Santo del día:
San Esteban
Siglo I. «Hombre lleno de fe y
del Espíritu Santo», fue uno de los siete diáconos elegidos por los
Apóstoles. Murió lapidado, pidiendo a Dios perdón a sus verdugos. Primer mártir
de la Iglesia.
Reunión celestial
(Hechos 6, 8-10; 7,
54-60; Mateo 10, 17-22) Al celebrar a san Esteban al día siguiente de la Natividad,
la Iglesia recuerda que la sabiduría del Espíritu del Padre, atravesando la
ceguera de los hombres, conduce a la gloria de Jesús. Es cierto: el horizonte
humano del Niño —como el de los discípulos— es una furia de muerte marcada por
gritos y traiciones. Pero el nacimiento en la tierra del Hijo de Dios hace
posible el nacimiento en el cielo de un hijo de hombre: el discípulo imita y se
une a su Maestro.”
Nicolas Tarralle, prêtre assomptionniste
Primera lectura
Hch
6, 8-10; 7, 54-59
Veo
los cielos abiertos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles.
EN aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios
y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos,
oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con
Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que
hablaba.
Oyendo sus palabras se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de
rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijando la mirada en el cielo, vio la
gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
«Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios».
Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se
abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a
apedrearlo. Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo
y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación:
«Señor Jesús, recibe mi espíritu».
Palabra de Dios.
Salmo
Sal
30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16b y 17 (R.: 6a)
R. A tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu.
V. Sé la roca de mi
refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame. R.
V. A tus manos
encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás;
tu misericordia sea mi gozo y mi alegría.
Te has fijado en mi aflicción. R.
V. Líbrame de mis
enemigos que me persiguen;
haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia. R.
Aclamación
R. Aleluya,
aleluya, aleluya.
V. Bendito el que viene
en nombre del Señor; el Señor es Dios, él nos ilumina. R.
Evangelio
Mt
10, 17-22
No
serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¡Cuidado con la gente!, porque los entregarán a los tribunales, los azotarán
en las sinagogas y los harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa,
para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando los entreguen, no se preocupen de lo que van a decir o de cómo lo dirán:
en aquel momento se les sugerirá lo que tienen que decir, porque no serán
ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los
hijos contra sus padres y los matarán.
Y serán odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el
final, se salvará».
Palabra del Señor.
1
Hermanos
y hermanas:
La liturgia tiene una pedagogía fina, casi
provocadora: ayer cantábamos “Gloria a Dios en el cielo” y hoy, sin
cambiar de escenario espiritual, la Iglesia nos pone delante la sangre de un
mártir. Como si dijera: el pesebre no es un adorno dulce; es una
decisión de Dios que incomoda al mundo. La Navidad no es una postal: es una
luz que entra en una historia real… y por eso despierta resistencias.
1. Del pesebre a la “reunión
celestial”
San Esteban aparece en los Hechos como un hombre lleno
de gracia y de poder, capaz de hacer el bien, hablar con claridad, y
sostener la verdad sin odio (Hch 6,8). Pero lo que más impresiona no es su
elocuencia, sino su final:
cuando todo se vuelve violencia, Esteban mira al cielo, ve la gloria de
Dios y a Jesús de pie; y mientras lo apedrean, reza:
- “Señor
Jesús, recibe mi espíritu”
- “Señor,
no les tengas en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60)
Ahí está el corazón de la fiesta: el discípulo
imita y alcanza al Maestro. En la cruz, Jesús entregó su espíritu y
perdonó; Esteban hace lo mismo. Y esa imitación no es teatro: es el fruto del
Espíritu en una persona herida, presionada, amenazada… pero habitada por Dios.
2. La frase que une a Jesús y a
Esteban: “En tus manos”
El salmo responsorial nos da la llave:
“En tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31).
Es una oración para el que ya no controla nada: el enfermo que no puede dormir
del dolor, la madre que no sabe cómo sostener la casa, el joven que batalla con
ansiedad o depresión, el adulto que carga duelos silenciosos. Es la oración del
que dice: “Señor, no entiendo todo, pero me confío a Ti”.
Y aquí el Jubileo se vuelve concreto: peregrinar
con esperanza no es andar sin heridas; es caminar con heridas, pero con Dios.
La esperanza cristiana no niega la noche: enciende una lámpara dentro de la
noche.
3. “No se preocupen… el Espíritu
hablará” (Mt 10,17-22)
En el Evangelio, Jesús no vende una fe cómoda:
anuncia conflictos, tribunales, divisiones, rechazo. Pero también promete algo
decisivo:
“No serán ustedes los que hablarán, sino el Espíritu de su Padre hablará por
ustedes.”
A veces creemos que ser cristiano es tener siempre
respuestas brillantes. Jesús nos enseña otra cosa: ser cristiano es
permanecer fieles cuando las fuerzas flaquean, cuando la incomprensión
aprieta, cuando la vida nos pone contra las cuerdas. “El que persevere hasta el
final se salvará.” Perseverar no es “aguantar por orgullo”; es sostenerse en
Dios.
Y esto ilumina a quienes sufren en el cuerpo y en
el alma: hay días en que la “perseverancia” se parece a cosas pequeñas:
levantarse, pedir ayuda, tomar el tratamiento, aceptar compañía, rezar aunque
sea con una sola frase: “Señor, en tus manos.”
4. Dos imágenes para llevar al
corazón
- He
escuchado decir a algunos médicos que hay dolores del cuerpo que se
ven, y dolores del alma que se esconden. A veces la persona más
sonriente es la que más lucha por dentro. La comunidad cristiana está
llamada a ser lugar donde uno no tiene que fingir: donde puede decir “me
duele” sin ser juzgado.
- Y
otra imagen: una vela enciende otra sin perder su fuego. Esteban,
al morir perdonando, no apaga su vida: la entrega. La esperanza funciona
así: se comparte. En tu casa, en tu trabajo, en tu comunidad, tu fe puede
ser esa vela para alguien que hoy está en tinieblas.
5. ¿Qué nos enseña San Esteban
hoy?
1. Mirar al cielo sin escapar de la
tierra: Esteban
no huye de la realidad; la atraviesa con una mirada mayor.
2. Perdonar no es justificar: es no permitir que el mal me
convierta en lo que detesto.
3. La Iglesia nace misionera y
perseguida, pero nunca derrotada: porque su fuerza no está en la piedra del agresor,
sino en el Espíritu del Padre.
4. El sufrimiento puede ser lugar de
encuentro con Cristo: no
porque Dios “quiera” el dolor, sino porque Dios no nos abandona en el dolor.
Oración final (por quienes sufren en el cuerpo y en
el alma)
Señor
Jesús,
que en la Navidad te hiciste cercano y vulnerable,
mira a tus hijos e hijas que hoy sufren:
los enfermos, los que padecen dolores persistentes,
los que viven cansancio, soledad, duelo, ansiedad o depresión,
los que cargan heridas antiguas y luchas silenciosas.
Como san
Esteban, queremos decirte:
“En tus manos encomiendo mi espíritu.”
Danos tu Espíritu para perseverar,
para pedir ayuda cuando haga falta,
para sostener al que se cae,
para perdonar sin amargura,
y para caminar como peregrinos de esperanza en este Año Jubilar.
Que
María, Madre del Niño Dios,
nos cobije en nuestras noches;
y que san Esteban, mártir fiel,
interceda por nosotros. Amén.
2
Hermanos
y hermanas:
Apenas ayer cantábamos
la alegría de la Navidad, y hoy la Iglesia nos coloca ante el testimonio de San
Esteban, el primer mártir. No es una contradicción: es una
enseñanza. El
Niño del pesebre es Rey, y por eso su luz no deja indiferente
al mundo. La fe verdadera consuela, sí… pero también confronta; trae paz al
corazón, y a veces despierta rechazo afuera.
1) Del
Evangelio a la vida: “Cuidado con los hombres…”
Jesús avisa con
claridad: “Los
entregarán a los tribunales… los azotarán… serán llevados ante gobernadores y
reyes por mi causa, para dar testimonio” (Mt 10,17-18).
Estas palabras describen, casi como una fotografía, lo que vivió Esteban. La
Iglesia no nos engaña con un cristianismo “sin cruz”. En este Año Jubilar,
peregrinar con esperanza no significa caminar sin conflictos, sino caminar
con Cristo incluso cuando el camino se vuelve duro.
2) Un
detalle precioso de la primera comunidad
La Iglesia naciente en
Jerusalén era diversa: había judíos “hebreos” y judíos “helenistas”, marcados
por culturas distintas. Y en medio de esa diversidad apareció una herida
concreta: algunas
viudas quedaban descuidadas en el reparto de alimentos.
¿Y qué hace la Iglesia? No se resigna ni se divide: discierne y organiza
la caridad. Nacen los siete diáconos. Esteban aparece ahí: como
servidor, como hombre de comunidad, como alguien que no busca protagonismo sino
fidelidad.
Esto es muy actual:
muchas crisis comienzan por pequeñas negligencias. Pero cuando la Iglesia se
deja guiar por el Espíritu, los problemas se vuelven ocasión de
madurez.
3)
Quién era Esteban: fe, Espíritu y valentía
De Esteban se dice que
estaba lleno
de fe y del Espíritu Santo, y que hacía “prodigios” (Hch 6,8).
Pero su mayor “prodigio” no fue un milagro externo: fue la
firmeza interior.
Cuando lo enfrentan, responde con sabiduría; cuando lo acusan, no devuelve
odio; cuando lo condenan, mantiene el corazón en Dios.
Y aquí muchos pueden
reconocerse: hay personas que no están siendo “apedreadas” con piedras, pero sí
con palabras, con indiferencia, con injusticias, con burlas, con presiones en
la familia o en el trabajo por vivir la fe con coherencia.
4) La
hora del martirio: entregar el espíritu y perdonar
Lo más conmovedor de
Esteban es que muere como Jesús:
·
“Señor Jesús, recibe mi
espíritu”
·
“Señor, no les tengas
en cuenta este pecado” (Hch 7,59-60)
Aquí el Salmo se vuelve
carne: “En
tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31).
Esto tiene una fuerza especial para nuestra intención orante de hoy: por
quienes sufren en el cuerpo y en el alma. A veces, cuando el dolor aprieta, la
oración se reduce a una frase sencilla, casi un suspiro:
“Señor,
en tus manos.”
Y esa frase, dicha con fe, puede ser un acto de valentía tan grande como un
discurso.
5) El
“fruto” del martirio: lo que parecía derrota se volvió misión
Humanamente, la muerte
de Esteban parecía una tragedia: se desató una persecución y la comunidad se
dispersó. Pero esa dispersión llevó el Evangelio más allá de Jerusalén: Judea,
Samaría… y después el mundo.
Dios no quiere el mal, pero no permite que el mal tenga la última
palabra. De lo que parecía ruina, Dios sacó expansión; de la
herida, sacó anuncio.
Aquí se entiende una
verdad que sostiene la esperanza: Dios puede sacar un bien mayor incluso
de nuestras noches, sin romantizar el sufrimiento, pero sin desesperar.
En clave jubilar: la esperanza cristiana no es optimismo ingenuo, es la certeza
de que Dios
trabaja incluso cuando nosotros solo vemos piedras.
6)
Aplicación para hoy: persecuciones pequeñas y cruces grandes
Hoy muchos cargan
cruces visibles (enfermedad, limitaciones, tratamientos, dolor crónico) y otros
cargan cruces invisibles (depresión, ansiedad, duelo, heridas afectivas,
soledad).
La fiesta de San Esteban nos dice tres cosas muy concretas:
1.
No estás solo: Cristo te acompaña en
el tribunal, en la sala de espera, en el insomnio, en la angustia.
2.
No te dejes gobernar
por el miedo:
Jesús lo anunció, pero también prometió el Espíritu.
3.
No desperdicies tu
cruz:
entrégasela a Dios. Él puede convertirla en bendición para otros, en
testimonio, en compasión más grande.
Conclusión y oración
Hermanos, celebremos a
San Esteban no solo admirándolo, sino dejándonos contagiar por su fe: servir,
testimoniar, perdonar, confiar.
Oremos:
Señor Jesús,
Tú que naciste en humildad y reinaste desde la cruz,
mira a los que sufren en el cuerpo y en el alma.
Dales alivio, fortaleza, buena compañía,
y la gracia de decir cada día: “En tus manos encomiendo mi espíritu.”
Danos el Espíritu Santo para no responder al mal con mal,
para perseverar cuando el corazón flaquea,
y para ser testigos tuyos con mansedumbre y valentía.
San Esteban, mártir fiel,
ruega por nosotros.
Jesús, en Ti confiamos. Amén.
******************************************
26 de diciembre:
San Esteban, el Primer Mártir — Fiesta
Principios
del siglo I – c. 33–36
Santo
patrono de los monaguillos, constructores, fabricantes de
ataúdes, diáconos, caballos, albañiles y canteros.
Invocado
contra los dolores de cabeza.
Cita:
«¡Pueblo de dura cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Ustedes
siempre se oponen al Espíritu Santo; son igual que sus antepasados. ¿A cuál de
los profetas no persiguieron sus antepasados? Dieron muerte a los que
anunciaban la venida del Justo, del cual ustedes ahora se han hecho traidores y
asesinos. Ustedes recibieron la ley transmitida por medio de ángeles, pero no
la observaron».
Al oír esto, se enfurecieron y rechinaban los dientes contra él. Pero él, lleno
del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús
de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo
del Hombre de pie a la derecha de Dios». Pero ellos gritaron con fuerte voz, se
taparon los oídos y se abalanzaron todos a una contra él. Lo sacaron fuera de
la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Los testigos dejaron sus mantos a los pies
de un joven llamado Saulo. Mientras apedreaban a Esteban, él clamaba: «Señor
Jesús, recibe mi espíritu». Luego cayó de rodillas y gritó con fuerte voz:
«Señor, no les tengas en cuenta este pecado»; y dicho esto, se durmió.
~Hechos 7,51–60
Reflexión
San Esteban, a quien
honramos hoy, es el primer mártir cristiano, por lo que recibe el título único
de “Protomártir”.
Todo lo que sabemos sobre san Esteban proviene de los Hechos de los Apóstoles,
capítulos 6–7. Su nombre es de origen griego, lo cual sugiere que era un judío
helenista. No se conoce nada más sobre la vida temprana de Esteban. Aparece en
el escenario dentro de la Iglesia primitiva en Jerusalén, donde fue elegido
como diácono para ayudar a asegurar la distribución justa de las provisiones
diarias dentro de la comunidad cristiana, a fin de liberar a los Apóstoles de
esa responsabilidad.
Mientras Jesús caminaba
por la tierra, su comunidad de seguidores se convirtió en una comunidad muy
unida. Para poder dedicarse a seguir a Jesús a tiempo completo, algunos de sus
discípulos atendían las necesidades de toda la comunidad (véase Lucas 8,3).
Después de que Jesús ascendió al Cielo y envió el Espíritu Santo, los Apóstoles
permanecieron en Jerusalén, y la comunidad de creyentes continuó profundizando
su vida comunitaria. Comían juntos, celebraban la Eucaristía y compartían sus
recursos económicos entre sí.
La comunidad de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma, y nadie consideraba suya
propia ninguna de sus posesiones, sino que lo tenían todo en común. Con gran
poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y
todos gozaban de gran estima. No había entre ellos ningún necesitado, porque
quienes poseían campos o casas los vendían, llevaban el dinero de lo vendido y
lo ponían a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su
necesidad (Hechos 4,32–35).
La comunidad de
Jerusalén, en sus inicios, estaba compuesta tanto por judíos hebreos como por judíos
helenistas. Los judíos hebreos eran originarios de Judea y hablaban
principalmente arameo como lengua común. Se adherían estrechamente a las
costumbres judías tradicionales y utilizaban el hebreo en las prácticas
religiosas. Los judíos helenistas, por lo general, hablaban griego y estaban
influenciados por la cultura griega, debido a su asimilación en la sociedad
grecorromana más amplia a lo largo del Imperio romano. Tanto los helenistas
como los hebreos se convertían a Cristo y vivían como un solo pueblo unido en
Jerusalén. Sin embargo, al parecer persistían prejuicios: «Por aquellos días,
al crecer el número de los discípulos, los helenistas se quejaron contra los
hebreos, porque sus viudas eran descuidadas en la distribución diaria» (Hechos
6,1).
Como los Apóstoles
decidieron dedicarse a la oración y a la predicación de la Palabra, pidieron a
la comunidad que eligiera a «siete varones de buena reputación, llenos de
Espíritu y de sabiduría» (Hechos 6,3). Luego los Apóstoles los asignaron a la
tarea de supervisar la distribución diaria de provisiones. Los Apóstoles oraron
e impusieron las manos sobre estos siete hombres, ordenándolos como los
primeros diáconos de la Iglesia. Ellos eran: «Esteban, varón lleno de fe y del
Espíritu Santo; también Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás de
Antioquía, prosélito» (Hechos 6,5). Algunas tradiciones antiguas identifican a
Esteban como el mayor y el líder de los demás, convirtiéndolo en lo que llegó a
conocerse como “arcediano”. Esteban probablemente era
griego, por lo que pudo haber sido elegido, en parte, para ayudar a asegurar
que las mujeres helenistas, especialmente las viudas, recibieran su parte en la
distribución diaria.
Como diácono, Esteban
también predicaba la Palabra de Dios y realizaba muchos milagros. Varios judíos
helenistas incluso debatieron con él en público, «pero no podían resistir la
sabiduría y el Espíritu con que hablaba» (Hechos 6,10). Esto los irritó tanto
que lo llevaron ante el Sanedrín, tal como habían hecho con Jesús. El Sanedrín
era el máximo organismo religioso, judicial y legislativo dentro de la
comunidad judía. Los cargos contra Esteban eran que hablaba contra el Templo y
la Ley de Moisés. Mientras Esteban estaba ante el encolerizado Sanedrín, su
rostro parecía el de un ángel.
Hechos 7,1–53 presenta
un largo discurso que Esteban pronunció ante el Sanedrín. Es uno de los
discursos más largos y significativos del Nuevo Testamento. En él, Esteban
recorrió la historia de Israel desde Abraham hasta Salomón, quien construyó el
Templo. Subrayó las acciones de Dios que tuvieron lugar fuera del Templo, así
como la desobediencia recurrente de Israel. Sobre el Templo, dijo: «El Altísimo
no habita en casas hechas por mano de hombre» (Hechos 7,48). En otras palabras,
el Templo había sobrepasado su propósito. El Altísimo vino a nosotros en la
Persona de Jesús, y Jesús es el Nuevo Templo y el Nuevo Sacerdote que se
ofreció a sí mismo como el Sacrificio Nuevo y Perpetuo. Esteban releyó y
reinterpretó el Antiguo Testamento a la luz de Cristo. Fue de los primeros
seguidores de Cristo en unir con claridad el Antiguo Testamento con el Nuevo
Testamento que se iba desplegando. También se refirió a los miembros del
Sanedrín y a quienes lo acusaban como «pueblo de dura cerviz».
Recordemos del juicio
de Jesús que el Sanedrín, bajo la ocupación romana, no podía condenar a una
persona a muerte. Los romanos se reservaban esa autoridad. En el caso de
Esteban, sus acusadores estaban tan enfurecidos que lo arrastraron de inmediato
fuera de la ciudad (probablemente por la puerta norte) y lo apedrearon hasta
matarlo. Esta situación horrible, sin embargo, se volvió verdaderamente hermosa
y gloriosa a causa de la fe de Esteban. Antes de ser arrastrado al lugar de su
muerte, miró al Cielo y exclamó: «Miren, veo los cielos abiertos y al Hijo del
Hombre de pie a la derecha de Dios» (Hechos 7,56). Cuando lo sacaron y
comenzaron a apedrearlo, oró: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» y «Señor, no
les tengas en cuenta este pecado» (Hechos 7,59–60). Noten las semejanzas con Jesús,
que clamó desde la Cruz: «Padre, perdónalos…» (Lucas 23,34) y «Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23,46). Como autor del Evangelio y de los
Hechos de los Apóstoles, resulta claro por esos pasajes que san Lucas pretendía
establecer esta conexión.
Entre quienes
consintieron en el martirio de san Esteban estaba el fariseo Saulo, que más
tarde se convertiría, se convertiría en el gran Apóstol de los gentiles y sería
conocido por su nombre romano: Pablo. Después de su conversión, san Pablo se apoyó
en la enseñanza de san Esteban, la desarrolló y la profundizó, continuando la
misión de aquel a quien ayudó a perseguir y matar. Es claro que la oración
final de san Esteban fue escuchada por Dios y se aplicó de un modo especial a
Saulo.
San Pablo escribiría
más tarde en una carta a los Romanos: «Sabemos que Dios dispone todas las cosas
para bien de los que lo aman, de los que han sido llamados conforme a su
propósito» (Romanos 8,28). Nada más verdadero podría decirse del martirio de
san Esteban. Al principio hubo gran temor y caos. «Aquel día se desató una gran
persecución contra la Iglesia en Jerusalén, y todos se dispersaron por las
regiones de Judea y Samaría, excepto los apóstoles» (Hechos 8,1). La comunidad
cristiana tan unida se dispersó, huyendo para salvar la vida. En la sabiduría
de Dios, esta dispersión se convirtió en el primer gran medio de
evangelización. Los cristianos llevaron a Cristo dentro del templo de sus almas
a gente de todas partes. Uno a uno, nuevos corazones se convirtieron, y la
comunidad dispersa compartió con otros la Nueva Ley de Cristo.
Una tradición afirma
que san Esteban fue enterrado en la localidad de Beit Jimal,
a unas veinte millas al oeste de Jerusalén. Cuenta la leyenda que, en el año
415, un sacerdote llamado Luciano tuvo un sueño en el que se le reveló el lugar
de sepultura de san Esteban. El sacerdote llevó sus restos de vuelta a
Jerusalén, y algunos años después Esteban fue enterrado en el lugar de su
martirio, en lo que hoy es la Iglesia de San Étienne
(Esteban, en francés). En su libro La ciudad de Dios, san
Agustín dice que algunas reliquias de san Esteban fueron llevadas a las «aguas
de Tibilis», que muy probablemente estaban en el norte de África. Agustín
relata luego muchas historias de milagros que ocurrieron en la vida de quienes
entraron en contacto con sus reliquias.
Al honrar al
protomártir de la Iglesia, medita la verdad profunda de que Dios siempre saca
bien del sufrimiento cuando ese sufrimiento se une en oración a Cristo. En
honor de san Esteban, al reflexionar sobre su vida y su muerte, trae a la mente
cualquier sufrimiento que estés soportando. Ya sea físico, mental o emocional;
causado por enfermedad, persecución o cualquier otra fuente, busca unirte a ti
mismo y a tus sufrimientos a Cristo. Si parte de tu sufrimiento proviene de los
pecados de otros, reza la oración que san Esteban rezó: «Señor, no les tengas
en cuenta este pecado». Y a lo largo de tu vida, reza con él: «Señor Jesús,
recibe mi espíritu». Reza también pidiendo su intercesión, especialmente por el
valor y la fortaleza para cumplir la voluntad de Dios en tu vida.


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