Santo del día:
San Francisco Javier (1506-1552)
Compañero
de san Ignacio de Loyola y uno de los primeros jesuitas, Francisco Javier
dedicó su vida a llevar el Evangelio hasta los confines del mundo.
Enviado
a la India, Japón y el Sudeste Asiático, recorrió miles de kilómetros para
anunciar a Cristo, aprender lenguas nuevas y servir con ternura a los más
pobres y enfermos.
Su
ardor apostólico, su alegría misionera y su confianza absoluta en Dios lo convirtieron
en modelo de evangelizadores.
Murió
frente a las costas de China, todavía deseoso de seguir anunciando el
Evangelio. Es patrono de las misiones y testigo luminoso de una fe que se hace
entrega.
El banquete que sacia toda hambre
(Isaías 25,6-10a / Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6 (R. cf. 5a) /
Mateo 15,29-37. En este miércoles de
Adviento, Isaías nos anuncia un Dios que prepara para su pueblo un banquete de
vida y de consolación. El salmo nos hace confiar como ovejas guiadas por el
Pastor que nos acompaña incluso en los valles oscuros.
En
el Evangelio, Jesús acoge a los enfermos, los cura y, movido por la compasión,
multiplica el pan para todos.
En
la memoria de San Francisco Javier, misionero incansable, contemplamos a Cristo
que sigue actuando hoy por medio de sus discípulos.
Elevemos nuestra oración por los enfermos y por quienes los cuidan, para que
este Año Jubilar renueve en nosotros el deseo de ser manos abiertas que
reparten la esperanza del Señor.
Primera
lectura
El Señor
invita a su festín y enjuga las lágrimas de todos los rostros.
Lectura del libro de Isaías.
EN aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».
Palabra de Dios.
Salmo
R. Habitaré
en la casa del Señor
por años sin término.
V. El
Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. R.
V. Me guía por
el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. R.
V. Preparas
una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. R.
V. Tu bondad y
tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. R.
Aclamación
V. Miren que
llega el Señor, para salvar a su pueblo; bienaventurados los que están
preparados para salir a su encuentro. R.
Evangelio
Jesús cura a
muchos y multiplica los panes.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
EN aquel tiempo, Jesús se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó
en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y
muchos otros; los ponían a sus pies y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a
los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen
qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el
camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta
gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tienen?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los
peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los
discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.
Palabra del Señor.
1
El Mesías que sacia toda hambre y
nos envía a servir
Queridos
hermanos:
En este tiempo bendito de Adviento, la Liturgia nos
invita a contemplar el corazón de un Dios que prepara la mesa, que alimenta
y que consuela, un Dios que se hace cercano especialmente allí donde hay
dolor. Hoy, la Palabra es una caricia para los enfermos y para todos los que
sienten algún tipo de hambre en el alma. Y nos recuerda que Dios quiere
actuar por medio de nosotros: somos sus manos, sus discípulos enviados, sus
colaboradores.
1. Dios prepara un banquete para
su pueblo (Is 25,6-10a)
El profeta Isaías anuncia un futuro en el que Dios
mismo organizará un banquete “de manjares suculentos y vinos generosos”.
Es una imagen poderosa del Mesías que vendrá a colmar todas las hambres
humanas:
- hambre
de alimento,
- hambre
de paz,
- hambre
de justicia,
- hambre
de sentido,
- hambre
de consuelo,
- hambre
de cercanía y de amor.
El banquete de Dios no es solo comida: es la
plenitud de la vida.
Y hoy le decimos al Señor, en nombre de todos los enfermos:
“Señor, ven a colmar nuestra fragilidad, nuestra
soledad, nuestro dolor. Ven a lavar nuestras lágrimas”.
Isaías también dice: “Él destruirá la muerte
para siempre”.
En un Año Jubilar esto resuena con fuerza:
Dios entra en nuestras historias para romper
cadenas, para liberar lo que parecía condenado, para abrir futuro donde había
desesperanza.
2. “El Señor es mi pastor”: la
oración del enfermo confiado (Sal 22)
El salmo de hoy es quizá la oración más repetida
por quienes atraviesan la enfermedad.
No es una poesía abstracta, es la voz del que sufre, pero no teme.
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo,
porque tú vas conmigo”.
Qué importante es esta palabra para nuestros
enfermos, para quien vive una prueba física, emocional o espiritual.
El salmista no dice: “no hay oscuridad”.
Dice: “en medio de la oscuridad, Tú, Señor, me acompañas”.
Este salmo es la antítesis del abandono:
Dios guía, alimenta, unge, acompaña, protege, sostiene.
El banquete del que habla Isaías y el pastoreo del
salmo son preparación del Evangelio.
3. Jesús, el Mesías que ve el
dolor y actúa (Mt 15,29-37)
Mateo describe a Jesús sentado, enseñando y
acogiendo multitudes que suben a la montaña con sus enfermos.
Jesús los cura, y la gente glorifica a Dios.
Pero lo sorprendente, es lo que viene después:
“Siento compasión de esta gente”.
La compasión de Jesús va más allá de sanar
dolencias.
Ve otra hambre: hambre de presencia, de sentido, de esperanza.
Es la misma hambre que hoy reconocemos en tantos enfermos, ancianos, personas
solas, migrantes, familias golpeadas, corazones cansados.
Jesús no solo cura; Jesús
alimenta.
Y lo hace con un gesto que anticipa la Eucaristía:
1. Toma los panes
2. Da gracias (eucharistésas)
3. Los parte
4. Los da a los discípulos para que ellos los repartan.
Aquí está el centro de la homilía:
Jesús quiere llegar a los necesitados a través de nosotros.
Él podría alimentar directamente, pero elige nuestras manos, nuestra entrega,
nuestra caridad, nuestra creatividad, nuestro corazón.
4. San Francisco Javier: un
discípulo que alimentó multitudes
En el día de su memoria, contemplamos a San
Francisco Javier, patrono de las misiones.
Su vida es una proclamación viviente del Evangelio de hoy:
- cruzó
océanos,
- aprendió
lenguas,
- vivió
entre los más pobres,
- llevó
consuelo a enfermos y marginados,
- y
anunció a Cristo hasta el extremo de sus fuerzas.
Su sensibilidad hacia los enfermos fue profunda:
los buscaba, los visitaba, los atendía.
Para él, ser discípulo era ser pan partido, ser presencia del buen
pastor.
En este Año Jubilar, él nos enseña:
“La Evangelización empieza cuando ves el dolor y te
dejas conmover por él”.
5. Año Jubilar: tiempo de
misericordia, tiempo de visitar y sanar
El Jubileo nos invita a renovar nuestro compromiso
con los más frágiles.
No hay peregrino de la esperanza que no sea también servidor de la ternura.
Hoy, la Iglesia entera mira a los enfermos y
proclama:
- no
están solos,
- no
están olvidados,
- Dios
camina con ustedes,
- y
nosotros caminamos con ustedes.
El milagro de Jesús se repite hoy cada vez que:
- un
médico sirve con vocación,
- un
familiar acompaña con paciencia,
- un
sacerdote lleva la unción a un moribundo,
- un
voluntario visita a un anciano,
- una
comunidad ora por quienes sufren.
Sí, Jesús sigue multiplicando el pan, pero
necesita manos que lo repartan.
Esa misión es nuestra.
6. Invitación final: ser
discípulos que alimentan
El Evangelio de hoy nos deja una pregunta:
¿De qué tiene hambre mi comunidad, mi familia, mi
parroquia?
¿Hambre de escucha?
¿Hambre de misericordia?
¿Hambre de fe?
¿Hambre de acompañamiento en la enfermedad?
Hoy Jesús nos pide que no miremos para otro lado.
Nos dice:
“Dales vosotros de comer”.
“Sean ustedes mis manos”.
“Lleven mi presencia donde yo quiero llegar”.
7. Oración final por los enfermos
Señor
Jesús, Buen Pastor,
Tú que ves el cansancio y el dolor de tu pueblo,
mira hoy a nuestros enfermos,
a los que sufren en el cuerpo, en el alma o en el espíritu.
Sacia su
hambre de consuelo,
sustenta su fe en la prueba,
rodéalos de manos fraternas,
y haz de nosotros instrumentos de tu compasión.
Que este
Año Jubilar
sea para ellos un tiempo de esperanza,
un tiempo de gracia,
y un tiempo de encuentro contigo,
el Pan que nunca se agota
y la Paz que no se acaba.
Amén.
2
Milagro tras milagro: Dios sigue
actuando en su pueblo
Queridos
hermanos:
El
Adviento es el tiempo de la espera vigilante, del corazón abierto y de
la mirada que reconoce las huellas de Dios en medio de la historia. Y las
lecturas de hoy nos presentan precisamente eso: la certeza de que Dios actúa,
de que sigue obrando milagro tras milagro, aunque a veces no lo percibamos de
inmediato.
1. Un Dios que prepara el banquete de la vida (Is
25,6-10a)
Isaías
nos muestra un Dios que no se queda distante, sino que se inclina hacia su
pueblo para colmarlo con una abundancia que nadie más puede dar:
un banquete de vida, de consuelo, de esperanza y de salvación.
En este
monte santo, Dios seca lágrimas, destruye la muerte y renueva la
alegría.
Es un anuncio profundamente jubilar:
el Dios que restituye, que abre caminos, que trae libertad, es el mismo que hoy
nos llama a confiar, incluso en medio de las pruebas físicas o espirituales.
Y de modo
especial hoy, abrimos el corazón por nuestros enfermos.
En ellos resuena con fuerza la promesa del profeta:
“El Señor
enjugará las lágrimas de todos los rostros”.
2. “El Señor es mi pastor”: la confianza que nace
en la prueba (Sal 22)
Este
salmo es el consuelo de generaciones enteras de creyentes.
No niega la existencia del dolor, de los valles oscuros o del cansancio.
Pero proclama una verdad más grande:
el Pastor
no abandona.
Para el
enfermo, para quien acompaña a un ser querido, para quien siente incertidumbre
o temor, esta Palabra es bálsamo:
Dios camina con nosotros.
Nos conduce por sendas de paz.
Prepara una mesa aun en medio del sufrimiento.
A la luz
del Evangelio, este salmo nos prepara para la enseñanza central de hoy: Dios
actúa, cura, acompaña; y actúa también por medio de sus discípulos.
3. Jesús: el Mesías que ve, se conmueve y
transforma (Mt 15,29-37)
El
Evangelio nos lleva a las orillas del mar de Galilea.
Jesús sube a la montaña, se sienta —como Maestro— y la gente trae ante Él a los
enfermos: cojos, ciegos, mudos, paralíticos y muchos más.
Y ocurre lo que el evangelista dice con sencillez, pero con una fuerza enorme:
“Y los
curó”.
Milagro
tras milagro.
La
tradición de la Iglesia nos enseña que estos milagros no fueron actos de
exhibición, sino expresiones vivas de su corazón humano lleno de compasión,
signos visibles de su autoridad divina y cumplimiento de las profecías
del Antiguo Testamento.
Pero hay
algo aún más profundo:
las curaciones —y la posterior multiplicación de los panes— no solo muestran el
poder de Jesús, sino su deseo de que su obra continúe en la Iglesia.
Por eso Él toma, bendice, parte y entrega el pan a sus discípulos.
El milagro pasa por sus manos.
En otras
palabras, Jesús quiere actuar hoy por medio de nosotros.
4. ¿Por qué hoy no vemos milagros como entonces?
Sí
vemos milagros, aunque no siempre con la espectacularidad que quisiéramos.
Dios ha
acompañado la vida de los santos con signos extraordinarios:
- Francisco de Asís,
- Vicente Ferrer,
- Felipe Neri,
- Teresita de Lisieux,
- Faustina Kowalska,
- Padre Pío,
- André Bessette,
- Charbel Makhlouf…
Muchos de
ellos realizaron curaciones, profecías, liberaciones y signos tangibles de la
presencia de Dios.
Pero lo más importante no eran los milagros…
sino su unión con Cristo.
Los
milagros no eran el objetivo de su vida espiritual;
eran simplemente el desbordamiento de un corazón enamorado de Dios y
entregado a su pueblo.
Y este es
el punto crucial:
La
verdadera fuente del milagro es la santidad.
Jesús
mismo dijo:
“Quien cree en mí, hará las obras que yo hago, y hará aún mayores, porque yo
voy al Padre” (Jn 14,12).
5. San Francisco Javier: un milagro en camino
En el día
de su memoria, contemplamos al gran misionero que cruzó mares y fronteras con
el Evangelio en el corazón.
Su vida fue un milagro continuo de entrega, audacia y caridad:
- curó enfermos,
- consoló a los pobres,
- defendió a los marginados,
- anunció a Cristo a quienes
nunca habían escuchado su nombre.
Su
santidad hizo de él un instrumento de milagros.
Y su testimonio nos recuerda que el cristiano que vive unido a Cristo se
convierte él mismo en un signo de Dios.
En este
Año Jubilar, Francisco Javier nos invita a redescubrir nuestra vocación
misionera:
ser discípulos que llevan esperanza, que multiplican el pan, que curan el alma
y acompañan las heridas.
6. El milagro que Dios quiere hacer hoy
Queridos
hermanos,
el milagro que Dios quiere realizar hoy no es solamente físico.
Su milagro más grande es transformar el corazón, liberar del miedo, sanar la
memoria, reconciliar lo roto, despertar la fe, renovar la esperanza.
Y en este
día, elevamos una oración especial por todos los enfermos de nuestra
comunidad:
que experimenten consuelo, paz, alivio y fortaleza.
Pero
también pedimos algo más:
que nosotros, como discípulos, seamos instrumentos de misericordia, pan
repartido, manos que sostienen, mirada que consuela y palabra que anima.
Porque
si deseas
ver milagros, busca la santidad.
El
milagro mayor ocurre cuando la caridad de Cristo desborda nuestro corazón.
7. Oración final
Señor
Jesús,
Tú que caminaste por Galilea haciendo el bien y sanando a los enfermos,
mira hoy a quienes sufren en nuestro pueblo.
Tócalos con tu paz,
calma su dolor,
dales serenidad,
y haz que sientan tu compañía en cada instante.
Haznos
también a nosotros discípulos santos,
capaces de ser instrumentos de tu gracia,
de tu compasión y de tu esperanza.
Que este Año Jubilar nos renueve por dentro
y nos haga testigos vivos de tu amor.
Amén.
3 de diciembre: San Francisco Javier,
presbítero — Memorial
1506–1552
Patrono de las misiones extranjeras, los misioneros, los navegantes y las
misiones parroquiales
Invocado contra epidemias de peste
Canonizado por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622.
Cita:
“Por el favor de Dios, todos llegamos a Japón con perfecta salud el 15 de
agosto de 1549. Desembarcamos en Cagoxima, el lugar de origen de nuestros
compañeros. Fuimos recibidos de la manera más cordial por toda la gente de la
ciudad, especialmente por los parientes de Pablo, el japonés convertido,
quienes tuvieron la dicha de recibir la luz de la verdad desde el cielo y, por
la persuasión de Pablo, se hicieron cristianos. Durante nuestra estancia en
Cagoxima, las personas parecían maravillarse con la doctrina de la ley divina,
totalmente nueva para sus oídos. Japón es un imperio muy grande compuesto
enteramente de islas. Se habla una sola lengua en todo el país, no muy difícil
de aprender… Los japoneses son muy ambiciosos de honores y distinciones, y se
consideran superiores a todas las naciones en gloria militar y valor… Son, en
resumen, un pueblo muy guerrero, que vive en continuas guerras entre sí; los
más poderosos en armas ejercen la autoridad más amplia. Todos reconocen a un
solo soberano, aunque desde hace ciento cincuenta años los príncipes han dejado
de obedecerle, y esta es la causa de sus perpetuas discordias.”
~De una carta dirigida a los jesuitas en Europa, por San
Francisco Javier
Reflexión
Francisco
de Jasso y Azpilicueta (Francisco Javier) nació en el seno de una familia noble
en el Castillo de Javier, en el Reino de Navarra, siendo el menor de varios
hermanos. Su padre era el senescal (administrador) de la corte real de Navarra,
cargo que implicaba funciones administrativas, financieras y judiciales de alto
nivel. En 1512, cuando Francisco tenía seis años, el rey de Aragón y regente de
Castilla invadió el Reino de Navarra, con consecuencias devastadoras para la
fortuna y el poder de la familia. Tres años más tarde, murió su padre. A los
diecinueve años, Francisco se trasladó a París para estudiar filosofía y artes.
Como era costumbre, adoptó el nombre de Francisco Javier, identificándose con
su lugar de origen.
Francisco
ingresó en la Universidad de París con ambiciones seculares. Después de cuatro
años de estudios, él y su compañero de habitación, Pedro Fabro, recibieron a un
nuevo estudiante quince años mayor que ellos: Ignacio de Loyola. Ignacio había
llegado a París para estudiar teología en preparación a la ordenación
sacerdotal, tras haber vivido una profunda conversión espiritual. A raíz de
esta experiencia, comenzó a escribir lo que sería uno de los programas
espirituales de transformación más influyentes de la historia: los Ejercicios Espirituales.
Al
convivir con Pedro y Francisco, Ignacio trabajó intensamente en su conversión,
invitándolos a compartir su visión y a unirse a una nueva sociedad religiosa
que soñaba fundar. Pedro fue receptivo desde el principio; Francisco, no. Pero
la perseverancia de Ignacio transformó su corazón, y Francisco percibió el
llamado al ministerio sacerdotal.
En
1530, después de cuatro años de estudio, Francisco obtuvo el grado de maestro y
comenzó a enseñar en la universidad. Cuatro años más tarde, Ignacio y seis
compañeros —entre ellos Francisco— abrazaron una misión común: consagrarse a
Dios y vivir como compañeros. En la colina de Montmartre, en París, estos siete
hombres pronunciaron votos privados de pobreza, castidad y obediencia al Romano
Pontífice, con el propósito de evangelizar a los no creyentes en Tierra Santa.
Luego de estos votos, Francisco estudió teología durante tres años y fue
ordenado sacerdote en 1537, a los treinta y un años. En 1539, Ignacio redactó
una regla formal de vida para la nueva compañía, que fue aprobada por el Papa
Paulo III un año después, estableciendo oficialmente la Compañía de Jesús, los
“Jesuitas”, los “Compañeros de Jesús”.
El
eje de la espiritualidad jesuita es justamente los Ejercicios Espirituales,
fruto de la conversión de Ignacio. Francisco Javier fue de los primeros en
utilizarlos para profundizar su vida de oración y su unión con Dios. Los
Ejercicios, junto con el apoyo espiritual de sus hermanos —especialmente
Ignacio— lo transformaron en uno de los más grandes misioneros de la historia
de la Iglesia.
Durante
sus primeros tres años como sacerdote, el padre Francisco Javier atendió a los
pobres y enfermos y creció intensamente en la oración, primero en Venecia y
luego en Roma. Décadas antes, exploradores portugueses habían conquistado y
colonizado Goa, una ciudad en la costa occidental de la India. En 1540, el rey
de Portugal, al recibir informes sobre conductas inmorales entre los
colonizadores portugueses en Goa, pidió al papa el envío de misioneros. Dado
que la Compañía de Jesús era joven y ardiente, el papa eligió a los jesuitas
para esta misión. Ignacio escogió a dos compañeros para enviarlos; al enfermar
uno de ellos, Ignacio designó al padre Francisco, quien viajó a Portugal para
entrevistarse con los reyes. En 1541, a los treinta y cinco años, nombrado
nuncio apostólico para Oriente, partió hacia Mozambique y luego a Goa, donde
llegó el 6 de mayo de 1542.
Durante
los siguientes diez años, su actividad misionera —viajar, predicar, convertir,
catequizar, construir iglesias, bautizar, obrar milagros— fue tan vasta que
llegó a ser comparado con San
Pablo, y llamado “el Apóstol de Oriente”. En 1904, el Papa Pío
X lo proclamó patrono de
las misiones extranjeras. Además de la predicación y los
sacramentos, se narran numerosos milagros: curaciones, calmado de tormentas,
resurrección de muertos y el don de lenguas (predicaba en su lengua y era
comprendido por oyentes de otras lenguas).
Tras
su llegada a Goa, el padre Francisco comenzó atendiendo a los colonos
portugueses, llamándolos a la conversión. Visitaba enfermos —ganándose así la
estima del pueblo— y recorría las calles tocando una campana para reunir a los
niños, a quienes instruía sobre Jesús; ellos, a su vez, transmitían la fe a
familiares y amigos.
Poco
después descubrió numerosas comunidades indígenas del sur de la India que
habían recibido el bautismo años atrás, pero sin formación alguna. Deseando
atenderlos, viajó a la región junto con sacerdotes del seminario de Goa,
enseñando, administrando sacramentos y construyendo decenas de iglesias con
ayuda local. En esa misión de dos años, miles se convirtieron y fueron
bautizados. Muchos lo recibieron con alegría; otros se opusieron fuertemente e
incluso atentaron contra su vida, pero él perseveró con valentía.
A
lo largo de su década misionera, fundó misiones en Malaca (actual Malasia), en
las Islas de las Especias (Indonesia), en Cochín y otras zonas costeras de
Kerala (India), y en la isla de Sri Lanka. En una carta escrita en 1548, decía
a sus hermanos jesuitas:
“Todos
los comerciantes portugueses que llegan de Japón me dicen que si voy allá haré
un gran servicio para Dios nuestro Señor, más que con los paganos de la India,
porque son un pueblo muy razonable”.
Tomando
ese consejo, se hizo a la mar y llegó a Japón el 15 de agosto de 1549,
convirtiéndose en el primer misionero extranjero en esa tierra. Viajó
acompañado de un convertido japonés llamado Anjirō (cristiano: Pablo), otro
jesuita sacerdote y un hermano laico. Tras aprender la lengua y traducir el
Evangelio, logró numerosas conversiones, gracias, sobre todo, a que respetó
profundamente las costumbres y cultura locales. Su obra básica permitió que la
fe católica llegara a más de 300.000 fieles japoneses en los siguientes 65
años. Más tarde, por décadas, la Iglesia sufrió una persecución feroz, con
cientos de miles de mártires. Sin embargo, la fe pasó de generación en
generación, resurgiendo en el siglo XIX.
En
1552, recibió la invitación para llevar el Evangelio a China. En el viaje cayó
enfermo y murió en la isla de Shangchuan, frente a la costa continental, a los
cuarenta y seis años.
En
apenas diez años de misión, se estima que San Francisco Javier recorrió unos 61.000 kilómetros por
tierra y mar, y bautizó alrededor de 30.000
personas. Nunca regresó a Europa; desde que dejó su hogar a los
diecinueve años, jamás volvió a ver a su familia. Su vida fue una ofrenda
total. Su cuerpo fue llevado a Goa, donde es venerado; en 1614, su brazo
derecho —con el que bautizó a miles— fue trasladado a la iglesia del Gesù en
Roma, donde permanece como reliquia.
San
Francisco Javier fue verdaderamente otro
San Pablo para los pueblos de Asia. Su constante movimiento y
su entrega incansable sembraron la fe en vastas regiones. Aunque la persecución
detuvo el crecimiento inicial del cristianismo en Japón, esa misma prueba
purificó y fortaleció la fe de los que perseveraron. Al honrar hoy a este gran
apóstol de Cristo, contemplemos todo lo que realizó en solo diez años. Y, al
hacerlo, pensemos:
¿Qué quiere Dios hacer en mi vida en los próximos diez años?
¿A qué misión me envía hoy
Cristo?
Oración
San
Francisco Javier,
el Evangelio fue sembrado profundamente en tu corazón
a través de los Ejercicios Espirituales
que te dio tu fundador, San Ignacio.
Esos ejercicios transformaron tu vida
y, por medio de ti, tocaron muchas otras vidas.
Intercede por mí,
para que esté abierto a la transformación
que Dios desea realizar en mi alma,
y así pueda llevar su amor a los demás.
San
Francisco Javier,
ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.


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