lunes, 1 de diciembre de 2025

Primero de diciembre del 2025: lunes de la primera semana de Adviento

 

Esperanza que no decepciona

(Is 4,2-6 / Sal 122(121),1-2.3-4a.6-7. 8-9 (R. cf. 1) /Mt 8,5-11) En este día de Adviento, la Palabra nos abre a una esperanza que no decepciona.
El profeta Isaías anuncia un tiempo nuevo: el Señor hará brotar un renuevo de vida que purificará a su pueblo y lo protegerá bajo la claridad de su presencia. El salmo nos invita a caminar con alegría hacia la casa de Dios, buscando la paz que Él mismo ofrece a los que confían en su nombre. En el Evangelio, la fe humilde del centurión sorprende a Jesús y se convierte en signo de que el Reino se abre para todos los que creen, aun viniendo de lejos.

Que este anuncio despierte en nosotros una fe viva, capaz de reconocer al Señor que viene a restaurar, sanar y salvar.

G.Q

 


Primera lectura

Is 4, 2-6

Será ornamento para los redimidos

Lectura del libro de Isaías.

AQUEL día, el vástago del Señor será el esplendor y la gloria,
y el fruto del país será orgullo y ornamento para los redimidos de Israel.
A los que queden en Sion y al resto en Jerusalén
los llamarán santos: todos los que en Jerusalén están inscritos
para la vida.
Cuando el Señor haya lavado la impureza de las hijas de Sion
y purificado la sangre derramada en Jerusalén,
con viento justiciero, con un soplo ardiente,
creará el Señor sobre toda la extensión del monte Sion y
sobre su asamblea
una nube de día, un humo y un resplandor de fuego llameante
de noche.
Y por encima, la gloria será un baldaquino
y una tienda, sombra en la canícula,
refugio y abrigo de la tempestad y de la lluvia.

Palabra de Dios.

 

Salmo

Sal 121, 1bc-2. 3-4b. 4d-5. 6-7. 8-9 (R.: cf. 1bc)

R. Vamos alegres a la casa del Señor.

V. ¡Qué alegría cuando me dijeron:
«Vamos a la casa del Señor»!
Ya están pisando nuestros pies
tus umbrales, Jerusalén. 
R.

V. Jerusalén está fundada
como ciudad bien compacta.
Allá suben las tribus,
las tribus del Señor. 
R.

V. Según la costumbre de Israel,
a celebrar el nombre del Señor;
en ella están los tribunales de justicia,
en el palacio de David. 
R.

V. Deseen la paz a Jerusalén:
«Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios». 
R.

V. Por mis hermanos y compañeros,
voy a decir: «La paz contigo».
Por la casa del Señor, nuestro Dios,
te deseo todo bien. 
R.

 

Aclamación

R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Ven a librarnos, Señor, Dios nuestro; que brille tu rostro y nos salve. R.

 

Evangelio

Mt 8, 5-11

Vendrán muchos de oriente y occidente al reino de los cielos

Lectura del santo Evangelio según san Mateo.

EN aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole:
«Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho».
Le contestó:
«Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían:
«En verdad les digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

Palabra del Señor.

 


 Fe que sorprende

 

Hermanos y hermanas, al iniciar esta primera semana del Adviento, la Palabra de Dios nos ofrece un mensaje que combina esperanza, purificación y una profunda invitación a renovar la fe. El Adviento inaugura un nuevo año litúrgico; es la hora de volver a empezar, de afinar la mirada interior, de abrir de nuevo las puertas del corazón al Dios que viene. El Año Jubilar, además, nos impulsa a vivir este tiempo como verdaderos peregrinos de la esperanza, confiados en que el Señor no deja inconclusa ninguna obra buena.

Hoy la liturgia nos deja tres imágenes luminosas:

1.    El renuevo que brota y purifica a Jerusalén (Isaías).

2.    La alegría de caminar hacia la Casa del Señor (Salmo 122).

3.    La fe sorprendente del centurión pagano, que conmueve a Jesús (Evangelio).

Vamos por partes.


1. Isaías: Dios prepara un refugio para su pueblo

Dice el profeta Isaías: “Aquel día, el vástago del Señor será joya y gloria… Él extenderá sobre todos una nube durante el día y un resplandor de fuego durante la noche.”

Isaías anuncia un tiempo en que Dios renueva la tierra desde dentro, cuando todo parece estéril o herido. Habla de un “renuevo”, una planta pequeña, frágil, que brota de un tronco aparentemente muerto. Ese renuevo —que la Iglesia contempla como figura del Mesías— es la señal de que Dios no abandona jamás a quienes confían en Él. Aun cuando nuestras vidas, nuestras comunidades o nuestras historias personales parezcan marcadas por el desgaste, el Señor hace brotar algo nuevo.

Y, además, promete ser refugio y cobijo, nube durante el día para darnos sombra y fuego durante la noche para iluminar el camino.
Qué hermosa imagen para este Adviento: Dios no solo viene; también nos cubre. No solo visita; también permanece. No solo ilumina; también guía.

Hoy, cuando oramos especialmente por nuestros hermanos difuntos, la profecía de Isaías nos asegura que el Señor es refugio también en la muerte. La nube protectora y el fuego luminoso se convierten en consuelo para quienes lloran y en esperanza para quienes han partido. El Señor no abandona a su pueblo en la noche de la muerte: Él mismo sale a su encuentro.


2. “Qué alegría cuando me dijeron”: caminar hacia la paz

El Salmo 122 nos hace cantar: “Qué alegría cuando me dijeron: ‘Vamos a la casa del Señor’.”
El salmista no va solo: va con un pueblo en marcha. La fe nunca es un camino privado; siempre es un peregrinaje comunitario.

En este Año Jubilar, el salmo nos recuerda que todo cristiano es peregrino: caminamos hacia la plenitud, hacia el encuentro definitivo con el Señor. Y esa caminata siempre la hacemos con otros: con los hermanos de la comunidad, con quienes comparten la vida cotidiana, con los que han fallecido y nos han precedido en la Casa del Padre.

El salmo pide paz para Jerusalén: “Digan de todo corazón: ¡Paz a los que te aman!”
La paz, en la Biblia, no es solo ausencia de guerras: es plenitud, armonía, reconciliación, descanso seguro.

Por eso, cuando rezamos hoy por los difuntos, lo hacemos pidiendo para ellos “la paz de Jerusalén”: la paz definitiva, la plenitud del Reino, el gozo de habitar para siempre en la Casa del Señor.


3. El centurión: una fe que sorprende a Jesús

El Evangelio de Mateo nos presenta uno de los encuentros más hermosos de Jesús con la fe de un extranjero. El centurión no pertenece al pueblo de Israel, no conoce las Escrituras, no comparte la tradición religiosa. Y, sin embargo, es él quien pronuncia las palabras que la Iglesia repite cada día antes de recibir la comunión:
“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para sanarme.”

Lo que conmueve a Jesús no es una fórmula perfecta sino un corazón sincero. El centurión reconoce dos verdades esenciales de toda vida espiritual:

1.    No soy digno: confiesa la humildad. No se apoya en méritos, no presume religiosidad, no pretende pedir desde la fuerza sino desde la fragilidad humana.

2.    Pero basta tu Palabra: confía totalmente. Sabe que Jesús tiene una autoridad que va más allá del espacio, de la distancia o de las fronteras.

En él se une la verdad del corazón humano y la verdad del corazón de Dios: quien se reconoce pequeño abre espacio para que Dios haga cosas grandes.

Y Jesús queda “asombrado”.
Imagínate al Hijo de Dios sorprendido por la fe de un pagano.
No fue un sacerdote, ni un escriba, ni un fariseo, sino un extranjero militar quien le ofreció la fe más pura: una fe sin adornos, pero llena de confianza.


4. Fe que incluye, fe que invita: nadie queda fuera del Reino

Jesús añade: “Muchos vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán a la mesa del Reino.”
Aquí hay una buena noticia para todos nosotros: el corazón de Dios no se cierra a nadie.
El Reino es más grande que nuestras categorías, nuestras fronteras, nuestros prejuicios o nuestros miedos.

El centurión nos regala dos enseñanzas esenciales para este Adviento:

  • La fe sencilla y confiada tiene poder para abrir puertas que parecían cerradas.
  • El Reino es para todos, también para los que creíamos lejos, para los que no han tenido una vida perfecta, para quienes regresan después de mucho tiempo, para los que nunca se sintieron dignos, para los que murieron buscando una luz que los sostuviera.

Por eso, en este día en que presentamos ante el altar la memoria de nuestros difuntos, escuchamos un eco profundo:
Nadie está lejos del amor de Cristo. Nadie está excluido de su mesa si su corazón fue capaz de un mínimo gesto de fe, de compasión o de búsqueda sincera.


5. La Eucaristía: lugar donde repetimos las palabras del centurión

Antes de recibir la comunión repetimos sus palabras:
“Señor, no soy digno…”

Pero ¿las decimos con el mismo espíritu del centurión?
¿Con humildad sincera?
¿Con confianza total en el poder de Dios?
¿Con fe verdadera en la presencia real de Cristo?

El Adviento es una escuela para recuperar el asombro:

  • Asombro de que Dios se haga carne.
  • Asombro de que venga a nosotros.
  • Asombro de que se quede en la Eucaristía.
  • Asombro de que entre en nuestra casa interior aunque no somos dignos.

En este Año Jubilar, pidamos que nuestra fe pueda también “asombrar” a Jesús, no por grande, sino por humilde, por confiada, por sincera.


6. Orar por los difuntos: un acto de fe y esperanza

Presentamos hoy, de manera especial, a nuestros hermanos difuntos. Los encomendamos al Señor como el centurión lo hizo con su siervo enfermo: con fe, con humildad, con confianza.

Porque creemos que una sola palabra de Cristo basta para sanar, liberar, perdonar y levantar.

Pedimos por ellos la misma luz prometida por Isaías, la paz del Salmo y la salvación anunciada en el Evangelio.
Pedimos que Dios abra para ellos la puerta de la Casa del Señor, donde no hay llanto ni oscuridad.
Pedimos también consuelo para las familias, esperanza para quienes sufren la ausencia, y fe para quienes dudan.


Conclusión: Peregrinos de la esperanza

En este Adviento y en este Año Jubilar, el Señor nos invita a caminar como el centurión:

  • Humildes, reconociendo nuestra fragilidad.
  • Confiados, sabiendo que basta una palabra suya.
  • Misioneros, llevando al Señor las necesidades de otros.
  • Esperanzados, sabiendo que la gloria que Isaías anuncia también es para nosotros y para nuestros difuntos.

Que al recibir la Eucaristía hoy, nuestras palabras no sean solo un rito, sino un acto de fe viva:
“Señor, no soy digno… pero una palabra tuya bastará.”

Amén.

 

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