jueves, 25 de diciembre de 2025

26 de diciembre del 2025: San Esteban, protomártir- Fiesta

 

Santo del día:

San Esteban

Siglo I. «Hombre lleno de fe y del Espíritu Santo», fue uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles. Murió lapidado, pidiendo a Dios perdón a sus verdugos. Primer mártir de la Iglesia.

 

Reunión celestial

(Hechos 6, 8-10; 7, 54-60; Mateo 10, 17-22) Al celebrar a san Esteban al día siguiente de la Natividad, la Iglesia recuerda que la sabiduría del Espíritu del Padre, atravesando la ceguera de los hombres, conduce a la gloria de Jesús. Es cierto: el horizonte humano del Niño —como el de los discípulos— es una furia de muerte marcada por gritos y traiciones. Pero el nacimiento en la tierra del Hijo de Dios hace posible el nacimiento en el cielo de un hijo de hombre: el discípulo imita y se une a su Maestro.”

Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste


Primera lectura

Hch 6, 8-10; 7, 54-59


Veo los cielos abiertos

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.

EN aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.
Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
«Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
«Señor Jesús, recibe mi espíritu».



Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16b y 17 (R.: 6a)

R. A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

V. Sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. 
R.

V. A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción. 
R.

V. Líbrame de mis enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
 R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bendito el que viene en nombre del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina. R.

 

Evangelio

Mt 10, 17-22

No serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¡Cuidado con la gente!, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando los entreguen, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán: en aquel momento se les sugerirá lo que tienen que decir, porque no serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Y serán odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará».

Palabra del Señor.

 

1

 

Hermanos y hermanas:

La liturgia tiene una pedagogía fina, casi provocadora: ayer cantábamos “Gloria a Dios en el cielo” y hoy, sin cambiar de escenario espiritual, la Iglesia nos pone delante la sangre de un mártir. Como si dijera: el pesebre no es un adorno dulce; es una decisión de Dios que incomoda al mundo. La Navidad no es una postal: es una luz que entra en una historia real… y por eso despierta resistencias.

1. Del pesebre a la “reunión celestial”

San Esteban aparece en los Hechos como un hombre lleno de gracia y de poder, capaz de hacer el bien, hablar con claridad, y sostener la verdad sin odio (Hch 6,8). Pero lo que más impresiona no es su elocuencia, sino su final:
cuando todo se vuelve violencia, Esteban mira al cielo, ve la gloria de Dios y a Jesús de pie; y mientras lo apedrean, reza:

  • “Señor Jesús, recibe mi espíritu”
  • “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60)

Ahí está el corazón de la fiesta: el discípulo imita y alcanza al Maestro. En la cruz, Jesús entregó su espíritu y perdonó; Esteban hace lo mismo. Y esa imitación no es teatro: es el fruto del Espíritu en una persona herida, presionada, amenazada… pero habitada por Dios.

2. La frase que une a Jesús y a Esteban: “En tus manos”

El salmo responsorial nos da la llave:
“En tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31).
Es una oración para el que ya no controla nada: el enfermo que no puede dormir del dolor, la madre que no sabe cómo sostener la casa, el joven que batalla con ansiedad o depresión, el adulto que carga duelos silenciosos. Es la oración del que dice: “Señor, no entiendo todo, pero me confío a Ti”.

Y aquí el Jubileo se vuelve concreto: peregrinar con esperanza no es andar sin heridas; es caminar con heridas, pero con Dios. La esperanza cristiana no niega la noche: enciende una lámpara dentro de la noche.

3. “No se preocupen… el Espíritu hablará” (Mt 10,17-22)

En el Evangelio, Jesús no vende una fe cómoda: anuncia conflictos, tribunales, divisiones, rechazo. Pero también promete algo decisivo:
“No serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.”

A veces creemos que ser cristiano es tener siempre respuestas brillantes. Jesús nos enseña otra cosa: ser cristiano es permanecer fieles cuando las fuerzas flaquean, cuando la incomprensión aprieta, cuando la vida nos pone contra las cuerdas. “El que persevere hasta el final se salvará.” Perseverar no es “aguantar por orgullo”; es sostenerse en Dios.

Y esto ilumina a quienes sufren en el cuerpo y en el alma: hay días en que la “perseverancia” se parece a cosas pequeñas: levantarse, pedir ayuda, tomar el tratamiento, aceptar compañía, rezar aunque sea con una sola frase: “Señor, en tus manos.”

4. Dos imágenes para llevar al corazón

  • He escuchado decir a algunos médicos que hay dolores del cuerpo que se ven, y dolores del alma que se esconden. A veces la persona más sonriente es la que más lucha por dentro. La comunidad cristiana está llamada a ser lugar donde uno no tiene que fingir: donde puede decir “me duele” sin ser juzgado.
  • Y otra imagen: una vela enciende otra sin perder su fuego. Esteban, al morir perdonando, no apaga su vida: la entrega. La esperanza funciona así: se comparte. En tu casa, en tu trabajo, en tu comunidad, tu fe puede ser esa vela para alguien que hoy está en tinieblas.

5. ¿Qué nos enseña San Esteban hoy?

1.    Mirar al cielo sin escapar de la tierra: Esteban no huye de la realidad; la atraviesa con una mirada mayor.

2.    Perdonar no es justificar: es no permitir que el mal me convierta en lo que detesto.

3.    La Iglesia nace misionera y perseguida, pero nunca derrotada: porque su fuerza no está en la piedra del agresor, sino en el Espíritu del Padre.

4.    El sufrimiento puede ser lugar de encuentro con Cristo: no porque Dios “quiera” el dolor, sino porque Dios no nos abandona en el dolor.

 

Oración final (por quienes sufren en el cuerpo y en el alma)

Señor Jesús,
que en la Navidad te hiciste cercano y vulnerable,
mira a tus hijos e hijas que hoy sufren:
los enfermos, los que padecen dolores persistentes,
los que viven cansancio, soledad, duelo, ansiedad o depresión,
los que cargan heridas antiguas y luchas silenciosas.

Como san Esteban, queremos decirte:
“En tus manos encomiendo mi espíritu.”
Danos tu Espíritu para perseverar,
para pedir ayuda cuando haga falta,
para sostener al que se cae,
para perdonar sin amargura,
y para caminar como peregrinos de esperanza en este Año Jubilar.

Que María, Madre del Niño Dios,
nos cobije en nuestras noches;
y que san Esteban, mártir fiel,
interceda por nosotros. Amén.

 

2

 

Hermanos y hermanas:

Apenas ayer cantábamos la alegría de la Navidad, y hoy la Iglesia nos coloca ante el testimonio de San Esteban, el primer mártir. No es una contradicción: es una enseñanza. El Niño del pesebre es Rey, y por eso su luz no deja indiferente al mundo. La fe verdadera consuela, sí… pero también confronta; trae paz al corazón, y a veces despierta rechazo afuera.

 

1) Del Evangelio a la vida: “Cuidado con los hombres…”

Jesús avisa con claridad: “Los entregarán a los tribunales… los azotarán… serán llevados ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio” (Mt 10,17-18).
Estas palabras describen, casi como una fotografía, lo que vivió Esteban. La Iglesia no nos engaña con un cristianismo “sin cruz”. En este Año Jubilar, peregrinar con esperanza no significa caminar sin conflictos, sino caminar con Cristo incluso cuando el camino se vuelve duro.

 

2) Un detalle precioso de la primera comunidad

La Iglesia naciente en Jerusalén era diversa: había judíos “hebreos” y judíos “helenistas”, marcados por culturas distintas. Y en medio de esa diversidad apareció una herida concreta: algunas viudas quedaban descuidadas en el reparto de alimentos.
¿Y qué hace la Iglesia? No se resigna ni se divide: discierne y organiza la caridad. Nacen los siete diáconos. Esteban aparece ahí: como servidor, como hombre de comunidad, como alguien que no busca protagonismo sino fidelidad.

Esto es muy actual: muchas crisis comienzan por pequeñas negligencias. Pero cuando la Iglesia se deja guiar por el Espíritu, los problemas se vuelven ocasión de madurez.

 

3) Quién era Esteban: fe, Espíritu y valentía

De Esteban se dice que estaba lleno de fe y del Espíritu Santo, y que hacía “prodigios” (Hch 6,8). Pero su mayor “prodigio” no fue un milagro externo: fue la firmeza interior.
Cuando lo enfrentan, responde con sabiduría; cuando lo acusan, no devuelve odio; cuando lo condenan, mantiene el corazón en Dios.

Y aquí muchos pueden reconocerse: hay personas que no están siendo “apedreadas” con piedras, pero sí con palabras, con indiferencia, con injusticias, con burlas, con presiones en la familia o en el trabajo por vivir la fe con coherencia.

 

4) La hora del martirio: entregar el espíritu y perdonar

Lo más conmovedor de Esteban es que muere como Jesús:

·        “Señor Jesús, recibe mi espíritu”

·        “Señor, no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60)

Aquí el Salmo se vuelve carne: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31).
Esto tiene una fuerza especial para nuestra intención orante de hoy: por quienes sufren en el cuerpo y en el alma. A veces, cuando el dolor aprieta, la oración se reduce a una frase sencilla, casi un suspiro:
“Señor, en tus manos.”
Y esa frase, dicha con fe, puede ser un acto de valentía tan grande como un discurso.

 

5) El “fruto” del martirio: lo que parecía derrota se volvió misión

Humanamente, la muerte de Esteban parecía una tragedia: se desató una persecución y la comunidad se dispersó. Pero esa dispersión llevó el Evangelio más allá de Jerusalén: Judea, Samaría… y después el mundo.
Dios no quiere el mal, pero no permite que el mal tenga la última palabra. De lo que parecía ruina, Dios sacó expansión; de la herida, sacó anuncio.

Aquí se entiende una verdad que sostiene la esperanza: Dios puede sacar un bien mayor incluso de nuestras noches, sin romantizar el sufrimiento, pero sin desesperar. En clave jubilar: la esperanza cristiana no es optimismo ingenuo, es la certeza de que Dios trabaja incluso cuando nosotros solo vemos piedras.

 

6) Aplicación para hoy: persecuciones pequeñas y cruces grandes

Hoy muchos cargan cruces visibles (enfermedad, limitaciones, tratamientos, dolor crónico) y otros cargan cruces invisibles (depresión, ansiedad, duelo, heridas afectivas, soledad).
La fiesta de San Esteban nos dice tres cosas muy concretas:

1.    No estás solo: Cristo te acompaña en el tribunal, en la sala de espera, en el insomnio, en la angustia.

2.    No te dejes gobernar por el miedo: Jesús lo anunció, pero también prometió el Espíritu.

3.    No desperdicies tu cruz: entrégasela a Dios. Él puede convertirla en bendición para otros, en testimonio, en compasión más grande.

 

Conclusión y oración

Hermanos, celebremos a San Esteban no solo admirándolo, sino dejándonos contagiar por su fe: servir, testimoniar, perdonar, confiar.

Oremos:

Señor Jesús,
Tú que naciste en humildad y reinaste desde la cruz,
mira a los que sufren en el cuerpo y en el alma.
Dales alivio, fortaleza, buena compañía,
y la gracia de decir cada día: “En tus manos encomiendo mi espíritu.”

Danos el Espíritu Santo para no responder al mal con mal,
para perseverar cuando el corazón flaquea,
y para ser testigos tuyos con mansedumbre y valentía.

San Esteban, mártir fiel,
ruega por nosotros.
Jesús, en Ti confiamos.
Amén.

 

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26 de diciembre:

San Esteban, el Primer Mártir — Fiesta
Principios del siglo I – c. 33–36
Santo patrono de los monaguillos, constructores, fabricantes de ataúdes, diáconos, caballos, albañiles y canteros.
Invocado contra los dolores de cabeza.

 


Cita:
«¡Pueblo de dura cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Ustedes siempre se oponen al Espíritu Santo; son igual que sus antepasados. ¿A cuál de los profetas no persiguieron sus antepasados? Dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, del cual ustedes ahora se han hecho traidores y asesinos. Ustedes recibieron la ley transmitida por medio de ángeles, pero no la observaron».
Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios». Pero ellos gritaron con fuerte voz, se taparon los oídos y se abalanzaron todos a una contra él. Lo sacaron fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras apedreaban a Esteban, él clamaba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Luego cayó de rodillas y gritó con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado»; y dicho esto, se durmió.

~Hechos 7,51–60

 

Reflexión

San Esteban, a quien honramos hoy, es el primer mártir cristiano, por lo que recibe el título único de “Protomártir”. Todo lo que sabemos sobre san Esteban proviene de los Hechos de los Apóstoles, capítulos 6–7. Su nombre es de origen griego, lo cual sugiere que era un judío helenista. No se conoce nada más sobre la vida temprana de Esteban. Aparece en el escenario dentro de la Iglesia primitiva en Jerusalén, donde fue elegido como diácono para ayudar a asegurar la distribución justa de las provisiones diarias dentro de la comunidad cristiana, a fin de liberar a los Apóstoles de esa responsabilidad.

Mientras Jesús caminaba por la tierra, su comunidad de seguidores se convirtió en una comunidad muy unida. Para poder dedicarse a seguir a Jesús a tiempo completo, algunos de sus discípulos atendían las necesidades de toda la comunidad (véase Lucas 8,3). Después de que Jesús ascendió al Cielo y envió el Espíritu Santo, los Apóstoles permanecieron en Jerusalén, y la comunidad de creyentes continuó profundizando su vida comunitaria. Comían juntos, celebraban la Eucaristía y compartían sus recursos económicos entre sí.

La comunidad de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba suya propia ninguna de sus posesiones, sino que lo tenían todo en común. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y todos gozaban de gran estima. No había entre ellos ningún necesitado, porque quienes poseían campos o casas los vendían, llevaban el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad (Hechos 4,32–35).

La comunidad de Jerusalén, en sus inicios, estaba compuesta tanto por judíos hebreos como por judíos helenistas. Los judíos hebreos eran originarios de Judea y hablaban principalmente arameo como lengua común. Se adherían estrechamente a las costumbres judías tradicionales y utilizaban el hebreo en las prácticas religiosas. Los judíos helenistas, por lo general, hablaban griego y estaban influenciados por la cultura griega, debido a su asimilación en la sociedad grecorromana más amplia a lo largo del Imperio romano. Tanto los helenistas como los hebreos se convertían a Cristo y vivían como un solo pueblo unido en Jerusalén. Sin embargo, al parecer persistían prejuicios: «Por aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los helenistas se quejaron contra los hebreos, porque sus viudas eran descuidadas en la distribución diaria» (Hechos 6,1).

Como los Apóstoles decidieron dedicarse a la oración y a la predicación de la Palabra, pidieron a la comunidad que eligiera a «siete varones de buena reputación, llenos de Espíritu y de sabiduría» (Hechos 6,3). Luego los Apóstoles los asignaron a la tarea de supervisar la distribución diaria de provisiones. Los Apóstoles oraron e impusieron las manos sobre estos siete hombres, ordenándolos como los primeros diáconos de la Iglesia. Ellos eran: «Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo; también Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás de Antioquía, prosélito» (Hechos 6,5). Algunas tradiciones antiguas identifican a Esteban como el mayor y el líder de los demás, convirtiéndolo en lo que llegó a conocerse como “arcediano”. Esteban probablemente era griego, por lo que pudo haber sido elegido, en parte, para ayudar a asegurar que las mujeres helenistas, especialmente las viudas, recibieran su parte en la distribución diaria.

Como diácono, Esteban también predicaba la Palabra de Dios y realizaba muchos milagros. Varios judíos helenistas incluso debatieron con él en público, «pero no podían resistir la sabiduría y el Espíritu con que hablaba» (Hechos 6,10). Esto los irritó tanto que lo llevaron ante el Sanedrín, tal como habían hecho con Jesús. El Sanedrín era el máximo organismo religioso, judicial y legislativo dentro de la comunidad judía. Los cargos contra Esteban eran que hablaba contra el Templo y la Ley de Moisés. Mientras Esteban estaba ante el encolerizado Sanedrín, su rostro parecía el de un ángel.

Hechos 7,1–53 presenta un largo discurso que Esteban pronunció ante el Sanedrín. Es uno de los discursos más largos y significativos del Nuevo Testamento. En él, Esteban recorrió la historia de Israel desde Abraham hasta Salomón, quien construyó el Templo. Subrayó las acciones de Dios que tuvieron lugar fuera del Templo, así como la desobediencia recurrente de Israel. Sobre el Templo, dijo: «El Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre» (Hechos 7,48). En otras palabras, el Templo había sobrepasado su propósito. El Altísimo vino a nosotros en la Persona de Jesús, y Jesús es el Nuevo Templo y el Nuevo Sacerdote que se ofreció a sí mismo como el Sacrificio Nuevo y Perpetuo. Esteban releyó y reinterpretó el Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Fue de los primeros seguidores de Cristo en unir con claridad el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento que se iba desplegando. También se refirió a los miembros del Sanedrín y a quienes lo acusaban como «pueblo de dura cerviz».

Recordemos del juicio de Jesús que el Sanedrín, bajo la ocupación romana, no podía condenar a una persona a muerte. Los romanos se reservaban esa autoridad. En el caso de Esteban, sus acusadores estaban tan enfurecidos que lo arrastraron de inmediato fuera de la ciudad (probablemente por la puerta norte) y lo apedrearon hasta matarlo. Esta situación horrible, sin embargo, se volvió verdaderamente hermosa y gloriosa a causa de la fe de Esteban. Antes de ser arrastrado al lugar de su muerte, miró al Cielo y exclamó: «Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios» (Hechos 7,56). Cuando lo sacaron y comenzaron a apedrearlo, oró: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» y «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hechos 7,59–60). Noten las semejanzas con Jesús, que clamó desde la Cruz: «Padre, perdónalos…» (Lucas 23,34) y «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23,46). Como autor del Evangelio y de los Hechos de los Apóstoles, resulta claro por esos pasajes que san Lucas pretendía establecer esta conexión.

Entre quienes consintieron en el martirio de san Esteban estaba el fariseo Saulo, que más tarde se convertiría, se convertiría en el gran Apóstol de los gentiles y sería conocido por su nombre romano: Pablo. Después de su conversión, san Pablo se apoyó en la enseñanza de san Esteban, la desarrolló y la profundizó, continuando la misión de aquel a quien ayudó a perseguir y matar. Es claro que la oración final de san Esteban fue escuchada por Dios y se aplicó de un modo especial a Saulo.

San Pablo escribiría más tarde en una carta a los Romanos: «Sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, de los que han sido llamados conforme a su propósito» (Romanos 8,28). Nada más verdadero podría decirse del martirio de san Esteban. Al principio hubo gran temor y caos. «Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia en Jerusalén, y todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, excepto los apóstoles» (Hechos 8,1). La comunidad cristiana tan unida se dispersó, huyendo para salvar la vida. En la sabiduría de Dios, esta dispersión se convirtió en el primer gran medio de evangelización. Los cristianos llevaron a Cristo dentro del templo de sus almas a gente de todas partes. Uno a uno, nuevos corazones se convirtieron, y la comunidad dispersa compartió con otros la Nueva Ley de Cristo.

Una tradición afirma que san Esteban fue enterrado en la localidad de Beit Jimal, a unas veinte millas al oeste de Jerusalén. Cuenta la leyenda que, en el año 415, un sacerdote llamado Luciano tuvo un sueño en el que se le reveló el lugar de sepultura de san Esteban. El sacerdote llevó sus restos de vuelta a Jerusalén, y algunos años después Esteban fue enterrado en el lugar de su martirio, en lo que hoy es la Iglesia de San Étienne (Esteban, en francés). En su libro La ciudad de Dios, san Agustín dice que algunas reliquias de san Esteban fueron llevadas a las «aguas de Tibilis», que muy probablemente estaban en el norte de África. Agustín relata luego muchas historias de milagros que ocurrieron en la vida de quienes entraron en contacto con sus reliquias.

Al honrar al protomártir de la Iglesia, medita la verdad profunda de que Dios siempre saca bien del sufrimiento cuando ese sufrimiento se une en oración a Cristo. En honor de san Esteban, al reflexionar sobre su vida y su muerte, trae a la mente cualquier sufrimiento que estés soportando. Ya sea físico, mental o emocional; causado por enfermedad, persecución o cualquier otra fuente, busca unirte a ti mismo y a tus sufrimientos a Cristo. Si parte de tu sufrimiento proviene de los pecados de otros, reza la oración que san Esteban rezó: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado». Y a lo largo de tu vida, reza con él: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Reza también pidiendo su intercesión, especialmente por el valor y la fortaleza para cumplir la voluntad de Dios en tu vida.


Oración:

San Esteban, fuiste agraciado para ser el primer seguidor de Cristo que fue martirizado por tu fe. No rehuíste la crueldad y el odio de tus perseguidores, sino que les dijiste la verdad y oraste para que fueran perdonados. Te ruego también que ores por mí, para que yo sea perdonado por los pecados que he cometido contra otros y te siga ofreciendo mi vida, de todo corazón, a Cristo cada día de mi vida. San Esteban, ruega por mí. Jesús, en Ti confío.

 

 

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