lunes, 29 de diciembre de 2025

30 de diciembre del 2025: sexto día de la Octava de Navidad

 

Abuela profeta

(Lc 2,36-40) ¿Quién puede soñar con una vejez más hermosa?

Ana aprovecha su edad y su viudez para pasar sus noches y sus días en el Templo, orando y ayunando. No hay tiempo para lamentarse: su alabanza incesante abre los ojos de su corazón. Ella reconoce en el Niño del joven matrimonio a Aquel que trae la liberación de Israel.

¿Y si las abuelas fieles a nuestras asambleas fueran también, a su manera, profetas en ciertos momentos?

Bénédicte de la Croix, cistercienne

 


Primera lectura

1Jn 2,12-17
El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.


LES escribo, hijos, porque se les han perdonado sus pecados por el nombre de Jesús.
Les escribo, padres, porque conocen al que es desde el principio.
Les escribo, jóvenes, porque han vencido al Maligno.
Les he escrito, hijos, porque conocen al Padre.
Les he escrito, padres, porque ya conocen al que existía desde el principio.
Les he escrito, jóvenes, porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en ustedes, y han vencido al Maligno.
No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su concupiscencia.
Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 96(95),7-8a.8b-9.10 (R. 11a)

R. Alégrese el cielo, goce la tierra.

V. Familias de los pueblos, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor;
aclamen la gloria del nombre del Señor. 
R.

V. Entren en sus atrios trayéndole ofrendas.
Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. 
R.

V. Digan a los pueblos: «El Señor es rey:
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente». 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Un día sagrado nos ha iluminado; vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra. R.

 

Evangelio

Lc 2,36-40

Hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

EN aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

Palabra del Señor.

 

 

1

 

1) Una “abuela profeta” en el corazón de la Navidad

En pleno resplandor de la Navidad, la liturgia nos regala una escena silenciosa y luminosa: Ana, la profetisa. No aparece con discursos largos, ni con poder, ni con “títulos” humanos. Aparece con lo que el Evangelio considera decisivo: fidelidad, oración, ayuno, esperanza… y un corazón entrenado para reconocer a Dios cuando llega “pequeño”.

Alguien lo ha dicho bellamente: ¿quién puede soñar con una vejez más hermosa? La vejez, cuando se vive con Dios, no es “tiempo sobrante”: puede ser tiempo fecundo, “tiempo de cosecha”, tiempo de mirada profunda. Ana no se encierra en la nostalgia ni en la queja; convierte su historia —también sus heridas— en alabanza. Y esa alabanza le abre “los ojos del corazón”.

2) Cuando el corazón aprende a ver

El Evangelio nos presenta a Ana como una mujer que permanecía. Y la permanencia es una forma de amor. Permanecía en el templo, pero sobre todo permanecía en Dios.
Hoy muchos viven con el corazón cansado, disperso, saturado de ruido. Por eso a veces no reconocemos al Señor… no porque no esté, sino porque la mirada interior se nos ha debilitado.

Ana, en cambio, tiene una mirada “jubilar”: espera activa. La esperanza cristiana no es cruzarse de brazos; es perseverar, confiar, caminar. Peregrinos de esperanza no significa “optimistas ingenuos”, sino personas que han aprendido a decir:
“Señor, aunque no lo entienda todo, Tú estás obrando”.

Y entonces sucede lo grande: Ana ve a un Niño y reconoce al Salvador. Eso es fe: ver más allá de lo evidente.

3) “Les escribo a ustedes…”: la identidad que vence al mundo

La primera lectura (1Jn 2,12-17) parece un mensaje familiar, como una carta navideña de un padre espiritual. San Juan nos habla con ternura: hijitos, padres, jóvenes. Es como si dijera: “En la Iglesia todos tienen lugar: los que empiezan, los maduros, los fuertes”.

·        A los hijitos, les recuerda el perdón: la fe nace del abrazo misericordioso.

·        A los padres (los maduros en la fe), les recuerda lo esencial: “han conocido al que es desde el principio”.

·        A los jóvenes, les recuerda la fortaleza: “han vencido al Maligno”.

Y luego viene una frase fuerte, muy actual: “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo”. Ojo: no es desprecio por la creación ni por la vida. Es una alerta contra esa mentalidad que nos promete felicidad inmediata y nos deja vacíos: la codicia, la apariencia, la autosuficiencia, el “yo primero”, el consumo como dios.

La Navidad nos enseña lo contrario: Dios salva desde lo pequeño, desde lo humilde, desde el amor verdadero. El “mundo” pasa; pero quien hace la voluntad de Dios permanece.

4) Familiares, amigos y benefactores: rostros de esperanza

Hoy la intención orante nos pone nombres concretos en el altar: familiares, amigos y benefactores. Y aquí Ana nos da una clave preciosa: la fe se transmite mucho por “presencia fiel”.

¿Quién sostiene tantas veces la fe de una casa? A veces una abuela, un abuelo, una madre, un padre, un amigo que insiste en llamar, alguien que acompaña, alguien que ayuda sin alarde.
Los benefactores —del tiempo, del cariño, del consejo, del pan compartido, del servicio escondido— son como “Ana”: personas que, sin hacer ruido, mantienen encendida la lámpara.

Y vale decirlo con claridad en este Año Jubilar: la gratitud también es peregrinación. Un corazón agradecido camina más ligero. Por eso hoy, junto al pesebre, presentemos al Señor una lista interior: “Señor, gracias por…”. Y oremos por ellos: por su salud, su trabajo, su paz, su fe, su familia.

5) Una aplicación muy humana: la queja cierra, la alabanza abre

Hay una verdad psicológica y espiritual: la queja crónica estrecha el alma; la alabanza la ensancha.
No se trata de negar el dolor. Ana tuvo dolor: viudez, soledad, años. Pero no dejó que su herida se convirtiera en identidad. La transformó en ofrenda.

Tal vez hoy el Señor nos invita a convertir una parte de nuestra historia en oración:
“Señor, esto me dolió… pero no quiero vivir desde la herida; quiero vivir desde tu promesa”.

Eso es esperanza. Eso es Jubileo. Eso es Navidad vivida a fondo.

6) Cierre: que también nosotros seamos “profetas a nuestra hora”

Hermanos, pidamos la gracia de Ana:

·        fidelidad sin amargura,

·        oración sin rutina,

·        mirada que reconoce a Dios en lo pequeño,

·        esperanza que no se rinde.

Y que nuestras familias, amigos y benefactores —los presentes y los ausentes— sean bendecidos por el Niño Dios. Que el Señor les pague con creces lo que han sembrado en silencio.

Oración final (breve)

Señor Jesús, Niño de Belén,
haznos peregrinos de esperanza.
Danos ojos de fe como los de Ana,
para reconocerte en lo sencillo
y anunciarte con alegría.
Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores:
guárdalos en tu paz, fortalece su hogar,
y recompénsales con tu amor.
Amén.

 

2

 

1) La “minoría fiel”: cuando la esperanza no se apaga

El Evangelio nos presenta a Ana, profetisa, junto a Simeón. Ambos pertenecen a ese “resto fiel” de Israel: hombres y mujeres que no se dejaron adormecer por la rutina religiosa ni por el desencanto histórico, sino que esperaban la redención con una esperanza limpia y perseverante.

Hoy también existe esa “minoría fiel”: no necesariamente la que hace más ruido, sino la que permanece, la que ora, la que sostiene la fe en casa, la que sigue haciendo el bien cuando el mundo se endurece. Y eso es profundamente jubilar: peregrinar en esperanza cuando alrededor hay cansancio, confusión o indiferencia.

2) Ana: la mujer que “no se iba del Templo”

El texto es breve, pero cargado de fuego: Ana “no se apartaba del templo; servía a Dios noche y día con ayunos y oraciones”.
Su secreto no es la ausencia de problemas, sino una decisión: habitar en Dios.

Por eso, cuando el Niño llega, Ana lo reconoce. La vida de oración afina el oído interior: quien reza de verdad se vuelve sensible a las mociones del Espíritu. Ana no “adivina”: discierne. Su corazón está entrenado para percibir la presencia de Dios donde otros solo ven un rito más.

Aquí hay una llamada preciosa para nosotros: no siempre podremos estar en el templo físicamente, pero sí podemos vivir con el templo dentro, porque el Espíritu Santo habita en nosotros.

3) Lo inesperado en lo cotidiano: la sorpresa de José y María

Imaginemos la escena: María y José van a cumplir lo prescrito, como tantas familias. Seguramente pensaban que sería un momento sobrio, discreto, “normal”.
Y, de pronto, dos ancianos —Simeón y Ana— rompen la rutina con una palabra profética.

La fe auténtica hace eso: convierte lo ordinario en misterio, lo cotidiano en encuentro. Y quizá hoy el Señor quiera decirnos: “No des por sentado lo sagrado”. Porque uno puede estar cerca de Dios… y no darse cuenta de lo que está pasando.

4) “No amen al mundo”: la carta de San Juan y el combate del corazón

La primera lectura (1Jn 2,12-17) nos habla con ternura y firmeza: hijitos, padres, jóvenes. Es como si la Iglesia entera estuviera representada allí. Y luego viene la advertencia: no amar “el mundo” en el sentido de esa lógica que nos seduce con brillo, pero nos deja vacíos: vanidad, codicia, orgullo, autosuficiencia.

En un tiempo de caos moral y confusión, es fácil caer en dos tentaciones: la desesperanza o la rabia. San Juan nos muestra una tercera vía: permanecer en Dios. Porque “el mundo pasa” … pero el que cumple la voluntad de Dios permanece.

Ana es un ícono de esa permanencia. Ella no se deja arrastrar por el ruido de su época. Su corazón tiene una brújula: Dios.

5) El templo interior: Santa Teresa y la oración de recogimiento

No olvidemos a Santa Teresa de Jesús y su enseñanza del recogimiento: buscar a Dios dentro del “castillo interior”. Es una intuición muy pastoral: muchos buscan a Dios como si estuviera lejos, cuando Él habita en el alma en gracia.

·        Recogimiento activo: cuando, con intención, aquieto el ruido, vuelvo al corazón, me pongo ante Dios.

·        Recogimiento pasivo: cuando, con el tiempo, Dios “toma la iniciativa” y su presencia se vuelve más perceptible a lo largo del día.

Los que caminan por esta senda se vuelven, de alguna manera, “como Ana”: no porque pasen todo el día en la iglesia, sino porque viven con el alma en adoración.

Y esto es profundamente jubilar: el peregrino de esperanza no solo camina por caminos externos; aprende a caminar por dentro.

6) Familiares, amigos y benefactores: gratitud que salva

En esta Eucaristía oramos por familiares, amigos y benefactores. Y el Evangelio nos enseña que Ana, al reconocer al Niño, da gracias y habla de Él. Dos verbos esenciales:

·        Dar gracias: porque la gratitud sana la memoria y fortalece la esperanza.

·        Hablar de Él: porque la fe que se guarda solo para uno se marchita; la fe compartida se multiplica.

Hoy, muchos benefactores sostienen la vida de la Iglesia y de nuestras comunidades no solo con bienes, sino con presencia, compañía, servicio, consejos, gestos discretos. Que el Señor les recompense. Que el Niño Dios los consuele. Que su hogar sea bendecido.

7) Llamado final: ser “resto fiel” hoy

El Evangelio no es una postal antigua: es una vocación para hoy. En medio de tantas sombras, Cristo sigue viniendo. La pregunta es: ¿habrá ojos que lo reconozcan? ¿habrá corazones que lo anuncien?

Pidamos la gracia de ser ese “resto fiel”:

·        que no se deja robar la esperanza,

·        que no se corrompe por la lógica del mundo,

·        que vive del templo interior,

·        que convierte la rutina en encuentro,

·        que da gracias y habla de Jesús con sencillez.

Oración final (en clave jubilar)

Señor Jesús, Mesías glorioso,
mira el caos de nuestro mundo y de nuestros hogares,
y ven a buscarnos cuando te buscamos.
Haz de nosotros un resto fiel:
hombres y mujeres de oración,
templos vivos del Espíritu,
peregrinos de esperanza.
Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores;
dales paz, salud, fe perseverante y alegría.
Jesús, en Ti confiamos.
Amén.

 

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