miércoles, 3 de diciembre de 2025

4 de diciembre del 2025: jueves de la primera semana de Adviento- San Juan Damasceno, presbítero y doctor de la Iglesia- Memoria Opcional

 

Santo del día:

San Juan Damasceno

San Juan Damasceno (c. 675–749), sacerdote y doctor de la Iglesia, fue uno de los grandes teólogos de Oriente. Originario de Damasco, creció en una familia cristiana de gran prestigio y se formó tanto en ciencias sagradas como en filosofía. Más tarde ingresó en el monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén, donde desarrolló una intensa labor intelectual y espiritual.

Defendió con claridad la veneración de las imágenes sagradas durante la crisis iconoclasta, afirmando que, por la Encarnación, el Hijo de Dios asumió un rostro visible y tocable. Su obra más conocida, “La Fuente del Conocimiento”, es una de las grandes síntesis teológicas del cristianismo oriental.

Hombre de oración, amante de la liturgia y de la Virgen María, murió hacia el año 749. Su pensamiento sigue iluminando la fe de la Iglesia con equilibrio, profundidad y belleza.

 


No es suficiente

(Isaías 26, 1-6 / Salmo 118(117),1.8-9.19-20.21+25.26-27a (R. Is 26,2) /

Mateo 7, 21.24-27) En este día, la liturgia nos invita a revisar el fundamento sobre el que edificamos nuestra vida de fe.

Isaías proclama que Dios mismo es nuestra ciudad fuerte, roca firme donde el justo encuentra seguridad. El salmo abre las puertas del corazón al Señor que viene. Y Jesús, en el Evangelio, nos recuerda que no basta llamarlo “Señor”: solo permanece quien escucha su Palabra y la pone en práctica.

En este Adviento, la Palabra nos urge a construir sobre lo esencial, a dejarnos sostener por Dios y a caminar con una fe que se convierte en obediencia y vida concreta.

G.Q

 

Primera lectura

Is 26, 1-6

Que entre un pueblo justo, que observa la lealtad.

Lectura del libro de Isaías.

AQUEL día, se cantará este canto en la tierra de Judá:
«Tenemos una ciudad fuerte,
ha puesto para salvarla murallas y baluartes.
Abran las puertas para que entre un pueblo justo,
que observa la lealtad;
su ánimo está firme y mantiene la paz,
porque confía en ti.
Confíen siempre en el Señor,
porque el Señor es la Roca perpetua.
Doblegó a los habitantes de la altura,
a la ciudad elevada;
la abatirá, la abatirá
hasta el suelo, hasta tocar el polvo.
La pisarán los pies, los pies del oprimido,
los pasos de los pobres».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 118(117),1.8-9.19-20.21+25.26-27a (R. Is 26,2)

R. Bendito el que viene en nombre del Señor.

O bien:

R. Aleluya

V. Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los hombres,
mejor es refugiarse en el Señor
que fiarse de los jefes. 
R.

V. Ábranme las puertas de la salvación,
y entraré para dar gracias al Señor.
Esta es la puerta del Señor:
los vencedores entrarán por ella.
Te doy gracias porque me escuchaste
y fuiste mi salvación. 
R.

V. Señor, danos la salvación;
Señor, danos prosperidad.
Bendito el que viene en nombre del Señor,
los bendecimos desde la casa del Señor.
El Señor es Dios, él nos ilumina. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Busquen al Señor mientras se deja encontrar, invóquenlo mientras está cerca. R.

 

Evangelio

Mt 7, 21.24-27

El que hace la voluntad del Padre entrará en el reino de los cielos.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Palabra de Señor.

 

1

 

Queridos hermanos, en este Año Jubilar, signo de gracia y renovación, la Palabra de Dios vuelve a hablarnos con fuerza sobre la solidez de nuestra fe, sobre la esperanza que se edifica y sobre la urgencia de construir la vida sobre Cristo, la Roca que no falla.

Hoy, mientras celebramos con gozo el sexto día de la novena a Nuestra Señora Santa María Estrella del Mar, la liturgia nos invita a mirar cómo estamos edificando nuestra existencia espiritual y pastoral, especialmente en aquello que Dios nos ha confiado: la obra evangelizadora de la Iglesia y las vocaciones que sustentan su misión.


1. “Tenemos una ciudad fuerte” (Is 26,1): La esperanza que nos sostiene

El profeta Isaías anuncia que Dios coloca “muros y almenas para salvar”. En medio de un pueblo que ha experimentado el exilio, la incertidumbre y la fragilidad, el Señor revela que la verdadera fortaleza no está en lo humano, sino en su presencia fiel.

En Adviento, este anuncio resuena con especial fuerza:
Dios mismo es la muralla que protege nuestra esperanza.
No estamos sostenidos por estrategias humanas, sino por la fidelidad del Señor, que siempre cumple sus promesas.

La Palabra dice:
“Confíen en el Señor por siempre, porque el Señor es la Roca eterna.” (Is 26,4)

Esto nos invita a mirar nuestra vida, nuestra comunidad y nuestro Vicariato:
¿Estamos edificando nuestra misión sobre la roca firme de Cristo, o sobre nuestras fuerzas que a veces se agotan?


2. La puerta de los justos (Is 26,2): La evangelización nace de la fidelidad

El estribillo del salmo retoma esta imagen:
“Abran las puertas para que entre un pueblo justo.”

La evangelización no comienza con grandes eventos ni estrategias; comienza con un corazón justo, humilde, obediente a Dios, un corazón que se deja habitar por Cristo.

El Jubileo nos recuerda que la Iglesia solo es fecunda cuando vive en conversión permanente, cuando escucha la Palabra, cuando rompe su cerrazón, cuando “abre las puertas” para que el Señor entre y haga nuevas todas las cosas.

Nuestra intención orante hoy, por la Obra Evangelizadora y por las Vocaciones, debe nacer de ahí:
de pedir al Señor que purifique nuestro corazón para que la evangelización sea auténtica, transparente y llena del Espíritu Santo.


3. “No todo el que dice Señor, Señor…” (Mt 7,21): Fe que se vuelve vida

En el Evangelio, Jesús hace una advertencia que nos sacude:
No basta con invocarlo; hay que cumplir la voluntad del Padre.

Adviento no es tiempo de palabras, sino de decisiones.
No es tiempo de discursos piadosos, sino de coherencia de vida.

Jesús distingue dos tipos de creyentes:

El que solo repite fórmulas religiosas

—pero no deja que el Evangelio transforme su vida.

Y el que “escucha la Palabra y la cumple”

—y por eso edifica sobre roca.

A veces podemos caer en la tentación de decir “Señor, Señor” en nuestras oraciones, en nuestras liturgias, en nuestras actividades pastorales… pero sin permitir que Cristo modele nuestro carácter, nuestros gestos, nuestra vida concreta.

La verdadera evangelización siempre nace de una vida coherente.
No se puede evangelizar desde la superficialidad.


4. La casa sobre roca (Mt 7,24-27): El llamado a la perseverancia

El Señor nos enseña que:

La lluvia cae.
Los ríos crecen.
Los vientos soplan.

Todos enfrentamos tempestades.
También la Iglesia, las parroquias, las familias, las vocaciones, los procesos pastorales.

La diferencia no está en las tormentas, sino en el fundamento.

Si Cristo es la roca, nada nos derriba.
Si la roca es frágil o hecha de arena, todo se desmorona.

Este pasaje es profundamente vocacional:
El Señor sigue llamando, pero solo quienes edifican en la roca de la oración, del discernimiento y de la obediencia perseveran en su fidelidad.


5. Santa María Estrella del Mar: la Madre que guía, acompaña y sostiene

En este sexto día de la Novena, miramos a nuestra Madre como la Estrella que orienta a los navegantes.
Ella conoce los vientos, las corrientes y las tempestades del alma humana.
Ella sabe acompañar a quienes se sienten perdidos, confundidos o desanimados.

Y hoy le pedimos:

Que sostenga a quienes realizan la obra evangelizadora:

Catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, líderes de comunidad, agentes de pastoral.

Que ilumine el corazón de quienes sienten la inquietud vocacional:

Jóvenes que buscan un camino, adultos que desean consagrar su vida, familias que ofrecen a sus hijos al servicio del Evangelio.

Que nuestro Vicariato crezca en vocaciones santas y generosas.

En este territorio rodeado de mar, que la Estrella del Mar sea la guía de quienes Dios está llamando a ser luz en medio de su pueblo.


6. Conclusión: Edificar con María sobre la roca que es Cristo

Queridos hermanos:

  • Dejemos que la Palabra de Isaías nos fortalezca: Dios es nuestra ciudad fuerte.
  • Permitamos que el Salmo abra nuestras puertas interiores para que Él entre.
  • Aceptemos la corrección de Jesús: no basta decir “Señor”; hay que vivir como Él.
  • Y caminemos con María, Estrella del Mar, hacia ese puerto seguro que es Cristo.

En este Año Jubilar, construyamos una Iglesia que evangeliza desde la solidez del Evangelio.
Pidamos con humildad vocaciones santas.
Y renovemos nuestro compromiso de ser piedras vivas en la obra evangelizadora del Señor.


Oración final (breve)

Señor Jesús, Roca eterna,
haz que nuestra vida y nuestra Iglesia se edifiquen sobre tu Palabra.
Bendice la obra evangelizadora de nuestro Vicariato
y suscita vocaciones santas para tu servicio.
Que Santa María Estrella del Mar nos acompañe,
nos sostenga en la esperanza
y nos guíe siempre hacia Ti.

Amén.

 

2

 

Queridos hermanos:

La Palabra de Dios hoy nos conduce al corazón mismo del Adviento: la necesidad de edificar la vida sobre lo esencial, sobre lo que permanece, sobre aquello que no se derrumba cuando llegan las pruebas. Jesús no nos engaña: las tormentas vendrán. Pero también nos promete que quienes construyen sobre Él, sobre su Palabra, jamás serán derrotados por el viento ni por la lluvia.


1. Isaías anuncia: “Tenemos una ciudad fuerte”

La primera lectura presenta una imagen cargada de esperanza:
Dios es la ciudad fuerte donde su pueblo encuentra protección.
No es la fuerza humana la que sostiene la vida espiritual, sino la fidelidad del Señor.

“Confíen en el Señor por siempre, porque el Señor es la Roca eterna”, proclama Isaías.

Este mensaje se vuelve profundamente jubilar:
el Año Santo nos invita a reconstruir nuestra existencia desde la raíz, a purificar el corazón, a entrar por las
puertas de la justicia y a vivir en la confianza plena de que Dios cuida a su pueblo.


2. El salmo: abrir las puertas para que entre el Señor

El salmo retoma el mismo espíritu:
“Abran las puertas para que entre el pueblo justo.”

Adviento es tiempo de abrir:
abrir el alma, abrir la historia, abrir los procesos personales y comunitarios para dejar que Dios entre, restaure, purifique y renueve.

El pueblo justo es el que confía, el que acoge, el que se deja moldear.
Es el que hace de Dios su defensa, su guía y su horizonte.


3. “No todo el que dice Señor, Señor…”: la fe que se vuelve obediencia

El Evangelio es exigente y luminoso. Jesús distingue entre dos tipos de discípulos:

El que escucha la Palabra y la pone en práctica

Y el que la escucha, pero no la vive

Ambos oyen el Evangelio, pero sólo uno lo convierte en decisiones concretas.
Solo uno edifica sobre roca.

El Señor advierte:
no basta la religiosidad superficial,
no bastan los gestos devocionales,
no basta repetir “Señor, Señor”.

La verdadera fe se ve en la obediencia, en la coherencia, en la capacidad de transformar la vida según el Evangelio.


4. Las tormentas llegarán: estar preparados

Hay que  subrayar una verdad innegociable:
las tormentas no son opcionales, son seguras.

Llegarán:
– sufrimientos,
– crisis afectivas o familiares,
– fragilidades personales,
– enfermedades,
– luchas espirituales,
– decepciones y silencios de Dios.

Lo decisivo no es la tormenta, sino el fundamento.

Quien vive apoyado en Cristo resiste, aunque tiemble.
Quien vive apoyado en sus propias fuerzas, en el pecado o en la autosuficiencia, se derrumba.


5. Jesús mismo: nuestro modelo de casa edificada sobre roca

La vida de Jesús es la prueba más bella de esta enseñanza.
Vivió la tormenta de la traición, de la mentira, del rechazo, de las heridas injustas, de la cruz.
Y nunca perdió la paz.
¿Por qué?

Porque había edificado todo sobre la voluntad del Padre.
Su fundamento era perfecto.
Su obediencia era total.
Su amor era indestructible.

Nada robó su serenidad interior.
Ni siquiera la muerte.


6. Adviento: tiempo para revisar el fundamento interior

Hoy el Señor nos invita a un autoexamen sincero:

– ¿Desde qué fundamento decido?
– ¿Me mueve la fe o me mueve el miedo?
– ¿Respondo como discípulo o reacciono como persona sin esperanza?
– ¿Construyo sobre roca o sobre arenas como el materialismo, la comodidad espiritual, el ego o el resentimiento?

Adviento es tiempo de reconstrucción, de volver a la Roca eterna.


7. Marco Jubilar: Obra Evangelizadora y Vocaciones

En este Año Santo, esta Palabra adquiere un eco misionero.
La Iglesia solo evangeliza con fecundidad cuando está
firmemente fundada en Cristo.
No en estrategias, no en apariencias, no en proyectos humanos, sino en la fuerza del Espíritu.

Por eso oramos hoy:

– por los misioneros,
– por catequistas y agentes pastorales,
– por nuestros sacerdotes, consagradas y religiosos,
– por las familias que transmiten la fe,
– por los jóvenes llamados al sacerdocio o a la vida consagrada.

Una Iglesia con firmes cimientos produce vocaciones firmes.
Una comunidad edificada sobre Cristo es capaz de resistir tormentas y de irradiar luz en la oscuridad del mundo.


8. María, Estrella del Mar: guía en medio del camino

María, nuestra Madre y Estrella en el mar de la vida, es quien señala siempre el rumbo hacia Cristo.
Ella edificó su existencia sobre la Palabra:
“Hágase en mí según tu Palabra.”

Que ella interceda por nosotros para que sepamos escuchar, creer y actuar, no sólo escuchar.


Conclusión

Hermanos:

Las tormentas llegarán, pero no nos vencerán.
La clave está en el fundamento:
si Cristo es nuestra roca, permaneceremos de pie.

Que este Adviento y este Año Jubilar sean tiempo de reconstrucción seria, de volver a la Palabra, de fortalecer la misión evangelizadora y de suplicar por vocaciones santas.
Que la Roca eterna nos sostenga hoy y siempre.


Oración final breve

Señor Jesús, Roca eterna,
fortalece nuestra vida en tu Palabra.
Haz fecunda la obra evangelizadora de tu Iglesia
y suscita vocaciones generosas para tu servicio.
Que la Madre Estrella del Mar
nos conduzca siempre hacia Ti,
fundamento firme de nuestra esperanza.

Amén.

 

 

 

4 de diciembre:

San Juan Damasceno, presbítero, religioso y doctor de la Iglesia — Memoria opcional

c. 676–749
Patrono de los farmacéuticos, pintores de iconos y estudiantes de teología
Declarado Doctor de la Iglesia por el papa León XIII en 1890.

 

Cita:


En otros tiempos Dios no había sido representado en imágenes, siendo incorpóreo y sin rostro. Pero como ahora Dios ha sido visto en la carne y ha vivido entre los hombres, represento aquella parte de Dios que es visible. No venero la materia, sino al Creador de la materia, que se hizo materia por mi causa y se dignó vivir en la materia y realizar mi salvación a través de la materia… ¡Pero no la venero absolutamente como a Dios! ¿Cómo podría aquello que, de la no existencia, ha recibido la existencia, ser Dios?… ¿No es acaso la madera de la Cruz, tres veces bendita, materia?… ¿Y la tinta, y el Santísimo Libro de los Evangelios, no son materia? ¿El altar redentor que dispensa el Pan de Vida, no es materia?… Y, antes que nada, ¿no son materia la carne y la sangre de nuestro Señor? O bien debemos suprimir la naturaleza sagrada de todas estas cosas, o debemos conceder a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y de los amigos de Dios que son santificados por el nombre que llevan, y que por ello poseen la gracia del Espíritu Santo.


~ San Juan Damasceno


Reflexión:

A comienzos del siglo VII, Damasco, Siria, era una ciudad floreciente dentro del Imperio Romano de Oriente (Bizantino). Siendo una de las ciudades habitadas de manera continua más antiguas del mundo, gozaba de una rica herencia cultural y diversidad. Como parte del Imperio Romano, era principalmente cristiana, con presencia de judíos, pequeños focos de paganismo y algunas sectas cristianas heréticas. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, los conquistadores islámicos avanzaron sobre el Imperio Romano, capturando y ocupando Damasco en 635. En 661, Damasco se convirtió en la capital del Califato Omeya, aumentando aún más la influencia islámica en la región.

Aunque los derechos de los cristianos fueron restringidos, se les permitió practicar su religión bajo ciertas condiciones y limitaciones, como pagar un impuesto especial y usar vestimenta distintiva. También ocupaban un estatus legal inferior al de los musulmanes. Sin embargo, algunos cristianos recibieron roles importantes en el gobierno, especialmente en la administración financiera, gracias a su educación griega y romana y a sus habilidades administrativas, altamente valoradas por muchos líderes musulmanes. Fue en este contexto histórico que nació San Juan de Damasco (Juan Damasceno).

Juan nació de padres cristianos que no permitieron que sus gobernantes musulmanes afectaran su fe. De hecho, su padre era uno de los cristianos más estimados por las autoridades locales y fue encargado de importantes tareas administrativas por el Califato. Se cree que Juan recibió una excelente educación desde su niñez. Posiblemente fue instruido en la fe por clérigos locales, y aprendió también filosofía griega y romana. En algún momento, su padre encontró en el mercado a un esclavo llamado Cosmas. Algunos documentos indican que Cosmas era un monje muy instruido de Sicilia que había sido capturado durante una incursión. El padre de Juan logró su liberación —quizás comprándolo a un precio elevado— y confió la educación de su hijo al monje. Otro joven, posiblemente un huérfano cuidado por el padre de Juan, estudió junto a él.

Cosmas no solo era experto en teología, sino también en filosofía, música, astronomía y diversas disciplinas. Bajo su guía, Juan progresó enormemente. Dado el dominio musulmán de Damasco, Juan también se volvió muy versado en la ley islámica, la cultura y la teología.

Cuando el padre de Juan murió, el Califato reconoció en Juan a un hombre de gran virtud y formación. Como su padre, se le asignó un cargo importante en la administración de la ciudad. Sin embargo, Juan comenzó a sentirse cada vez más inquieto en un ambiente no cristiano y temía su influencia. Así, en algún momento entre sus veintitantos y treinta años, renunció a su cargo, vendió sus bienes y se retiró al monasterio desértico de Mar Saba, cerca de Jerusalén, llevándose consigo a Cosmas.

Como monje, Juan dedicó sus dos primeras décadas a crecer en la perfección espiritual. Bajo la guía de su director espiritual, abrazó las disciplinas monásticas: renunciar a la propia voluntad, evitar los apegos mundanos, dedicar todas sus acciones a Dios, arrancar de sí el orgullo, rechazar la búsqueda de experiencias espirituales extraordinarias, eliminar pensamientos mundanos y cultivar el silencio. Cumplió con humildad todas las tareas asignadas por sus superiores. Estudió, oró, hizo penitencia y se entregó continuamente a la misericordia de Dios. Avanzó tanto en la vida espiritual, en la humildad y en la ciencia, que sus superiores lo consideraron digno del sacerdocio, algo poco común entre los monjes. También creyeron que, como sacerdote, podría servir grandemente a la Iglesia mediante el ministerio y la escritura. Así, Juan fue ordenado e instruido para abordar importantes cuestiones teológicas dentro del Califato y del Imperio Bizantino.

Según diversas fuentes antiguas, el primer conflicto surgió con Yazid ibn Abd al-Malik, califa omeya, quien se oponía al uso de iconos e imágenes sagradas en las iglesias cristianas. Una historia relata que un mago judío de Tiberíades prometió a Yazid una larga vida de buena fortuna si prohibía los iconos cristianos en su territorio. Los judíos seguían la Torá, que prohibía el uso de imágenes de Dios. Yazid aceptó el consejo y, en 721, promulgó un edicto por el cual se destruyeron iconos cristianos en las iglesias del califato.

Poco después, entre 726 y 729, el emperador bizantino León III, hombre profundamente religioso, también se convenció de que la veneración de imágenes sagradas era idolatría. Por tanto, emitió una serie de edictos prohibiendo los iconos y las imágenes sagradas en todo el Imperio Bizantino. El Patriarca de Constantinopla se opuso a León, así que el emperador nombró un nuevo patriarca por su propia autoridad. El papa también se opuso a León, generando graves tensiones entre Oriente y Occidente.

Bajo obediencia, el padre Juan escribió su primera gran obra: Tratados apologéticos contra los que rechazan las imágenes sagradas, en los cuales expuso en tres escritos la justificación del uso de iconos de manera profundamente teológica, pero también accesible al pueblo sencillo. En estos tratados, el padre Juan fue el primero en distinguir entre latreía (adoración), debida solo a Dios, y proskynesis (veneración), que puede dirigirse a imágenes sagradas que representan figuras divinas. Como en el Antiguo Testamento estaba prohibido adorar ídolos o cualquier imagen de Dios, la explicación del padre Juan ayudó a reconciliar el uso cristiano de imágenes con las antiguas prohibiciones. Argumentó que la veneración de imágenes es legítima debido a la Encarnación del Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento, la Encarnación no había tenido lugar; por eso se prohibía representar mediante materia al Dios invisible. Pero en Cristo, el Dios invisible se hizo visible y material, santificando así el mundo físico y permitiendo que la materia refleje la majestad de Dios. El padre Juan extendió esta lógica a la veneración de imágenes de los santos, que ahora participan de la gloria de la vida divina (véase la cita anterior).

La tradición sostiene que el emperador bizantino se indignó tanto por la condena de Juan a sus decretos que falsificó una carta en nombre del monje, implicándolo en un supuesto ataque planeado contra Damasco. Cuando el Califa recibió la carta, ordenó cortar la mano del padre Juan y exponerla en una estaca. Una vez ejecutado el castigo, el padre Juan suplicó a la Madre de Dios que intercediera para que pudiera seguir escribiendo. Al día siguiente, su mano fue milagrosamente restaurada.

Cinco años después de su muerte, su tratado fue condenado por el Concilio de Hieria en 754, convocado por el emperador bizantino. Pero en 787, en el II Concilio de Nicea, Juan fue plenamente reivindicado. El Concilio apoyó la veneración de los iconos y declaró ilegítimo el Concilio de Hieria, ya que ninguno de los cinco patriarcas estuvo presente.

Además de sus escritos contra los iconoclastas, San Juan Damasceno es conocido por su síntesis doctrinal de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, titulada De Fide Orthodoxa (Exposición exacta de la fe ortodoxa). También escribió contra diversas herejías, y sobre lógica y filosofía. Entre sus obras adicionales se encuentran himnos, cartas, comentarios y sermones, entre ellos una serie dedicada a la Santísima Virgen María. También fue crítico del islam, señalando muchos de sus errores.

San Juan Damasceno dejó una clara exposición de la fe de la Iglesia que se convirtió en norma de estudio para los siglos posteriores. Sin embargo, nada de eso habría sido posible si antes no hubiera ingresado al monasterio y perfeccionado su vida espiritual como ermitaño. Al honrar a este gran santo, reflexiona sobre el fundamento que tú mismo necesitas establecer en tu vida espiritual. Sin ese sólido fundamento de unión profunda con Dios, la acción de Dios en ti será limitada. Con ese fundamento, en cambio, grandes cosas puede realizar Dios en ti y a través de ti, para salvación de las almas y gloria de su Nombre.


Oración

San Juan Damasceno,
percibiste el llamado de Dios a salir del mundo para entrar en profunda comunión con Él.
En aquel santo monasterio fuiste formado en la virtud y en la santa doctrina.
Dios te usó luego de manera admirable para el bien de la Iglesia y la gloria de su Nombre.
Te ruego que ores por mí, para que abrace la conversión que necesito
y así pueda servir mejor a Dios según su voluntad.
San Juan Damasceno, ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 

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