Santo del día:
San Dámaso I
Hacia 305-384.
Papa de gran erudición,
encargó a San Jerónimo, su secretario, que estableciera una nueva versión
latina de la Biblia, la Vulgata. Promovió la veneración de los mártires y
compuso numerosos epigramas en su honor.
Más allá de los conflictos
(Mateo 11, 11-15) «El Reino de los Cielos sufre violencia, y los
violentos quieren arrebatárselo».
¿Qué debemos comprender? ¿Qué hay que tomar las
armas para defender el Reino? ¿Añadir conflicto al conflicto?
Muy al contrario, estas palabras de Jesús resuenan como un llamado a la paz y a
la esperanza: a pesar de los conflictos, las divisiones y las desgarraduras,
el Reino está verdaderamente ahí, signo de la presencia de Dios en medio de
nosotros.
Bertrand Lesoing, sacerdote de la comunidad de San Martín
Primera
lectura
Yo soy tu
libertador, el Santo de Israel.
Lectura del libro de Isaías.
YO, el Señor, tu Dios,
te tomo por tu diestra y te digo:
«No temas, yo mismo te auxilio».
No temas, gusanillo de Jacob,
oruga de Israel,
yo mismo te auxilio
—oráculo del Señor—,
tu libertador es el Santo de Israel.
Mira, te convierto en rastrillo nuevo,
aguzado, de doble filo:
trillarás los montes hasta molerlos;
reducirás a paja las colinas;
los aventarás y el viento se los llevará,
el vendaval los dispersará.
Pero tú te alegrarás en el Señor,
te gloriarás en el Santo de Israel.
Los pobres y los indigentes
buscan agua, y no la encuentran;
su lengua está reseca por la sed.
Yo, el Señor, les responderé;
yo, el Dios de Israel, no los abandonaré.
Haré brotar ríos en cumbres desoladas,
en medio de los valles, manantiales;
transformaré el desierto en ciénega
y el yermo en fuentes de agua.
Pondré en el desierto cedros,
acacias, mirtos y olivares;
plantaré en la estepa cipreses,
junto con olmos y alerces,
para que vean y sepan,
reflexionen y aprendan de una vez,
que la mano del Señor lo ha hecho,
que el Santo de Israel lo ha creado.
Palabra de Dios .
Salmo
R. El
Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.
V. Te
ensalzaré, Dios mío, mi rey;
bendeciré tu nombre por siempre jamás.
El Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R.
V. Que
todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R.
V. Explicando
tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R.
Aclamación
V. Cielos,
destilen desde lo alto al Justo, las nubes lo derramen, se abra la tierra y
brote el Salvador. R.
Evangelio
No ha nacido
uno más grande que Juan el Bautista
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad les digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el
Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos sufre
violencia y los violentos lo arrebatan. Los Profetas y la Ley han profetizado
hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que quieran
admitirlo.
El que tenga oídos, que oiga».
Palabra del Señor.
1
1. “Yo soy el Señor, tu Dios, que te tomo de la
mano derecha” (Is 41,13)
La liturgia de hoy nos entrega una de las promesas
más tiernas y más firmes de todo el Adviento: Dios nos toma de la mano.
No nos empuja desde lejos, no nos observa desde lo alto: Él desciende,
se inclina hacia nuestras pobrezas, hacia nuestros miedos y nuestras luchas
interiores, y nos levanta con una cercanía que transforma.
Aquel Israel fatigado, disperso, atemorizado ante
los poderosos de turno, escucha hoy lo mismo que tú y yo necesitamos escuchar:
“No temas, yo mismo te auxilio.”
En medio de nuestras incertidumbres personales, eclesiales y sociales, Dios
viene como un compañero firme, como una mano que no se suelta, incluso
cuando nosotros creemos haberla soltado.
2. El Reino en medio de
conflictos: una esperanza que no se apaga
Jesús declara en el Evangelio:
«El Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos intentan
arrebatarlo».
Estas palabras no son una invitación a la
agresividad, ni justifican ningún fanatismo religioso. Al contrario, describen
la lucha interior que todo discípulo enfrenta: la tensión entre la luz y la
sombra, la fidelidad y la tentación, la esperanza y el cansancio.
Pero Jesús no nos invita a responder con más
violencia. Nos dice más bien: a pesar de los conflictos, el Reino está ahí,
presente, creciendo silenciosamente.
No nace con estruendo ni con estrategias humanas; nace como nace la fe:
- en
la humildad,
- en
la perseverancia,
- en
el corazón que se abre,
- en
la vida que se entrega.
En un tiempo donde abundan tensiones,
polarizaciones, noticias duras y fracturas sociales, la Palabra de Dios nos
susurra:
“El Reino no se detiene, no retrocede. Dios sigue actuando.”
3. Juan el Bautista: el más
grande entre los nacidos de mujer
Jesús exalta a Juan el Bautista porque preparó el
camino, porque no se dejó seducir por la comodidad, ni por el prestigio, ni por
la tibieza espiritual.
Su vida era una sola consigna:
“Preparar los caminos del Señor.”
Juan nos enseña que la evangelización no consiste
en convencer por la fuerza, sino en dar testimonio con claridad, con verdad
y con alegría, incluso en medio de la oposición o el rechazo.
4. San Dámaso, Papa: un pastor al
servicio de la Palabra
Hoy recordamos a San Dámaso I, Papa del
siglo IV, que dedicó su vida a custodiar la fe en medio de fuertes tensiones
doctrinales y divisiones internas en la Iglesia.
Fue él quien encargó a San Jerónimo la traducción de la Biblia al latín
(la Vulgata), permitiendo que la Palabra llegara con claridad al pueblo cristiano.
Su vida es un espejo del Evangelio de hoy:
- defendió
la fe sin violencia,
- sostuvo
la unidad en tiempos difíciles,
- reafirmó
que el verdadero tesoro de la Iglesia es Cristo presente en su Palabra
y en su pueblo.
En este Año Jubilar, San Dámaso nos recuerda que
evangelizar es cuidar el tesoro de la fe y ofrecerlo con amor al mundo.
5. Peregrinos de la Esperanza: la
misión evangelizadora de la Iglesia
El Adviento nos hace peregrinos, no
sedentarios; discípulos en camino, no espectadores.
El Año Jubilar nos invita a renovar la obra evangelizadora de la Iglesia con
tres actitudes:
● Ternura
Para tomar de la mano, como Dios hace con nosotros.
● Valentía espiritual
No para imponer, sino para perseverar.
● Esperanza
Porque el Reino ya está creciendo en medio del
mundo, incluso donde parece haber solo oscuridad.
Hoy oramos especialmente por:
- los
misioneros,
- los
catequistas,
- las
comunidades parroquiales,
- los
jóvenes que sienten la llamada,
- los
seminaristas, religiosos y religiosas,
- los
sacerdotes que sostienen la fe del pueblo.
Pedimos al Señor que suscite vocaciones generosas
y alegres, capaces de anunciar el Evangelio en un mundo tan necesitado de
luz.
6. Conclusión: “Yo soy tu Dios…
no tengas miedo”
Al acercarnos a la Navidad, la liturgia nos enseña
que Dios no abandona su proyecto, no se cansa de nosotros, no retira su
mano.
Con Él, el desierto florece,
los pobres recobran su dignidad,
la Iglesia renueva su misión,
y cada vocación encuentra su camino.
Que este día, bajo la memoria de San Dámaso y en el
marco del Año Jubilar, podamos decir:
Señor, toma nuestra mano y haznos constructores de
tu Reino.
Haznos testigos de tu esperanza.
Haznos servidores de tu Evangelio.
Amén.
2
1. “Yo
soy tu Dios… Yo te sostengo” (Is 41,13)
Las palabras del profeta Isaías son un bálsamo en
este Adviento:
“No temas, yo mismo te auxilio.”
El Señor habla como un Padre que toma de la mano al hijo temeroso.
Habla como un Dios que camina con su pueblo, que no delega su amor, que
no abandona sus promesas.
Esta es la primera buena noticia del Adviento:
Dios no retrocede. Dios no se rinde. Dios no deja de sostenernos.
Y en este Año Jubilar, cuando la Iglesia proclama
que somos peregrinos de esperanza, esta Palabra se vuelve todavía más
fuerte:
No caminamos solos.
Dios nos toma de la mano para llevarnos hacia la plenitud.
2. La
grandeza de Juan el Bautista: el último del Antiguo, el primero del Nuevo
Jesús dice:
“Entre los nacidos de mujer no ha surgido uno mayor que Juan el Bautista.”
Juan es la gran figura del Adviento:
- el
que prepara el camino,
- el
que señala al Cordero,
- el
que anuncia la conversión,
- el
que vive en austeridad y libertad.
Sin embargo, Jesús añade algo sorprendente:
“El más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.”
¿Por qué?
Porque Juan vivió antes de la cruz, antes de la resurrección, antes
de Pentecostés.
Nosotros vivimos después, en la plenitud de la gracia.
Este es un mensaje inmenso:
Tú y yo estamos llamados a una grandeza espiritual mayor que la de Juan, no
por méritos propios, sino por el don de Cristo.
¿Somos conscientes de este privilegio?
3. “El
Reino sufre violencia”: un llamado a la determinación espiritual
En el Evangelio, Jesús afirma:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino sufre violencia y
los violentos lo conquistan.”
Los Padres de la Iglesia explican que esta
“violencia” no es agresión física, sino:
- la determinación
para rechazar el pecado,
- la fuerza
interior para perseverar,
- la valentía
espiritual de quien lucha contra la comodidad, la tibieza y la
mediocridad,
- el coraje
para avanzar cuando todo invita a la resignación.
El Reino no se conquista con armas, sino con:
- oración,
- conversión,
- disciplina
del corazón,
- perseverancia,
- audacia
para amar.
Adviento es tiempo para preguntarnos:
¿Qué lucha interior debo librar para abrir más espacio a Dios?
¿Qué resistencias debo derribar para que Cristo nazca verdaderamente en mí?
4. San
Dámaso, Papa: custodio de la Palabra y de la unidad
Hoy celebramos a San Dámaso I, Papa del
siglo IV, pastor en tiempos convulsos, marcado por herejías, divisiones y
tensiones políticas.
Su misión fue clara:
- proteger
la fe,
- cuidar
la unidad,
- promover
la Palabra.
Fue él quien pidió a San Jerónimo la traducción de
la Biblia al latín (la Vulgata), para que la Palabra iluminara la vida
del pueblo sencillo.
En él vemos encarnado este Evangelio:
- combatió
sin odios,
- venció
sin violencia,
- defendió
la verdad con la fuerza humilde de la fe,
- sostuvo
la Iglesia como piedra firme en medio de tormentas.
Hoy nos enseña que evangelizar es un acto de amor:
amor a la Palabra,
amor a la verdad,
amor al pueblo de Dios.
5. Año
Jubilar: Peregrinos que avanzan con fuerza hacia la esperanza
Alguien dice respecto a este evangelio: “entrar en el Reino exige decisión,
renuncia al pecado y cooperación activa con la gracia”.
En este Año Jubilar estamos llamados a renovar:
● Nuestra pasión por evangelizar
Anunciar con alegría, con cercanía, con
creatividad.
No imponer: proponer con la belleza del Evangelio.
● Nuestra oración por las
vocaciones
Pedir:
- jóvenes
generosos,
- corazones
ardientes,
- hombres
y mujeres capaces de dejarlo todo por Cristo.
● Nuestra determinación
espiritual
Jesús no quiere discípulos tibios.
Quiere discípulos apasionados, como Juan.
6.
Intención orante: por la obra evangelizadora y por las vocaciones
En este día, la liturgia nos invita a pedir con fe:
Señor, bendice la obra evangelizadora de tu
Iglesia.
Envía a tus misioneros, fortalece a los sacerdotes,
suscita vocaciones santas para tu pueblo.
Haznos valientes para anunciar tu Reino,
y humildes para dejarnos tomar de tu mano.
Que cada comunidad, cada parroquia, cada hogar, se
convierta en un faro de esperanza.
7.
Conclusión: El Reino vale la lucha, vale la entrega, vale la vida
Jesús nos recuerda hoy que el Reino no es para los
indiferentes, sino para los que se dejan transformar.
El Reino es de quienes luchan contra su pecado.
El Reino es de quienes aman con fuerza.
El Reino es de quienes avanzan en la fe, sin miedo.
Que este Adviento nos encuentre vigilantes, determinados
y disponibles para la gracia.
Señor, toma nuestra mano,
enciende nuestra esperanza,
haznos constructores de tu Reino.
Amén.
11 de diciembre: San Dámaso I, Papa —
Memoria libre
c. 305–384
Patrono de los arqueólogos
Cita:
Tú que lees, seas quien seas, reconoce el igual
mérito de aquellos dos a quienes Dámaso, obispo, ha dedicado esta inscripción
después de sus recompensas.
El pueblo judío apedreó a
Esteban cuando les enseñaba un camino mejor; él, que arrancó el trofeo de las
manos del enemigo: el fiel diácono fue el primero en alcanzar el martirio.
Cuando una turba enfurecida
acosaba al santo Tarsicio para obligarlo a revelar a los no iniciados los
sacramentos de Cristo que llevaba consigo, prefirió entregar su espíritu, abatido,
antes que traicionar los miembros celestiales ante perros rabiosos.
—Epígrafe escrito por el papa San Dámaso
Reflexión:
El
papa San Dámaso I, a quien hoy honramos, nació en un tiempo en que la Iglesia
experimentaba la peor persecución imperial en el Imperio romano. En el año 303,
dos años antes del nacimiento de Dámaso, el emperador Diocleciano inició lo que
llegaría a conocerse como la Gran Persecución. En todo el Imperio hubo arrestos
masivos, destrucción de iglesias y de textos sagrados, y la obligación para
todos los ciudadanos de ofrecer sacrificios a los dioses romanos.
Quienes se negaban eran a menudo encarcelados, torturados y ejecutados. Las
persecuciones continuaron durante los siguientes nueve años. Finalmente, en el
313, el emperador Constantino el Grande, gobernante de la parte occidental del
Imperio romano, y Licinio, Augusto de la parte oriental, promulgaron el Edicto
de Milán, concediendo tolerancia religiosa a los cristianos. San Dámaso tenía
apenas siete años cuando comenzó esta nueva era de libertad religiosa en el
Imperio romano.
No
se sabe mucho acerca de los primeros años de Dámaso. Su familia podría haber
sido originaria de lo que hoy es el occidente de España. Dámaso pudo haber
nacido allí o en Roma. Los registros indican que, siendo aún joven, su familia
vivía en Roma, donde creció y pasó el resto de su vida. Su padre era un
sacerdote casado que servía en una iglesia en honor de San Lorenzo en Roma.
Aquel templo fue ampliado posteriormente por Constantino tras el Edicto de
Milán. La iglesia era originalmente un pequeño oratorio construido sobre la
tumba del diácono San Lorenzo, martirizado en Roma por el emperador Valeriano
en el año 258.
Siendo joven, Dámaso ayudaba a su padre en aquella iglesia.
En
el año 352, cuando Dámaso tenía unos cuarenta y cinco años, Liberio fue elegido
obispo de Roma y ejerció ese servicio durante los siguientes catorce años. En
la época de su elección, Dámaso era Archidiácono en Roma y servía en la iglesia
de San Lorenzo.
En
354, uno de los hijos de Constantino el Grande, el emperador Constancio II, era
coemperador del Imperio junto con sus dos hermanos. Constancio II apoyaba la
herejía arriana, que venía perturbando a la Iglesia desde hacía unos treinta y
cinco años, por lo cual envió al papa Liberio al exilio, a una prisión en
Berea, por negarse a condenar a San Atanasio, entonces arzobispo de Alejandría,
Egipto, quien se oponía al arrianismo. Algunos registros indican que el
archidiácono Dámaso siguió a Liberio al exilio, pero regresó a Roma poco
después.
Durante el exilio del papa Liberio, el emperador Constancio II intentó elegir a
Félix II como papa. Sin embargo, cuando los ciudadanos de Roma obligaron al
emperador a traer de regreso a Liberio, el antipapa Félix tuvo que huir. El
papa Liberio murió en Roma en el año 366.
A
la muerte de Liberio, Dámaso fue elegido como el trigésimo séptimo obispo de
Roma, aproximadamente a los sesenta y un años. De inmediato estalló una
violenta controversia. Los partidarios del antipapa Félix, quien había muerto
un año antes, rechazaron a Dámaso y eligieron a Ursicino, otro diácono en Roma.
En aquel tiempo, tanto el clero como los laicos participaban en la elección de
los obispos. Los emperadores también esperaban que el elegido fuese presentado
ante ellos para su aprobación.
Cuando Dámaso y Ursicino fueron elegidos simultáneamente, la división se volvió
tan grave que se reporta que 137 personas murieron en los enfrentamientos
violentos. Finalmente, las autoridades civiles romanas intervinieron y
restauraron la paz apoyando al papa Dámaso y exiliando al antipapa Ursicino.
Los enemigos de Dámaso luego lo acusaron de asesinato e incluso de adulterio,
pero el papa supo elevarse por encima de estas calumnias.
Una
vez que Dámaso quedó firmemente establecido como obispo de Roma, dirigió sus
esfuerzos al gobierno de la Iglesia y a la preservación de la doctrina
ortodoxa. Convocó sínodos en Roma para hacer frente a las amenazas heréticas y
para afirmar el Credo Niceno. Permaneció como un acérrimo opositor del
arrianismo, una herejía que persistía en diversas formas a pesar de haber sido
condenada en el Concilio de Nicea en 325. El papa Dámaso también se preocupó
por las crecientes herejías del macedonianismo, que negaba la plena divinidad
del Espíritu Santo, y del apolinarismo, que negaba la plena humanidad de
Cristo.
En el año 381, nombró legados papales para representarlo en el Primer Concilio
de Constantinopla, el segundo concilio ecuménico universal de la Iglesia
católica. Este concilio no solo condenó el macedonianismo, sino que también
amplió el Credo Niceno para enfatizar la divinidad del Espíritu Santo.
Asimismo, afirmó las naturalezas humana y divina de Cristo, en oposición a las
enseñanzas de Apolinar. La dedicación del papa Dámaso a la ortodoxia doctrinal
influyó notablemente en la firme posición de la Iglesia frente a estas herejías
y fortaleció el cristianismo niceno.
Quizá
una de las mayores contribuciones del papa Dámaso a la Iglesia fue encomendar a
San Jerónimo la producción de lo que ahora conocemos como la Biblia Vulgata. En
el 382, el papa Dámaso llamó al recién ordenado presbítero Jerónimo desde
Constantinopla a Roma para servir como su secretario y consejero. Reconociendo
la necesidad de una Biblia latina fiable —debido a la existencia de muchas
traducciones deficientes y poco coherentes—, encargó a Jerónimo realizar una
nueva traducción al latín (la lengua común en el Imperio) a partir de los
textos originales griegos y hebreos.
Esta nueva traducción también contribuyó a que la Iglesia definiera qué libros
componen la Palabra inspirada de Dios, su canon oficial. Jerónimo comenzó este
trabajo monumental con el Nuevo Testamento, traduciéndolo del griego al latín.
Aunque le tomó muchos años completarlo, su traducción se convirtió en la
versión latina estándar de la Biblia y sigue siéndolo hoy.
El
papa Dámaso también trabajó arduamente para mejorar la liturgia. Introdujo el
canto de los salmos, ayudó a desarrollar el Calendario Romano General, restauró
iglesias y encargó arte sagrado. Tenía una profunda devoción por los santos,
especialmente los mártires; restauró las catacumbas donde estaban sepultados,
escribió personalmente inscripciones poéticas para sus tumbas y añadió
festividades en su honor.
Aunque
hoy la autoridad del sucesor de San Pedro, el obispo de Roma, está claramente
establecida como la del pastor supremo de la Iglesia, no era así en ese tiempo.
El papa Dámaso fue fundamental para establecer los fundamentos teológicos de
esta doctrina que se desarrollaría durante siglos, afirmando con firmeza que la
autoridad del obispo de Roma no proviene de ningún concilio eclesial, sino de
Jesús mismo, quien dijo:
“Y yo te digo: tú eres
Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella” (Mateo 16,18).
En
el 380, el emperador Teodosio I, junto con los coemperadores Graciano y
Valentiniano II, promulgó el Edicto de Tesalónica, declarando que la fe
cristiana, tal como la definían los concilios de Nicea y Constantinopla, era la
religión oficial del Imperio romano. Este edicto contribuyó a eliminar el
arrianismo y otras herejías. Es difícil imaginar lo que habría ocurrido en
aquel período si el papa San Dámaso no hubiera sido un líder tan fuerte en la
defensa de la ortodoxia.
El
papa San Dámaso vivió y sirvió en un momento decisivo para la Iglesia. Nació
durante la peor persecución imperial de los cristianos y vio cómo se establecía
la tolerancia religiosa con el Edicto de Milán, y cómo el cristianismo se
convertía en la religión oficial del Imperio, cuatro años antes de su muerte.
Al honrar a este gran santo, que tuvo tanta veneración por los santos que lo
precedieron, recordemos que la Iglesia de hoy profesa la fe que él luchó por
defender y definir.
Su pureza doctrinal, su amor por la liturgia, su veneración a los santos y su
ministerio pastoral contribuyeron al fecundo crecimiento de la Iglesia en
Europa y, finalmente, hasta los confines de la tierra.
Oración:
Papa
San Dámaso, tú viviste en un tiempo de transformación en la historia
de la Iglesia.
Por medio de ti, Dios condujo a la Iglesia de tu tiempo hacia una imagen más
plena del Reino de los Cielos.
Te ruego que intercedas por mí, para que también yo, a mi manera, me disponga
más plenamente a Dios,
de modo que Él pueda servirse de mí para ayudar a conducir a su Iglesia a
través de los desafíos de mi época.
Papa
San Dámaso, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.


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