y también
purifica nuestras relaciones: “hará volver el corazón de los padres hacia
los hijos…” (Ml 3,24). O sea: cuando Dios llega, arregla nombres, arregla vínculos, arregla
rumbos.
4) Zacarías recupera la voz: cuando
obedecemos, vuelve la palabra buena
En
el momento en que Zacarías confirma el nombre —aceptando la voluntad de Dios—
se le suelta la lengua. ¡Qué signo! A veces perdemos la voz interior: la voz
para orar, para pedir perdón, para hablar con ternura, para decir “te
necesito”, “gracias”, “perdóname”.
La
obediencia a Dios no nos quita libertad: nos
devuelve la voz. Nos vuelve capaces de pronunciar palabras que
sanan.
5) Oramos hoy por familiares, amigos y
benefactores
En
esta Eucaristía, presentemos al Señor tres nombres concretos:
·
Familiares: para que Dios haga
volver los corazones, cure heridas antiguas y abra caminos de reconciliación
antes de Navidad.
·
Amigos: para que su amistad sea bendición,
sostén, verdad, compañía en la fe.
·
Benefactores: para que el Señor
recompense su generosidad, los fortalezca en sus luchas y les conceda paz y
alegría. Y por los benefactores difuntos: que el Señor los reciba en su misericordia.
Porque
lo más cristiano que podemos hacer con quienes nos han hecho bien es esto: bendecirlos y vivir con gratitud
concreta.
6) Compromiso jubilar para hoy
Te
propongo tres gestos, sencillos y muy evangélicos, para entrar a la Navidad
como peregrino de esperanza:
1.
Bendice a alguien en casa: una frase breve, pero
verdadera (sin ironía).
2.
Agradece a un benefactor: un mensaje, una
llamada, una oración por su vida.
3.
Reconcíliate en lo posible: no todo se resuelve
en un día, pero un paso abre camino.
Oración final
Señor, Dios
de la Visitación y de la promesa cumplida,
haz que nuestra comunidad sepa reconocer tus signos
y guardar tu paso en el corazón.
Devuélvenos la palabra buena,
purifica nuestras intenciones,
reconcilia nuestras familias,
y bendice a nuestros amigos y benefactores, vivos y difuntos.
Que en este Año Jubilar caminemos como peregrinos de esperanza
hasta celebrar con alegría tu Navidad. Amén.
3
Nuestra identidad en Cristo
Hermanos
y hermanas:
En
estos días santos que preceden inmediatamente a la Navidad, la Iglesia nos toma
de la mano y nos conduce a la casa de Zacarías e Isabel para contemplar un acontecimiento
aparentemente sencillo, pero cargado de misterio: el nacimiento y el nombre de Juan.
Allí sucede algo que toca el corazón de toda familia y de toda comunidad: la pregunta por la identidad.
¿Quién es este niño? ¿A quién pertenece? ¿Qué será de él? Y, si me permiten,
una pregunta hermana: ¿quién
soy yo, realmente, ante Dios?
1) Un rito familiar que se vuelve
revelación de Dios
El
Evangelio nos sitúa en una costumbre muy concreta: al octavo día se
circuncidaba al niño. Era un rito antiguo, establecido como signo de la Alianza. No
era un mero trámite cultural: era, para Israel, una manera de decir: “Este niño pertenece al pueblo de Dios,
está marcado por la promesa”. Con el paso del tiempo, esa ceremonia
quedó unida también al momento de poner
el nombre, como un sello de pertenencia: un nombre que
vinculaba al niño con su historia y su linaje.
Por
eso el vecindario y los parientes están allí. Nadie nace “solo”: nacemos dentro
de una trama de vínculos, de expectativas, de memorias, de apellidos… y, en estos
días, eso nos toca a todos: pensamos en la familia, en los nuestros, en lo que
hemos recibido, en lo que hemos perdido, en lo que nos sostiene.
2) La sorpresa del nombre: cuando Dios
rompe la costumbre
Era
normal que el hijo llevara el nombre del padre o de un pariente importante. Por
eso querían llamarlo “Zacarías”. Pero Isabel se planta con una firmeza que es
de fe: “No. Se llamará
Juan.” Y todos responden: “Nadie en tu familia tiene ese
nombre”.
Aquí
está la clave del Evangelio: Dios
está diciendo que la identidad y la misión de Juan no se reducen a la sangre.
Juan no será solamente “hijo de Zacarías”; será, ante todo, servidor del plan de Dios.
Es como si el Señor afirmara: “Este
niño es un regalo para todos, no solo para su casa; su misión desborda su árbol
genealógico.”
Y
cuando Zacarías confirma por escrito: “Juan
es su nombre”, todos se quedan asombrados. ¿Por qué?
Porque se está rompiendo el automatismo de lo “de siempre” para abrir paso a lo
que Dios quiere hacer
nuevo.
3) El significado del nombre: “Dios es
misericordioso”
“Juan” significa “Dios ha sido misericordioso / Dios es
bondadoso / Dios concede gracia.” Por eso, el nombre no apunta
primero al niño, sino a Dios: Juan será un “anuncio viviente” de que Dios no se
ha cansado de amar.
¡Qué
belleza para estos días! En vísperas de la Navidad, el Señor nos recuerda que
no viene a cobrarnos cuentas, sino a regalarnos gracia. Y esto encaja
perfectamente con la primera lectura: Malaquías habla del mensajero que prepara
el camino y del Señor que viene a purificar. Sí: purifica, pero para que
podamos ofrecerle una vida
agradable, una ofrenda limpia, una esperanza real.
4) Del Antiguo signo al Nuevo: circuncisión y
Bautismo
La
liturgia nos invita a dar un paso más. Si la circuncisión era el signo visible
de la antigua Alianza, nosotros tenemos un signo aún más grande: el Bautismo. Allí
recibimos la identidad más profunda que existe: hijos en el Hijo.
Por
eso, aunque amemos nuestra familia y la honremos —y hoy oramos especialmente
por ella—, Dios nos llama a una pertenencia que no se agota en la biología: pertenecemos a la familia eterna de Dios.
En el Bautismo, Cristo nos injerta en su Cuerpo, nos hace Iglesia, nos hace
hermanos y hermanas más allá de apellidos, regiones, idiomas, razas o
historias.
En
el Año Jubilar esto es una luz: peregrinos sí, pero no peregrinos aislados;
peregrinos en comunión. Nuestra identidad cristiana no es un adorno social: es dignidad, es misión, es responsabilidad.
5) “¿Qué será este niño?”… ¿Qué seré yo?
El
texto concluye con esa pregunta que atraviesa los siglos: “¿Qué será este niño?” Y
el Evangelio añade: “la mano del Señor estaba con él”. No hay frase más
consoladora para una familia: la mano del Señor con un hijo. No hay frase más
consoladora para una comunidad: la mano del Señor con su pueblo.
Pero
hoy la Palabra nos devuelve la pregunta hacia adentro:
·
¿Qué será de mí si abrazo de verdad mi identidad bautismal?
·
¿Qué será de mi casa si dejamos que Dios “haga volver los
corazones” como dice Malaquías?
·
¿Qué será de nuestras relaciones si nos dejamos guiar por
el Salmo: “Muéstrame, Señor, tus caminos”?
Este
día no es solo para contemplar un relato antiguo; es para dejarnos renombrar
por Dios. A veces el mundo nos pone nombres: “fracasado”, “rencoroso”, “no
sirve”, “problemático”, “cansado”, “pecador sin remedio” … Pero Dios en Cristo
nos llama de otro modo: hijo,
amado, perdonado, llamado, enviado.
6) Intención orante: por familiares,
amigos y benefactores
En
esta Eucaristía, presentemos al Señor nuestra gratitud:
·
Por
nuestros familiares,
especialmente los que están lejos, los enfermos, los que atraviesan tensiones,
y también por los difuntos: que la misericordia de Dios los abrace y que, en
nuestras casas, renazca la paz.
·
Por
nuestros amigos,
esos compañeros de camino que Dios usa para sostenernos: que sean bendecidos y
permanezcan en la verdad y en el bien.
·
Por
nuestros benefactores,
que hacen posible la vida de la comunidad y tantas obras de evangelización: que
el Señor les devuelva en alegría y esperanza todo lo que dan con generosidad; y
por los benefactores difuntos, descanso eterno y luz perpetua.
Que
nuestro agradecimiento no sea solo palabras: que sea vida coherente con el Bautismo,
porque esa es la mejor manera de honrar a quienes nos han amado y ayudado.
7) Compromiso concreto en clave jubilar
Te
propongo tres gestos para hoy:
1.
Pronuncia tu identidad: hoy, al despertar o
al acostarte, di despacio: “Soy
hijo de Dios. No vivo para el miedo.”
2.
Bendice a tu familia: elige una persona de
tu casa y dile una frase de bendición real (sin ironías): “Gracias por ti. Dios te sostenga.”
3.
Haz una obra de gracia: como tu nombre
bautismal, deja una señal de misericordia: una llamada, una reconciliación
posible, una ayuda concreta, una oración por un benefactor.
Oración final
Señor
Jesús,
en Ti encuentro mi verdadera identidad.
Por el Bautismo me hiciste hijo del Padre
y miembro de tu familia de gracia.
Ayúdame a vivir con la dignidad de quien te pertenece,
a caminar como peregrino de esperanza en este Año Jubilar,
y a ser, como Juan, un signo de tu misericordia para los demás.
Bendice a
nuestros familiares, amigos y benefactores,
vivos y difuntos.
Que tu gracia renueve nuestros hogares
y nos prepare para recibirte con alegría en la Navidad.
Jesús, en Ti confío.
Amén.

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