martes, 2 de diciembre de 2025

3 de diciembre del 2025: miércoles de la primera semana de Adviento- Memoria de San Francisco Javier


Santo del día:

San Francisco Javier (1506-1552)

Compañero de san Ignacio de Loyola y uno de los primeros jesuitas, Francisco Javier dedicó su vida a llevar el Evangelio hasta los confines del mundo.

Enviado a la India, Japón y el Sudeste Asiático, recorrió miles de kilómetros para anunciar a Cristo, aprender lenguas nuevas y servir con ternura a los más pobres y enfermos.

Su ardor apostólico, su alegría misionera y su confianza absoluta en Dios lo convirtieron en modelo de evangelizadores.

Murió frente a las costas de China, todavía deseoso de seguir anunciando el Evangelio. Es patrono de las misiones y testigo luminoso de una fe que se hace entrega.


 

El banquete que sacia toda hambre

(Isaías 25,6-10a / Salmo 23(22),1-3a.3b-4.5.6 (R. cf. 5a) /
Mateo 15,29-37.
En este miércoles de Adviento, Isaías nos anuncia un Dios que prepara para su pueblo un banquete de vida y de consolación. El salmo nos hace confiar como ovejas guiadas por el Pastor que nos acompaña incluso en los valles oscuros.

En el Evangelio, Jesús acoge a los enfermos, los cura y, movido por la compasión, multiplica el pan para todos.

En la memoria de San Francisco Javier, misionero incansable, contemplamos a Cristo que sigue actuando hoy por medio de sus discípulos.
Elevemos nuestra oración por los enfermos y por quienes los cuidan, para que este Año Jubilar renueve en nosotros el deseo de ser manos abiertas que reparten la esperanza del Señor.

 


Primera lectura

Is 25,6-10a

El Señor invita a su festín y enjuga las lágrimas de todos los rostros.

Lectura del libro de Isaías.


EN aquel día, preparará el Señor del universo para todos los pueblos,
en este monte, un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares exquisitos, vinos refinados.
Y arrancará en este monte
el velo que cubre a todos los pueblos,
el lienzo extendido sobre todas las naciones.
Aniquilará la muerte para siempre.
Dios, el Señor, enjugará las lágrimas de todos los rostros,
y alejará del país el oprobio de su pueblo
—lo ha dicho el Señor—.
Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios.
Esperábamos en él y nos ha salvado.
Este es el Señor en quien esperamos.
Celebremos y gocemos con su salvación,
porque reposará sobre este monte la mano del Señor».

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 23(22),1-3a.3b-4.5.6 (R. cf. 5a)

R. Habitaré en la casa del Señor
por años sin término.


V. El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. 
R.

V. Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. 
R.

V. Preparas una mesa ante mí,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
 R.

V. Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Miren que llega el Señor, para salvar a su pueblo; bienaventurados los que están preparados para salir a su encuentro. R.

 

Evangelio

Mt 15,29-37

Jesús cura a muchos y multiplica los panes.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, Jesús se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él.
Acudió a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los ponían a sus pies y él los curaba.
La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y daban gloria al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
«Siento compasión de la gente, porque llevan ya tres días conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino».
Los discípulos le dijeron:
«¿De dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?».
Jesús les dijo:
«¿Cuántos panes tienen?».
Ellos contestaron:
«Siete y algunos peces».
Él mandó a la gente que se sentara en el suelo. Tomó los siete panes y los peces, pronunció la acción de gracias, los partió y los fue dando a los discípulos, y los discípulos a la gente.
Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete canastos llenos.

Palabra del Señor.

 

1

 

El Mesías que sacia toda hambre y nos envía a servir

 

Queridos hermanos:

En este tiempo bendito de Adviento, la Liturgia nos invita a contemplar el corazón de un Dios que prepara la mesa, que alimenta y que consuela, un Dios que se hace cercano especialmente allí donde hay dolor. Hoy, la Palabra es una caricia para los enfermos y para todos los que sienten algún tipo de hambre en el alma. Y nos recuerda que Dios quiere actuar por medio de nosotros: somos sus manos, sus discípulos enviados, sus colaboradores.


1. Dios prepara un banquete para su pueblo (Is 25,6-10a)

El profeta Isaías anuncia un futuro en el que Dios mismo organizará un banquete “de manjares suculentos y vinos generosos”.
Es una imagen poderosa del Mesías que vendrá a colmar todas las hambres humanas:

  • hambre de alimento,
  • hambre de paz,
  • hambre de justicia,
  • hambre de sentido,
  • hambre de consuelo,
  • hambre de cercanía y de amor.

El banquete de Dios no es solo comida: es la plenitud de la vida.
Y hoy le decimos al Señor, en nombre de todos los enfermos:

“Señor, ven a colmar nuestra fragilidad, nuestra soledad, nuestro dolor. Ven a lavar nuestras lágrimas”.

Isaías también dice: “Él destruirá la muerte para siempre”.
En un Año Jubilar esto resuena con fuerza:

Dios entra en nuestras historias para romper cadenas, para liberar lo que parecía condenado, para abrir futuro donde había desesperanza.


2. “El Señor es mi pastor”: la oración del enfermo confiado (Sal 22)

El salmo de hoy es quizá la oración más repetida por quienes atraviesan la enfermedad.
No es una poesía abstracta, es la voz del que sufre, pero no teme.

Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”.

Qué importante es esta palabra para nuestros enfermos, para quien vive una prueba física, emocional o espiritual.
El salmista no dice: “no hay oscuridad”.
Dice: “en medio de la oscuridad, Tú, Señor, me acompañas”.

Este salmo es la antítesis del abandono:
Dios guía, alimenta, unge, acompaña, protege, sostiene.

El banquete del que habla Isaías y el pastoreo del salmo son preparación del Evangelio.


3. Jesús, el Mesías que ve el dolor y actúa (Mt 15,29-37)

Mateo describe a Jesús sentado, enseñando y acogiendo multitudes que suben a la montaña con sus enfermos.
Jesús los cura, y la gente glorifica a Dios.
Pero lo sorprendente, es lo que viene después:

“Siento compasión de esta gente”.

La compasión de Jesús va más allá de sanar dolencias.
Ve otra hambre: hambre de presencia, de sentido, de esperanza.
Es la misma hambre que hoy reconocemos en tantos enfermos, ancianos, personas solas, migrantes, familias golpeadas, corazones cansados.

Jesús no solo cura; Jesús alimenta.

Y lo hace con un gesto que anticipa la Eucaristía:

1.    Toma los panes

2.    Da gracias (eucharistésas)

3.    Los parte

4.    Los da a los discípulos para que ellos los repartan.

Aquí está el centro de la homilía:
Jesús quiere llegar a los necesitados a través de nosotros.
Él podría alimentar directamente, pero elige nuestras manos, nuestra entrega, nuestra caridad, nuestra creatividad, nuestro corazón.


4. San Francisco Javier: un discípulo que alimentó multitudes

En el día de su memoria, contemplamos a San Francisco Javier, patrono de las misiones.
Su vida es una proclamación viviente del Evangelio de hoy:

  • cruzó océanos,
  • aprendió lenguas,
  • vivió entre los más pobres,
  • llevó consuelo a enfermos y marginados,
  • y anunció a Cristo hasta el extremo de sus fuerzas.

Su sensibilidad hacia los enfermos fue profunda: los buscaba, los visitaba, los atendía.
Para él, ser discípulo era ser pan partido, ser presencia del buen pastor.

En este Año Jubilar, él nos enseña:

“La Evangelización empieza cuando ves el dolor y te dejas conmover por él”.


5. Año Jubilar: tiempo de misericordia, tiempo de visitar y sanar

El Jubileo nos invita a renovar nuestro compromiso con los más frágiles.
No hay peregrino de la esperanza que no sea también servidor de la ternura.

Hoy, la Iglesia entera mira a los enfermos y proclama:

  • no están solos,
  • no están olvidados,
  • Dios camina con ustedes,
  • y nosotros caminamos con ustedes.

El milagro de Jesús se repite hoy cada vez que:

  • un médico sirve con vocación,
  • un familiar acompaña con paciencia,
  • un sacerdote lleva la unción a un moribundo,
  • un voluntario visita a un anciano,
  • una comunidad ora por quienes sufren.

Sí, Jesús sigue multiplicando el pan, pero necesita manos que lo repartan.
Esa misión es nuestra.


6. Invitación final: ser discípulos que alimentan

El Evangelio de hoy nos deja una pregunta:

¿De qué tiene hambre mi comunidad, mi familia, mi parroquia?

¿Hambre de escucha?
¿Hambre de misericordia?
¿Hambre de fe?
¿Hambre de acompañamiento en la enfermedad?

Hoy Jesús nos pide que no miremos para otro lado.
Nos dice:

“Dales vosotros de comer”.
“Sean ustedes mis manos”.
“Lleven mi presencia donde yo quiero llegar”.


7. Oración final por los enfermos

Señor Jesús, Buen Pastor,
Tú que ves el cansancio y el dolor de tu pueblo,
mira hoy a nuestros enfermos,
a los que sufren en el cuerpo, en el alma o en el espíritu.

Sacia su hambre de consuelo,
sustenta su fe en la prueba,
rodéalos de manos fraternas,
y haz de nosotros instrumentos de tu compasión.

Que este Año Jubilar
sea para ellos un tiempo de esperanza,
un tiempo de gracia,
y un tiempo de encuentro contigo,
el Pan que nunca se agota
y la Paz que no se acaba.

Amén.

 

2

 

Milagro tras milagro: Dios sigue actuando en su pueblo

 

Queridos hermanos:

El Adviento es el tiempo de la espera vigilante, del corazón abierto y de la mirada que reconoce las huellas de Dios en medio de la historia. Y las lecturas de hoy nos presentan precisamente eso: la certeza de que Dios actúa, de que sigue obrando milagro tras milagro, aunque a veces no lo percibamos de inmediato.


1. Un Dios que prepara el banquete de la vida (Is 25,6-10a)

Isaías nos muestra un Dios que no se queda distante, sino que se inclina hacia su pueblo para colmarlo con una abundancia que nadie más puede dar:
un banquete de vida, de consuelo, de esperanza y de salvación.

En este monte santo, Dios seca lágrimas, destruye la muerte y renueva la alegría.
Es un anuncio profundamente jubilar:
el Dios que restituye, que abre caminos, que trae libertad, es el mismo que hoy nos llama a confiar, incluso en medio de las pruebas físicas o espirituales.

Y de modo especial hoy, abrimos el corazón por nuestros enfermos.
En ellos resuena con fuerza la promesa del profeta:

“El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros”.


2. “El Señor es mi pastor”: la confianza que nace en la prueba (Sal 22)

Este salmo es el consuelo de generaciones enteras de creyentes.
No niega la existencia del dolor, de los valles oscuros o del cansancio.
Pero proclama una verdad más grande:

el Pastor no abandona.

Para el enfermo, para quien acompaña a un ser querido, para quien siente incertidumbre o temor, esta Palabra es bálsamo:
Dios camina con nosotros.
Nos conduce por sendas de paz.
Prepara una mesa aun en medio del sufrimiento.

A la luz del Evangelio, este salmo nos prepara para la enseñanza central de hoy: Dios actúa, cura, acompaña; y actúa también por medio de sus discípulos.


3. Jesús: el Mesías que ve, se conmueve y transforma (Mt 15,29-37)

El Evangelio nos lleva a las orillas del mar de Galilea.
Jesús sube a la montaña, se sienta —como Maestro— y la gente trae ante Él a los enfermos: cojos, ciegos, mudos, paralíticos y muchos más.
Y ocurre lo que el evangelista dice con sencillez, pero con una fuerza enorme:

“Y los curó”.

Milagro tras milagro.

La tradición de la Iglesia nos enseña que estos milagros no fueron actos de exhibición, sino expresiones vivas de su corazón humano lleno de compasión, signos visibles de su autoridad divina y cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento.

Pero hay algo aún más profundo:
las curaciones —y la posterior multiplicación de los panes— no solo muestran el poder de Jesús, sino su deseo de que su obra continúe en la Iglesia.
Por eso Él toma, bendice, parte y entrega el pan a sus discípulos.
El milagro pasa por sus manos.

En otras palabras, Jesús quiere actuar hoy por medio de nosotros.


4. ¿Por qué hoy no vemos milagros como entonces?

Sí vemos milagros, aunque no siempre con la espectacularidad que quisiéramos.

Dios ha acompañado la vida de los santos con signos extraordinarios:

  • Francisco de Asís,
  • Vicente Ferrer,
  • Felipe Neri,
  • Teresita de Lisieux,
  • Faustina Kowalska,
  • Padre Pío,
  • André Bessette,
  • Charbel Makhlouf…

Muchos de ellos realizaron curaciones, profecías, liberaciones y signos tangibles de la presencia de Dios.
Pero lo más importante no eran los milagros…
sino su unión con Cristo.

Los milagros no eran el objetivo de su vida espiritual;
eran simplemente el desbordamiento de un corazón enamorado de Dios y entregado a su pueblo.

Y este es el punto crucial:

La verdadera fuente del milagro es la santidad.

Jesús mismo dijo:
“Quien cree en mí, hará las obras que yo hago, y hará aún mayores, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).


5. San Francisco Javier: un milagro en camino

En el día de su memoria, contemplamos al gran misionero que cruzó mares y fronteras con el Evangelio en el corazón.
Su vida fue un milagro continuo de entrega, audacia y caridad:

  • curó enfermos,
  • consoló a los pobres,
  • defendió a los marginados,
  • anunció a Cristo a quienes nunca habían escuchado su nombre.

Su santidad hizo de él un instrumento de milagros.
Y su testimonio nos recuerda que el cristiano que vive unido a Cristo se convierte él mismo en un signo de Dios.

En este Año Jubilar, Francisco Javier nos invita a redescubrir nuestra vocación misionera:
ser discípulos que llevan esperanza, que multiplican el pan, que curan el alma y acompañan las heridas.


6. El milagro que Dios quiere hacer hoy

Queridos hermanos,
el milagro que Dios quiere realizar hoy no es solamente físico.
Su milagro más grande es transformar el corazón, liberar del miedo, sanar la memoria, reconciliar lo roto, despertar la fe, renovar la esperanza.

Y en este día, elevamos una oración especial por todos los enfermos de nuestra comunidad:
que experimenten consuelo, paz, alivio y fortaleza.

Pero también pedimos algo más:
que nosotros, como discípulos, seamos instrumentos de misericordia, pan repartido, manos que sostienen, mirada que consuela y palabra que anima.

Porque

si deseas ver milagros, busca la santidad.

El milagro mayor ocurre cuando la caridad de Cristo desborda nuestro corazón.


7. Oración final

Señor Jesús,
Tú que caminaste por Galilea haciendo el bien y sanando a los enfermos,
mira hoy a quienes sufren en nuestro pueblo.
Tócalos con tu paz,
calma su dolor,
dales serenidad,
y haz que sientan tu compañía en cada instante.

Haznos también a nosotros discípulos santos,
capaces de ser instrumentos de tu gracia,
de tu compasión y de tu esperanza.
Que este Año Jubilar nos renueve por dentro
y nos haga testigos vivos de tu amor.

Amén.

 

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3 de diciembre: San Francisco Javier, presbítero — Memorial

1506–1552
Patrono de las misiones extranjeras, los misioneros, los navegantes y las misiones parroquiales
Invocado contra epidemias de peste
Canonizado por el Papa Gregorio XV el 12 de marzo de 1622.

 


Cita:


“Por el favor de Dios, todos llegamos a Japón con perfecta salud el 15 de agosto de 1549. Desembarcamos en Cagoxima, el lugar de origen de nuestros compañeros. Fuimos recibidos de la manera más cordial por toda la gente de la ciudad, especialmente por los parientes de Pablo, el japonés convertido, quienes tuvieron la dicha de recibir la luz de la verdad desde el cielo y, por la persuasión de Pablo, se hicieron cristianos. Durante nuestra estancia en Cagoxima, las personas parecían maravillarse con la doctrina de la ley divina, totalmente nueva para sus oídos. Japón es un imperio muy grande compuesto enteramente de islas. Se habla una sola lengua en todo el país, no muy difícil de aprender… Los japoneses son muy ambiciosos de honores y distinciones, y se consideran superiores a todas las naciones en gloria militar y valor… Son, en resumen, un pueblo muy guerrero, que vive en continuas guerras entre sí; los más poderosos en armas ejercen la autoridad más amplia. Todos reconocen a un solo soberano, aunque desde hace ciento cincuenta años los príncipes han dejado de obedecerle, y esta es la causa de sus perpetuas discordias.”


~De una carta dirigida a los jesuitas en Europa, por San Francisco Javier



Reflexión

Francisco de Jasso y Azpilicueta (Francisco Javier) nació en el seno de una familia noble en el Castillo de Javier, en el Reino de Navarra, siendo el menor de varios hermanos. Su padre era el senescal (administrador) de la corte real de Navarra, cargo que implicaba funciones administrativas, financieras y judiciales de alto nivel. En 1512, cuando Francisco tenía seis años, el rey de Aragón y regente de Castilla invadió el Reino de Navarra, con consecuencias devastadoras para la fortuna y el poder de la familia. Tres años más tarde, murió su padre. A los diecinueve años, Francisco se trasladó a París para estudiar filosofía y artes. Como era costumbre, adoptó el nombre de Francisco Javier, identificándose con su lugar de origen.

Francisco ingresó en la Universidad de París con ambiciones seculares. Después de cuatro años de estudios, él y su compañero de habitación, Pedro Fabro, recibieron a un nuevo estudiante quince años mayor que ellos: Ignacio de Loyola. Ignacio había llegado a París para estudiar teología en preparación a la ordenación sacerdotal, tras haber vivido una profunda conversión espiritual. A raíz de esta experiencia, comenzó a escribir lo que sería uno de los programas espirituales de transformación más influyentes de la historia: los Ejercicios Espirituales.

Al convivir con Pedro y Francisco, Ignacio trabajó intensamente en su conversión, invitándolos a compartir su visión y a unirse a una nueva sociedad religiosa que soñaba fundar. Pedro fue receptivo desde el principio; Francisco, no. Pero la perseverancia de Ignacio transformó su corazón, y Francisco percibió el llamado al ministerio sacerdotal.

En 1530, después de cuatro años de estudio, Francisco obtuvo el grado de maestro y comenzó a enseñar en la universidad. Cuatro años más tarde, Ignacio y seis compañeros —entre ellos Francisco— abrazaron una misión común: consagrarse a Dios y vivir como compañeros. En la colina de Montmartre, en París, estos siete hombres pronunciaron votos privados de pobreza, castidad y obediencia al Romano Pontífice, con el propósito de evangelizar a los no creyentes en Tierra Santa. Luego de estos votos, Francisco estudió teología durante tres años y fue ordenado sacerdote en 1537, a los treinta y un años. En 1539, Ignacio redactó una regla formal de vida para la nueva compañía, que fue aprobada por el Papa Paulo III un año después, estableciendo oficialmente la Compañía de Jesús, los “Jesuitas”, los “Compañeros de Jesús”.

El eje de la espiritualidad jesuita es justamente los Ejercicios Espirituales, fruto de la conversión de Ignacio. Francisco Javier fue de los primeros en utilizarlos para profundizar su vida de oración y su unión con Dios. Los Ejercicios, junto con el apoyo espiritual de sus hermanos —especialmente Ignacio— lo transformaron en uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia.

Durante sus primeros tres años como sacerdote, el padre Francisco Javier atendió a los pobres y enfermos y creció intensamente en la oración, primero en Venecia y luego en Roma. Décadas antes, exploradores portugueses habían conquistado y colonizado Goa, una ciudad en la costa occidental de la India. En 1540, el rey de Portugal, al recibir informes sobre conductas inmorales entre los colonizadores portugueses en Goa, pidió al papa el envío de misioneros. Dado que la Compañía de Jesús era joven y ardiente, el papa eligió a los jesuitas para esta misión. Ignacio escogió a dos compañeros para enviarlos; al enfermar uno de ellos, Ignacio designó al padre Francisco, quien viajó a Portugal para entrevistarse con los reyes. En 1541, a los treinta y cinco años, nombrado nuncio apostólico para Oriente, partió hacia Mozambique y luego a Goa, donde llegó el 6 de mayo de 1542.

Durante los siguientes diez años, su actividad misionera —viajar, predicar, convertir, catequizar, construir iglesias, bautizar, obrar milagros— fue tan vasta que llegó a ser comparado con San Pablo, y llamado “el Apóstol de Oriente”. En 1904, el Papa Pío X lo proclamó patrono de las misiones extranjeras. Además de la predicación y los sacramentos, se narran numerosos milagros: curaciones, calmado de tormentas, resurrección de muertos y el don de lenguas (predicaba en su lengua y era comprendido por oyentes de otras lenguas).

Tras su llegada a Goa, el padre Francisco comenzó atendiendo a los colonos portugueses, llamándolos a la conversión. Visitaba enfermos —ganándose así la estima del pueblo— y recorría las calles tocando una campana para reunir a los niños, a quienes instruía sobre Jesús; ellos, a su vez, transmitían la fe a familiares y amigos.

Poco después descubrió numerosas comunidades indígenas del sur de la India que habían recibido el bautismo años atrás, pero sin formación alguna. Deseando atenderlos, viajó a la región junto con sacerdotes del seminario de Goa, enseñando, administrando sacramentos y construyendo decenas de iglesias con ayuda local. En esa misión de dos años, miles se convirtieron y fueron bautizados. Muchos lo recibieron con alegría; otros se opusieron fuertemente e incluso atentaron contra su vida, pero él perseveró con valentía.

A lo largo de su década misionera, fundó misiones en Malaca (actual Malasia), en las Islas de las Especias (Indonesia), en Cochín y otras zonas costeras de Kerala (India), y en la isla de Sri Lanka. En una carta escrita en 1548, decía a sus hermanos jesuitas:

“Todos los comerciantes portugueses que llegan de Japón me dicen que si voy allá haré un gran servicio para Dios nuestro Señor, más que con los paganos de la India, porque son un pueblo muy razonable”.

Tomando ese consejo, se hizo a la mar y llegó a Japón el 15 de agosto de 1549, convirtiéndose en el primer misionero extranjero en esa tierra. Viajó acompañado de un convertido japonés llamado Anjirō (cristiano: Pablo), otro jesuita sacerdote y un hermano laico. Tras aprender la lengua y traducir el Evangelio, logró numerosas conversiones, gracias, sobre todo, a que respetó profundamente las costumbres y cultura locales. Su obra básica permitió que la fe católica llegara a más de 300.000 fieles japoneses en los siguientes 65 años. Más tarde, por décadas, la Iglesia sufrió una persecución feroz, con cientos de miles de mártires. Sin embargo, la fe pasó de generación en generación, resurgiendo en el siglo XIX.

En 1552, recibió la invitación para llevar el Evangelio a China. En el viaje cayó enfermo y murió en la isla de Shangchuan, frente a la costa continental, a los cuarenta y seis años.

En apenas diez años de misión, se estima que San Francisco Javier recorrió unos 61.000 kilómetros por tierra y mar, y bautizó alrededor de 30.000 personas. Nunca regresó a Europa; desde que dejó su hogar a los diecinueve años, jamás volvió a ver a su familia. Su vida fue una ofrenda total. Su cuerpo fue llevado a Goa, donde es venerado; en 1614, su brazo derecho —con el que bautizó a miles— fue trasladado a la iglesia del Gesù en Roma, donde permanece como reliquia.

San Francisco Javier fue verdaderamente otro San Pablo para los pueblos de Asia. Su constante movimiento y su entrega incansable sembraron la fe en vastas regiones. Aunque la persecución detuvo el crecimiento inicial del cristianismo en Japón, esa misma prueba purificó y fortaleció la fe de los que perseveraron. Al honrar hoy a este gran apóstol de Cristo, contemplemos todo lo que realizó en solo diez años. Y, al hacerlo, pensemos:

¿Qué quiere Dios hacer en mi vida en los próximos diez años?
¿A qué misión me envía hoy Cristo?


Oración

San Francisco Javier,
el Evangelio fue sembrado profundamente en tu corazón
a través de los Ejercicios Espirituales
que te dio tu fundador, San Ignacio.
Esos ejercicios transformaron tu vida
y, por medio de ti, tocaron muchas otras vidas.
Intercede por mí,
para que esté abierto a la transformación
que Dios desea realizar en mi alma,
y así pueda llevar su amor a los demás.

San Francisco Javier,
ruega por mí.
Jesús, en Ti confío.

 


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