lunes, 8 de diciembre de 2025

9 de diciembre del 2025: martes de la segunda semana de Adviento- San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, memoria libre

 

Testigo de la fe:

 San Juan Diego Cuauhtlatoatzin

Juan Diego es oriundo de México nacido en 1474. Se le aparece la Virgen para pedirle que construya un santuario en su honor que se convertirá en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Murió en 1548 y fue canonizado por Juan Pablo II el 31 de julio de 2002.

 


¿Ilógico?
Mateo 18, 12-14

¿Acaso un hombre que tiene cien ovejas va realmente a abandonar las otras noventa y nueve para ir en busca de la que se ha perdido? ¿No debería más bien dejarla a su triste suerte para cuidar mejor del resto del rebaño?
Pero esa lógica, tan humana y razonable, no es la lógica de Dios: a sus ojos, cada uno es único, cada uno tiene un valor y un precio infinitos.

Bertrand Lesoing, sacerdote de la Comunidad San Martín



Las otras 99

(Mateo 18,12-14), Recordemos que el Pastor no nos abandona: sale con pasión a buscar a la oveja perdida, porque su amor nos precede y nos sostiene. Mientras tanto, las noventa y nueve no son olvidadas: el pastor confía en ellas y las llama a madurar en responsabilidad y comunión.

Cuando faltan pastores, ¿nos quedamos en la queja resignada o asumimos con fe, esperanza y caridad el cuidado del rebaño?

G.Q

 


Primera lectura

Is 40,1-11
Dios consuela a su pueblo

Lectura del libro de Isaías.


«CONSUELEN, consuelen a mi pueblo
—dice su Dios—;
hablen al corazón de Jerusalén,
grítenle,
que se ha cumplido su servicio
y está pagado su crimen,
pues de la mano del Señor ha recibido
doble paga por sus pecados».
Una voz grita:
«En el desierto prepárenle
un camino al Señor;
allanen en la estepa
una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten,
que montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale.
Se revelará la gloria del Señor,
y la verán todos juntos
—ha hablado la boca del Señor—».
Dice una voz: «Grita».
Respondo: «¿Qué debo gritar?».
«Toda carne es hierba
y su belleza como flor campestre:
se agosta la hierba, se marchita la flor,
cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos;
sí, la hierba es el pueblo;
se agosta la hierba, se marchita la flor,
pero la palabra de nuestro Dios
permanece para siempre».
Súbete a un monte elevado,
heraldo de Sion;
alza fuerte la voz,
heraldo de Jerusalén;
álzala, no temas,
di a las ciudades de Judá:
«Aquí está su Dios.
Miren, el Señor Dios llega con poder
y con su brazo manda.
Miren, viene con él su salario
y su recompensa lo precede.
Como un pastor que apacienta el rebaño,
reúne con su brazo los corderos
y los lleva sobre el pecho;
cuida él mismo a las ovejas que crían».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 96(95),1-2.3 y 10a y c. 11-12.13 (R. cf. Is 40,10a.11a)

R. Aquí está nuestro Dios, que llega con fuerza.

V. Canten al Señor un cántico nuevo,
canten al Señor, toda la tierra;
canten al Señor, bendigan su nombre,
proclamen día tras día su victoria. 
R.

V. Cuenten a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones.
Digan a los pueblos: «El Señor es rey:
él gobierna a los pueblos rectamente». 
R.

V. Alégrese el cielo, goce la tierra,
retumbe el mar y cuanto lo llena;
vitoreen los campos y cuanto hay en ellos,
aclamen los árboles del bosque.
 R.

V. Delante del Señor, que ya llega,
ya llega a regir la tierra:
regirá el orbe con justicia
y los pueblos con fidelidad. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Está cerca el día del Señor; miren, él viene a salvarnos. R.

 

Evangelio

Mt 18,12-14

Dios no quiere que se pierda ni uno de estos pequeños

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Qué les parece? Supongan que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad les digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado.
Igualmente, no es voluntad de su Padre que

Palabra del Señor.

 

 

El Pastor que busca y las ovejas que sostienen la esperanza

 

Hermanos en Cristo:

Dios no nos busca porque seamos perfectos, sino porque somos suyos: esa es la buena noticia que une las lecturas de este martes de la 2ª semana de Adviento y nos prepara el corazón en clave de esperanza jubilar.

1) “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 40,1-11)

Isaías abre un horizonte precioso: Dios no viene a aplastar, sino a curar el ánimo. Su palabra es bálsamo para un pueblo cansado. Y el profeta usa imágenes muy tiernas:

  • Dios abre camino en el desierto.
  • Dios reúne al rebaño.
  • Dios lleva en brazos a los corderos.

No es un Dios lejano ni de discursos fríos. Es el Dios que se acerca con ternura concreta. Y eso toca directamente nuestra intención orante de hoy: la familia, los amigos y los benefactores. Porque la consolación de Dios muchas veces nos llega con rostro humano: alguien que llama, alguien que sostiene, alguien que ofrece un plato, un consejo, una oración silenciosa, un gesto de generosidad.

2) “El Señor reina” (Sal 96)

El salmo es un canto de fiesta: el mundo entero es invitado a alegrarse porque Dios gobierna. Pero no con un poder que asusta, sino con un reinado que ordena la vida, defiende la justicia y devuelve la esperanza.

En Adviento, esto suena así:
la historia no está abandonada, la Iglesia no está sola, nuestras casas no están a la deriva. En medio de incertidumbres sociales, familiares o personales, el salmo nos recuerda que Dios sigue siendo Señor y guía.

3) El Evangelio: la oveja perdida (Mt 18,12-14)

Aquí aparece el corazón del mensaje:
Dios no se resigna a perder a nadie.
El Pastor no hace cálculos fríos. No dice: “ya tengo 99, con eso basta”. No. Va por la que falta, porque cada uno es irreemplazable.

Y eso ilumina, pues como dice alguien: las 99 pueden caer en dos actitudes:

  • la queja: “siempre nos la pasamos esperando, nadie piensa en nosotras”
  • o la madurez creyente: “el Pastor confía en nosotras; podemos cuidar, sostener, rezar, asumir responsabilidad”.

Una escena muy cotidiana

A veces en la familia pasa algo parecido:
cuando uno de los hijos está en crisis, o un abuelo enferma, o alguien se aleja de la fe, la casa entera se reorganiza para cuidar a ese miembro frágil. Y puede aparecer el cansancio o la queja:
“¿y nosotros qué?”
Pero también puede aparecer la grandeza del amor:
“si es por él, si es por ella, vale la pena”.

El Evangelio nos dice que así ama Dios.
Y nos enseña que el amor cristiano no es rivalidad de afectos, sino comunión de cuidados.

4) Memoria libre de San Juan Diego

San Juan Diego es un testigo luminoso de este Evangelio. Dios no desprecia lo pequeño. Elige a un hombre sencillo para confiarle un mensaje de esperanza para todo un pueblo. Es como si el Señor nos dijera hoy:
“No eres invisible para mí. Tu historia también cuenta. Tu fe sencilla puede ser canal de consuelo para muchos.”

5) Clave jubilar: Peregrinos de la esperanza

En el marco del Año Jubilar, esta Palabra nos sitúa en camino:

  • Dios sale a buscar.
  • Y nosotros aprendemos a salir con Él.

Ser peregrinos de esperanza significa:

1.    Dejar la resignación.

2.    Volver a la ternura.

3.    Cargar con amor a los frágiles.

4.    Agradecer a quienes sostienen la vida comunitaria y familiar.

6) Aplicaciones sencillas para hoy

Te propongo tres gestos muy concretos:

  • En familia: hacer una reconciliación pequeña: una llamada, un perdón, una conversación pendiente.
  • Con los amigos: buscar al que se ha aislado o entristecido. Ser un “pastorcito” de esperanza.
  • Con los benefactores: agradecer explícitamente. A veces un “Dios te pague” dicho con el corazón es un acto de fe que edifica.

Conclusión

Hoy el Señor nos consuela con Isaías, nos alegra con el salmo y nos revela su corazón en el Evangelio:
Él nos busca con pasión y confía en nosotros para cuidar el rebaño.

Pidámosle en esta Eucaristía:
que nuestras familias sean lugar de consuelo,
que nuestros amigos sean refugio de alegría,
y que nuestros benefactores sientan que su generosidad es semilla de esperanza.

Y que, al estilo de San Juan Diego, sepamos decir con humildad y valentía:
“Aquí estoy, Señor, para que tu amor llegue a quienes más lo necesitan.”

 

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Diciembre 9:

San Juan Diego, ermitaño — Memoria libre
1474–1548
Santo Patrono de los pueblos indígenas
Canonizado por el Papa Juan Pablo II el 31 de julio de 2002.

 


Cita:


Te ruego que encomiendes tu mensaje a alguien más conocido y respetado, para que le crea. Yo soy solo un simple indio a quien has enviado como mensajero a una persona importante. Por eso no me creyó, y no quiero decepcionarte mucho. —Hijo mío amadísimo, debes comprender que hay muchos hombres más nobles a quienes podría haber confiado mi mensaje, y sin embargo, es por ti que mi plan tendrá éxito. Regresa mañana al obispo. Dile que soy yo misma, la siempre Virgen María, Madre de Dios, quien te envía.


~Conversación referida entre Nuestra Señora y Juan Diego

 

Reflexión:


Desde 1428 hasta 1521, el Imperio azteca floreció en lo que hoy es el centro de México. El imperio fue establecido formalmente por la Triple Alianza entre las ciudades-estado de Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan, lo que les permitió ejercer control regional. El imperio contaba con una compleja jerarquía social, técnicas agrícolas avanzadas y un extenso sistema de tributos, mediante el cual los pueblos conquistados pagaban impuestos y realizaban trabajo para sus conquistadores. Se erigieron grandes templos y pirámides, y elaborados rituales politeístas formaban parte de la vida comunitaria. Tenochtitlan, la capital, era una ciudad imponente construida sobre una isla del lago Texcoco, en lo que hoy es la Ciudad de México. Fue en este ambiente cultural donde nació y se crió el santo de hoy, Juan Diego.

Juan Diego nació en la ciudad de Cuautlitlán, justo al norte de Tenochtitlan. Al nacer recibió el nombre de Cuauhtlatoatzin, que significa “el águila que habla”. Poco más se conoce sobre su infancia y primeros años. Dado su entorno dentro del Imperio azteca, Cuauhtlatoatzin muy probablemente se habría dedicado a la agricultura, pues pertenecía a la clase campesina, y habría participado del rico patrimonio cultural del pueblo chichimeca.

En 1521, Hernán Cortés, el conquistador español, derrotó con éxito al Imperio azteca al capturar Tenochtitlan. Su ejército de soldados españoles recibió la ayuda de los indígenas tlaxcaltecas, quienes estaban descontentos con sus gobernantes aztecas. La viruela también desempeñó un papel en la derrota azteca; la enfermedad se había propagado entre los pueblos indígenas años antes con la llegada de los españoles. Como los aztecas no tenían inmunidad, muchos murieron, lo que facilitó la conquista de Cortés. Una vez establecida la Nueva España, se construyó una nueva capital española sobre las ruinas de Tenochtitlan.

Poco después de la fundación de la Nueva España, llegaron doce misioneros franciscanos y comenzaron a evangelizar. Los frailes atendían las necesidades de los españoles, pero también centraban sus esfuerzos en evangelizar a los nativos. Alrededor del año 1524, Cuauhtlatoatzin y su esposa estuvieron entre quienes escucharon el Evangelio y recibieron el bautismo. Recibieron los nombres cristianos de Juan Diego y María Lucía.

En 1528, el obispo Juan de Zumárraga llegó a la Ciudad de México desde España, convirtiéndose en el primer obispo de la colonia. Bajo el obispo Zumárraga, los franciscanos continuaron compartiendo el Evangelio con los nativos, pero las conversiones eran difíciles, ya que muchos colonos españoles trataban cruelmente a los indígenas. Aunque el obispo y los franciscanos intentaron defender los derechos y la dignidad de los indígenas, a menudo encontraron fuerte resistencia por parte de los colonizadores españoles. Se necesitaba una intervención divina.

Después de su bautismo, Juan Diego comenzó la práctica de caminar desde su hogar hasta la misión franciscana en Tlatelolco para recibir instrucción religiosa continua y asistir diariamente a Misa. El 9 de diciembre de 1531, Juan emprendía uno de esos viajes. Al pasar por el cerro del Tepeyac, para su gran sorpresa, se encontró con una mujer celestial que apareció como mestiza (una mezcla de rasgos españoles e indígenas) y habló en la lengua local náhuatl. Ella se anunció como la siempre Virgen María, Madre de Dios, e instruyó a Juan a ir al obispo y decirle que construyera una capilla en el cerro del Tepeyac. Juan cumplió su encargo, pero el obispo se mostró vacilante. Más tarde esa misma tarde, cuando Juan regresaba a casa, la Madre de Dios se le apareció de nuevo, y él le informó que no había logrado convencer al obispo. Le sugirió que eligiera a alguien de mayor importancia para su misión. La Madre de Dios le aseguró que él era su elegido y le pidió que regresara al obispo. Fue a la mañana siguiente y repitió la petición. Esta vez, el obispo pareció estar abierto, pero pidió una señal que probara que la aparición era verdaderamente del Cielo. Juan volvió con la Madre de Dios, y ella aceptó proporcionar una señal al día siguiente.

Al día siguiente, 11 de diciembre, el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, enfermó. Juan Diego lo atendió, así que no pudo encontrarse con su visitante celestial en el cerro del Tepeyac. Durante la noche, Juan Bernardino empeoró y estuvo al borde de la muerte. Muy temprano en la mañana del 12 de diciembre, Juan Diego se dirigió a Tlatelolco para buscar un sacerdote que administrara los últimos sacramentos a su tío. Como iba con prisa y porque no había vuelto con la Madre de Dios en el Tepeyac el 11 de diciembre, Juan tomó una ruta diferente alrededor del cerro para intentar evitarla.

Mientras caminaba, la Madre de Dios se le apareció en la ruta alternativa y le preguntó adónde iba. Juan le contó la situación de su tío, explicando que su enfermedad era la razón por la que no se había presentado el día anterior para recibir la señal prometida. La Madre de Dios amablemente reprendió a Juan por su falta de fe, diciéndole: “¿No estoy yo aquí, que soy tu madre?”. Le informó que su tío ya se había recuperado de su enfermedad y luego le indicó que subiera al cerro donde encontraría flores que no solían estar en flor en esa época del año. Efectivamente, en la cima rocosa donde normalmente solo crecían malezas y cactus, había hermosas rosas. Juan las recogió y las colocó en su manto, llamado tilma. Al bajar, la Madre de Dios acomodó de nuevo las flores y le dijo que las llevara al obispo como señal. Cuando Juan fue llevado ante el obispo, abrió su tilma y las flores cayeron al suelo. Al mismo tiempo, apareció una imagen de la Madre de Dios en la tilma, tal como ella se había mostrado a Juan. El obispo cayó de inmediato de rodillas y creyó.

Al día siguiente, Juan Diego fue a ver a su tío y lo encontró totalmente recuperado. Su tío le informó que la Madre de Dios también se le había aparecido y lo había sanado. Ella le indicó que se presentara ante el obispo y le contara sobre la aparición y su curación milagrosa.

Después de conservar al principio la tilma de Juan Diego en su capilla privada, el obispo mandó edificar una pequeña capilla en el cerro del Tepeyac. El 26 de diciembre de 1531, encabezó una procesión con la tilma hacia la capilla. En el camino, un hombre de la procesión fue golpeado accidentalmente en el cuello por una flecha que iba a ser parte de una exhibición en honor de la Madre de Dios. La herida era grave y su muerte era inminente. Lo colocaron ante la santa imagen, se retiró la flecha, los presentes suplicaron a la Madre de Dios que lo sanara, y él se recuperó instantáneamente.

Toda esta experiencia afectó profundamente a Juan Diego. Antes de la aparición ya tenía una fe firme, pero después se volvió aún más fuerte. Según algunas fuentes tempranas, la esposa de Juan Diego había fallecido en 1529, dos años antes de la aparición. Después de la aparición, Juan recibió permiso del obispo para construir una pequeña choza cerca de la capilla, donde vivió durante los siguientes dieciséis años como ermitaño, cuidando la capilla y la imagen, y acogiendo a los visitantes que acudían a venerarla. Según la biografía oficial del Vaticano preparada con ocasión de la canonización de San Juan Diego: “Juan Diego recibió la gracia de una iluminación interior y desde ese momento comenzó una vida dedicada a la oración y a la práctica de la virtud y del amor sin límites a Dios y al prójimo”.

Hoy, la tilma de San Juan Diego se conserva en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México. La tilma en sí es verdaderamente milagrosa. Aunque estaba hecha de fibras vegetales que normalmente se desintegran después de unos quince años, permanece en perfecto estado hasta hoy. La imagen no presenta marcas de pincel, sino que parece haber sido impresa milagrosamente sobre la fibra. Quizá el mayor milagro es que esta aparición ayudó a provocar la cristianización de las Américas, especialmente de México. Al aparecer como una mujer de raza mixta, española e indígena, Nuestra Señora ofreció una invitación a los indígenas para aceptar el Evangelio de los españoles. Ella tendió un puente entre ambas culturas y conquistó muchas almas.

Al honrar a San Juan Diego, también anticipamos la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe dentro de tres días, el 12 de diciembre. Hoy, sin embargo, contemplamos a este hombre humilde y sencillo que respondió con prontitud a la gracia de Dios cuando los frailes franciscanos le compartieron el Evangelio y respondió amorosamente a los deseos de la Madre de Dios. Su primera conversión tuvo lugar en el bautismo, pero podría decirse que su segunda conversión ocurrió después de la aparición, cuando se dedicó más plenamente a una vida de oración y servicio de Dios. Considera el asombroso hecho de que la siempre Virgen María, Madre de Dios, eligiera al más humilde de sus hijos para ser instrumento del mayor de los milagros. Al hacerlo, reconoce que Dios puede hacer grandes cosas también a través de ti si te humillas a imitación de San Juan Diego.

Oración:


San Juan Diego, cuando la Santísima Virgen María se te apareció, te llamó: “Juanito, el más humilde de mis hijos…”. En tu humildad obedeciste sus instrucciones y, por medio de ti, la Madre de Dios pudo evangelizar a toda una nación. Te ruego que ores por mí para que también yo crezca en humildad, de modo que la Madre de Dios pueda usarme para su propósito, de acuerdo con la voluntad perfecta de Dios. San Juan Diego, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

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