Abuela profeta
(Lc 2,36-40) ¿Quién
puede soñar con una vejez más hermosa?
Ana aprovecha su edad y su
viudez para pasar sus noches y sus días en el Templo, orando y ayunando. No hay
tiempo para lamentarse: su alabanza incesante abre los ojos de su corazón. Ella
reconoce en el Niño del joven matrimonio a Aquel que trae la liberación de
Israel.
¿Y si las abuelas fieles a
nuestras asambleas fueran también, a su manera, profetas en ciertos momentos?
Bénédicte de la Croix, cistercienne
Primera lectura
El que hace
la voluntad de Dios permanece para siempre
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan.
LES escribo, hijos, porque se les han perdonado sus pecados por el nombre de
Jesús.
Les escribo, padres, porque conocen al que es desde el principio.
Les escribo, jóvenes, porque han vencido al Maligno.
Les he escrito, hijos, porque conocen al Padre.
Les he escrito, padres, porque ya conocen al que existía desde el principio.
Les he escrito, jóvenes, porque son fuertes y la palabra de Dios permanece en
ustedes, y han vencido al Maligno.
No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en
él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la
carne, y la concupiscencia de los ojos, y la arrogancia del dinero—, eso no
procede del Padre, sino que procede del mundo. Y el mundo pasa, y su
concupiscencia.
Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
Palabra de Dios.
Salmo
R. Alégrese el
cielo, goce la tierra.
V. Familias de
los pueblos, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor;
aclamen la gloria del nombre del Señor. R.
V. Entren en
sus atrios trayéndole ofrendas.
Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda. R.
V. Digan
a los pueblos: «El Señor es rey:
él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente». R.
Aclamación
V. Un
día sagrado nos ha iluminado; vengan, naciones, y adoren al Señor, porque hoy
una gran luz ha bajado a la tierra. R.
Evangelio
Hablaba del
niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
EN aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser,
ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda
hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con
ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también
a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus
padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba
creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con
él.
Palabra del Señor.
1
1)
Una “abuela profeta” en el corazón de la Navidad
En
pleno resplandor de la Navidad, la liturgia nos regala una escena silenciosa y
luminosa: Ana, la
profetisa. No aparece con discursos largos, ni con poder, ni
con “títulos” humanos. Aparece con lo que el Evangelio considera decisivo: fidelidad, oración, ayuno, esperanza… y un corazón
entrenado para reconocer a Dios cuando llega “pequeño”.
Alguien
lo ha dicho bellamente: ¿quién
puede soñar con una vejez más hermosa? La vejez, cuando se vive con
Dios, no es “tiempo sobrante”: puede ser tiempo
fecundo, “tiempo de cosecha”, tiempo de mirada profunda. Ana no
se encierra en la nostalgia ni en la queja; convierte su historia —también sus
heridas— en alabanza.
Y esa alabanza le abre “los ojos del corazón”.
2) Cuando el corazón aprende a ver
El
Evangelio nos presenta a Ana como una mujer que permanecía. Y la permanencia es una forma
de amor. Permanecía en el templo, pero sobre todo permanecía en Dios.
Hoy muchos viven con el corazón cansado, disperso, saturado de ruido. Por eso a
veces no reconocemos al Señor… no porque no esté, sino porque la mirada
interior se nos ha debilitado.
Ana,
en cambio, tiene una mirada “jubilar”: espera
activa. La esperanza cristiana no es cruzarse de brazos; es
perseverar, confiar, caminar. Peregrinos
de esperanza no significa “optimistas ingenuos”, sino personas que
han aprendido a decir:
“Señor, aunque no lo entienda todo, Tú
estás obrando”.
Y
entonces sucede lo grande: Ana ve a un Niño y reconoce al Salvador. Eso es fe: ver más allá de lo evidente.
3) “Les escribo a ustedes…”: la identidad
que vence al mundo
La
primera lectura (1Jn 2,12-17) parece un mensaje familiar, como una carta
navideña de un padre espiritual. San Juan nos habla con ternura: hijitos, padres, jóvenes.
Es como si dijera: “En la Iglesia todos tienen lugar: los que empiezan, los
maduros, los fuertes”.
·
A
los hijitos,
les recuerda el perdón: la fe nace del abrazo misericordioso.
·
A
los padres
(los maduros en la fe), les recuerda lo esencial: “han conocido al que es desde
el principio”.
·
A
los jóvenes,
les recuerda la fortaleza: “han vencido al Maligno”.
Y
luego viene una frase fuerte, muy actual: “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo”.
Ojo: no es desprecio por la creación ni por la vida. Es una alerta contra esa
mentalidad que nos promete felicidad inmediata y nos deja vacíos: la codicia, la apariencia, la autosuficiencia, el “yo
primero”, el consumo como dios.
La
Navidad nos enseña lo contrario: Dios salva desde lo pequeño, desde lo humilde,
desde el amor verdadero. El “mundo” pasa; pero quien hace la voluntad de Dios permanece.
4) Familiares, amigos y benefactores: rostros
de esperanza
Hoy
la intención orante nos pone nombres concretos en el altar: familiares, amigos y benefactores.
Y aquí Ana nos da una clave preciosa: la fe se transmite mucho por “presencia
fiel”.
¿Quién
sostiene tantas veces la fe de una casa? A veces una abuela, un abuelo, una
madre, un padre, un amigo que insiste en llamar, alguien que acompaña, alguien
que ayuda sin alarde.
Los benefactores —del tiempo, del cariño, del consejo, del pan compartido, del
servicio escondido— son como “Ana”: personas que, sin hacer ruido, mantienen encendida la lámpara.
Y
vale decirlo con claridad en este Año Jubilar: la gratitud también es
peregrinación. Un corazón agradecido camina más ligero. Por eso hoy, junto al
pesebre, presentemos al Señor una lista interior: “Señor, gracias por…”. Y
oremos por ellos: por su salud, su trabajo, su paz, su fe, su familia.
5) Una aplicación muy humana: la queja
cierra, la alabanza abre
Hay
una verdad psicológica y espiritual: la
queja crónica estrecha el alma; la alabanza la ensancha.
No se trata de negar el dolor. Ana tuvo dolor: viudez, soledad, años. Pero no
dejó que su herida se convirtiera en identidad. La transformó en ofrenda.
Tal
vez hoy el Señor nos invita a convertir una parte de nuestra historia en
oración:
“Señor, esto me dolió… pero no quiero vivir desde la herida; quiero vivir desde
tu promesa”.
Eso
es esperanza. Eso es Jubileo. Eso es Navidad vivida a fondo.
6) Cierre: que también nosotros seamos
“profetas a nuestra hora”
Hermanos,
pidamos la gracia de Ana:
·
fidelidad sin amargura,
·
oración sin rutina,
·
mirada que reconoce a Dios en lo pequeño,
·
esperanza que no se rinde.
Y
que nuestras familias, amigos y benefactores —los presentes y los ausentes—
sean bendecidos por el Niño Dios. Que el Señor les pague con creces lo que han
sembrado en silencio.
Oración
final (breve)
Señor
Jesús, Niño de Belén,
haznos peregrinos de esperanza.
Danos ojos de fe como los de Ana,
para reconocerte en lo sencillo
y anunciarte con alegría.
Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores:
guárdalos en tu paz, fortalece su hogar,
y recompénsales con tu amor. Amén.
2
1)
La “minoría fiel”: cuando la esperanza no se apaga
El
Evangelio nos presenta a Ana,
profetisa, junto a Simeón. Ambos pertenecen a ese “resto fiel”
de Israel: hombres y mujeres que no se dejaron adormecer por la rutina
religiosa ni por el desencanto histórico, sino que esperaban la redención
con una esperanza limpia y perseverante.
Hoy
también existe esa “minoría fiel”: no necesariamente la que hace más ruido,
sino la que permanece,
la que ora, la que sostiene la fe en casa, la que sigue haciendo el bien cuando
el mundo se endurece. Y eso es profundamente jubilar: peregrinar en esperanza
cuando alrededor hay cansancio, confusión o indiferencia.
2) Ana: la mujer que “no se iba del
Templo”
El
texto es breve, pero cargado de fuego: Ana “no se apartaba del templo; servía a Dios noche y día con
ayunos y oraciones”.
Su secreto no es la ausencia de problemas, sino una decisión: habitar en Dios.
Por
eso, cuando el Niño llega, Ana lo reconoce. La vida de oración afina el oído
interior: quien reza de verdad se vuelve sensible a las mociones del Espíritu.
Ana no “adivina”: discierne.
Su corazón está entrenado para percibir la presencia de Dios donde otros solo
ven un rito más.
Aquí
hay una llamada preciosa para nosotros: no siempre podremos estar en el templo
físicamente, pero sí podemos vivir con el templo dentro, porque el Espíritu Santo habita en nosotros.
3) Lo inesperado en lo cotidiano: la
sorpresa de José y María
Imaginemos
la escena: María y José van a cumplir lo prescrito, como tantas familias.
Seguramente pensaban que sería un momento sobrio, discreto, “normal”.
Y, de pronto, dos ancianos —Simeón y Ana— rompen la rutina con una palabra profética.
La
fe auténtica hace eso: convierte lo ordinario en misterio, lo cotidiano en
encuentro. Y quizá hoy el Señor quiera decirnos: “No des por sentado lo
sagrado”. Porque uno puede estar cerca de Dios… y no darse cuenta de lo que
está pasando.
4) “No amen al mundo”: la carta de San
Juan y el combate del corazón
La
primera lectura (1Jn 2,12-17) nos habla con ternura y firmeza: hijitos, padres,
jóvenes. Es como si la Iglesia entera estuviera representada allí. Y luego
viene la advertencia: no
amar “el mundo” en el sentido de esa lógica que nos seduce con brillo,
pero nos deja vacíos: vanidad, codicia, orgullo, autosuficiencia.
En
un tiempo de caos moral y confusión, es fácil caer en dos tentaciones: la desesperanza o la rabia. San Juan nos
muestra una tercera vía: permanecer en Dios. Porque “el mundo pasa” … pero el que cumple la voluntad de Dios
permanece.
Ana
es un ícono de esa permanencia. Ella no se deja arrastrar por el ruido de su
época. Su corazón tiene una brújula: Dios.
5) El templo interior: Santa Teresa y la
oración de recogimiento
No
olvidemos a Santa Teresa
de Jesús y su enseñanza del recogimiento: buscar a Dios dentro
del “castillo interior”. Es una intuición muy pastoral: muchos buscan a Dios
como si estuviera lejos, cuando Él habita en el alma en gracia.
·
Recogimiento activo: cuando, con intención,
aquieto el ruido, vuelvo al corazón, me pongo ante Dios.
·
Recogimiento pasivo: cuando, con el tiempo,
Dios “toma la iniciativa” y su presencia se vuelve más perceptible a lo largo
del día.
Los
que caminan por esta senda se vuelven, de alguna manera, “como Ana”: no porque
pasen todo el día en la iglesia, sino porque viven con el alma en adoración.
Y
esto es profundamente jubilar: el peregrino de esperanza no solo camina por
caminos externos; aprende a caminar por dentro.
6) Familiares, amigos y benefactores:
gratitud que salva
En
esta Eucaristía oramos por familiares, amigos y benefactores. Y el Evangelio
nos enseña que Ana, al reconocer al Niño, da gracias y habla de Él. Dos verbos
esenciales:
·
Dar gracias: porque la gratitud
sana la memoria y fortalece la esperanza.
·
Hablar de Él: porque la fe que se
guarda solo para uno se marchita; la fe compartida se multiplica.
Hoy,
muchos benefactores sostienen la vida de la Iglesia y de nuestras comunidades
no solo con bienes, sino con presencia, compañía, servicio, consejos, gestos
discretos. Que el Señor les recompense. Que el Niño Dios los consuele. Que su
hogar sea bendecido.
7) Llamado final: ser “resto fiel” hoy
El
Evangelio no es una postal antigua: es una vocación para hoy. En medio de
tantas sombras, Cristo sigue viniendo. La pregunta es: ¿habrá ojos que lo
reconozcan? ¿habrá corazones que lo anuncien?
Pidamos
la gracia de ser ese “resto fiel”:
·
que
no se deja robar la esperanza,
·
que
no se corrompe por la lógica del mundo,
·
que
vive del templo interior,
·
que
convierte la rutina en encuentro,
·
que
da gracias y habla de Jesús con sencillez.
Oración
final (en clave jubilar)
Señor
Jesús, Mesías glorioso,
mira el caos de nuestro mundo y de nuestros hogares,
y ven a buscarnos cuando te buscamos.
Haz de nosotros un resto fiel:
hombres y mujeres de oración,
templos vivos del Espíritu,
peregrinos de esperanza.
Bendice a nuestros familiares, amigos y benefactores;
dales paz, salud, fe perseverante y alegría.
Jesús, en Ti confiamos. Amén.

No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por visitar mi blog, Deje sus comentarios que si son hechos con respeto y seriedad, contestaré con mucho gusto. Gracias. Bendiciones